El empresario y la empresarialidad son la causa eficiente,
¡única!, del progreso económico.
Othmar K. Amagi
I. Si por progreso económico entendemos la capacidad para producir más y mejores bienes y servicios para un mayor número de personas, entonces el empresario es la causa eficiente de ese progreso, toda vez que dicha capacidad —que es aptitud, talento, cualidad— es la que define al empresario y a la empresarialidad.
Para entender por qué el empresario es la causa eficiente del progreso económico, comencemos por definirlo. De acuerdo con la vigésima edición del Diccionario de la Real Academia Española, empresario significa: “Titular propietario o directivo de una industria, negocio o empresa”. Empresa, según el mismo diccionario, es la “unidad de organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos”. Así, al empresario se le puede definir como el titular propietario o directivo de la organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos. Lo propio del empresario es ser dueño (titular propietario) de los activos, y director (directivo) de las personas que componen su empresa. Por lo demás, esta definición, como muchas otras del Diccionario de la Lengua Española, deja mucho que desear, ya que centra la atención en la propiedad y en la dirección, que no son la esencia de la empresarialidad.
Si de un diccionario general pasamos a uno especializado, como lo es The Penguin Dictionary of Economics, ¿qué encontramos? Para todo efecto práctico lo mismo: “Entrepreneur. The name given in economic theory to the owner–manager of a firm”. Esta definición está dada, nuevamente, en términos de propiedad (owner) y dirección (manager), aspectos que son o pueden ser definitorios del empresario, pero que no señalan la esencia de la actividad empresarial.
II. La misma confusión o inadecuación se presenta cuando queremos definir la empresarialidad. ¿En qué consiste, esencialmente, ésta?
La primera respuesta puede ser: en la coordinación de los factores de la producción (recursos naturales; capital, tanto financiero como físico, y trabajo, tanto operativo como directivo), con el fin de producir algún bien u ofrecer un servicio. La empresarialidad, ¿consiste esencialmente en tal coordinación? No, ya que esta tarea es propia del director (del administrador o gerente), no del empresario, por más que la misma persona pueda desempeñar ambas funciones.
La segunda respuesta puede ser que la empresarialidad consiste en inventar maneras mejores y menos costosas de producir bienes y ofrecer servicios para los consumidores o, dicho de otra manera, en aumentar la capacidad para producir lo mismo con menos o, mejor todavía, para producir más con menos. ¿En ello consiste, esencialmente, la empresarialidad? No. Ésta tarea es propia del ingeniero industrial, no del empresario.
La tercera respuesta puede indicar que la empresarialidad consiste en adelantar los pagos a todos aquellos que aportan algún factor de la producción (materia prima, capital o trabajo). Esta definición tampoco se sostiene porque dicho adelanto (necesario para pagar a quienes participan en la producción antes de que la mercancía haya sido ofrecida y vendida y, por lo tanto, antes de que se haya generado un ingreso con el cual pagar a quienes contribuyen a la producción) es la tarea del capitalista, quien aporta los recursos económicos para echar a andar la producción, y no la del empresario.
Si la empresarialidad no consiste en la coordinación de todos los factores de la producción, con el fin de realizar la producción de bienes y servicios; ni en la invención de maneras menos costosas, y por lo tanto más productivas, de producir mercancías; ni en el adelanto del pago a quienes aportan materias primas, capital o trabajo a la producción, ¿en qué consiste, esencialmente, la empresarialidad?
III. La respuesta la encontramos, en primer lugar, en Ricardo Cantillón (1680–1734), autor del Ensayo acerca de la naturaleza del comercio en general, texto en el que se habla por primera vez del empresario y de la empresarialidad. Cantillón define al empresario como aquel que sabe a qué costo produce pero no a qué precio venderá, por lo que no sabe si ganará, saldrá a mano o perderá. El empresario es, entonces, el agente económico que, arriesgando su patrimonio, enfrenta la certeza de saber, a priori, cuánto le cuesta producir, y la incertidumbre de no saber a qué precio podrá vender, tarea ésta muy distinta de la coordinación de los factores de la producción, la invención de maneras más productivas de producir y el adelanto del pago a quienes aportan elementos de la producción.
En segundo lugar, está la respuesta de Joseph Schumpeter (1883–1950). En la Teoría del crecimiento económico, Schumpeter plantea sus ideas sobre el espíritu emprendedor. Además de ésta Schumpeter desarrolló —a partir del pensamiento de Werner Sombart (1863–1941)—, la teoría del proceso de destrucción creativa, que consiste (lo digo con mis palabras, pero respetando las ideas del autor) en que lo bueno sustituye a lo malo, lo mejor desbanca a lo bueno y lo excelente reemplaza a lo mejor. El protagonista del proceso de destrucción creativa es, en palabras de Schumpeter, “el emprendedor innovador”, que no es otro que el empresario, cuya tarea consiste en inventar mejores maneras de satisfacer las necesidades del consumidor, tarea cuya consecuencia es que, en materia de bienes y servicios, lo bueno sustituya a lo malo, lo mejor a lo bueno y lo excelente a lo mejor, ello como parte del proceso de destrucción creativa (creativa porque supone la constante creación de mejores bienes y servicios; destrucción porque supone la constante sustitución de unos bienes y servicios por otros mejores). Dicho proceso parece no tener fin, y a él se debe el progreso económico.
Podemos llegar así a una definición integral. ¿En qué consiste, esencialmente, la empresarialidad? En primer lugar (Cantillón), en enfrentar la incertidumbre de no saber a qué precio se podrá vender la mercancía producida. En segundo término (Schumpeter), en inventar mejores maneras de satisfacer las necesidades de los consumidores, nada de lo cual tiene que ver, esencialmente, ni con la coordinación de los factores de la producción, ni con la invención de maneras más productivas de producir mercancías (una cosa es inventar mejores maneras de producir los mismos bienes y servicios, tarea del ingeniero industrial, y otra inventar mejores bienes y servicios, tarea del empresario), ni con el adelanto del pago a quienes aportan factores de la producción.
IV. Si la esencia de la empresarialidad es (1) inventar mejores maneras de satisfacer las necesidades de los consumidores y (2) enfrentar la incertidumbre de no saber a qué precio se podrá vender la mercancía producida, ¿podemos afirmar, con un mínimo de verdad, como lo hacen algunos, que el empresario es el explotador por antonomasia o, dicho de otra manera, que la esencia de la empresarialidad consiste en la explotación?
Si lo que hemos venido argumentando se sostiene, ¿no es verdad que el empresario es la causa eficiente del progreso económico?
Se puede argumentar que el empresario, para ganar, debe satisfacer al consumidor y que, si quiere ganar más, debe satisfacerlo de mejor manera. Sin duda, en este sentido el empresario es un benefactor de los consumidores. También se puede argumentar que el empresario satisface al consumidor explotando al trabajador (de hecho, según el marxismo, la utilidad de cualquier empresario es, siempre, producto de la explotación). Pero aunque esto último sea cierto, debemos preguntarnos si esa explotación es, como lo dicen los marxistas, parte esencial de la empresarialidad. La respuesta es no.
En esté, como en muchos otros temas, hay que ir más allá de la frontera.
*Doctor en filosofía, es profesor de Economía y Teoría Económica del Derecho en la Universidad Panamericana.