Para María Fernanda D.
Cuando por vez primera publicó Seven Gothic Tales, la baronesa Karen Blixen tenía cincuenta y un años; había escrito esos cuentos tras desmoronarse irremediablemente su proyecto de vida y perder a su amante fallecido en África, como una especie de refugio o escape a su dolorosa realidad que, providencialmente, vio transformada justo al dar forma literaria a sus recuerdos, al metamorfosear memoria e imaginación en cuentos, relatos fantásticos, bellas narraciones: una manera creativa de sublimar la muerte de su gran amor Denys Finch Hatton y la pérdida por bancarrota de su adorada finca cafetalera y hogar en Ngong, Kenya. La gran aventura de su vida que significó África, fue transfigurada por otra, esta vez narrativa, que inicia a esa edad bajo el masculino seudónimo de Isak Dinesen.
En efecto, ya cincuentona, presa de una avanzada sífilis que le contagiara su ex marido, en quiebra económica, con sueños e ilusiones destrozados, se refugia en la propiedad rural y familiar de Rungstedlund, Dinamarca, a recordar, evocar, recrear la vida vivida en un continente exótico al que llegó a amar profundamente luego de permanecer diecisiete años en Kenya, donde la pasión de contar cuentos e historias fantásticas la había ejercido a la usanza primigenia: oralmente, con sus amigos europeos y los nativos africanos: somalíes, kikuyus y masais.
Out of Africa (Lejos de África) es quizá su libro más entrañable, donde narra en primera persona, de manera rápida y precisa, con un enorme poder de síntesis y evocación, su aventura en ese continente; una narración extraordinaria que ha sido recreada magistralmente en el cine por Sydney Pollack, quien dirigió la película homónima protagonizada por Meryl Streep, Robert Redford y Klaus Maria Brandauer, ganadora de siete Oscares de la Academia.
“Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.”
Así inicia ese bello y entrañable relato que tiene como escenario la vieja colonia británica de Kenya y como protagonistas a los nativos Farah Aden, su mayordomo somalí, y Kinanjui, el gran jefe kukuyu, vecino de su finca; los europeos ahí afincados como su marido y primo el barón danés Bror von Blixen-Finecke, de quien luego se divorciara, su amante y gran amor Denys Finch Hatton, y su querido amigo Berkeley Cole, fundador del Muthaiga Club de Nairobi, ambos aristócratas ingleses, íntimos amigos y cazadores profesionales de safari. También es protagonista la vida cotidiana en su granja de las colinas del Ngong, las costumbres de sus habitantes y tantas aventuras ahí ocurridas.
Denys Finch Hatton (1887-1931) fue un personaje muy peculiar, dotado de una personalidad encantadora y seductora, muy alto y bien parecido, deportista y aventurero, bien educado y culto, de talante natural. Segundo de tres hijos de Henry Stormont Finch Hatton, 13º Conde de Winchilsea, y de su esposa Anne “Nan” Codrington, hija de un almirante de la flota inglesa, fue educado en Eton College y Brasenose College, en Oxford. En 1910, después de un viaje a Sudáfrica, se traslada a las colonias británicas del Este africano donde adquiere tierras en la parte oeste del gran río Rift cerca de lo que ahora es Eldoret. Luego vende su parte a un socio y se dedica a cazar.
En abril de 1918 es presentado a la baronesa Blixen en el Muthaiga Club de Nairobi; pronto es asignado al servicio militar en Egipto durante la Gran Guerra. A su regreso a Kenya, luego del armisticio, inicia una amistad cercana con el barón Bror Blixen. Después de que Karen Blixen se divorciara de su marido en 1925, Denys se muda a su finca cafetalera e inicia una nueva profesión como organizador y guía de safaris para magnates y aristócratas como el propio Príncipe de Gales.
En este tiempo adquiere un avión biplano, el Gypsy Moth, que tanto disfrutara con Karen, y de regreso de un viaje a Mombasa se estrella, pereciendo con su sirviente. De acuerdo a su voluntad, fue enterrado en una colina de Ngong en la propiedad de Karen Blixen donde aún permanece su tumba; sobre ella, se decía, llegaban a descansar los leones.
Respecto al arte de contar, recuerda la baronesa: “Pero antes —de escribir los primeros de sus famosos Siete Cuentos Góticos— aprendí a contar cuentos… tenía el auditorio perfecto. Los blancos ya no son capaces de escuchar un cuento recitado. Se remueven o se adormecen. Pero los nativos todavía tienen oído. Yo les contaba cuentos continuamente, de todo tipo. Y todo tipo de disparates. Yo decía: ‘Había una vez un hombre que tenía un elefante con dos cabezas’… y al instante estaban deseosos de saber más. ‘¡Oh! Sí, pero Mem-Sahib, ¿cómo lo encontró? ¿Y cómo se las arreglaba para darle de comer?’, o lo que fuese. Les encantaba semejante invención”.
Dice Javier Marías, quien estuvo al cuidado de la edición y traducción del maravilloso cuento “Ehrengard”, publicado por Anagrama, lo siguiente: “Los cuentos de Isak Dinesen poseen la magia, la eficacia y la impunidad que a menudo acompañan a lo arbitrario, a lo ignorante, a lo irresponsable. Son leales para consigo mismos”.
Y agrega el gran escritor y novelista español esta penetrante observación en el prólogo del cuento:
Lo más asombroso tanto de “Ehrengard” como de la mayoría de las obras de Isak Dinesen es, sin embargo, el perfecto cumplimiento de lo que ella misma enunció en su cuento “The Blank Page” (perteneciente a Last Tales), probablemente la reflexión más inteligente, más clarividente, que jamás se haya escrito acerca del arte de contar cuentos, y que muestra hasta qué punto aquella anciana baronesa consumida por la sífilis y rostro cadavérico en sus últimos años sabía lo que a lo largo de su artística vida se había traído entre manos: “Donde el cuentista es leal, eterna e inquebrantablemente leal a la historia, allí, al final, hablará el silencio. Donde la historia ha sido traicionada, el silencio es tan sólo vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hayamos dicho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio… ¿Quién, entonces, cuenta mejores cuentos que cualquiera de nosotros? El silencio. ¿Y dónde lee uno cuentos más profundos que en la página más perfectamente impresa del más precioso libro? En la página en blanco. Cuando una regia y valerosa pluma, en su momento de mayor inspiración, haya puesto por escrito su cuento con la tinta más rara de todas, ¿dónde, entonces, puede uno leer un cuento aún más profundo, más dulce, más alegre y más cruel que ése? En la página en blanco”.
Quizás Isak Dinesen no bromeaba cuando una vez dijo: “En realidad, tengo tres mil años y he cenado con Sócrates”. Eso lo explicaría, remata Marías en su prólogo.
Isak Dinesen es una escritora única y peculiar. Como se ha dicho, se inició profesionalmente a los cincuenta y un años, no pertenece a ninguna escuela o tradición literaria, no sigue canon alguno, es fiel a sí misma, incluso en sus anacronismos. Sin embargo, su talento narrativo, su arte de contar cuentos, de fabular, imaginar, de elaborar ficciones muy eficaces, la llevaron a ser muy admirada y exitosa en vida y posteriormente. Hemingway, Truman Capote, Vladimir Nabokov y otros grandes escritores de la época le rindieron pleitesía y la consintieron. Hoy es una cuentista con prestigio a nivel mundial.
Tengo el enorme gusto de evocar a una gran mujer, que cuenta cuentos en la mejor tradición de Sherezada en Las mil y una noches, con similar poder de atracción y seducción sobre el lector, a quien envuelve y fascina con sus hermosos relatos estructurados a la manera de cajas chinas, epistolares o sencillamente orales.