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De las falacias económicas: una visión general
Escritos De Frontera | Este País | Arturo Damm Arnal | 04.02.2010 | 0 Comentarios

Más allá de lo que los economistas piensan y dicen, a cada paso nos encontramos en pláticas de tertulias y en comentarios en los medios, con lo que razonan y expresan personas quienes no saben de economía (en el sentido de economics, no de economy), por más que sean agentes económicos (en el sentido de economy, no de economics), especulaciones y enunciados que muestran, la mayoría de las veces, desde la ignorancia (en materia de economía) hasta la contradicción (en materia de lógica). Todo ello da como resultado un universo variopinto de falacias, producto de los buenos sentimientos, pero no del razonamiento acertado; falacias que, por ser políticamente correctas, se repiten una y otra vez, pese a que desde el punto de vista de la economía sean incorrectas, y a que desde el punto de vista de la lógica son contradictorias.

Algunas de estas falacias tienen que ver 1) con el mercado, considerado el villano favorito; 2) con el dinero, calificado, en el mejor de los casos, como un mal necesario y, en el peor, como el origen de todos los males; 3) con los bancos centrales, entendidos como las únicas instituciones capaces de ofrecer dinero y garantizar su poder adquisitivo; 4) con la identificación entre dinero y riqueza, como si con el dinero se pudiera satisfacer, de manera directa, alguna necesidad; 5) con los precios, que deben ser justos; 6) con el intercambio entre oferentes y demandantes, entre productores y consumidores, que debe ser siempre de valores equivalentes; 7) con la desigualdad identificada como la causa de la pobreza, como si lo que los ricos “tienen” de más fuera exactamente lo que los pobres “tienen” de menos, y como si aquello que los ricos “tienen” de más se lo hubieran quitado a los pobres, y esto sea causa de que aquéllos “tengan” de menos; 8 ) con la redistribución del ingreso como única solución al problema de la pobreza; 9) con las políticas económicas gubernamentales, desde la fiscal hasta la monetaria, consideradas el remedio a todos los males, pasando por alto que, en muchos casos son la causa de los mismos; 10) con las instituciones, que no son otra cosa que las reglas del juego, a las cuales, por lo general, se les asigna un lugar de segunda frente a las políticas económicas, como si la eficacia de las instituciones para lograr progreso económico fuera mayor; 11) con el empresario, considerado como el explotador por antonomasia; 12) con el valor de las mercancías, calificado como algo objetivo y que, como tal, hace posible que el intercambio sea de valores equivalentes; 13) con el egoísmo, considerado como un vicio, no como la condición indispensable para que los mercados funcionen, con todo lo que ello implica; 14) con la globalización como la causa, si no de todos, sí de buena parte de los males; 15) con el mercantilismo como el origen, si no de todos, sí de buena parte de todos los bienes.

Lo que pretendo es dedicar un artículo (en total, contando esta introducción al tema, serán 16), a desenmascarar cada una de estas quince falacias, para lo cual adelanto lo siguiente: 1) el mercado, definido como la relación de intercambio entre oferentes y demandantes, no solamente no es el villano al que apuntan los gubernamentólatras (cuyo común denominador es la crítica al mercado), sino la condición indispensable para que el ser humano eleve su nivel de bienestar; 2) el dinero –un medio de intercambio–, es una de las herramientas más eficaces con las que cuenta el ser humano, sin la cual el nivel de bienestar sería muy inferior al que se ha alcanzado; 3) los bancos centrales no solamente no han logrado preservar el poder adquisitivo del dinero, sino que han sido la  causa de buena parte de los problemas económicos, sobre todo de los más graves, desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, hasta la recesión mundial de los últimos años de la primera década del siglo XXI; 4) la riqueza no consiste en la cantidad de dinero acumulada (ilusión crisohedónica), sino en la capacidad para producir bienes y servicios, es decir, satisfactores de necesidades básicas, hasta gustos, deseos y caprichos; 5) por definición, dado que el precio es una razón de cambio, cualquier precio es justo, al margen de qué tan elevado o bajo sea, lo cual es siempre relativo; 6) si el intercambio de mercancías entre productores y consumidores tuviera que ser siempre de valores equivalentes no habría intercambio alguno, ya que ello supondría, por ejemplo, el intercambio de manzanas por manzanas, lo cual no tiene ningún sentido, por más que a primera vista parezca tener mucho sentido, desde el punto de vista de la justicia, postular el intercambio de valores equivalentes; 7) la desigualdad no es la causa de la pobreza: el hombre más rico del mundo es, millones de dólares más o menos, diez veces más rico que el décimo hombre más rico del mundo, desigualdad considerable, pero ninguno de los dos es pobre; 8 ) la redistribución del ingreso –el gobierno quitándole a unos para darle a otros– es, en el mejor de los casos, una manera de aliviar algunos de los efectos negativos de la pobreza, pero de ninguna manera es su solución; ésta no es la dádiva, producto de la expoliación legal –¡que eso es la redistribución del ingreso impuesta por el gobierno!–, sino en el trabajo productivo; 9) el fin de cualquier política económica gubernamental, desde la fiscal hasta la monetaria, es modificar el resultado al cual, por medio del mercado, han llegado los agentes económicos; esta modificación, tanto desde el punto de vista de la eficacia como desde la perspectiva de la ética, resulta un error; 10) mucho más importantes que las políticas económicas del gobierno en términos de progreso económico, son las instituciones, que son las reglas del juego; en el ámbito de la economía deben ser eficaces y justas, pues lo justo es también lo eficaz; 11) el empresario, para decirlo en unas cuantas palabras, no solamente no es explotador, sino benefactor y, como tal, la causa eficiente del progreso económico, sobre todo si definimos el progreso como la capacidad para producir más y mejores bienes y servicios para un mayor número de gente; 12) el valor de las mercancías no es objetivo, no depende de alguna cualidad intrínseca a la misma, que puede ir desde el tiempo de trabajo que se necesitó para su producción hasta su capacidad para satisfacer determinadas necesidades; el valor es subjetivo, depende de la valoración del consumidor, por lo cual éste, y no el productor, tiene la última palabra; 13) el egoísmo, lejos de ser un vicio, sobre todo en el mercado, es la virtud que hace posible el intercambio, y por ello la división del trabajo, con todo lo que ello supone en términos de progreso económico; 14) la globalización, si bien es cierto que implica retos y riesgos, representa para los países pobres la gran oportunidad, que se ha visto limitada, al margen de los discursos globalifílicos, por las prácticas globalifóbicas de los gobiernos de los países económicamente más desarrollados, de tal manera que el reto de los gobiernos de los países pobres es luchar por más, no por menos, globalización; 15) el mercantilismo (sobre todo en su versión moderna, a la cual podemos bautizar como neomercantilismo), parte de los siguientes supuestos: a) la actividad económica más importante es la producción, y b) la única producción importante es la nacional, llegando a la siguiente conclusión: hay que proteger al productor nacional, aunque esa protección tenga como consecuencia el perjuicio del consumidor y una mala asignación de factores de la producción, consecuencias que son una clara muestra de antieconomía.

Con éste inicio una serie de escritos con los cuales pretendo, además de aclarar algunas cosas, rendir homenaje a dos economistas que dedicaron buena parte de su obra magistral a desenmascarar las falacias económicas; economistas a quienes les debo lo poco o mucho (esto siempre es relativo) que entiendo de economía. Me refiero a Federico Bastiat y a Henry Hazlitt, y a sus obras Sofismas económicos, del primero, y La economía en una lección, del segundo. Economistas poco conocidos y menos estudiados, para descrédito de los historiadores del pensamiento económico y vergüenza de los profesores de economía. En éste, como en muchos otros temas, hay que ir más allá de las fronteras.

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