La historia de los Beats en México está plagada de episodios de violencia, experimentación con drogas y unos cuantos cuartos de azotea, en especial uno sobre la calle de Orizaba. Desde el cruce de la frontera mítica hasta el asesinato de una esposa, la mayoría de los episodios que vivieron los Beats en México parecen sacados de una obra de circo alucinado. Seguramente es gracias a las experiencias tan intensas que vivieran en nuestro país, que la literatura producida a raíz de ellas sea tan única.
La visión de los Beats, y en especial de Jack Kerouac revela el lado oscuro e intocado de México, bipolarmente opuesto a la imagen producida por los carteles de la Secretaría de Turismo de la misma época, los cincuenta. Encontraron no playas paradisíacas, sino situaciones extrañas habitadas por inimaginables seres en espacios donde la realidad pareciera no poder existir lógicamente. La novela Beat que para mí mejor retrata ese México alterno, diatópico pero sincero, es Tristessa de Kerouac.
Se dice que Tristessa trata sobre el amorío de un joven y junkie Jack, con una prostituta mexicana adicta a la morfina. En la novela él la llama Tristessa, pero su nombre real era Esperanza, y el acto mismo de cambiarle el nombre a la protagonista, muestra cómo la novela no trata acerca de una infatuación amorosa, sino de una infatuación con la santidad devastada, la pureza de la podredumbre. La novela es una oda no a una mujer, sino a la desesperanza, al ahogo, y la oscuridad propia de la Ciudad de México que Kerouac descubría a través de los detalles más simples. No es por nada que el Distrito Federal es uno de los mejores lugares en el mundo donde deprimirse. Como casi todo en nuestra cultura, la bipolaridad aquí reina, su caos hace posible que se vivan los momentos más lúcidos y fantásticos, a la par de los instantes más sombríos y humillantes. Por ley creo que todos los chilangos deberíamos de leer Tristessa. No sólo por conocer a una de las personajes más contradictoriamente bellas de la historia literaria de México, sino también para mirar cómo un conflicto espiritual se puede destilar a través de figuras poéticas tan perfectamente. Para leer sobre cómo el universo cabe dentro de un cuarto de azotea, nítidamente descrito, con simpleza pavorosa.
Tristessa guía a Kerouac, insertándolo y retirándolo a destiempo de espacios oscuros y húmedos, donde las gallinas cotorrean bajo camastros y los taxistas son gandallas y llenan a los autos de miedo. La ansiedad del sexo y el deseo de llegar ya a la aguja se presentan lentas, no agitadas, como tantas cosas en esta ciudad que suceden a un ritmo inverosímil, invertido, vacío de toda lógica. Al texto lo marca la cadencia propia de una confusión acompañada de conflicto interno, un choque entre las creencias budistas del autor con la realidad que Tristessa le presenta.
Cuando la novela fue publicada por la editorial estadounidense Avon Books (especializada en historias de fantasmas, romances sexuales, fantasía y ciencia ficción) se vendió bajo la premisa del morbo propio de las novelas pulp. Sin embargo, uno no puede dejar de preguntarse qué tanto éxito habrá tenido la novela en este mercado, considerando su naturaleza profundamente filosófica, y su estilo, que podría contradictoriamente denominarse surrealismo realista. Pero para el público una prostituta y el uso de drogas jamás produce filosofía. Es hasta años más tarde, que la importancia de esta obra reluce. Allen Ginsberg describió Tristessa como una “narración meditativa que estudia a una gallina, un gallo, una paloma, un gato, un perro chihuahua, la carne de familia, y una mujer adicta, deslumbrante y devastada, primero en su cuarto atestado, luego en las calles intoxicadas, los puestos de tacos y los cuartos al amanecer en los barrios de la Ciudad de México”. La novela, el personaje principal, y la ciudad donde se lleva a cabo la acción, no podrían haber sido descritas más fielmente: deslumbrantes pero devastadoras.