El advenimiento de la “autofoto” es el mejor ejemplo de la democratización de la fotografía. Refleja cómo ha cambiado radicalmente nuestra relación con las cámaras en las últimas décadas. Pero también revela cómo la cultura contemporánea ha desarrollado una profunda adicción por la imagen propia.
Si caminando por la calle en un día promedio detuviéramos a diez personas aleatoriamente, me atrevo a afirmar que al menos siete contarían con una cámara entre sus pertenencias, la mayoría sobre su persona, seguramente en su celular. De entre ellos, unos cinco se habrían sacado más de un autoretrato en la vida con el fin específico de publicarlo en línea. El hábito de posar ante el espejo en el ápice de nuestra adolescencia ha sido sustituído por el posar, cotidianamente, y a cualquier edad, ante una máquina productora de imágenes. Dado que miles de éstas las subimos a internet, de este fenómeno surgirá un registro indeleble de la evolución de nuestra propia imagen.
La mediación del fotógrafo es más que innecesaria. Lejos estamos ya de los tiempos en que la visita a un estudio fotográfico era requisito obligado para poder obtener una foto de nosotros mismos. Pero irónicamente, la pose antinatural e incómoda que acompañó a los primeros retratos tras horas de posar, aparece aún, más ridícula que nunca, en el aura de ficción que se construye inadvertidamente en cualquier autofoto.
La mayoría de las imágenes que uno encuentra en las redes sociales como Facebook, MySpace, etcétera, distan de ser una representación neutral de la persona. Al contrario, a través de gestos exagerados, poses, muecas y circunstancias contextuales, el fotográfo fotografiado construye una imagen de sí mismo, y con el propósito explícito de mostrarse al mundo. El momento de su producción es un instante lleno de contradicciones. Por un lado, en la pose se revela una imagen de nosotros mismos surgida de un espacio de privacidad extrema, un sitio cerrado donde potencialmente “revelamos” nuestro verdadero espíritu e identidad. Pero por otro lado, la intención final de la autofoto es hacerla pública al montarla en una red infinita de relaciones sociales donde esa imagen se convertirá en la etiqueta que revela nuestro “ser”, en línea al menos.
La serie fotográfica “Into the Light” del fotógrafo alemán Wolfram Hahn habla de esta yuxtaposición de instantes públicos y privados de manera estupenda. Producto de un interés en el impacto que tiene la tecnología sobre nuestra vida diaria, esta serie le otorgó a Hahn el segundo lugar en la categoría de retratos en el concurso World Press Photo 2011. Así, el fotógrafo se une a la cada vez más larga lista de ganadores del prestigioso concurso que no necesariamente practican el fotoperiodismo documental entendido tradicionalmente.