Baum, Lyman Frank,
El maravilloso mago de Oz,
Gerardo Espinosa (trad.), W. W. Denslow (ilustr.),
Barcelona: Salvat/Alfaguara, 1987, 254 pp. (Col. “Biblioteca Juvenil”)
Para Dylan, porque terminamos
de leer el primer libro de su vida.
En 1900 Lyman Frank Baum escribió en la introducción a la primera edición de su Mago de Oz, “Aspira a ser un cuento de hadas modernizado, en el que se mantienen la alegría y la fantasía y se suprimen las penas y las pesadillas”, y cumplió con su propósito tan bien, que 111 años después, The Wonderful Wizard of Oz es una obra vigente y dinámica. Es posible que resulte vano lo que yo —luego de tantos estudios como se han hecho sobre esta obra— tenga que decir al respecto; pero luego de intentar con varias lecturas que a Dylan, de cinco años, le resultaron aburridas, me parece grato compartir la delicia que fue este viaje (que seguro es menos conocido que sus versiones en cine o teatro) sobre las baldosas amarillas y descubrir cómo sigue siendo ese “cuento moderno” que atrapa a los niños del siglo XXI, y quizá también a los que vienen detrás.
Hay muchas interpretaciones sobre este largo, largo cuento (no sé si se puede denominar novela), la preferida por historiadores y economistas es aquella que tiene que ver con las finanzas de Estados Unidos en los albores del siglo XX, según la cual, la historia de Oz es una mofa del mandato del vigésimo quinto presidente de Estados Unidos, William McKinley Jr. (el fantoche Mago de Oz), periodo en el cual se dio la pugna entre los partidarios del patrón oro (el camino amarillo) y el patrón plata (los zapatos plateados de Dorotea), lo cual dejó en la quiebra a los “tontos” campesinos (el Espantapájaros), deshumanizó (viéndose forzados a cumplir con condiciones laborales injustas) a los trabajadores industriales (Leñador de Hojalata) y, en general, afectó a la inocente población estadounidense (Dorotea); mientras William Jennings Bryan intentaba una y otra vez ganar la presidencia (León Cobarde), y los banqueros se peleaban por el poder (las Brujas del Este y el Oeste); pero si nos pusiésemos a hablar de economía con seguridad erraría y sería aburrido (aunque es posible que mirando la ilustración, hecha por William Wallace Denslow, en la que el Mago de Oz aparece ante Dorotea en la forma de una gran cabeza calva, uno atine a encontrar un gran parecido entre el presidente mencionado y el rey de la Ciudad Esmeralda).
La explicación que propongo es una menos pesada y “metálica”, y más simbólica (aunque nada nueva), una que tiene que ver con una visión profunda y sabia de la vida, en la cual todos emprendemos una búsqueda, una ruta hacia un objetivo en particular, relacionada con nuestros deseos, con nuestras orfandades, o con aquello que creemos nuestras carencias. Si somos individuos éticos y nobles, en el camino de la vida aspiraremos a encontrar insospechadas amistades que nos ayuden en el tránsito de ser mejores. Todos sabemos que este camino no es fácil, y que en muchas ocasiones (contrarias al libro de Baum) ni siquiera está señalado con ladrillos amarillos que nos digan por dónde ir; también es sabido que encontraremos innumerables obstáculos, giros inesperados y circunstancias sorpresivas; así como paisajes fantásticos, y falsos profetas, como el hermoso charlatán de Oz, engañabobos ataviados con las máscaras que más nos significan, porque, acaso no somos más crédulos o sensibles ante aquello que creemos más parecido a nosotros, ante lo que pensamos nos hará más daño, ante las que sabemos son nuestras deficiencias más profundas. ¿Acaso no todos aspiramos a ser más generosos (Dorotea), más inteligentes (Espantapájaros), más amorosos (Leñador de Hojalata) y más audaces (León Cobarde) luego del peligroso viaje por la vida, después del cual deseamos llegar y dominar sobre nuestro reino ganado mediante incontables batallas desiguales (Las Brujas del Este y del Oeste, o la frivolidad del País de Porcelana, o la necedad de los Cabezudos)? De tanto en tanto, sucede que aquello buscado con más ansiedad estaba a un solo taconeo de nuestros zapatos plateados, justo dentro de nosotros mismos.
El mismo Lyman cuando se encontró con Oz —nombre que según cuentan fue hallado gracias al orden en que mantenía los libros en su biblioteca, de la A a la N, y de la O a la Z— ya había recorrido diversas rutas en la búsqueda de su Kansas, pues había ejercido desde corresponsal de un periódico neoyorkino, hasta de vendedor de porcelana, pasando por actor de teatro. Él también encontró a su gran amigo Denslow para que lo acompañara en la aventura de crear historias para niños, mancuerna que extendió los dominios de Oz hasta ocupar 14 volúmenes, y otros 26 que fueron escritos por diversos autores entre los que puede contarse a Frank Joslyn Baum, hijo del autor.
El maravilloso mago de Oz es equívocamente etiquetado (como casi todos) en la sección de “clásicos infantiles”, pero deliciosamente disfrutado por los nenes que no pueden esperar a saber qué sucede en el próximo capítulo.
Y usted, ¿cómo llegará a Kansas?
Capítulo 4. El camino a través del bosque
[…] «—Ese tío espantará bastante rápido los pájaros —dijo el granjero—. ¡Parece un hombre!
«—Pero si es, en efecto, un hombre» —dijo el otro—, y estuve muy de acuerdo con él. El granjero me llevó bajo el brazo hasta el maizal, y me colocó sobre una alta vara, en donde me encontraste. Él y su amigo se fueron pronto caminando y me dejaron solo.
—No me gustó quedar abandonado de esa manera, así que traté de caminar tras ellos, pero mis pies no llegaban a tocar el suelo, y me vi obligado a permanecer sobre ese palo. Era una vida solitaria la que llevaba, pues no tenía nada en qué pensar, habiendo vivido tan poco. Muchos cuervos y otros pájaros volaron hasta el maizal, pero tan pronto como me vieron echaron nuevamente a volar, pensando que yo era un Mascón, y eso me agradó y me hizo sentir una persona muy importante. Al cabo de un rato un cuervo viejo voló cerca de mí, y después de mirarme cuidadosamente se posó sobre mi hombro y dijo:
«—Me pregunto si ese granjero creyó engañarme a mí de esta manera tan burda. Cualquier pájaro sensato vería que estás relleno de paja. Saltó luego a mis pies y comió todo el maíz que le vino en gana. Los otros pájaros, viendo que yo no le hacía daño, vinieron también a comerse el maíz, de manera que al poco rato había una gran bandada a mí alrededor.
Eso me entristeció, pues mostraba que yo no era un buen Espantapájaros después de todo; pero el viejo cuervo me consoló diciendo:
«—Si tuvieses sesos en tu cabeza serías un hombre como cualquiera de ellos, y un hombre mejor que algunos de ellos. La única cosa que vale la pena tener en este mundo, es seso, sea uno cuervo u hombre.»
Después que se hubieron ido los cuervos, medité sobre esto, y decidí que pondría todo mi empeño en conseguir algo de seso. Por fortuna, viniste tú y me sacaste de la estaca, y por lo que dices estoy seguro de que el gran Oz me dará sesos tan pronto lleguemos a la Ciudad Esmeralda.
—Así lo espero —dijo sinceramente Dorotea—, puesto que pareces ansioso de tenerlos.
—Oh, sí; estoy ansioso—. Es una sensación tan incómoda el saberse tonto.