En un nuevo análisis publicado en Small Wars Journal, Ben Zweibelson aboga por un concepto holístico como la mejor manera de entender y enfrentar el narcotráfico en México. Para ser eficaz, cualquier estrategia anti-narco tiene que tratar a los productores en Colombia y Perú, los narcomenudistas en las calles de Estados Unidos, y los contrabandistas y sicarios en México como partes distintas de un solo fenómeno, dice Zweibelson. Si no, la lucha está condenada al fracaso.
Zweibelson, un mayor en el ejército norteamericano, dice que el concepto de “diseño” es la clave para enfrentar el narco. El diseño se refiere al análisis detallado de un ambiente de combate que hacen las fuerzas armadas estadounidenses, con el objetivo de identificar los ciclos viciosos que alientan la violencia y la inestabilidad. Y en México, Zweibelson dice que es fundamental que las agencias de seguridad relevantes vean todo el ámbito del narcotráfico, de Colombia a Estados Unidos. En sus palabras (traducción mía):
“Una mejoría en seguridad fronteriza sola no arregla nada, ni tampoco una acción militar contra uno o todos los cinco cárteles mexicanos. Una estrategia holística que emplea acciones simultaneas e internacionales a corto y largo plazo es necesario para desarticular el ciclo de mercancía ilegal existente y prevenir las futuras versiones de atormentar el [hemisferio]. En otras palabras, las fuerzas armadas no pueden iniciar una planificación detallada sobre defensa interna extranjera, operativos conjuntos, e interdicción de drogas sin primero pensar en los aspectos de este sistema complicado que no pertenece a las preocupaciones militares tradicionales. Este requisito de diseño se aplica a todos las agencias, gobiernos, y actores relevantes.”
Aparte de la preocupación que puede provocar sus referencias a la acción militar en México –acción militar de parte de quién, me pregunto– yo veo unos cuantos problemas con el análisis de Zweibelson. Uno es que la versión holística, es decir, actuar sólo en conjunto con los demás países que luchan contra el fenómeno, simplemente no es práctico. Desde hace siglos, el mundo se organiza principalmente según divisiones nacionales, y es a través de los gobiernos nacionales que la gran mayoría de los problemas se solucionan. El asunto del narcotráfico no es distinto.
¿Que pasa si México quiere una estrategia y Colombia favorece otra? ¿O si Venezuela y Perú, dos países claves en el narcotráfico, fingen su participación pero esconden a los narcos extranjeros en su territorio? ¿O qué tal si a los políticos en México no les parece nada bien el trabajo en conjunto con los militares estadounidenses? El diseño de Zweibelson no ofrece soluciones para estos problemas inevitables.
Zweibelson también habla de la dificultad de combatir el fenómeno del narco tratando cada país como asunto aislado. La implicación es que sin trabajar en conjunto con los demás países, México no puede mejorar la seguridad. Tampoco estoy de acuerdo con este argumento, pues aunque ganarle al narco no es posible, cambiar la forma en que realice sus actividades sí lo es.
Como se ha comentado muchísimas veces y con toda razón, el narco es una industria adaptable. Los centros de la producción se han mudado varias veces: primero fue Chile que se especializó en la producción de la cocaína en los sesenta, y luego en los países andinos norteños, finalmente concentrándose Colombia. Ahora, de nuevo está aumentando el cultivo de la coca en Perú, mientras cae en Colombia. De la misma forma, hace 30 años la mayoría de la cocaína se pasó a los Estados Unidos a través del mar Caribe. Luego, la mexicana se convirtió en la ruta más importante. Ahora, Centroamérica tiene un papel cada vez más clave.
Si bien esa adaptabilidad reduce la vulnerabilidad del narco como industria, también demuestra que el gobierno si puede influir en como se comporta. Estos cambios mencionados arriba se deben primeramente a los esfuerzos de los gobiernos nacionales. Como ha escrito Paul Gootenberg, la producción se fue de Chile por la llegada de Pinochet, y se va de Colombia en gran parte por los esfuerzos de los gobiernos de Uribe y Santos. Asimismo, Estados Unidos inundó la ruta del Caribe con su armada y guardia costal en los ochenta, lo cual obligó a los colombianos aliarse con los mexicanos para seguir alimentando el mercado. Es por el combate del gobierno de Calderón en México que países como Guatemala y El Salvador ahora son más atractivos como sedes para las organizaciones transnacionales.
Lo que eso nos sugiere es que los cambios de la estrategia anti-narco sí pueden tener un impacto. El fortalecer las agencias de justicia en un país obliga al crimen organizado a buscar alternativas para el traspaso y la producción de cocaína y otras drogas. Es por esta diferencia institucional que Costa Rica no tiene los mismos problemas con el crimen organizado que tiene su vecino Honduras, y que México tiene una situación mucho más complicada que Canadá, aunque éste también comparte una frontera larguísima con Estados Unidos. Cierto, ni uno de estos países ha podido ganar la batalla contra el narco, pero como hemos dicho, no es una batalla que se puede ganar. Lo único que un gobierno puede buscar es minimizar el impacto del narco dentro de sus fronteras, y eso sí se puede hacer a través de la mejoría institucional.
En el contexto mexicano, esto nos indica que los trabajos más importantes son los que implican la creación de agencias más fuertes: mejorar el sistema penal, implementar la reforma judicial, depurar de manera constante los cuerpos policíacos, y fortalecer los controles de confianza en todos los niveles del gobierno. Ignorar estas tareas urgentes esperando la formación de un combate verdaderamente internacional es un error.