Ésa es la pregunta que motiva a Tyler Cowen, economista de George Mason University y el autor del blog Marginal Revolution, en su nuevo libro, The Great Stagnation. Y, como se puede imaginar por el título, su respuesta no es muy optimista, por lo menos a corto plazo.
Según cuenta Cowen, los últimos siglos de crecimiento económico de Estados Unidos se pueden entender con la metáfora de la fruta de una huerta. El éxito de la Unión Americana, como todos los países ricos, se debe al hecho de que el país haya agarrado toda la fruta que cuelga más cerca al suelo, o la fruta baja. Ahora, el problema es que la fruta que queda está más lejos y por lo tanto más difícil de obtener.
¿A que se refiere en términos literales? Cowen señala tres factores económicos fundamentales de los últimos dos siglos: uno, la tierra vasta de Estados Unidos (por cierto, en su mayoría arrebatada de otros, poderes como México o las tribus nativas, de manera inmoral) e inmigrantes dispuestos a poblar y explotarla; dos, los avances tecnológicos asociados con la revolución industrial; y tres, una enorme mejoría en la educación de su fuerza laboral. (Un dato verdaderamente impresionante respecto a éste último: el porcentaje de estadounidenses adultos con un diploma de la preparatoria se disparó desde 6 por ciento en 1900 hasta 80 por ciento en los finales de los ‘60s.)
Gracias al aprovechamiento de lo anterior, Estados Unidos pudo acelerar su productividad y convertirse en la economía más grande del mundo. Pero el problema ahora es que las mejorías provenientes de estos avances se agotaron. La tierra ya está poblada y explotada. Ahora que la gran mayoría estudian hasta la prepa, mayores avances educativos no se vislumbran. Y los avances tecnológicos de hoy, si bien impresionan, ya no se comparan con el periodo de 1880 a 1940, cuando llegaron al mercado la electricidad para el uso personal, el auto, el avión, el refrigerador, el teléfono, el radio, y muchos productos más.
Eso no quiere decir que no han habido y que no habrá grandes avances tecnológicos, pero los de hoy simplemente no son igual de rentables. El internet es una de las grandes innovaciones de los siglos recientes; sin embargo, por más que nos encante el Twitter y dependamos del Facebook, estos no generan ingresos de la misma forma que hizo la integración física del país a través del carro y el ferrocarril. Asimismo, la educación aún puede mejorar, pero no queda claro que graduar a más jóvenes de la universidad incremente la productividad de la misma forma que el aumento del número de graduados de la preparatoria.
Ahora, las tasas de crecimiento económico a las cuales nos acostumbramos durante décadas, y las mejorías en calidad de vida que éstas conllevan, ya no son realistas. Y de ahí, la crisis: nuestros líderes políticos, desesperados para mantener el alto ritmo de expansión, utilizaron políticas económicas que alzaban el consumo a corto plazo –más notoriamente a través de las que ayudaron a crecer la burbuja del mercado de vivienda– pero que nunca eran sostenibles.
Así que a los ciudadanos de Estados Unidos les esperan un largo periodo de bajo crecimiento y estancamiento de la calidad de vida. Eso no quiere decir que se convertirá en un país pobre, pero tampoco puede esperar crecimiento real de 3 por ciento del PIB año tras año, al menos por un tiempo. Aunque la economía no vuelva a caer en recesión, los ingresos no van a subir con la misma velocidad que antes.
Otra evidencia apoyando este punto de vista viene de David Leonhardt en un artículo reciente en The New York Times. Como reporta Leonhardt, comparado con recesiones pasadas, el impacto de la más reciente ha sido mucho más duradero en cuanto a las compras de varias categorías importantes, desde los famosos “big-ticket” productos, como los hornos o los carros, hasta los gastos de servicios discrecional, como la educación o las cenas de restaurante. Según Leonhardt, lo que estamos viviendo no es precisamente una consecuencia de la caída del mercado de vivienda, sino la explosión de una burbuja de consumo que lleva décadas creciendo.
Todo esto debería preocupar a México. El consumo americano ha sido un motor de la economía mexicana desde hace mucho tiempo, y como vimos en la crisis de 2008-09, cuando se desploma el espíritu comprador de los americanos, los mexicanos son los que más sufren.
Pero, volviendo al argumento de Cowen, lo que perjudica a Estados Unidos deja las puertas abiertas a México. Una mejoría de la educación comparable a la de la primera parte del siglo pasado en EU aún está por darse en México. Nadie que haya pasado por el sur de México negaría que una infraestructura física más extensa y moderna le proporcionaría un enorme beneficio económico a la región. En pocas palabras, independiente del futuro económico de Estados Unidos, a México le queda mucha fruta baja.
Finalmente, una recomendación que Cowen da a EU para superar el gran estancamiento es igual de válido para México: dar más prestigio a la ciencia y los científicos como manera de premiar la innovación y encontrar los productos y servicios que traerán un nuevo periodo de crecimiento acelerado.