Uno de los libros más agradables y alentadores que tuve el placer de leer en este 2011 que está por acabar fue Getting Better, escrito por Charles Kenny. La prosa es clara (que no es poca cosa en un libro sobre el desarrollo económico), el argumento es sencillo, y el mensaje es bastante optimista: a pesar de todas las noticias negativas, los ciudadanos de los países más pobres del mundo viven cada vez mejor.
Entonces, ¿por qué los medios se inundan con imágenes trágicas y artículos pesimistas sobre el sufrimiento en países como Somalia? ¿Por qué persiste la idea de que África está condenada a la pobreza y a la miseria?
Kenny, un ex-funcionario en el Banco Mundial, dice que una gran parte del problema viene de los limites de la estadística fundamental del estudio del desarrollo económico: PIB per cápita. Esta cifra nos da una buena idea de los ingresos y la producción de un país, pero hay muchas medidas de calidad de vida que ahí no se ven. Si bien el crecimiento del PIB ha sido bajísimo en muchas partes del mundo en décadas recientes, es precisamente en estas medidas alternativas —por ejemplo, los años de educación que tienen los niños, o los muertos de enfermedades tratables como el polio— donde los grandes avances se han dado.
Indudablemente es cierto lo que dice Kenny sobre los límites del PIB, pero también creo que hay una parte sicológica a nuestra percepción de las circunstancias que fomenta el pesimismo. Los humanos somos muy buenos para reconocer patrones constantes —por ejemplo, siglos de pobreza en una zona— pero batallamos para ver cambios paulatinos, sean cambios positivos o negativos. Si no vemos cambios drásticos, damos por hecho de que lo que siempre ha pasado sigue pasando.
Efectivamente, la mejoría de una sociedad entera es un proceso de décadas, pero nuestra atención no dura tanto. Eso es donde el libro de Kenny, que habla casi exclusivamente de países más pobres como Camboya, tiene unas lecciones para México. No es un secreto que hay mucho descontentamiento en este país. Según Mitofsky, apenas 28 por ciento de los mexicanos creen que el país está siguiendo el rumbo correcto, su cifra más baja en años. El combate contra el crimen organizado ha impuesto un costo enorme a la sociedad mexicana. La economía no está creciendo como debería, y la cantidad de los que viven en la pobreza ha crecido en los últimos años—según Coneval, los mexicanos nuevamente pobres son 3.2 millones. Las columnas y los libros atacando al sistema político como fracasado y mendaz son cada día más. Y no me refiero a ataques en contra de políticas específicas (como ésta), sino argumentos (como éste) que prevén un futuro catastrófico para el país.
Pero sin descontar las razones por la desilusión actual, vale la pena recordar todo lo que ha logrado México en las últimas décadas, tal como hizo Kenny con África y Asia. En casi todas las estadísticas que miden el progreso de una sociedad, México va en la dirección correcta.
Por ejemplo, el PIB per cápita (usando el concepto Paridad de Poder Adquisitivo) dio un salto de $9,100 en 2000 a $13,900 en 2010. Como explica Kenny, el PIB per cápita no es lo todo, pero el avance es comparable en muchas otras medidas también: el número de usuarios de internet se ha disparado de unos 2.5 millones en el 2000 a más que 30 millones actualmente, y la cantidad de líneas celulares se ha triplicado en el mismo lapso. Al mexicano nacido en 2011 le esperan casi cinco años más de vida que a su hermano mayor nacido en 2001, y el hermanito también va a pasar más años en la escuela. El mexicano nacido en 2011 también tiene mucho menos probabilidad de morir en el parto: la tasa de mortandad de infantes bajó de 25.4 por cada 1,000 nacimientos en 2001 a 17.29 actualmente, un descenso de 30 por ciento.
Además, aunque la clase política sigue sufriendo la mala fama bien ganada en generaciones anteriores, hay evidencias de que los líderes mexicanos ya no son los mismos corruptos e inútiles del pasado. En los últimos años han habido dos shocks bastante fuertes que tomaron el país por sorpresa: la crisis financiera mundial, y la influenza porcina. En los dos casos, México movilizó y utilizó sus recursos de una manera más o menos eficaz a pesar de las presiones, y se recuperó rápidamente. Hace 30 años, en cambio, el gobierno federal fue completamente incapaz de lidiar con una recesión global de menor tamaño, lo cual provocó la década perdida de los ‘80. Años después, la respuesta al temblor en 1985 fue marcada por una incompetencia criminal, que provocó un caos absoluto en la ciudad más importante del país. Es una comparación imperfecta, claro, pero no queda duda que los gobiernos de hoy son más profesionales y más capaces que los de hace una generación.
Y no es solamente en las crisis en que se nota la diferencia. Gracias a la autonomía del Banxico (y también al cambio del régimen monetario), las devaluaciones desordenadas del peso mexicano ya son cosa del pasado. En la última década, la inflación nunca ha superado 6.5 por ciento; por la mayor parte de los ‘80, la cifra estaba arriba de 50 por ciento, y en los ‘90, seguía en cima de 10. Comparado con las administraciones de Echeverría, López Portillo, De la Madrid, y Salinas, el manejo cotidiano de la economía en la era democrática ha sido de maravilla.
Repito que todo esto no quiere decir que los políticos de hoy sean perfectos ni que el México actual ya no tiene defectos; no lo son, y sí los tiene. Tampoco lo digo para simplemente alabar al PAN. El cambio ha sido más amplio que un solo partido, empezó antes de que llegara Fox, y el hombre que más responsabilidad tiene por el buen estado de la economía en los últimos 15 años, Guillermo Ortiz, es producto de una administración priísta. Y de todas formas, falta mucho más progreso. La economía esta lejos de ser el tigre latinoamericano que todos queremos que sea, y las reformas estructurales necesitadas desde la administración de Zedillo siguen estancadas.
Sin embargo, el México de hoy es mejor en muchísimos aspectos que el de hace 10 años, y mejor aún que el de hace 30 años. El papel principal del periodismo es enfocar la luz en los problemas de hoy, que son muchos, pero de vez en cuando también se vale recordar todo lo que se ha logrado. Esta mejoría ha sido tan lenta como para ser imperceptible, pero sí se ha dado, cosa que todos podemos festejar.
Un punto final: muchas gracias a todos que pasaron por este espacio para leer y comentar durante este año, que es mi primero con Este País. Les deseo un feliz año nuevo, y espero verlos aquí de nuevo en 2012.