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Florence: una verdad sospechosa
Este País | Luis de la Barreda Solórzano | 01.11.2011 | 5 Comentarios

El sonado caso de Florence Cassez pone en evidencia los vicios y perversiones de los aparatos de seguridad y justicia mexicanos: montajes mediáticos, manipulación de las partes involucradas, vulnerabilidad a injerencias indebidas, abusos, desatención a la ley y a los derechos humanos. Y el precio de todo ello es el más alto: la condena de posibles inocentes.

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Mas si osare

La severa sentencia condenatoria dictada a Florence Cassez, la negativa a concederle amparo y la negativa a admitir el traslado a su país para que allí compurgara la sanción fueron aplaudidas con entusiasmo por importantes líderes de movimientos ciudadanos cuya bandera es la de la seguridad pública: se estaba imponiendo un castigo ejemplar a una secuestradora extranjera que había venido a nuestro país a lucrar como líder de una banda dedicada a perpetrar uno de los delitos más crueles y perniciosos, y se estaba conjurando la posibilidad de que al ser trasladada se le dispensaran privilegios en la prisión y se le redujera la pena. El poder judicial federal y el presidente mexicanos estaban dando una muestra admirable de firmeza ante las presiones del presidente francés, que había tenido la desfachatez de abogar frívolamente en una visita oficial y en nuestro propio territorio por una delincuente despiadada.

Algunos comentarios se formularon en el tono celebratorio de una gesta patriótica victoriosa: las instituciones mexicanas se habían cubierto de gloria; habíamos vencido nuevamente la intervención francesa. Un sentimiento nacionalista no exento de puerilidad teñía de verde, blanco y rojo la toma de posición de los celebrantes. Pero parece claro que ninguno de ellos conocía la averiguación previa. Es que mucha gente está dispuesta, en aras de sostener sus prejuicios o satisfacer sus obsesiones, a tragarse una mentira o una verdad edificada sobre notorios equívocos.

El relato que ha construido Héctor de Mauleón con base en el exhaustivo y cuidadoso examen que hizo de los 13 tomos y las miles de páginas del expediente (Nexos, julio de 2011) pone de manifiesto un sinnúmero de inconsistencias, de enigmas sin resolver, de huecos en la investigación y de pruebas contradictorias o confusas. Al final de la lectura es inevitable la vacilación acerca de cuál es la verdad de los hechos. El caso no es meramente un asunto judicial, como lo calificó Carlos Fuentes. No se trataba de dilucidar una cuestión patrimonial o administrativa sino que estaba en juego la libertad de una mujer en la flor de la vida. Se trata de un tema de derechos humanos.

Todo acusado tiene derecho a un debido proceso, sin manipulaciones ni engaños, en el que tenga la posibilidad real de defenderse y al final del cual no se le condene si no se acredita su culpabilidad más allá de toda duda razonable. Es un derecho humano de la mayor importancia. Su defensa ilustrada en el siglo xviii contra las tortuosas arbitrariedades del enjuiciamiento inquisitorial en Europa fue, ni más ni menos, el origen del movimiento por los derechos humanos.

Además de leer detenidamente el trabajo de Héctor de Mauleón, he tenido acceso a otros datos del expediente, que me han facilitado la defensa de Florence Cassez, mi amigo Eduardo Gallo y funcionarios de la embajada francesa, y de todo eso surgen cuestionamientos inquietantes al soporte probatorio de la acusación y de las resoluciones condenatorias.

Imposible que no supiera

¿Qué pruebas existen contra Florence Cassez? Un indicio, decisivo en las resoluciones judiciales, es el hecho indudable de que ella estaba viviendo en el rancho Las Chinitas, propiedad de su ex novio Israel Vallarta, sitio en que según la acusación se tenía a los secuestrados. En ese lugar, de acuerdo con la versión de la Agencia Federal de Investigación (afi) de la Procuraduría General de la República (pgr), se detuvo a ambos en el mismo operativo en el que se rescató a las víctimas. Porque vivía en el rancho, consideró el Séptimo Tribunal Colegiado en Materia Penal al negar el amparo, era imposible que Florence no estuviera enterada de los hechos, pues de otro modo no se le hubiera permitido residir allí, ya que quienes se dedican al secuestro no permiten el acceso al lugar donde están los secuestrados “de terceras personas que desconocen los sucesos, porque claro está que podrían delatar (sic) el delito”.

Además, los tres secuestrados rescatados por la afi la reconocieron, dos de ellos mucho tiempo después de haber aseverado que no la identificaban y otro desde su primera declaración. Los dos que, contradiciendo sus primeras declaraciones, la identificaron meses más tarde —no por el rostro, que no pudieron ver nunca, pues durante el plagio estaban vendados o con una cobija encima, o en su presencia los secuestradores usaban pasamontañas— son Cristina Ríos y su hijo Christian, un niño de 11 años, a quien estando plagiado se le extrajo sangre porque, se le dijo, su papá quería que le mandaran algo suyo. Dos meses después de haber sido liberados, Christian sostuvo que la mano que sintió al sacársele sangre era “muy delicada, suave y de piel blanca” y la voz que le indicaba que apretara el brazo tenía pronunciación “como extranjera, con un acento raro y no con el tono de una mexicana”, y su madre aseguró que quien le había sacado sangre al niño fue “una persona del sexo femenino que hablaba con acento raro, ya que no podía pronunciar la palabra aprieta”, y reconoció la voz, sin temor a equivocarse, como la de Florence.

El otro secuestrado, Ezequiel Elizalde, identificó a la acusada desde el momento de ser liberado, pero tampoco por el rostro, que no vio ya que estaba vendado y ella traía pasamontañas, sino por un mechón de cabello que se salía de dicho pasamontañas, y también por la voz: el acento era extranjero y arrastraba el fonema erre. Este ofendido también señaló que esa misma persona fue quien la noche anterior a su rescate lo había inyectado en un dedo para adormecérselo y cortárselo, y mostró en ese dedo, como huella de la inyección, un punto de coloración roja.

Las apariencias engañan

Hasta aquí parecería clara la culpabilidad de Florence Cassez: vivía con Israel Vallarta en el rancho donde estaban los secuestrados, allí mismo se le detuvo en flagrancia y los tres ofendidos la reconocen. Pero hay otras pruebas en el expediente que apuntan en sentido contrario. Veamos.

Se descubrió que al ser detenida Florence Cassez no se encontraba en el rancho Las Chinitas, como se hizo creer a los televidentes en el montaje en el que los agentes de la afi entran aparentemente a rescatar a los secuestrados y a detener a los secuestradores a las 6:47 del 9 de diciembre de 2005. A Florence se le detuvo junto con Israel, en el automóvil de éste, lejos del rancho, un día antes, el día 8, y se le mantuvo encerrada en una camioneta durante 20 horas en tanto se preparaba la escenificación. Israel iba a ayudarla a mudarse al departamento en que ella viviría y que había conseguido el día anterior. Florence estaba de regreso en México después de una estadía en su país, y había pedido a su ex novio que le permitiera guardar sus muebles en el rancho mientras encontraba dónde vivir. El secuestro que originó la investigación ocurrió precisamente en el verano de 2005, durante el tiempo que Florence estuvo en Francia.

Ella vivía en el rancho, es verdad, desde hacía tres meses. ¿Era posible que no se diera cuenta de que varias personas estaban secuestradas en la pequeña construcción ubicada al lado derecho y a unos 80 metros de la casa principal? Israel le dijo que brindaba alojamiento a un amigo suyo en ese cuarto, al que Florence no tenía necesidad de acudir porque ella habitaba en la casa principal. La afi instaló el 6 de diciembre un sistema de vigilancia fija en los alrededores del rancho. Según el parte oficial, los agentes mostraron el juego de fotografías a otras víctimas, plagiadas con anterioridad supuestamente por la misma banda a la que según la acusación pertenecían Florence e Israel. Algunas reconocieron el rancho como el sitio donde se les mantuvo privadas de su libertad y más adelante identificaron otra casa de la avenida Xochimilco como el lugar donde estuvieron secuestradas.

El testigo Ángel Olmos declaró que conocía desde hacía cuatro años a Israel Vallarta, a quien ayudaba en diversas tareas del rancho, el cual Israel le prestó en varias ocasiones para hacer fiestas e incluso le dio llave porque le permitía guardar allí a sus animales. Entraba al rancho dos veces por semana. El 5 de diciembre ingresó a la habitación donde supuestamente estaban los plagiados: “Es un cuarto que ocupaban como bodega para guardar cervezas o el vino cuando se hacía alguna fiesta”. En ese cuarto, dijo el testigo, “nunca vi a persona alguna privada de su libertad”. Su esposa, Alma Delia Morales, manifestó que Ángel daba mantenimiento al rancho, y que el día 5, al ir a buscarlo, vio que “el cuarto no tenía nada, sólo cosas que no sirven y unas tablas”. El tribunal no hizo comentario alguno sobre estas declaraciones.

Israel Vallarta confesó su participación en los secuestros. Al momento de declarar presentaba equimosis violácea en los brazos, el pecho, el flanco derecho, la región cervical, los muslos, los glúteos y los labios, tenía los genitales hinchados y presentaba quemaduras causadas –de acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos– por objeto transmisor de corriente eléctrica, no obstante lo cual aseguró que Florence Cassez “se la pasaba trabajando en el hotel Fiesta Americana de Polanco, motivo por el cual no estaba enterada de las personas que tenía secuestradas dentro de mi casa”.

¿Y las víctimas que la identifican? Como ya se apuntó, Cristina Ríos y su hijo Christian la identificaron meses después de sus declaraciones iniciales no por el rostro, pues a ninguno de los secuestradores se lo vieron, sino ambos por la voz y el niño también por la mano “muy delicada, suave y de piel blanca” que sintió cuando se le extrajo sangre. Pero ninguno de los dos, en su primera versión, al serles puesta a la vista Florence Cassez, a quien se hizo hablar delante de ellos, la reconoció ni físicamente ni por la voz. Por otra parte, Christian dijo que sintió, no que vio, la mano, y no hizo referencia a la característica más notable de las manos de Florence: están cubiertas de pecas.

Más todavía: Christian había asegurado inicialmente que quien le sacó sangre era no una mujer de mano delicada, suave y blanca sino un hombre a quien identificaba entonces como Hilario, y al escuchar la voz de Israel Vallarta la reconoció “como la de la misma persona a la que me refiero en mi declaración como Hilario”. También había sostenido que durante su secuestro identificó siete voces masculinas, sin aludir a alguna voz femenina. Christian narró asimismo que la forma de expresarse de uno de los secuestradores era parecida a la de un primo suyo, Edgar Rueda, primo también de José Fernando Rueda, de quien Edgar en alguna ocasión le dijo que “era muy chingón hasta para el secuestro”. La AFI no siguió esta pista.

El otro agraviado, Ezequiel Elizalde, dijo que identificó a Florence por el cabello y por la voz, y que fue ella quien pinchó el dedo meñique de su mano izquierda con una aguja, supuestamente para anestesiárselo antes de cortárselo y mandarlo a su familia. Elizalde mostró ante el Ministerio Público la marca de la punción. Pero el dictamen médico de la defensa, no objetado en el proceso, indica que esa huella, un punto de coloración roja, no corresponde a una punción previa sino que es una petequia, esto es una mancha pequeña en la piel debida a una efusión interna de sangre. Otro dato añade misterio a la situación de esta víctima: su esposa, Karen Pavlova, dijo que descubrió que la madre de Ezequiel durante el secuestro de su hijo telefoneaba al secuestrador en lugar de que, como sería de esperarse, éste la telefoneara a ella. Cuando Karen revisó el identificador de llamadas quedó estupefacta: el número al que había telefoneado su suegra era ¡el número del teléfono celular del propio Ezequiel!

Israel Vallarta afirmó que presenció que a su lado la policía golpeaba a Elizalde reprochándole haberse hecho pasar por secuestrado para sacarle dinero a su padre. Al presentarse a declarar, el agraviado presentaba heridas en la pierna izquierda y huellas de golpes en la espalda, la cabeza y el abdomen. El médico de la defensa que examinó a Ezequiel apuntó que éste le manifestó que fue golpeado por agentes policiacos.

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Razonamiento

Las preguntas ineludibles son perturbadoras. ¿Los secuestrados estuvieron realmente en el rancho? ¿Todos a quienes supuestamente se rescató en la simulación del operativo escenificada para la televisión estuvieron privados de su libertad? ¿Son creíbles las imputaciones que, formuladas meses después, contradicen las primeras versiones de quienes las hacen? Esas contradicciones ¿no son suficientes para generar una duda razonable en un juzgador objetivo?

No siempre es posible saber con certeza si la versión de un hecho es verdadera o falsa. A menudo sólo los testigos presenciales y los protagonistas pueden saberlo. Lo que sí es posible dilucidar es si resulta o no verosímil. La verosimilitud dependerá de diversas condiciones. Una, indispensable, es que haya congruencia en el relato. Cuando de un hecho se ofrecen dos versiones contradictorias en un punto crucial como es la identificación de alguno de los participantes en un delito, lógicamente es imposible que ambas versiones sean verdaderas pues la contradicción cancela esa posibilidad.

¿Cuál de las versiones de Cristina Ríos y su hijo Christian es la verdadera? No podemos saberlo, pero es evidente que por lo menos al exponer una de las dos ambos mintieron, y esa mentira hace que pierdan confiabilidad como testigos. Por otra parte, en materia penal rige el principio in dubio, pro reo, que significa que en caso de duda debe estarse a lo que más favorezca al acusado. Cristina Ríos y Christian dicen primero que no podrían identificar a Florence; mucho después la identifican plenamente. Una de las dos aseveraciones es falsa. En aplicación del principio aludido, deben considerarse falsas las imputaciones contra la acusada. No hay ninguna razón para darle crédito a la versión tardía y negárselo a la inicial. Por el contrario, es de considerarse que al exponer su primera versión los declarantes aún no tenían tiempo de haber sido aleccionados.

¿Se les aleccionó? El 10 de febrero de 2006 Cristina Ríos y su esposo se presentaron en la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (siedo) en tres ocasiones, y su hijo Christian pasó cuatro horas allí. Después viajaron a San Diego, desde donde Cristina y Christian rindieron las declaraciones en las que inculpan a Florence. Antes, el 9 de diciembre de 2005, Cristina Ríos declaró que al ser liberada —se refiere al montaje para la televisión— los agentes de la afi le informaron que las personas que tenían detenidas, Florence e Israel, formaban parte de la banda de sus secuestradores.

Quizás algún lector esté pensando que en un primer momento Cristina y Christian temieron que identificar a los secuestradores les pudiera ocasionar represalias. Al respecto habría que recordar que Christian identificó desde el momento en que fue rescatado la voz de Israel Vallarta como la del secuestrador que le extrajo sangre, a quien durante su cautiverio conocía como Hilario. Es decir, ese posible temor no fue impedimento para la identificación del secuestrador desde el primer instante por parte del niño.

Como ya se apuntó, la otra víctima, Ezequiel Elizalde, reconoció desde su primera declaración a Florence Cassez como la persona que lo inyectó, por la voz y porque, a pesar de que él estaba vendado y de que ella tenía la cara cubierta por un pasamontañas, pudo ver un mechón del cabello de la mujer que se salía de dicho pasamontañas. Este testimonio provoca extrañeza porque, por una parte, no explica el testigo cómo observó el mechón estando vendado y, por otra, quedó demostrado pericialmente que la marca que supuestamente dejó la inyección, marca que Ezequiel presentó a las cámaras de televisión durante la transmisión del supuesto rescate y después en la siedo y en el juzgado, no es una cicatriz sino una mancha en la piel. Sin embargo, el tribunal inexplicablemente sostuvo que “tal inspección ministerial y certificación del secretario del juzgado (de dicha marca) permite corroborar la veracidad del dicho del ofendido”. Por otra parte, no es comprensible que durante el cautiverio de Ezequiel su madre se comunicara con el secuestrador o los secuestradores llamando al teléfono móvil de su hijo plagiado.

Como se advierte, no es sólo el montaje del rescate y la captura lo que pone en duda la participación de Florence Cassez en los secuestros por los cuales está condenada a 60 años de prisión, vale decir a cadena perpetua. Ninguno de los testimonios en que se basa la condena resiste el análisis. Seguramente el Presidente Nicolás Sarkozy no hubiera intercedido públicamente por ella, en una visita oficial a nuestro país, de no haber tenido un detallado informe sobre las irregularidades del procedimiento —tampoco se dio aviso inmediato de la detención al consulado francés— y las inconsistencias de la sentencia. El Presidente Felipe Calderón ha dicho que diversas instancias judiciales revisaron el caso y decidieron que la acusada era culpable. Es cierto, pero esas sucesivas revisiones no generan una verdad indiscutible, pues las incongruencias aquí esbozadas están en el expediente. Una conclusión no es certera sólo por el hecho de que muchos coincidan en ella. Los anales forenses abundan en casos de errores judiciales ratificados en las diversas instancias.

¿Por qué tendrían que haber mentido las víctimas? Aun dejando de lado la probabilidad de que Ezequiel Elizalde declarara bajo la coacción de los golpes propinados por la policía y la posibilidad de que el suyo hubiera sido un autosecuestro, pensemos que estar secuestrado es una situación límite, una de las angustias más grandes a que puede ser sometido un ser humano. La persona secuestrada a quien rescata la policía queda profundamente agradecida a ésta por el rescate. Si la policía le solicita que diga que reconoce a uno de sus secuestradores porque se sabe que participó en el delito aunque se carece de las pruebas para demostrarlo, aunque en verdad no lo reconozca, tal vez la víctima, principalmente por gratitud pero también por creer en lo que se le está diciendo, acceda a hacer una falsa identificación.

También la policía puede estar convencida de que cierta persona participó en el delito aunque no pueda probarlo. En el caso de Florence, el hecho de que en efecto estuviera viviendo en el rancho y tuviera cierta relación con Israel Vallarta pudo hacer creer a los policías investigadores que era parte de la banda de secuestradores. El problema está en que hay muchos otros elementos que parecen echar abajo esa suposición.

Florence Cassez cumplirá seis años presa el próximo mes de diciembre. Seis años es mucho tiempo para una persona privada de su libertad —el tesoro más valioso, junto con la honra, de que puede disfrutar un ser humano, según enseña Don Quijote a su escudero Sancho Panza—, pero es únicamente la décima parte de la condena impuesta. La Suprema Corte de Justicia tiene pendiente la revisión del caso. En cualquier momento puede dictar su resolución. Nuestra ley suprema consagra, como sucede en todos los regímenes democráticos, el principio de presunción de inocencia, que entre otras cosas supone que en caso de duda razonable el juzgador debe absolver al acusado. Lo que conozco del caso me generó una enorme duda, que habría sido angustiosa si yo hubiera sido el juzgador. Esa duda sobre la culpabilidad de la acusada hubiese tenido el efecto de que no dudara en eximirla.

______________
LUIS DE LA BARREDA SOLÓRZANO es Director General del Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad (ICESI). Fue fundador y Presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la unam, es profesor de Derecho Penal en dicha universidad y en la UAM. Entre sus obras se encuentran Los derechos humanos, una conquista irrenunciable; El jurado seducido, y El pequeño inquisidor.

5 Respuestas para “Florence: una verdad sospechosa
  1. Dino Fortino dice:

    La patrulla fronterisa de USA debería de contratar a la francesa para ver si así puede atrapar a todas las espaldas mojadas mejicanas y se las lleve secuestradas a Francia para que pida de rescate un taco de frijoles y un huarache usao

    ¡¡¡¡¡¡Ahua!!!!!!! andale, andale, andale, arriva, arriva ,arriva,
    Spedy González

  2. florence vos aprendio amar a Dios en tierra de INDIOS

  3. Dino Fortino dice:

    Mejíco está secuestrao pero por los narcos de (Televisa) dichos narcos pone y quita a politícos de todos los partidos.
    Ellos les ponen presión a los politicos que no quieran colaborar cuando ellos mandan la droga a los americanos.
    Aquí dejo un vídeo para que lo vean.

  4. […] otra fallas, incongruencias o ilegalidades cometidas contra Cassez durante su proceso; o este otro, Florence: una verdad incómoda de Luis de la Barreda Solórzano en El País. Share this:FacebookTwitterMásLinkedInImprimirCorreo […]

  5. MIGUEL ANGEL dice:

    Hola¡, Me da pánico pensar en que cualquier familiar mío estuviera sujeto a la decisión de un grupo de personas que aplican la ley. Ya ví la película de presunto culpable , he leído el tema de moda que es lo de la francesa y conozco personas trabajando en los ministerios públicos que ni leen los expedientes, así que seguramente habra más de un inocente en la carcel. Quiza falte algún tipo de supervisión por parte de las máximas autoridades. No es posible que pase el caso por tantos “licenciados” y nadie diga nada, creo que ni lo leen.

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