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Este País, veinte años de historia.
México, veinte años sin futuros
Este País | Antonio Alonso Concheiro | 06.04.2011 | 2 Comentarios

¿Qué cambios ha sufrido el país en los últimos veinte años −desde que apareciera Este País por primera vez en 1991− y qué transformaciones le deparan las próximas dos décadas? A esta pregunta general y a sus implicaciones en las esferas internacional, demográfica, económica, política y social responde espléndidamente este ensayo.

La escasez de futuros

El nuestro es un país peculiar. Tanto como aquel de Alicia en el País de las Maravillas, en el que hay que correr dos veces más rápido de lo que es posible para quedarse en el mismo lugar. Salvo que… quizá no estamos corriendo con tal velocidad y hoy ni siquiera estamos donde estábamos hace 20 años; más bien parece que, por falta de ideas, de proyectos o de voluntad, nos está arrastrando la corriente. Aunque los 20 años transcurridos desde que se inició Este País no son muchos para la vida de un país, en ese lapso México cambió sustantivamente, colocándose con cada vez mayor claridad en una encrucijada que le plantea hoy elecciones difíciles.

A pesar de haber cambiado, hoy, como hace 20 años, seguimos estando escasos de futuros. El nuestro sigue siendo un país corto de vista. Pensar en el futuro, territorio siempre imaginario, ciertamente altera la comodidad del presente, lo perturba, le impone costos. Por ello, las más de las veces, el ahora tangible termina imponiendo su ley frente a un mañana que es apenas una colección de posibilidades inciertas. Pero aún aceptando que así sea, un presente como el nuestro, cargado de problemas y dudas, pide a gritos imaginar nuevos tiempos, y reinventarnos de una vez por todas. Nuestro presente es ya tan poco cómodo que no vale ser cautos, precavidos y escasos de porvenir. México no se agotará ni mañana, ni en las elecciones del 2012; más nos vale que así sea. No propongo empezar a celebrar hoy el tricentenario de nuestra Independencia anticipando los próximos 100 años del país; mucho más modestamente, me conformaría con que inventásemos colectivamente los próximos 20. En lugar de dejar pasar el tiempo sobre nosotros, inercialmente, viviendo al día, desearía que pudiésemos llenarlo de proyectos, de nuevos retos y metas, que lo ahogásemos con futuros menos incómodos que nuestro presente. Pero si la imaginación no nos da para tanto, quizás al menos podamos asomarnos, aunque sea tímidamente y de manera impresionista, a algunos de los caminos futuros que conforman la actual encrucijada nacional. Cualquier afirmación sobre el estado que pudiese guardar México en el año 2030 debe tomarse como mera especulación. En realidad es poco lo que podemos conocer sobre el futuro, aunque sin duda, por poco que sea, resulta valioso. Y aunque el pasado suele no ser la mejor guía para el futuro, vale la pena imaginar algunos futuros tendenciales y sus variantes posibles.

Entorno geopolítico mundial

En la geopolítica mundial, el mundo unipolar de la última década del siglo pasado, el del victorioso y arrogante Estados Unidos luego del colapso de la Unión Soviética y del fin de la historia (anunciado por Francis Fukuyama), parece empezar a transitar hacia un mundo multipolar que, más allá de Europa, Japón y Rusia, parece estará marcado por el ascenso gradual, aunque todavía incipiente y lleno de obstáculos, de nuevos actores: principalmente, pero no sólo, China, India y Brasil, tres países continentales cuya población agregada es hoy un 40% de la mundial y que juntos ocupan el 20% de la superficie terrestre del planeta. Hacia el año 2030 China podría ser ya una economía de tamaño comparable a la de Estados Unidos. Se avizora así un futuro nuevo arreglo mundial de poderes, en el que no podemos olvidar la importancia del papel que podría tener la “guerra total contra el terrorismo”, el choque de civilizaciones (de Huntington) entre Occidente y el Islam, ni los posibles conflictos por el acceso a recursos, en particular los energéticos y el agua, ni el posible efecto del calentamiento global y el cambio climático. En ese nuevo (des)concierto mundial por venir, todo parece indicar que habrá lugar escaso para que los países pequeños y medios puedan tener voz propia y defender sus intereses con algún grado de éxito. Si así fuese, los futuros de México estarán delimitados en buen grado por su posible asociación con otros estados nacionales, en formas institucionales que tendrán que ir más allá de meros convenios de colaboración o mercados de libre comercio y que necesariamente implicarán cesión de soberanía. Y para ello, México no parece tener muchas opciones: o se acerca más al norte, aspirando a una Unión Norteamericana (suponiendo que ello conviniese a los intereses de Estados Unidos, lo que está por verse), donde sería cola de león; o se incorpora al sur, en una posible Unión Latinoamericana (suponiendo que ésta llegase a conformarse, superando los muchos obstáculos que hoy impiden su integración), donde podría ser cabeza compartida (con Brasil) de ratón. Hay quienes opinan que México no tiene por qué escoger entre lo uno o lo otro, pensando que se trata de una dicotomía falsa, pudiendo aprovechar lo mejor de los dos mundos. Y quizá podría ser así, siempre que los intereses del norte y el sur no llegasen a enfrentarse (lo que es poco probable, porque la unión del sur tendría como motivación principal la defensa frente a los intereses del norte) y México mostrase una gran habilidad diplomática, misma que en los últimos años le ha sido escasa. En todo caso, si el país tuviese que escoger y si en efecto pudiese escoger (las tendencias apuntan a una integración hacia América del Norte, que autores como Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín proponen y defienden como preferible), sería conveniente que lo hiciese de manera razonada y no por inercia, y que lo hiciese pensando más allá del ámbito meramente económico. A cada una de las dos opciones se le pueden encontrar ventajas y desventajas.

Demografía

En los últimos 20 años se agregaron a la población nacional un poco más de 30 millones de mexicanos, cifra nada despreciable. La población nacional llegó así a 112.34 millones de habitantes,1 cerca de 4 millones más de lo que estimaban las proyecciones oficiales hasta hace tan sólo unos meses (108.39 millones). Este hecho es relevante para las estimaciones de la futura población nacional. Las estimaciones del Consejo Nacional de Población antes del censo de 2010 calculaban que la población nacional sería en el año 2030 cercana a los 127 millones de habitantes y próxima a llegar al nivel en que dejaría de crecer. Las cifras del censo probablemente harán que dichas estimaciones se revisen al alza, quizás hasta cerca de 135 millones de habitantes, y que el nivel de estabilización de la población se sitúe por encima de los 140 millones de habitantes. A pesar de ello, a mediados del siglo México seguirá siendo un país relativamente despoblado (con una densidad de población apenas cercana a 70 habitantes por kilómetro cuadrado, muy por debajo de la actual de los países europeos, China o India), aunque con cerca del 30% de su población concentrada en el Distrito Federal y los cinco estados que lo rodean (la gran Zona Megalopolitana del Valle de México y sus alrededores), esto es, en tan sólo el 4.4% del territorio nacional. Desde los años setenta, cuando nuestra población crecía con tasas desmesuradas, las políticas demográficas adoptadas para limitar el crecimiento fijaron en el consciente colectivo las virtudes de lograr el crecimiento cero; sólo así sería posible agotar los rezagos de infraestructura, educación, salud, etcétera, que arrastraba (y aún arrastra) el país. Pero, ¿será ello lo más conveniente? Sin duda crecer con mucha rapidez no tiene sentido y dificulta todo; pero no debe olvidarse que la riqueza de las naciones reside en y es generada por sus habitantes. A mayor número de habitantes con educación y medios de producción, mayor la riqueza generada. Así, quizá lo ideal sería que la población nacional siguiese creciendo con tasas bajas (digamos del 1%) pero sostenidas, tal como lo ha venido haciendo nuestro vecino del norte (en su caso en buena medida debido a la inmigración).

La futura posible distribución territorial de la población plantea otras preguntas de interés que también reclaman decisiones de políticas públicas. El comportamiento del pasado en la distribución de la población por grandes regiones muestra inercias importantes que no permiten prever cambios mayores; así, por ejemplo, si el país se divide en las grandes regiones definidas en los planes de desarrollo de las últimas administraciones federales, las tendencias apuntan a que dentro de 20 años la participación de dichas regiones en la población nacional no diferirá de la actual en más de uno o dos puntos porcentuales. ¿Es dicha distribución la preferible o simplemente el efecto secundario resultado de las terapias políticas y económicas a las que hemos sometido al país (el centralismo, en particular)? ¿Es ésta la distribución más racional desde el punto de vista económico, de desarrollo social, de aprovechamiento y conservación de los recursos, etcétera? ¿Hay maneras de inducir una menor dispersión de la población en localidades con muy pocos habitantes? ¿Las hay para inducir un mayor crecimiento de las ciudades intermedias y uno menor de las grandes megalópolis?

En los próximos 20 años cobrará fuerza uno de los cambios demográficos que mayores repercusiones podría tener sobre el desarrollo nacional: el envejecimiento relativo de la población (la mediana de edad de la población pasó de 19 a 26 años entre 1990 y 2010 y seguramente rebasará los 30 años en 2030)2, producto de una mayor esperanza de vida al nacer y menores tasas de natalidad. Con el crecimiento de la proporción de la población mayor de 65 años de edad, en el año 2030 se habrá agotado el llamado bono demográfico. La esperanza de vida de los mexicanos al nacer podría rebasar entonces los 80 años, aún sin los avances científicos que algunos esperan sobre el control de la muerte celular. Las generaciones de jóvenes tendrán entonces una mayor carga para sostener a los viejos. Las pensiones de retiro serán un tema de creciente importancia. Es cierto que la edad de retiro seguramente seguirá elevándose para quienes recién ingresen al mercado de trabajo, pero aún así la responsabilidad intergeneracional será alta. Por otro lado, las implicaciones de una población envejecida van más allá del asunto de las pensiones; la carga sobre el sistema de salud, por ejemplo, seguramente se incrementará de manera importante (ante una mayor incidencia de enfermedades crónico-degenerativas, con costos por paciente mucho más elevados), haciendo difícil la atención a la salud de los viejos. Hasta ahora el envejecimiento demográfico es visto principalmente como una pesada losa que habrá que cargar en el futuro; poco o nada se ha explorado sobre lo que la población vieja podría aportar al desarrollo nacional mediante políticas públicas apropiadas que permitiesen aprovechar su experiencia y conocimientos.

Economía

Con todo y ser pocos, 20 años, bien aprovechados, dan para bastante, aunque no sea en la dirección preferible. En 1990 México había dado ya un primer paso en el camino de su apertura económica al incorporarse (en 1986) al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y de Comercio (gatt).3 Pero hace 20 años nuestro país todavía no pertenecía a la ocde(ingresaría a ella en 1994), ni había firmado aún acuerdo alguno de libre comercio (ni siquiera el primero y más importante, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan), que se firmaría en 1993, para entrar en vigor el primero de enero de 1994); esto es, México estaba todavía por iniciar el proceso que lo llevaría a ser, para orgullo y beneficio de algunos y no tanto de otros, “una de las economías más abiertas del mundo”. A juzgar por las tasas de crecimiento del pib nacional, la participación de México en la globalización no ha tenido los resultados prometidos. El comercio exterior se incrementó de manera notable (y abrupta) con el tlcan, cierto, pero ello no se tradujo en altas tasas de crecimiento de la economía. México le apostó al mercado exterior como motor de crecimiento, pero olvidó que éste sólo puede serlo cuando el mercado interno es fuerte, y en nuestro caso no lo es. Y ¿cómo fortalecer el mercado interno cuando resulta herejía plantear incrementos anuales a los salarios mínimos ligeramente por encima de la inflación? En todo caso, el desarreglo financiero internacional persistente luego de la crisis del 2008 ha llevado a algunos analistas a cuestionar si en el futuro será o no sostenible el modelo de globalización y libre mercado que hoy opera en el mundo. ¿Seguirán las élites nacionales apostándole ortodoxa y puritanamente a un modelo que aparentemente podría no tener porvenir?

La receta fácil y atractiva de la apertura hacia el exterior y del reinado de las fuerzas del libre mercado hacia el interior, se ha traducido en una economía titubeante, con grandes oligopolios, entregada al capital internacional, con una feroz desigualdad en la distribución de la riqueza y una parte muy importante de la población nacional por debajo de la línea de pobreza.4 Entre 1990 y 2010 el pib per cápita del país se incrementó apenas un 20%, o lo que es lo mismo apenas cerca del 1% anual medio. México no ha sabido, no ha podido, ser competitivo en los mercados internacionales. Lo peor es que no sabe cómo serlo. En el mundo actual, y más todavía en el de los próximos 20 años, la clave de la competitividad está en el conocimiento, en el desarrollo científico y tecnológico y la capacidad de innovación. Pero de ello no parecen estar enterados los encargados de las políticas públicas del país. Y contra la ley, seguimos estando lejos de invertir el 1% del piben investigación y desarrollo. Ello y las condiciones económicas generales propician además la llamada “fuga de cerebros”. Cuando sobre la competitividad del país se alega, lo que tampoco es tan frecuente como debiera serlo, es casi obligado hablar de la tasa de cambio, de la regulación, de la flexibilidad del mercado laboral; pocas veces o casi nunca, sobre la generación de conocimientos, desarrollo tecnológico y orientación hacia la innovación de productos, procesos y servicios.

Hace 20 años había quienes veían como peligro la “petrolización” de la economía nacional. Curiosamente dentro de 20 años podría darse el caso de que México fuese importador neto de crudo. La razón de reservas probadas a producción ha venido cayendo de manera importante, a pesar de una reducción en los niveles de producción. De no cambiar radicalmente la trayectoria energética, antes de 15 años el país podría dejar de tener excedentes petroleros para exportación y un déficit creciente para su consumo interno. Ello por supuesto tendría repercusiones graves en las finanzas públicas. Y en el panorama no se ve claro cuál o cuáles sectores podrían sustituir al petróleo como generadores de divisas. Hace 20 años, a pesar de que la migración de mexicanos hacia Estados Unidos distaba mucho de ser un fenómeno novedoso, las remesas que los emigrantes enviaban al país no eran significativas (ni siquiera eran bien conocidas; aunque el rubro no aparecía en los informes anuales de la balanza de pagos del Banco de México, éste las estimaba en 2 mil millones de dólares, mientras que Telecom lo hacía en 6 mil millones). Hoy, a pesar de la reciente crisis, las remesas son la segunda fuente de ingresos del país; gracias a ellas una porción importante de las familias pobres puede capear el temporal. Pero, ¿y dentro de 20 años? El futuro de esta fuente de ingresos es más incierto que el de la propia migración5, pero parece difícil que su futuro crecimiento se asemeje al de los últimos 20 años. ¿Será entonces la apuesta futura por el turismo?

El problema del desempleo y subempleo ha cobrado una nueva dimensión. Si a mediados de la primera década de este siglo dicho problema era ya suficientemente importante como para que el presidente se autodefiniese como el “presidente del empleo”, hoy lo es todavía más. La economía formal simplemente ha sido incapaz de generar el algo más de un millón de empleos por año que la dinámica demográfica exige. La economía informal, deseable o no, ha actuado como amortiguador, como también lo ha hecho la emigración hacia Estados Unidos (según las cifras del Censo de 2010, en el último lustro la emigración dio acomodo laboral en el país del norte a cerca de 200 mil trabajadores por año)5. Para que el problema del desempleo no se agrave en el futuro, la economía tendrá que crecer de manera sostenida al 5% anual. Ello no es una meta inalcanzable, pero tampoco será fácil, por lo menos no sin antes darle una nueva orientación al modelo de desarrollo económico adoptado. Sin una solución pronta al problema del desempleo y subempleo, antes de cumplirse los siguientes 20 años México podría verse envuelto en estallidos sociales importantes que nadie desea.

Dos asuntos adicionales merecen así sea una reflexión de pasada. Uno es la insuficiencia del ahorro interno para financiar las inversiones productivas que requiere el país. México tendría que incrementar en cinco puntos o más el ahorro interno como por ciento del pibpara lograr un desarrollo sano. La pregunta es si en los próximos años el país podrá o no romper con la inercia de los últimos 20 y lograr dicho incremento. Hasta ahora el tema no ha merecido la relevancia que debe tener. El otro es el tema fiscal, aunque sólo sea en su parte recaudatoria. La tendencia mundial es a elevar la importancia de los impuestos al consumo y reducir aquellos aplicables a la renta. Ésa había sido también la tendencia en México, pero ésta se vio interrumpida en los últimos años. Y el impuesto sobre la renta recae en una base de contribuyentes limitada, dentro de la cual las grandes empresas encuentran mecanismos elusivos que las hacen contribuir por debajo de lo que debería corresponderles. Para colmo de males, la escasa recaudación como por ciento del pib (comparada con la de otros países) se dedica, salvo por una pequeña parte, a cubrir los gastos corrientes de una burocracia que, a pesar de la reducción de la presencia del Estado, ha seguido creciendo en números.

Política

Hace 20 años, luego de unas controvertidas elecciones presidenciales, México seguía siendo gobernado a nivel nacional, como desde hacía tres cuartos de siglo, por el pri. Y no sólo a nivel nacional; en 1990 sólo uno de los estados (Baja California) estaba gobernado por un partido de la oposición (el pan). Hoy el pri gobierna sólo seis entidades federativas en las que ganó las elecciones sin necesidad de alianzas, y otras 12 en las que ganó las elecciones correspondientes en coalición con otros partidos, y ya no es mayoría entre los diputados federales. El mapa político futuro no es fácil de anticipar, pero se ve complicado que alguno de los partidos llegue a tener el abrumador peso que hace 20 años tenía el pri.

Más allá del color de los gobiernos, de la creciente competencia entre partidos y de la falta de identificación ideológica y el pragmatismo soez de éstos, en las últimas dos décadas el sistema político nacional se transformó de manera trascendental. Entre otros, el sistema presidencialista en que el jefe del ejecutivo concentraba el poder de manera casi absoluta en una “dictablanda” (como presidente, jefe del partido, gran elector, cacique supremo, coordinador de las cámaras de diputados y senadores, distribuidor de cargos y prebendas, etcétera) dejó de ser. La separación de poderes entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial cobró vigencia, y acotó la capacidad de maniobra presidencial. La frecuente queja del pasado por la sumisión del segundo al primero se ha transformado hoy en otra sobre la falta de coordinación y la permanente lucha de poder entre el primero y el segundo. Por otra parte, con los procesos de descentralización, los gobernadores tomaron distancia del poder central y se convirtieron en actores políticos importantes, reproduciendo a escala local sistemas absolutistas. Si hasta hace 20 años los candidatos presidenciables del partido en el poder salían del gabinete del ejecutivo, hoy aparentemente resulta más valioso como activo ser o haber sido gobernador para aspirar a ser presidenciable en cualquiera de los partidos. La democracia mexicana abierta, que durante años fue una quimera a la que le atribuíamos poder curativo de todos los males nacionales, terminó siendo una ramera muy costosa que permite a los políticos cambiar de chaqueta a conveniencia y que busquen votos en contiendas en las que se vale todo (hasta el fuego amigo), excepto quizá las propuestas positivas para darle rumbo y crearle un mejor traje de futuro al país. Su chaperón, el Instituto Federal Electoral, concebido como órgano supervisor independiente, terminó siendo instrumento partidista. Al final, las frecuentes disputas electorales que llegan a tribunales hacen que los ganadores sean elegidos no por los votantes, sino por un puñado de magistrados.

Pero no todo cambió. La desconfianza y el hartazgo de los ciudadanos con el partido en el poder simplemente se hizo extensiva a todos los partidos y actores políticos. Los políticos siguen, en general, siendo tan zánganos y estando tan lejos de las aspiraciones de los electores como hace 20 años. Los poderes fácticos siguen acotando, como hace dos décadas, lo que es y no posible; cambió, sí, su composición, incorporándose a ellos algunos nuevos miembros y cambiando la nacionalidad de otros, pero no sus aspiraciones. La búsqueda del poder por el poder sigue intacta, salvo que si antes el poder se entendía como la capacidad para hacer lo que se quería, ahora se entiende como la capacidad para impedir que otros hagan lo que quieren.

Para el futuro queda abierta la posibilidad de una reforma política profunda. Quienes deberán aprobarla serán los propios políticos que operan en el sistema actual, lo cual no parece muy alentador. Lo importante no será, en opinión de quien esto escribe, si se permiten o no las candidaturas independientes, si se aprueba o no la reelección en los cargos de elección popular (incluida o no la presidencia), si hay o no segunda vuelta, si los puestos del gabinete del Ejecutivo tienen que pasar o no por la aprobación del Congreso, o si se eliminan o reducen los congresistas plurinominales. Lo realmente importante será si los actores del sistema político adquieren una actitud de servicio público y de atención al bien común; pero como ello seguramente es pedirle peras al olmo, quizá tendremos que conformarnos con preguntar si será o no posible una refundación política de la República que incluya mecanismos formales reales de participación de la sociedad civil en la toma de decisiones y acote la sinvergüenza de los actores políticos.

Sociedad

La sociedad mexicana de hoy difiere de la de hace 20 años en muchos sentidos y quizá no tanto en otros. La población nacional tiene hoy una escolaridad media (8.6 años) dos años mayor que en 1990, la tasa de analfabetismo (6.9%) es la mitad de la de hace 20 años, y la población de 15 a 24 años que asiste a la escuela (40.4%) es un 10% mayor que hace dos décadas. Estos avances cuantitativos en la escolaridad son sólo parte de la película. El resto de ella muestra que la educación recibida no es buena. Las mediciones disponibles, nacionales e internacionales, sobre el estado cultural de los alumnos mexicanos no son nada halagüeñas. Nuestro sistema escolar no parece ser apto para reducir nuestra ignorancia en la medida esperable. Ello es grave, repito, en un mundo dominado cada vez más por el conocimiento. La educación nacional sigue estando centrada en la enseñanza (los maestros) más que en el aprendizaje (los alumnos), y caben todas las dudas sobre su pertinencia. Dentro de 20 años seguramente la escolaridad media habrá crecido dos o tres años más y la población de 15 a 24 años que asistirá a la escuela probablemente será un 10 a 15% más que hoy, pero ello no será garantía de que seamos una población mucho más educada. El sistema educativo nacional está caduco y con él el país no llegará muy lejos. Afortunadamente, la preocupación cuantitativa por aumentar la cobertura será en las próximas dos décadas menor que en las dos anteriores, por lo que habrá espacio para pensar más en cómo elevar la calidad de la educación. Los cambios no podrán ser menores; lo que se requiere, y con urgencia, es una verdadera revolución. ¿Será ésta posible sin desarticular al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, a quien más de uno le atribuye ser un poderoso freno al cambio? ¿De dónde saldrá el verdugo de nuestro atraso educativo?

En los últimos 20 años el tejido familiar y social del país se ha visto distendido de manera importante. La retirada de la escena nacional por parte del “estado benefactor” está cobrando su factura. Las familias tradicionales están bajo presión. Por una parte las familias extendidas han perdido terreno frente a las nucleares, reduciendo el sentimiento de participación familiar y la capacidad de las redes familiares de atender a sus miembros. La creciente tasa de participación de la mujer en el mercado de trabajo (que hoy supera ya el 50%), sin una reducción correspondiente en la de los hombres, empujada por las condiciones económicas y la insuficiencia de ingresos familiares, se agrega a lo anterior e impone obligadamente una menor atención al tejido familiar. Ello seguramente se acentuará en el futuro, con consecuencias todavía no evaluadas. A ello se agrega el que un porcentaje cada vez mayor de los hogares del país son encabezados por mujeres (15% de ellos en 1990, casi 25% en 2010 y probablemente más de la tercera parte en 2030), siendo una buena parte de ellos uniparentales. Adicionalmente, en los últimos 20 años los porcentajes de casados y solteros perdieron cada uno cinco puntos porcentuales, mientras que el de aquellos en unión libre ganó siete puntos porcentuales y el de los separados o divorciados ganó más de tres.

En 1990 el 89.7% de la población nacional de cinco o más años se declaraba católica; 20 años después el porcentaje había descendido a 83.9% (ganando peso los protestantes y evangélicos, 7.6%, y quienes no profesan religión alguna, 4.6%). El descenso de seis puntos porcentuales de los católicos en 20 años no parece mucho. Pero si nos atenemos a lo que dicen los modelos de competencia, esos seis puntos estarían entre los más difíciles de perder, por lo que en el año 2030 la población no católica del país podría abarcar entre una cuarta y una tercera parte del total. La descatolización del país parece extenderse desde el sur hacia el norte, agregando a las diferencias en el grado de desarrollo humano y de marginación y pobreza entre uno y otro un factor adicional de diferenciación (y conflicto potencial).

Y hoy, a diferencia de hace 20 años, es obligado incluir a las adicciones, el crimen organizado, la violencia y la inseguridad entre los flagelos que contribuyen a la desintegración social nacional. El uso de la fuerza del Estado como eje central del combate al crimen organizado no está dando resultados. Y cómo habría de darlos cuando, entre otros, existe un verdadero ejército de jóvenes etiquetados como los “ni-ni” (ni estudian ni trabajan), que viven en condiciones de pobreza y son así reclutas fáciles de las bandas criminales. No se trata de discutir si el Estado debe o no enfrentar a dichas bandas, sino de reflexionar sobre cuál es la manera más efectiva y de menor costo para hacerlo. La acción policial y militar sin una política social eficaz parece conducir a un callejón sin salida; a eso que, sin que necesariamente sea cierto, algunos han anticipado al señalar que el nuestro puede ser un Estado fallido en el que partes del territorio nacional estén gobernados por el crimen organizado. El problema se acentúa en una sociedad como la nuestra en que, lo mismo hoy que hace 20 años, imperan la impunidad, la arbitrariedad y la corrupción. La lucha contra el crimen organizado tiene un futuro lleno de incertidumbres, pero merece al menos experimentar nuevos caminos.

A las muchas preguntas abiertas para el México del mañana habrá que agregar la correspondiente al futuro de la seguridad social. El deterioro financiero del imss lo ha puesto en una situación de quiebra. Para evitarla se requerirán cambios fundamentales, y muchos recursos que no está claro de dónde podrían provenir. Más allá de ello, en las pasadas dos décadas la capacidad en infraestructura del imss por derechohabiente ha tenido un deterioro sostenido que no será sostenible en las próximas dos. Con la actual estructura los cambios requeridos se ven difíciles. La reforma completa del sistema de seguridad social del país tampoco parece fácil. Con todo y que la imagen prevaleciente es que en México el gasto en salud corre principalmente a cargo del sector público, éste tiene una participación similar a la que tiene en Estados Unidos, país paradigmático cuando se piensa en sistemas donde la salud corre a cargo de los individuos (con la diferencia de que, entre otros por razones de ingresos, la cobertura de los seguros privados es mayor allá).

Frente a los problemas sociales, afortunadamente hoy, a diferencia de hace 20 años, la sociedad civil del país parece estar más despierta. Su grado de organización y su disposición a actuar están todavía lejos de convertirla en uno de los principales actores del país, pero muestran una capacidad creciente para intervenir en los procesos de cambio. Los supuestos representantes de la sociedad emanados de los procesos electorales están lejos de representar los intereses de ésta, y hoy todavía no existen en el país mecanismos formales para incluir de manera directa a la sociedad civil en la toma de decisiones.6 El desarrollo de las redes virtuales seguramente ayudará a que en el futuro la capacidad de movilización de la población por fuera de las instituciones formales crezca. Pero mientras ello ocurre, probablemente dichas redes contribuirán a una mayor aplicación de encuestas como instrumento válido para medir el estado y las preferencias de la población (o segmentos de ella). Hace veinte años, cuando nació Este País, las encuestas eran todavía un asunto más bien estrafalario, las más de las veces incómodo, y considerado innecesario e inapropiado. Hoy son comida de todos los días dentro y fuera del ámbito político, y en cierta medida ello puede atribuirse a la revista que desde su inicio las tuvo como parte de su columna vertebral.

La serpiente se muerde la cola

Los párrafos anteriores distan mucho de cubrir el ancho espacio de los retos del país y sus futuros. Están lejos de constituir un análisis medianamente sistemático o formal de las opciones de futuro y decisiones por tomar que permitirían definir el rumbo hacia un futuro deseable. Son escasos en todos los sentidos; son, como se dijo al inicio, y quizá ni eso, un asomo tímido y absolutamente incompleto al porvenir de México. Intentan apenas apuntar algunos avances y retrocesos ocurridos en paralelo con la vida de Este País en su vigésimo aniversario. Hace 20 años se desdibujaba ya el proyecto de país que había conducido al México posrevolucionario. Hoy es el país el que se desdibuja por no contar con un proyecto claro. Desde diferentes foros distintos actores señalan la necesidad urgente de tener un proyecto tal que nos guíe hacia el futuro. Construirlo de manera sólida requiere de procesos de análisis, reflexión colectiva e imaginación de futuros, esto es, de ejercicios formales de prospectiva que no acaban de ponerse en marcha. Se multiplican las voces, pero nadie parece estar dispuesto a conseguir que dichos ejercicios se realicen. Mientras tanto, el futuro de largo plazo del país se va definiendo de manera azarosa, sin propósito, entre conflictos de interés que se resuelven con la mira en las ganancias de corto plazo, por las circunstancias más que por nuestros propósitos, por aquellos de dentro y de fuera de nuestras fronteras que sí saben hacia dónde quieren ir. Nuestro país peculiar, como el de Alicia en el País de las Maravillas, se pregunta como ella cuál camino tomar, y no sabiendo a dónde quiere llegar, sólo puede recibir como respuesta la del gato: cualquier camino lo llevará allí.

  1. Resultados definitivos del Censo de Población 2010, inegi, 2011.
  2. En 1990 sólo el 4.15% de la población nacional (3.37 millones de habitantes) tenía 65 o más años de edad; en 2010, los mayores de 65 años representaron ya el 6.2% de la población (unos 7 millones de habitantes). En el año 2030, este grupo de edades podría representar ya cerca del 11-12% de la población, enfilándose a ser en el año 2050 el 16% o incluso más.
  3. El gatt daría origen más tarde, en 1995, a la Organización Mundial de Comercio (omc), que se encuentra en estado mórbido grave y es incapaz de lograr acuerdos.
  4. Entre 1989 y 2008, la razón de ingresos del decil más rico y el más pobre pasó de casi 24 a poco menos de 22. Entre 1992 y 2008 el porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza alimentaria pasó de 9.7 a 8.2% del total, y el de los hogares por debajo de la línea de pobreza patrimonial del 36.6 al 33.3%. Todavía no hay datos para 2010, pero sin lugar a dudas la crisis de 2008 y sus secuelas elevaron las cifras de 2008. En contraste, el primer lugar en la lista de multimillonarios del mundo es ocupado por un mexicano (Carlos Slim).
  5. Los cerca de cuatro millones de habitantes con los que el censo rebasó a lo esperado bien podrían deberse en parte importante a una reducción en los flujos migratorios hacia EU.
  6. Por ejemplo, a nivel nacional, el Congreso se ha resistido a crear un Consejo Económico y Social como el que ya existe en muchos países (e incluso en algunos estados de la República) y que, si bien no agotaría las formas de participación de la sociedad civil, sí abriría un primer camino de expresión formal de sus deseos y preocupaciones.
2 Respuestas para “Este País, veinte años de historia.
México, veinte años sin futuros
  1. angeles dice:

    realmente un excelente ensayo, muchísima información que México por cultura general debería de saber.

  2. Roberto C.Ramírez Bouret dice:

    Quiero felicitar a la revista Este País por los grandes ensayos y artículos que expone. En particular a Antonio Alonso Concheiro que explica de forma natural y amplia la situación político, económico y social de nuestro país en su excelente ensayo. Gracias a su trabajo, hace más que entendible para el lector —conocedor y no conocedor— la verdadera situación de nuestro país.

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Con el cambio de Gobierno, se han escuchado voces que proponen la creación...

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Foro de Indicadores
Debates que concluyen antes de iniciarse
El proceso legislativo reciente y sus números

Eduardo Bohórquez y Javier Berain

Factofilia: Programas sociales y pobreza, ¿existe relación?
Eduardo Bohórquez y Paola Palacios

Migración de México a Estados Unidos, ¿un éxodo en reversa?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Donar no es deducir, donar es invertir. Las donaciones en el marco de la reforma fiscal
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Impuestos, gasto público y confianza, ¿una relación improbable?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Los titanes mundiales del petróleo y el gas
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

La pobreza en perspectiva histórica ¿Veinte años no son nada?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

La firme marcha de la desigualdad
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia. 2015: hacia una nueva agenda global de desarrollo
Roberto Castellanos y Eduardo Bohórquez

¿Qué medimos en la lucha contra el hambre?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Bicicletas, autos eléctricos y oficinas-hotel. El verdadero umbral del siglo XXI
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Parquímetros y franeleros: de cómo diez pesitos se convierten en tres mil millones de pesos
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: Una radiografía de la desigualdad en México
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: Más allá de la partícula divina
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: El acento está en las ciudades. Algunos resultados de la base de datos ECCA 2012
Suhayla Bazbaz y Eduardo Bohórquez