Muy pocos rebaten ya la idea de que la capacidad de desarrollo material de un país guarda relación directa con la cultura de quienes lo forman, o al menos con algunos de sus rasgos. El Instituto Mexicano para la Competitividad, a.c. se inicia como colaborador regular de la revista con un ensayo que señala los aspectos de la cultura económica nacional que afectan nuestro desarrollo.
En los años ochenta, el gobierno de India se vio sacudido por un enorme escándalo de corrupción: la empresa sueca Bofors ab había sobornado a altos funcionarios —incluido el primer ministro Rajiv Gandhi, aunque en 2004 se le exoneró de manera póstuma— con el fin de recibir un contrato de 400 millones de rupias para surtir cañones howitz al gobierno indio. Los países escandinavos son famosos por la baja prevalencia de corrupción. Sin embargo, si llevamos a gente de negocios sueca a India e inducimos un cambio cultural en ellos, mostrándoles otras reglas del juego, tendremos un resultado como el de Bofors.
En sentido inverso, los mexicanos en Estados Unidos se ciñen a las normas y reglas de ese país. La cultura del entorno los envuelve, la asimilan y funcionan de manera diferente en sus relaciones laborales, empresariales y de negocios. En territorio nacional, en cambio, los mexicanos tiramos basura, obviamos las reglas de tránsito y evadimos impuestos debilitando la capacidad del Estado para corregir fallas del mercado. Estas actitudes tienen un efecto en nuestro desempeño económico.
Científicos sociales como Max Weber, Samuel Huntington, Michel Porter, Jeffrey Sachs y el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz han abordado la relación que existe entre la cultura de una nación y su desempeño económico, debido al efecto que aquélla puede tener en el desarrollo de las instituciones y en la conducta de los ciudadanos.
Entendemos por cultura al conjunto de valores, actitudes, comportamientos y normas compartidas entre los individuos de una comunidad. La cultura se expresa de muchas maneras; para nuestros fines nos referiremos a tres espacios relevantes (Alarcón, 2009):
- La cultura política es la inclinación ética de los individuos para adherirse a una sociedad políticamente organizada y su disposición a participar en la mejora de la comunidad.
- La cultura cívica son los comportamientos, opiniones, actitudes y percepciones de los individuos en torno a los diversos temas asociados con su vida diaria, particularmente al uso de los bienes públicos y la observación de las leyes y normas que los rigen.
- La cultura económica se refiere a las creencias, actitudes y valores que determinan la manera de llevar a cabo las actividades económicas de los individuos, las empresas y otras instituciones.
En este documento nos centramos en describir el papel que juega la cultura económica en el desarrollo de la dinámica de competencia y crecimiento de una economía, en particular la de México.
Cultura económica, competencia y crecimiento económico
Determinar el peso específico que la cultura tiene dentro de un contexto más amplio y entre los muchos factores que afectan el comportamiento de una economía no es una tarea trivial.
David Landes (2000) argumenta que el éxito económico de una sociedad se deriva de la actitud de sus individuos hacia la ciencia y la religión, y de los niveles de cooperación y valoración del trabajo y el emprendimiento.
Mariano Grondona (2000) y Lawrence E. Harrison (2006) proponen que no todas las culturas poseen la misma capacidad de lograr el progreso político y económico. Sostienen que esas diferencias están basadas en una cierta tipología de valores económicos, sociales y políticos; entre ellos mencionan el rol de la mujer en la sociedad, la importancia dada a la educación, el valor del trabajo arduo como herramienta de movilidad social y la percepción positiva de la competencia entre empresas, entre personas por un puesto de trabajo o para destacar en la escuela. Asimismo consideran valioso que los individuos tengan por principio la confianza en el otro, que el esfuerzo y la verdad son mejores que el amiguismo para lograr el éxito.
Michael Porter (2000) afirma que aunque ciertos valores culturales se consideren propicios al progreso, ninguno de ellos está directamente correlacionado con el progreso económico. Afirma que el compromiso con el trabajo, el aprecio por la innovación, la independencia y la iniciativa, el valor de la educación y la propensión al ahorro y a la inversión no bastan, pues se necesita que estos valores se traduzcan en actividades productivas para que generen valor.
Desde la perspectiva de este autor, la actitud de los individuos y las organizaciones hacia las actividades económicas está fuertemente afectada por sus creencias acerca de las bases del desarrollo: si creen que se logra mediante el incremento de la productividad o a través del proteccionismo y el apoyo gubernamental a sectores específicos. Porter denomina “paradigma de la productividad” a la creencia de que el desarrollo se logra mediante el incremento de la productividad. Este paradigma contrasta con la creencia de que la economía crece gracias a políticas de gobierno de tipo industrial, en donde la intervención gubernamental es indispensable para crear “campeones nacionales”, ya sea protegiendo a ciertos sectores de la competencia o a través de subsidios.
Las creencias de una sociedad sobre el origen y la naturaleza del progreso determinan valores y percepciones para realizar las actividades económicas. Una manera de medir esta cultura económica es a través de encuestas. La calidad de la cultura puede medirse, por ejemplo, por la valoración de los sistemas meritocráticos, en el entendido de que el éxito económico se obtiene mediante la competencia —entre empresas, colegas del trabajo o compañeros de estudio— y las propias capacidades más que a través de los “buenos contactos” o los favores políticos.
Los rasgos que caracterizan la personalidad del emprendedor se pueden medir a través de valores inculcados durante la niñez como los estándares de excelencia, la autosuficiencia y la innovación, ya que esto crea en los individuos un cierto factor psicológico llamado necesidad de logro. Otro indicador de la cultura económica viene de la percepción que tenga una comunidad sobre si la riqueza es fija y producto de la naturaleza, o si, por el contrario, crece a medida que los individuos se esfuerzan. En el primer caso, esta percepción se traduce en la creencia de que lo que ganan unos, los ricos, lo pierden los otros, los pobres (juego suma cero).
Cultura económica, competencia y crecimiento económico en México
Siguiendo los argumentos de Porter, el paradigma de la productividad implica una serie de actitudes y valores: la innovación y la competencia son deseables, la regulación es importante para el desarrollo de los mercados, la inversión en tecnología y capital humano son necesarios para el incremento de la productividad, la colaboración de las empresas con sus proveedores y clientes eleva la calidad de los productos, y el salario no debe aumentar salvo que aumente la productividad. Todos ellos contrastan con los valores de las sociedades que creen en otros modelos de crecimiento económico: el monopolio no es malo, se avanza a través de contactos, el trabajo es un mal necesario, las sociedades mercantiles se constriñen a las relaciones familiares cercanas, gastar para disfrutar el presente, entre otras concepciones.
Presentamos una breve caracterización de la cultura económica de los mexicanos, utilizando la Encuesta Mundial de Valores emv , que es una medición periódica de valores y actitudes hacia diversos aspectos de la vida de los individuos para 81 países, que a su vez representan más del 85% de la población mundial. Posteriormente comentaremos algunas de las manifestaciones de esta cultura y sus consecuencias sobre la productividad y el crecimiento económico en México. Veamos:
Esta caracterización nos muestra que México posee una cultura económica cuyos valores no son proclives al desarrollo económico: el conjunto de las respuestas muestra que los mexicanos no se caracterizan por tener una personalidad emprendedora, aunque al parecer no son adversos a participar en situaciones empresariales riesgosas. En cuanto al trabajo, aunque el “trabajo duro” se considera un mecanismo para obtener una vida mejor, no es un valor que particularmente se inculque en la niñez, además de que se le da una alta prioridad al tiempo de ocio. También, por principio, la sociedad mexicana enseña a desconfiar del otro. Finalmente, los mexicanos, más que el promedio mundial, consideramos que los ricos se hacen ricos a costa de los pobres, que el salario no necesariamente debe estar en función del mérito y la productividad, y que el gobierno debe ver por todos.
Estos resultados contrastan con el “paradigma de la productividad” de Porter. Si el mundo se divide en realidad sólo en dos grandes bloques culturales, el de los países favorables a la producción económica, la productividad, la competitividad y la puntualidad; y, por otro lado, el de los que favorecen la interacción social, la familia, el paternalismo gubernamental, entonces México, junto con Brasil y Chile, y lejos de países como Estados Unidos y Suiza, pertenece al segundo.
Además, contrasta nuestro compromiso con el trabajo, nuestra iniciativa, el aprecio por la innovación y la competencia con el desempeño de la economía mexicana, en cuyo caso Porter tiene razón al decir que este tipo de valores son importantes, pero que sólo crean valor cuando son canalizados a actividades productivas.
Lo que una sociedad cree sobre lo que se necesita para ser próspera tendrá mucho que ver con su comportamiento, pero además estas creencias y valores se manifiestan en las leyes y en las instituciones formales como el gobierno, el sistema político y el estado de derecho de una nación. En este sentido, según un estudio de imco intitulado Hinder The Winners, Boost The Losers (Molano, 2010), en México existen conceptos erróneos acerca de cómo se crea valor en una economía. Esas ideas son las siguientes: (1) subsidiar sectores hará que crezcan, (2) hay que compensar a los trabajadores por ser explotados, (3) los sectores protegidos eventualmente crecerán y cuando crezcan, serán competitivos, (4) los productores/empresarios son infinitamente ricos y pueden pagar lo que sea en impuestos y cuotas, (5) el único dueño eficiente o mejor administrador de los recursos es el Estado, (6) a los emprendedores los afectan sólo unas cuantas reglas, y finalmente, (7) los monopolios no son realmente malos.
Además, en el texto se apunta que una de las consecuencias más graves de estos errores de concepción es que tienen una influencia en la política pública; terminamos creando instituciones formales que legitiman estas concepciones erradas. Es decir, con el tiempo, la cultura de una nación construye la realidad a través de sus instituciones.
Veamos algunas manifestaciones de estas ideas equivocadas en nuestra economía:
- El consumidor cree que es obligación del gobierno subsidiar la gasolina aunque este beneficio sea principalmente para los mexicanos de los dos deciles de mayores ingresos.
- La reforma fiscal debe ser sinónimo de modificaciones al isr sin tocar las distorsiones que tiene el régimen del iva .
- Nuestro mercado de energéticos debe permanecer cerrado, aunque el mundo vaya en otra dirección.
- Es un escándalo para los productores de azúcar que el gobierno abra cupos a la importación de este producto porque los precios internos del azúcar pueden verse reducidos en un 15%, cuando éstos están tres o más veces por arriba del precio internacional.
- Que un empresario pueda decir sin temor a ser criticado que los mercados monopólicos no son tan malos siempre y cuando generen empleos.
Una de las consecuencias más lamentables de nuestra cultura económica es nuestra lentitud económica, reflejada en la falta de competencia, en la rigidez de varios sectores clave de la economía y en el no aprovechamiento de las posibilidades de crecimiento de la productividad laboral. Por ejemplo, (1) en cuanto a la falta de competencia, según un estudio conjunto de la Comisión Federal de Competencia y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (2010), el 30% del gasto familiar en México se lleva a cabo en mercados con problemas de competencia (refrescos y jugos, cerveza, medicamentos, leche, electricidad, telefonía móvil, entre otros), y en estos mercados los consumidores pagan 40% más de lo que pagarían si hubiera competencia; (2) con respecto a la productividad, el incremento de la productividad laboral de 2004 a 2008 en el sector de servicios en nuestro país fue del 2.5% en subsectores poco competidos, como servicios hospitalarios y de radio y televisión, versus un incremento del 25% en actividades donde las posibilidades de la competencia son mayores, como la preparación de alimentos y los servicios profesionales (Molano, 2010); y (3) en cuanto a la rigidez de sectores clave de la economía, permitir la inversión privada en la industria energética implicaría un crecimiento, ceteris paribus, de hasta el 1% del pib , lo que se traduciría en incrementos anuales del 0.4% de la pea mexicana, entre 180 y 200 mil nuevos empleos formales todos los años, y un crecimiento adicional de la economía del 12% en 10 años ( imco , 2009).
Apunte final
Es perfectamente posible propiciar cambios en la cultura desde la política pública, y no necesariamente dichos cambios toman una o dos generaciones en consolidarse. Ya no hace falta convencer a los mexicanos de la importancia de lavarse las manos, después de la epidemia de influenza en 2009, o de vivir en una economía de baja inflación, después de la hiperinflación de los años ochenta y el doloroso proceso de crisis y estabilización en los noventa. A partir del gobierno del presidente Calderón, a pocos mexicanos nos queda duda de que la obesidad y la diabetes son un problema de salud pública, consecuencia de lo que comemos y de nuestras costumbres sedentarias. Tampoco hay muchos mexicanos que hoy duden que el narcotráfico es un problema serio. Antes no pensábamos así sobre estos temas; el sector público indujo cambios culturales en nosotros. Las pautas televisivas y los ingentes presupuestos de comunicación social fueron altamente efectivos en estos temas, pero no así en otros, como el ahorro de agua o la formalidad económica, porque en éstos la señales del mercado, como “agua gratis” o “cero consecuencias derivadas de ser informal”, atropellan cualquier esfuerzo de la autoridad por corregir conductas y patrones culturales.
Hace 15 años, los ciudadanos de Bogotá, Colombia, no hubieran considerado seriamente movilizarse en transporte público o bicicleta, o que los espacios públicos de su ciudad pudieran ser rescatados del comercio informal y de la actividad ilegal. Dos cuatrienios de alcaldes proclives a usar al gobierno como vehículo de cambio cultural, propiciaron una transformación económica de una urbe tan caótica como cualquier capital latinoamericana.
Si la cultura de una nación construye la realidad a través de sus instituciones, entonces los cambios culturales tienen que reforzarse con instituciones construidas con base en valores y creencias proclives al progreso, creando un círculo virtuoso de mejoramiento de la cultura y de las instituciones. Los precios, la condena social, el castigo para el crimen, son poderosos vehículos de cambio cultural. ¡Usémoslos!
Alarcón, G. (2010), “La cultura ciudadana como catalizador de la competitividad”, en Índice de competitividad urbana 2010. Acciones urgentes para las ciudades del futuro, Instituto Mexicano para la Competitividad, México, D.F.
Grondona, M. (2000), “A Cultural Typology of Economic Development”, en Culture Matters: How Values Shape Human Progress, Huntington, S. & Harrison, L., Basic Books, Nueva York.
Lanes, D. (2000) “Culture Makes Almost all the Difference”, en Culture Matters: How Values Shape Human Progress, Huntington, S. & Harrison, L., Basic Books, Nueva York.
Harrison, L. (2006), The Central Liberal Truth: How Politics Can Change a Culture and Save It from Itself, Oxford University Press, Nueva York.
Porter, M. (2000), “Attitudes, Values, Beliefs, and the Microeconomic of Prosperity”, en Culture Matters: How Values Shape Human Progress, Huntington, S. & Harrison, L., Basic Books, Nueva York.
Molano, M. (2010), Hinder The Winners, Boost The Losers: Growth and Mexico’s Economic Sectors, conferencia en la Institución Brookings, Washington D.C., disponible en http://www.brookings.edu/events/2010/0625_mexico_economy.aspx
1 No sobra decir que para Porter la única fuente verdadera de bienestar social es la productividad, ya que ésta determina el nivel de paga sostenible de la mano de obra y del retorno del capital, los dos principales determinantes del ingreso de las personas.
*Miembros del Instituto Mexicano para la Competitividad ( imco ).