Testigo privilegiado y partícipe de las cruzadas diplomáticas de Alfonso García Robles a lo largo de varias décadas, Sergio González Gálvez rememora las que fueron quizá las dos mayores batallas del Premio Nobel de la Paz mexicano: la concepción, negociación y firma del Tratado de Tlatelolco y la crisis en la Embajada mexicana en Brasil luego del derrocamiento de Goulart.
El académico francés Jules Cambon nos recordaba al comienzo de su obra El diplomático, cuya traducción al español fue publicada en Madrid en 1928, que:
No conozco profesión que ofrezca más diversos aspectos que la de diplomático. No existe ninguna otra en la que haya menos reglas precisas y más tradiciones; ninguna en la que sea necesaria más perseverancia para alcanzar buen éxito y en la que éste dependa más del azar y de las circunstancias; ninguna en la que sea tan necesaria una disciplina exacta y exija del que la ejerce un carácter más firme y un espíritu más independiente.
Cada nación tiene sus costumbres, sus prejuicios, su manera de sentir. Los embajadores no se despojan de ellos viviendo en el extranjero; pero como su misión es servir a su país sin provocar a su alrededor hostilidad alguna, tratan naturalmente de adaptarse en lo posible a modos de vivir y de pensar que no son los suyos propios. El público —que no se da cuenta de lo que hay de complejo en el papel del diplomático— está frecuentemente desorientado y se inclina a juzgarle sin indulgencia.
Esa definición me inspira a compartir con el lector algunas reflexiones sobre un personaje con el que tuve el honor de trabajar durante gran parte de mi carrera diplomática, que duró más de 42 años, y con el que colaboré tanto en una Misión Diplomática Bilateral —la de México en Brasil— como en la llamada diplomacia multilateral durante décadas, en la propia Cancillería y en el seno de Naciones Unidas, tanto en Nueva York como en Ginebra. Me refiero al Embajador Alfonso García Robles, un ilustre mexicano que contempló la luz primera en las tierras michoacanas, cuna de libertadores y reformadores sociales, y vio transcurrir su niñez en los azarosos tiempos del movimiento popular que generó una nueva etapa de la vida del pueblo mexicano.
Nacido en 1911, conoció los avatares que todo enfrentamiento violento —como lo fue la Revolución Mexicana— produce en los hogares, y más tarde, predestinado su espíritu pleno de bondades a la defensa de la justicia, se encaminó hacia los estudios de derecho que, iniciados en Guadalajara, Jalisco, vinieron a tener su culminación en la universidad de la Sorbona de París, donde tantos mexicanos han complementado sus conocimientos. En ese centro de reconocido nivel académico, concluyó sus estudios profesionales con honores, especializándose en derecho internacional.
Como bien lo señaló el diputado y licenciado Humberto Lugo Gil en el prólogo de una obra patrocinada por la H. Cámara de Diputados en 1982 —obra que incluye discursos de don Alfonso García Robles relativos a la génesis del Tratado de Tlatelolco, cuyo objetivo es la Proscripción Permanente de las Armas Nucleares en la América Latina y el Caribe—, la senda de la vida de don Alfonso estaba ya trazada; su tarea se definía en el ejercicio del respeto al derecho de todos los pueblos y en la lucha por lograr una paz justa en el mundo.
Trabajador incansable, escritor prolífico. Los que no sólo lo conocimos sino también trabajamos con él por años, consideramos que lo que más lo distinguió fue su firmeza de carácter; su claridad de propósitos como profesional de una diplomacia con una clara visión política sobre el destino que merece nuestro país, fiel a una historia caracterizada por la constante lucha de México para preservar su independencia; su innata modestia, su gentil trato, su fácil y justa palabra, que transmite la esencia de su notoria erudición adquirida en las aulas universitarias, en el gabinete de estudio y en el continuo recorrido por las principales capitales del mundo en misiones de los gobiernos mexicanos a los que sirvió con tanta distinción. Además, destacó como un muy hábil negociador internacional. Recuerdo el comentario de un gran embajador brasileño, Marcos Azambuja, quien en broma y en serio decía que antes de que los jóvenes diplomáticos de su país se graduaran del Instituto Río Branco tenían que pasar una prueba: atravesar el Amazonas con la amenaza de las pirañas o enfrentar a García Robles en un Comité de la onu .
Como sabemos, ese ilustre mexicano recibió en el año de 1982, junto con la politóloga y diplomática sueca Alva Myrdal, el premio Nobel de la Paz por el trabajo de ambos en la compleja tarea de promover la paz y el desarme de la humanidad, y porque el Comité del Premio estaba convencido de que con ese reconocimiento se expresaba el espíritu de ambos laureados y se tenía la esperanza de estimular el clima de paz que surgió en esos años, lamentablemente en forma muy efímera.
Pero volviendo a mis vínculos con don Alfonso, recuerdo que en 1962, dos años después de que ingresé al Servicio Exterior Mexicano por examen de oposición, el Embajador García Robles, en esa época Director en Jefe en la Secretaría de Relaciones Exteriores, puesto equivalente al de Subsecretario Adjunto, fue nombrado Embajador de México en Brasil, aún con sede en la inolvidable ciudad de Río de Janeiro, donde me invitó a formar parte de su equipo. Se trataba sin duda de una importante misión diplomática pues desde el inicio de la vida independiente de México, los encuentros o desencuentros entre ambas naciones han sido claves en el destino del subcontinente Latinoamericano y el Caribe.
Pasó allí un poco más de dos años y el que esto escribe un poco más, todos ellos años inolvidables por el trabajo realizado y el ambiente de esa ciudad donde no sólo teníamos gran actividad diplomática propiamente dicha, sino también vida cultural, playas y calles decoradas con bellas mujeres, futbol de gran calidad y una población alegre, festiva y amistosa que diseñaba su agenda alrededor del carnaval anual (principios de febrero), el mejor tratamiento psiquiátrico colectivo que se conoce según lo calificaban los cariocas mismos.
En esa etapa de nuestras carreras, ocurrieron dos sucesos que marcaron nuestras vidas en forma muy significativa y que me permiten hablar con más detalle de las cualidades de García Robles para defender los intereses de México.
La crisis de los proyectiles y la negociación de un tratado nuclear en América Latina
Fue en octubre de 1962, cuando nosotros ya estábamos en Río, que ocurrió la llamada crisis de los proyectiles entre Cuba y Estados Unidos. Se produjo un enfrentamiento diplomático al más alto nivel entre la entonces urss y Estados Unidos, por haberse descubierto que aquel país estaba emplazando proyectiles nucleares de mediano alcance en territorio cubano, no sólo con pleno alcance de las costas norteamericanas sino de las principales ciudades de los Estados Unidos.
Dicha situación puso al mundo muy cerca de una guerra entre las dos superpotencias que sólo se resolvió cuando la urss evitó romper el bloqueo aeronaval norteamericano de la isla, impuesto en forma unilateral por Washington, y expresó su anuencia en sacar los proyectiles que ya estaban en Cuba, a cambio —esto es muy importante— de que Estados Unidos garantizara la integridad territorial del país isleño, en otras palabras, de la promesa de que no se atacaría al Gobierno Revolucionario de Cuba. A la luz de estas consideraciones, están equivocados aquellos que dicen que el resultado de esta crisis fue una clara victoria para el gobierno de Washington; creo más bien que fue un arreglo en donde ambos contendientes y Cuba obtuvieron algo que buscaban, si bien Fidel Castro sólo lo reconoció hasta muchos años después.
Algunos gobiernos latinoamericanos resolvieron con razón reaccionar a esa situación, adoptando medidas para que al menos en América Latina no pudiera repetirse la crisis, cuya etapa más seria tuvo lugar entre el 22 y el 28 de octubre de 1962. Fue precisamente el entonces Presidente de México, don Adolfo López Mateos, quien el 21 de marzo de 1963 dirigió sendas cartas a los presidentes de Bolivia, Brasil, Chile y Ecuador para tratarles, según él mismo indicó, “un tema que está ligado al bienestar de esta región del orbe en que nos ha tocado habitar, o sea el de la desnuclearización de América Latina”.
El primer mandatario mexicano recordó el hecho de que, cuando México tuvo por primera vez la oportunidad de hacer oír su voz en el Comité de Desarme de las Dieciocho Naciones en Ginebra, su Secretario de Relaciones Exteriores, Don Manuel Tello, siguiendo instrucciones presidenciales, expuso los siguientes conceptos:
A nuestro modo de pensar, la desnuclearización podría, puede y debe hacerse, en tanto se consigue un acuerdo mundial, por decisiones espontáneas de los Estados.
Es así como el Gobierno de México ha resuelto no poseer y admitir en el ámbito del territorio nacional armas nucleares de ninguna especie ni los medios que pudieran ser utilizados para transportarlas. Claro que no tenemos posibilidades técnicas o económicas para ello, pero aun cuando las tuviéramos, nuestra actitud sería la misma. Igualmente hemos acompañado con nuestra opinión y nuestro voto aquellas resoluciones que se han presentado con objeto de evitar la difusión de las armas nucleares.
Al fundamentar la iniciativa presentada a los presidentes, el mandatario mexicano señaló:
En la actual situación de “guerra fría” en la que los grandes grupos de poder se confrontan, minuto a minuto, desde sus respectivas posiciones de fuerza, toca a nuestro país llevar a cabo una función esencialmente moderadora. La vocación pacifista del pueblo mexicano exigía, además, que México combinara sus esfuerzos con los de otros Estados similarmente dispuestos, para instar con su ejemplo a las grandes potencias a no detenerse un solo instante en la búsqueda de fórmulas que conduzcan al desarme universal y completo […].
Episódicas razones que son del dominio común han impedido hasta ahora que el Comité de las Dieciocho Naciones alcance su elevado objetivo de lograr el desarme universal y completo. Ante tales circunstancias resulta evidente la oportunidad y conveniencia de que, en tanto se llega a la concertación de un acuerdo en el ámbito mundial, se proceda a la desnuclearización de vastas zonas geográficas, mediante la decisión soberana de los Estados en ellas comprendidos.
América Latina, que tanto se ha distinguido por su valiosa contribución al desarrollo de los grandes principios del derecho y la justicia, está idealmente situada para ser una de estas regiones.
La gestión del Presidente López Mateos logró que el 29 de abril de 1963 se publicara la declaración conjunta de los presidentes de México, Bolivia, Brasil, Chile y Ecuador anunciando la disposición de esos países para firmar un acuerdo multilateral con los demás países de América Latina en el cual se estableciera el compromiso de no fabricar, recibir, almacenar ni ensayar armas nucleares o artefactos de lanzamiento nuclear.
La Cancillería Mexicana decidió encargar al entonces Embajador de México en Brasil, don Alfonso García Robles, la negociación de un acuerdo que mantuviera a América Latina y el Caribe libre de armas nucleares con base en la declaración sobre el particular de los cinco presidentes. Recibimos en Río de Janeiro un mensaje solicitando a nuestro Jefe de Misión llevar a cabo esa importante gestión, no sólo con los países del subcontinente latinoamericano sino también con las potencias nucleares y los que tenían posesiones en América Latina, a fin de formalizar su compromiso de que respetarían la zona latinoamericana y del Caribe como libre de armas nucleares. Pude seguir el tema porque cuando él regresó a México y fue nombrado Subsecretario de Relaciones Exteriores, solicitó mis servicios en la Cancillería y lo acompañé, participando en las negociaciones de ese importante tema.
Sin duda, el gran mérito del Embajador García Robles fue diseñar una efectiva estrategia y llevar a cabo una negociación exitosa para lograr la firma y adopción del Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe —el primero en su índole aplicable a una zona poblada—. Se convirtió a partir de esa experiencia en el gran gestor, en el líder a nivel mundial de los esfuerzos para avanzar en las negociaciones en la onu a fin de lograr medidas concretas para alcanzar un desarme general y completo, bajo un control internacional eficaz, siguiendo el trabajo realizado por muchos años por el Ex Canciller mexicano Luis Padilla Nervo. Estimo que esa tarea de García Robles contribuyó también para su merecida nominación como Premio Nobel de la Paz.
Recordamos que su hábil negociación logró la incorporación al Tratado de Tlatelolco de Cuba y Venezuela, renuentes a sumarse al principio de las gestiones, así como la aceptación, en principio rechazada abiertamente, de Estados Unidos y Francia de ratificar el Protocolo ii de dicho instrumento internacional, que los obligaba a no introducir armas nucleares en la región, si bien el costo de la negociación con Washington fue eliminar las prohibiciones del Artículo 1 del Tratado: el “tránsito con armas nucleares por la zona de aplicación del Tratado”. Don Alfonso logró que a pesar de eso se señalara en la sesión de clausura que los países tenían autorización para agregar entre sus compromisos esa prohibición en el momento de ratificar, lo que nadie objetó y que fue la base para sendas declaraciones hechas por México y Panamá prohibiendo el tránsito con armas nucleares por sus aguas jurisdiccionales. Tengo dudas de que esa prohibición se esté respetando, no obstante, dada la política norteamericana y de otras potencias nucleares de nunca declarar si sus navíos traen armas nucleares a bordo, y la renuencia de nuestras autoridades navales y de las del Canal de Panamá para exigir un pronunciamiento al respecto.
No podemos disminuir la importancia del modelo que estableció el Tratado de Tlatelolco como ejemplo a seguir en otras regiones del mundo donde ya hoy en día existen zonas libres de armas nucleares que esperamos que inspiren gestiones similares en Medio Oriente y en la Península Coreana, puntos de conflicto en los que ya existen armas nucleares y líderes con intención de hacer uso de ellas si se sienten amenazados.
El tema antes descrito no fue el único que dificultó la negociación del Tratado y siempre García Robles, como Presidente de la Comisión Preparatoria para la Desnuclearización de la América Latina, estuvo buscando la conciliación entre las posiciones de los países participantes, sin perder de vista el objetivo político de la iniciativa del Presidente López Mateos.
La discusión inicial en la citada Comisión Preparatoria consistió en definir los límites geográficos en los cuales, para los fines del Tratado Multilateral, debería entenderse la “Desnuclearización de América Latina”, y en acordar los métodos de verificación, de inspección y de control que se estimaron necesarios para garantizar el fiel cumplimiento de los compromisos que se contrajeran en el instrumento internacional por negociar.
Afortunadamente, fue muy claro desde el comienzo que todos los países convocados concordaban en que “desnuclearización de la América Latina” significaba la ausencia total de armas nucleares y de artefactos de lanzamiento nuclear, y que además se requería la inclusión de cláusulas que reafirmaran la necesidad de fomentar la cooperación internacional para la utilización pacífica de la energía nuclear, especialmente en beneficio de los países en desarrollo, lo cual quedó claramente reflejado en los artículos 17 y 18 del Tratado.
Posteriormente surgió, a propuesta del propio García Robles, la necesidad de llevar a cabo gestiones encaminadas a lograr la colaboración de las repúblicas latinoamericanas que no estuvieron representadas por decisión propia en la reunión preliminar de este esfuerzo, principalmente Cuba y Venezuela, y aquí destaco la compleja negociación que debió llevarse con el gobierno de La Habana, que incluyó sesiones directamente con el Presidente Fidel Castro y que merece un artículo aparte: afortunadamente la voluntad de diálogo nos permitió encontrar los caminos que permitieron a Cuba firmar y ratificar el Tratado.
Otro tema que fue motivo de debate fue si el organismo a crearse para supervisar la aplicación del Tratado debía ligarse a la onu o a la oea. Afortunadamente se resolvió buscar no sólo el apoyo de la organización mundial sino también del Organismo Internacional de Energía Atómica (oiea) con sede en Viena, instancias que proporcionaron asesoría técnica mediante el nombramiento de técnicos que prácticamente estuvieron a las órdenes de los negociadores y que ayudaron en forma muy significativa en la redacción del texto final. Acertadamente se reconoció que la iniciativa, por involucrar a Estados de fuera de la zona, no podía ser clasificada únicamente como una iniciativa regional sino mundial, como parte de las negociaciones para reducir las áreas de conflicto en el mundo, además de que desde su inicio el tema estuvo vinculado a la onu y no al organismo regional.
Pero al final de la negociación, los países participantes se enfrentaron con el problema más difícil de resolver y que dividió las posiciones entre aquellos que sostenían que el Tratado sólo podía entrar en vigor si se cumplían una serie de condiciones especificadas en el Artículo 28 —entre ellas la de que todos los estados latinoamericanos ratificaran, lo mismo que los países contemplados en el Protocolo i, es decir los Estados con posesiones situados en la zona de aplicación y las potencias nucleares cuyo compromiso de respetar el Tratado era fundamental, así como la condición de tener los acuerdos con el oiea para la aplicación del sistema de salvaguardias— y aquellos países que estimaban que no debía esperarse a cumplir con estas condiciones para que el Tratado comenzara a cobrar vigencia. Fue precisamente García Robles el que logró la aprobación de un segundó párrafo, incorporando el derecho de todo Estado a otorgar la dispensa a esos requisitos a fin de que el Tratado entrara en vigor para el país que invocara esa cláusula. De hecho, México asumió en esa situación parlamentaria la tarea de convencer a otros países de que la aceptaran al ratificar, lo que afortunadamente se logró en poco tiempo.
Sin duda, se vivieron momentos difíciles en la elaboración del Tratado, en los que algunos países inclusive amenazaron con abandonar las negociaciones, pero siempre la ecuanimidad e inteligencia de García Robles encontró la forma de evitar un rompimiento, logrando finalmente la firma del Convenio en febrero de 1967.
El golpe de Estado contra el Presidente Goulart
Otro suceso que quisiera relatar brevemente y que tuvo lugar también durante nuestra estancia en Brasil fueron los trágicos sucesos que condujeron al golpe de Estado militar contra el presidente constitucional João Goulart, la noche del 31 de marzo de 1964, que obligó a la Embajada de México, dadas las persecuciones que se desataron, a dar asilo a más de 100 ciudadanos brasileños, mujeres y hombres que se hallaban en peligro por sus convicciones expresadas como líderes sindicales, periodistas o intelectuales, o simplemente por ser titulares de posiciones políticas en el gobierno legalmente constituido. La situación se agravó a tal grado que México decidió eventualmente retirar a su Embajador en aplicación del espíritu de la Doctrina Estrada, lo que coincidió con el inicio de las negociaciones que culminaron con la firma del Tratado de Tlatelolco. Nuestro país dejó como Encargado de Negocios al entonces Primer Secretario —años después nombrado Embajador—, Roberto de Rosenzweig Díaz, querido amigo y excelente funcionario del que sólo tengo gratos recuerdos.
Nuestra vida diaria durante la dictadura militar nuevamente puso de manifiesto la personalidad de García Robles, claro en sus actitudes, discreto en sus pronunciamientos, si bien nunca escondió su distancia ideológica y política con los golpistas y con el entonces gobernador de Guanabara —donde se localizaba la capital federal— Carlos Lacerda, un hábil demagogo de derecha que propició el golpe militar y participó directamente en su preparación y ejecución, según se reportó ampliamente en los medios de información locales, quien además hostigó los locales de nuestra Embajada y Consulado General, llenos de asilados, cortándonos la luz y el agua, situación que se resolvió gracias a la intervención de la cancillería brasileña, que nuevamente hizo gala de su seriedad y profesionalismo.
Verdaderamente vivimos momentos muy difíciles por la agresividad de Lacerda y por la falta de recursos para la alimentación y la manutención de nuestros huéspedes, aunque finalmente pudimos salir del problema e inclusive fuimos testigos, según el dicho de algunos de los asilados que recibimos, del trágico dilema que se vive al resistir un golpe de Estado militar, esto es enfrentarlo inmediatamente movilizando a las masas o iniciar una guerra subversiva de resistencia según los recursos y armas que se obtengan. Nos cuentan que el carismático líder trabajista Leonel Brizola (ahora fallecido), cuando inició el movimiento de tropas anunciando el golpe, pidió al Presidente Goulart —su cuñado— que le abriera los depósitos de armas y municiones para que los obreros organizados presentaran un frente, a lo que el Presidente se rehusó, temeroso del número de civiles que podían ser víctimas en un enfrentamiento con los bien organizados ejército y marina de Brasil, lo que provocó el inicio de la guerra subversiva contra los golpistas que duró años y en la que participó en los años setenta, entre otras personalidades, nada menos que la actual Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, quien estuvo presa y fue torturada de 1970 a 1972 en el penal conocido como “La Torre de las Doncellas”.
Inclusive ya de regreso en México, se enteró don Alfonso de que un colega diplomático brasileño, el Embajador José Lette Cámara, con el que en Naciones Unidas y en la negociación del Tratado de Tlatelolco había tenido mucho contacto, sin coincidir siempre con sus posiciones, había sido arrestado por los militares golpistas, lo que lo impulsó a viajar a Brasil a verlo y ofrecerle el apoyo que requiriera.
Como es lógico suponer, suspendimos en la práctica todos nuestros contactos con las autoridades golpistas, excepto los necesarios para sacar del país a los asilados, incluyendo las gestiones para obtener de la Cancillería los salvoconductos, a fin de que pudieran abandonar el país con las garantías necesarias.
Recuerdo lo significativo del tenor del primer cable cifrado la madrugada del 1 de abril de 1964, que informaba a la Secretaría de Relaciones Exteriores del golpe de Estado contra el gobierno de Goulart, ocurrido la noche anterior, en el que el Embajador equiparó lo ocurrido allí —dada la alianza de los grupos privados más conservadores y de un poderoso país extranjero con los mandos militares que participaron en el golpe— con la situación que vivió Francisco I. Madero, quien después de la salida de Porfirio Díaz mantuvo intacto el ejército del dictador que encabezaba Victoriano Huerta, asesino y traidor en ese triste episodio de nuestra historia.
En forma por demás ordenada y con base en lo que se establecía en las Convenciones de Asilo vigentes para México y Brasil, evaluábamos bajo su dirección cada solicitud de asilo y aceptábamos o rechazábamos las peticiones para después informar a la Secretaría de Relaciones Exteriores. Destaco que en ningún caso pedimos instrucciones de cómo proceder, pues las propias Convenciones dan esa responsabilidad al Jefe de Misión in situ.
Como señalé al principio de estos comentarios, los dos episodios describen actividades del Premio Nobel durante su vida diplomática y revelan aspectos de su personalidad que confirman que un acendrado nacionalismo no es excluyente de la acción internacional, lo cual sin duda puede ser ejemplo para las generaciones de jóvenes aspirantes a ingresar al Servicio Exterior Mexicano.
México requiere de un Servicio Exterior profesional, preparado, con clara visión del país que queremos, dentro de la dinámica que vive el mundo hoy en día. García Robles es un ejemplo de cómo actuar. Sigámoslo.