Hay un llamado a la mirada en quien, al nombrar la realidad con imágenes, aspira a hacer más visible lo más hondo. El fotógrafo llama. El escritor responde.
Fotografías de Andrea Tejeda Korkowski: “Caminos I”, “Caminos IV” y “Ventana”, 2010.
Su modo sugiere placer —siempre tan diferente al dolor—, una peculiar urgencia y un deseo: el de representar la vida, el mundo o la experiencia. (Y el valor de sufrir, siempre, el riesgo de la interpretación ajena.)
Una vez recibido el llamado hay que abrir el portafolios. Y no es una carpeta o maletín de mano usado para llevar documentos, como dice el diccionario. Es una colección de imágenes visuales con otro lenguaje: uno que escribe con luz y es capaz de, sin moverse, transmitir quietud o movimiento.
Abro el portafolios. Voy a escribir sobre su escritura.
El primer camino mira al cielo
Inútil sería decidir si la luz está yéndose o apenas llegando. Pero el ojo no necesita razones. Mira y listo. Y la conexión con alguna parte del espíritu, que no de la mente, afirma, inequívocamente, que se está haciendo de noche. Y que el camino, con su número uno romano como título, es el principio de todas las cosas. Por eso se merecía una foto.
Es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él, dijo San Agustín en una tarde casi tan anaranjada. (Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras que quien va fuera de él, y cuanto más corre, más se aleja.)
Muchas frases vienen a la mente, muchos seres hablando de lo mismo: Machado caminando, Confucio llamando sabios a quienes vuelven a hacer el camino viejo, Picasso convencido de que el camino de la juventud lleva toda una vida y Stevenson jurando que no quiere riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo fiel; nada más el cielo sobre él y un camino a sus pies.
Curioso: el primer camino de Andrea, la que camina, nada tiene que ver con el piso.
El justo medio
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos,
ella se aleja dos pasos y el horizonte
se corre diez pasos más allá.
¿Entonces, para qué sirve la utopía?
Para eso sirve la utopía, para caminar.
Eduardo Galeano
En el cuarto camino el cielo ya estaba decidido. Determinado a tratar a todo lo que estaba debajo de él con la misma gracia y temperatura amable. Prometía un amanecer espectacular. Y no le importaba para nada lo que pensaran los caminantes. El ojo de los que miraban —la cámara, el artista— podrían preferir el árbol. Ése o cualquier otro. Tomarle fotos, si querían. Los árboles podrían aprovecharse de su propio prestigio. Esgrimir la clorofila, seguir siendo muy verdes. Naturales, gloriosos, los maltratados ejes del planeta que se muere, los héroes del medio ambiente. Pero las nubes, habitantes y propiedad innegable de aquel cielo, no iban a desaparecer del primer plano. Y también aparecerían en la foto.
Serán para siempre la cobija del camino.
La ventana perfecta
No deja de ser, como bien dice la definición, “una abertura hecha por lo general de la parte media a la parte superior de una pared”. Excede la alegría que provoca, enterarse que su nombre proviene de la palabra latina que quiere decir viento. Porque las ventanas, dicen, están hechas para permitir la entrada de la luz y el paso de los aires.
En esta ventana no hay obstáculos. No hay cortinas, ni vidrios, ni persianas. Se puede mirar hacia el exterior sin que desde fuera se pueda ver lo que hay dentro. Pero tranquiliza pensar que quizá de este lado de la ventana también es afuera y nunca adentro.
El corazón del que mira esta ventana puede saltar de alegría y de sol. A esta ventana no hay que abrirla para poder mirar al cielo. Y cierto que el alma puede estar un poco triste: porque nadie va a tirar piedritas contra ella. Pero se consolará pronto porque nunca habrá necesidad de cerrarla de golpe.
Perfecta. Uno está ahí solamente mirándola.
Perfecta. No se puede tirar la casa por esta ventana.
Y allá, lejos, nos espera el horizonte.