Una de las críticas de las políticas actuales de seguridad pública es que se enfocan demasiado en la confrontación directa, ignorando las causas sociales de la delincuencia. Es decir, en lugar de buscar detener y abatir a los criminales que hoy en día están aterrorizando a los mexicanos, el gobierno debería dedicarse a eliminar la criminalidad de raíz, por medio de un trabajo digno y una vida próspera para los jóvenes que actualmente están entrando a las filas del narcotráfico.
En muchos casos, tales argumentos no avanzan más allá que la intuición básica —es decir, el dinero fácil del narco no les llama la atención a los jóvenes con más oportunidades, así que la meta es reducir la cantidad de los famosos ni-nis, quienes suman 7 millones en México— así que se me hace conveniente resumir una de las investigaciones recientes sobre los vínculos entre la educación y la delincuencia.
Un nuevo estudio que se llama “Education Policy and Crime”, escrito por Lance Lochner, investiga la relación entre la educación y la delincuencia, usando datos recaudados por académicos en varias partes del mundo.
En la gran mayoría de los estudios que resume en su investigación, los cuales se enfocan en poblaciones diferentes que viven en circunstancias muy distintas, Lochner determina que entre más tiempo un muchacho esté en la escuela, más se disminuye la posibilidad de que se convierta en criminal.
Por ejemplo, un estudio del 2003 determinó que tres cuartos de los reos estatales y casi 60 por ciento de los federales en Estados Unidos no se habían graduado de la preparatoria. En Italia, 75 por ciento de todos los convictos en 2001 tampoco habían acabado la prepa. En el Reino Unido, un cuento muy similar: según un estudio de 2010, es ocho veces más probable que un británico sin diploma esté en la cárcel, comparado con sus compatriotas que sí lo tienen.
Estas tendencias siguen vigentes cuando los investigadores toman en cuenta otros factores demográficos. Es más, cuando las variables se manipulan por intervenciones del gobierno, la criminalidad se ve afectada. Por ejemplo, cuando el nivel promedio de la educación en una entidad de Estados Unidos se incrementa por un año gracias a la imposición de leyes de educación obligatoria, corresponde a un descenso del 11 por ciento en el numero de detenciones.
Lochner llega a varias conclusiones importantes sobre el uso de la educación como arma en la lucha como el crimen. La primera, y la más fundamental, es que en los esfuerzos para combatir el crimen, sí importa la educación. Más allá que este descubrimiento, las mejorías en la educación deberían enfocarse en las poblaciones con mayor índice de delincuencia: los varones, y los de un nivel socioeconómico más bajo. Lochner también afirma que las políticas que ayudan a los jóvenes a concluir la preparatoria especialmente traen las “reducciones en delincuencia más importantes”.
Sus conclusiones son bastante interesantes y sin duda traen lecciones para México, pero hay razones para preguntar si la lógica se aplicaría de la misma forma en el México de hoy. La seguridad pública representa un problema muy diferente en México que en Italia, el Reino Unido, y Estados Unidos. En México, el reto mayor es imponer el estado de derecho y la autoridad del gobierno donde no está. Esto implica un cambio radical en algunas zonas como Juárez y la sierra de Sinaloa, donde la ley no es mucho más que una palabra. Sin que exista la autoridad legítima, es posible que mejorías educativas no recaigan en la seguridad pública.
En cambio, en Estados Unidos el desafío es abrir caminos y crear oportunidades para poblaciones marginales. La autoridad del gobierno no hace tanta falta; los criminales la respetan, por eso les interesa evadir las agencias gubernamentales en lugar de enfrentar o corromperlas. Se trata de una diferencia fundamental en las necesidades de México y los países mencionados por Lochner.
Sin embargo, la educación sí es un elemento vital en el desarrollo de cualquier país, independiente de sus problemas de seguridad pública, así que las dudas sobre la eficacia de la educación como arma contra la delincuencia no representan un argumento en contra de la inversión en la educación en sí. Aunque la educación no forme una parte fundamental de la mejoría inmediata en la seguridad de México, una población más educada y capacitada traería beneficios importantes en el futuro. Visto así, cualquier efecto que se logre en cuanto a la seguridad sería simplemente un bono extra.