La semana pasada, en un discurso para festejar el Día Internacional de la Democracia, Felipe Calderón manifestó su preocupación por la democracia en México, diciendo que un futuro democrático no es tan seguro. “La democracia, por desgracia, puede perderse…”, dijo el mandatario. Al parecer, se refería principalmente a los malos hábitos de algunos actores políticos, pero también hablaba del crimen como una amenaza.
Me sorprendió el comentario de Calderón por varias razones. La primera es que se me hace una exageración decir que la democracia mexicana está en riesgo, ya sea por el crimen o por los políticos con rasgos anti-democráticos. Referente al segundo, la cultura democrática en México es fuerte. Hay lapsos e imperfecciones, como en cualquier país, pero no queda duda de que a la gran mayoría en México le importa que los políticos sigan las normas democráticas.
Como prueba, véase Andrés Manuel López Obrador: hace cinco años, era de los políticos más populares del país, y por poquísimo se convirtió en el presidente. Pero después de apoderarse del Paseo de la Reforma y de mandar al diablo a las instituciones democráticas, ya es la figura con las opiniones negativas más altas en México, y su futuro es mucho más limitado. La tercera parte del electorado optó por el en 2006, pero sería una sorpresa si llega a la mitad de esa cifra el año que entra. Efectivamente, si bien sigue con el apoyo de una minoría dura, la mayoría le sigue castigando a AMLO por su comportamiento anti-democrático.
El análisis de Calderón es igual de desacertado en cuanto al riesgo del crimen. Claro que los narcos seguirán minando el proceso democrático en muchas zonas, lo cual es una lástima, pero no es una noticia nueva. En el pasado, el espíritu democrático ha triunfado a pesar de las mañas del crimen organizado, y lo seguirá haciendo. Ni siquiera es la mayor amenaza que ha enfrentado la democracia mexicana: si ésta pudo superar la Guerra Fría (cosa que impuso regímenes militares por casi toda Sudamérica) y a Luis Echeverría, no creo que Chapo Guzmán logre tumbarla.
Más allá de lo anterior, me sorprende el comentario de Calderón porque contradice el llamado que él mismo ha lanzado en varias ocasiones de no hablar mal de México. Según Calderón, un problema mayor para el país es que los mexicanos, tanto los ciudadanos comunes como los medios amarillistas, siempre están enfocados en lo feo de México, desde la violencia hasta la corrupción.
Calderón no es la fuente indicada para dar tal mensaje, pero tiene algo de razón. La seguridad en México, si bien representa un reto enorme, es mejor que en muchos países vecinos. Venezuela, por ejemplo, sufrió una tasa de homicidios de 48 por cada 100,000 habitantes en 2010. Tan solo en Caracas, sucedieron unos 5 mil asesinatos. En Guatemala, El Salvador, y Honduras, la tasa de homicidio fue de 42, 68, y 72 homicidios, respectivamente. En Colombia, la cifra fue de 38.
Sin embargo, a México, donde la tasa a penas supera 20, se le sigue viendo como el país más violento del mundo, un verdadero infierno en la tierra, mientras a Colombia, objetivamente un país mucho más violento que México, se le considera el milagro del hemisferio. Eso no tiene nada de sentido, y es entendible que cause mucha frustración en Los Pinos.
Pero cuando Calderón habla de las amenazas para la democracia y se refiere al crimen como una de ellas, él mismo le quita peso a su propio argumento, y fortalece los argumentos ridículos como la idea de que México es un estado fallido. Efectivamente, hizo lo que tanto le molesta cuando lo hacen los demás mexicanos: habló mal de su país, y sin mucho fundamento.
El problema esencial es que Calderón tiene dos objetivos que chocan: por un lado, quiere que México se vea como un país normal, aunque con un problema serio de seguridad, no el sitio de una guerra. Pero por el otro lado, Calderón quiere que todo el mundo se dé cuenta de lo grave que es la situación de seguridad, y la necesidad de sus políticas. Como dijo el presidente hace unos meses:
«La política que hemos seguido es la de enfrentar y no evitar o eludir los problemas que tenemos. Uno de ellos es, por supuesto, el desafío de la seguridad. Es un camino largo, es cierto; es un camino largo, quizás, sin muchos resultados en el corto plazo o por lo menos no espectaculares, pero sí es un camino eficaz y además es el único que hay.”
Por todo su sexenio, salvo unos meses después de la derrota en las elecciones de 2009, los comentarios así del presidente y sus cercanos han sido frecuentes. Pero entre más Calderón logra convencer a los mexicanos de que hizo lo correcto en atacara las mafias, más refuerza la imagen de México como un país en guerra. Visto así, el que más culpa tiene por la pobre imagen del país en el mundo es Calderón, por su obsesión con el crimen organizado.
Se nota que el equipo de Felipe Calderón no tomó en serio el aspecto mediático de sus políticas de seguridad. La justificación de violencia y las políticas del gobierno no han sido consistentes. Un día su gobierno dice que los muertos demuestran el éxito de su estrategia, y al día siguiente celebran cuando hay una bajadita en la cifra. Primero Calderón se queja de los que hablan mal de México, y luego él mismo lo hace. Es, desde luego, un mensaje confuso.
Y en la política, cualquier problema de comunicación se convierte rápidamente en un problema de actuación. Ya es tarde para la administración de Calderón, pero el siguiente presidente debe aprender de sus errores.