Este País |
Ramón Alberto Garza | 07.12.2010 | 1 Comentario
En las circunstancias de intimidación que enfrentan los medios de comunicación tradicionales se abren nuevos cauces a la libertad de expresión en nuestro país, seriamente amenazada por la violencia derivada del narcotráfico. Continuamos con la reflexión sobre el papel de los medios en el México convulso de hoy en día.
Ramón Alberto Garza, Presidente y Director General de Indigomedia México.
Las imágenes son violentas, de combate: una guerra abierta y descarnada. Hombres con armas largas, apertrechados detrás de sus camionetas, en un estado de sitio en el que el fuego y la muerte se prolongan por horas. No es Irak, ni Afganistán. Es Valle Hermoso, en la frontera tamaulipeca entre México y Estados Unidos.
Las estremecedoras escenas se muestran en la televisión, pero no fueron tomadas ni por periodistas ni por camarógrafos profesionales. Lo que se ve en la pantalla viene de YouTube. De lo que algunos ciudadanos captaron con sus teléfonos celulares o con pequeñas cámaras digitales y que subieron a la red.
Una mujer que prefiere no identificarse da las gracias a la televisora de la región de que “por fin”, aunque fuera con imágenes de Internet, se diera a conocer la realidad en que está convertido ese pueblo fantasma, que como muchos otros está sometido al fuego cruzado de dos cárteles que disputan el territorio.
Y es que hoy, hay que admitirlo aunque duela, las coberturas más directas de los hechos violentos que sacuden a México no vienen de los medios de comunicación tradicionales. Vienen de las redes sociales. Los ciudadanos ya aprendieron a organizarse en torno a las nuevas tecnologías para suplir las deficiencias informativas que muestran unos medios de comunicación que viven en una impuesta autocensura del temor, bajo la amenaza real del crimen organizado.
Nunca como hoy la libertad de expresión en México fue tan vulnerable. Nunca como hoy la censura impuesta desde el abuso de la fuerza y la amenaza a la integridad física de los comunicadores fue tan efectiva para silenciar o incluso manipular. Nunca como hoy el Estado mexicano fue tan incapaz de garantizar las condiciones para el ejercicio de este derecho esencial.
El Estado fallido que de facto se vive en decenas de ciudades y poblaciones de la frontera norte, aun en metrópolis como Monterrey, Ciudad Juárez, Tijuana o Torreón, pone cada día en evidencia la incapacidad de la autoridad para garantizar la vida de sus ciudadanos. El monopolio del uso de la fuerza ya no le pertenece exclusivamente al Estado. Se lo arrebataron.
Pero no es necesario que una vida inocente sea segada impunemente para calificar al Estado de fallido. Es suficiente que el silencio se imponga desde el violento irruptor para sumir a toda una sociedad en la ignorancia.
Sin información real y efectiva, la toma de decisiones se torna imperfecta en el mejor de los casos y nula en el peor. Acallados los medios de comunicación que son el faro de navegación dentro de una compleja sociedad, la oscuridad informativa obliga a resguardarse, a no salir a enfrentar lo desconocido. Y los que tienen posibilidades incluso deciden huir, buscando destinos más confiables y seguros.
Ésa es la realidad que se vive en decenas de medios, de salas de redacción en donde la política editorial es sometida ante la amenaza que llega mediante un simple telefonema de quien —real o falsamente— se identifica como el capo en turno
o la autoridad intimidatoria.
Es el instante preciso en el que las palabras silencio y súpervivencia se convierten en sinónimos al servicio de un tirano y de sus cómplices oficiales, en perjuicio de la sociedad.
La arteroesclerosis mediática comienza a surtir sus efectos en el papel, en el micrófono y en la pantalla. Cada crimen impune contra un periodista lo agrava. Cada día cuesta más trabajo pulsar una pluma o mover un dedo. Lo mismo para imprimir una letra que para disparar una cámara o articular una palabra frente al micrófono.
La realidad es que de súbito el todopoderoso Ciudadano Kane se volvió vulnerable. Es identificable, frágil en sus intereses y en su integridad. Es amenazable, sometible y prescindible.
Desde El Espectador en Bogotá hasta El Diario de Juárez, el semanario Zeta en Tijuana, El Diario de Nuevo Laredo o el Noroeste en Culiacán, los desafíos se pagan con sangre. El silencio se extiende.
Por eso resulta muy compleja la búsqueda de una solución en bloque, gremial. Porque los que firman sus noticias, los que aparecen en pantalla e incluso los dueños de los medios, son perfectamente identificables. Porque los que empuñan una ak-47 gozan de un anonimato que se perpetúa hasta su captura o su ajusticiamiento.
Pero el problema se multiplica exponencialmente porque cada uno de los 64 asesinatos contra periodistas en lo que va de la década está amparado por un manto de impunidad. Con su incompetencia o con su complicidad, el Estado termina operando a favor de los perpetradores del silencio.
Pero en medio de este caos existen esperanzas, buenas nuevas. Y es que los vacíos informativos no existen. Con medios de comunicación o sin ellos, las sociedades terminan por organizarse y por crear alternativas que, aún con menos eficacia, proveen la información necesaria para la más elemental toma de decisiones. Y por fortuna las nuevas tecnologías vinieron a cambiar las reglas del juego para alterar de raíz el estado de sitio en el que vivimos los comunicadores mexicanos.
Bajo estas circunstancias de guerra, el frágil y sometible Ciudadano Kane, el todopoderoso que fija agendas, es reemplazado aceleradamente por el Ciudadano Digital. Es una evolución natural de las especies informáticas que crea nuevos mapas para la súpervivencia de la irrenunciable libertad de expresión. La gente necesita saber por cualquier medio, a cualquier precio.
El despertar de las redes sociales y las producciones personales son hoy el parto de esta nueva generación que gesta al Ciudadano Digital. No es necesario pedir concesiones al gobierno ni tener que someterse ante el amenazante poder del crimen organizado. La tecnología facilita; el anonimato que da, también.
Son esos ciudadanos digitales los que ya tomaron su asiento en el concierto de la era de la información para crear una galaxia que ya trastocó la de Gutenberg. Una galaxia que se hace omnipresente en cada uno de los millones de teléfonos celulares que pueden levantar imágenes en cualquier sitio y difundirlas en segundos a todo el mundo.
Son esos ciudadanos digitales los que están tomando por asalto el inconsciente colectivo de los mexicanos a través de sus mensajes y de sus imágenes en YouTube, Facebook o Twitter. Virales, libres, lo mismo en el uso que en el abuso.
Ahí en la red anónima suele estar hoy la información antes que en cualquier otro medio. Ahí se publica la cruda realidad, aun cuando los medios formales se vean obligados, muy entendiblemente, a silenciarla.
Los ciudadanos lo saben y los ávidos consumidores de la información también. Por eso consultan los llamados narcoblogs. Porque sea quien sea que los alimente, la información está ahí, aun antes que en los grandes medios tradicionales.
Cuando el pasado septiembre el helicóptero del Presidente Felipe Calderón sufrió un desperfecto en Veracruz, el primer reporte de la avería lo dio El Blog del Narco. Minutos después los sitios de los principales diarios del país hacían eco de la primicia que pudo darse porque alguien, desde el lugar de los hechos y con un celular, pudo adelantar la noticia.
Y ahí es donde se está dando la salida al cerco informativo. En la posibilidad de que los medios tradicionales tomen del mundo virtual lo que los ciudadanos suben a las redes sociales.
Las clásicas teorías de la comunicación, aquellas que nos implantó el filósofo Marshall McLuhan con su célebre El Medio es el mensaje, están ya obsoletas. Esa historia terminó.
Ahora el mensaje es el mensaje. Los monopolios en la distribución que le otorgaban el poder al Ciudadano Kane están de salida. La aparición del Ciudadano Digital modifica radicalmente el entorno mediático y el cambio se acelera en situaciones de crisis como la que hoy vivimos en México.
Si incorporáramos esta nueva realidad a nuestro Himno Nacional, podríamos entonarle una nueva letra: “Mas si osare un extraño enemigo, profanar con sus armas tus medios, piensa oh Patria querida que la red, un periodista en cada hijo con celular te dio”.
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