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La importancia de la ortografía
Cultura | Este País | Jose G. Moreno de Alba | 01.12.2011 | 1 Comentario

Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española,
Ortografía de la lengua española,
Espasa, Madrid, 2010.

ORTOGR~1[1]

Ya en el texto de los estatutos de la Real Academia Española de 1715 aparece el propósito de hacer una ortografía. Ciertamente la labor principal era la preparación del diccionario y la gramática, además de una Poética y una Historia de la lengua, pero desde entonces estaban ya conscientes los primeros académicos de la necesidad de fijar, con la mayor precisión posible, las indispensables normas ortográficas. Entre las novedosas comisiones para el trabajo, que aparecerán en los estatutos de 1848, están la Comisión de Diccionario, de Gramática y de Ortografía. La Ortografía apareció por primera vez en 1741, cuando dirigía la Real Academia Española don Andrés Fernández Pacheco, nieto del fundador. Se reimprimió varias veces. La segunda edición, todavía en el siglo xviii, vio la luz cuando dirigía la corporación el duque de Alba, don Fernando Silva Álvarez de Toledo. Después se decidió incorporar la Ortografía en el texto de la Gramática. Durante toda la segunda mitad del siglo xx la ortografía se rigió por las Nuevas normas de prosodia y ortografía, declaradas de aplicación preceptiva el 1 de enero de 1959. En 1999 apareció una nueva edición de la Ortografía, en un pequeño volumen, independiente de la Gramática. Contenía muchas aportaciones novedosas y útiles, en el empleo de las mayúsculas, en la acentuación, la puntuación, las abreviaturas, etc. Se trataba, sin embargo, de un breve manual, con reglas no siempre bien redactadas y con no pocas imprecisiones. Casi de inmediato se decidió revisar este manual para preparar un verdadero tratado, que es el que aquí se reseña.

Es de todos conocida la política panhispánica que la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española han seguido desde hace ya varios años en todas sus publicaciones, entre las que deseo destacar dos: el Diccionario panhispánico de dudas de 2005 y la Nueva Gramática de la Lengua Española de 2009. En esas dos obras, de acuerdo con el contenido específico de cada una, se atienden, por una parte, las características propias de la lengua española en su totalidad y, por otra, los rasgos lingüísticos particulares de algún país o de una región determinada. Ahora bien, la Ortografía de 1999 era también una obra panhispánica, pero en otro sentido: las reglas y normas que ahí se contienen corresponden a toda la lengua española y se acatan por todos los hispanohablantes del mundo. En ese sentido la Ortografía es una obra estrictamente panhispánica. Aquella versión, sencilla y breve, tuvo como característica de gran importancia la de haber sido la primera que fue refrendada por todas las academias. También en ese otro sentido fue una obra panhispánica. Se trataba de un breve texto en el que se establecían las reglas básicas. Era necesario preparar una nueva versión que no tuviera por objeto modificar esa doctrina sino expresarla con mayor detalle y, sobre todo, de forma razonada.

Esta nueva Ortografía fue aprobada por los directores de todas las academias, en la reunión que tuvieron en Guadalajara en noviembre de 2010. Había sido antes revisada, como ha sucedido con las demás obras académicas panhispánicas, tanto por cada una de las academias cuanto por la comisión interacadémica correspondiente. Por primera vez se publica no un simple prontuario de reglas y excepciones, ni siquiera un breve manual, sino un verdadero y extenso tratado, en el que se ha logrado si no la exahustividad —lo que es imposible en cualquier disciplina y, particularmente, en la ortografía— sí una explicitud a la que no se había llegado en las anteriores versiones. Vayan algunos simples ejemplos: en el texto de 1999 se daban, sin aplicar criterio alguno, doce notas orientadoras sobre el empleo de la letra b y ocho en relación con la v. En este tratado se ofrecen, agrupadas por criterios posicionales, morfológicos y léxicos, más de veinte notas para la b y más de quince para la v. En la primera versión se dedican al acento diacrítico escasas tres páginas; son más de veinticinco las que el nuevo tratado destina a tan importante tema. Once líneas parecen suficientes en la Ortografía anterior para exponer un asunto tan complejo como lo es el empleo de letras mayúsculas para los nombres geográficos. Este debatido asunto se explica con todo detenimiento y detalle en la obra de reciente aparición. En resumen, todos los capítulos se desarrollan aquí no sólo con extensión suficiente sino sobre todo con una profundidad y especificidad a la que no se había llegado en obras académicas con este tipo de contenido.

Este tratado incluye, como era de esperarse, algunas modificaciones de fondo cuya necesidad venía sintiéndose hace ya mucho. Ofrezco un solo, elocuente ejemplo. En la página dos de la edición de la Ortografía de 1999 se hace la siguiente observación: “En realidad, ch y ll son dígrafos, signos ortográficos compuestos de dos letras. Desde la cuarta edición del Diccionario académico (1803) vienen, sin embargo, considerándose convencionalmente letras —cuarta y decimocuarta, respectivamente, del abecedario español— por el hecho de que cada uno de ellos representa un solo fonema”.

Con esta algo confusa explicación se pretendía justificar el hecho de no eliminar del alfabeto esos dígrafos. Por tanto las letras del alfabeto seguían siendo veintinueve. Algo, empero, se había ganado: “En el Diccionario, las palabras que comienzan por ch se registran en la letra c entre las que empiezan por ce y ci; las que comienzan por ll, en la letra l entre las que empiezan por li y lo”.

Esta atinada decisión afectó, como se ve, sólo al Diccionario académico, no a la ortografía. En este nuevo tratado de Ortografía se decidió finalmente suprimir del alfabeto los dígrafos ch y ll. De acuerdo con la nueva normativa, las letras del alfabeto español son, a partir de ahora, veintisiete.

Antes de la publicación de la nueva Ortografía se incluían apartados en los que la redacción no correspondía precisamente a lo que se entiende por una regla o norma, sino que en alguna medida se dejaba al usuario la decisión de escribir tal o cual palabra de conformidad con sus personales criterios. Se han evitado en ésta redacciones como la siguiente: “Suelen escribirse con mayúscula los nombres de…”. Véase que prevalece en expresiones como la anterior una descripción mejor que una norma. Sabemos todos que lo ideal en un tratado de ortografía es la exposición de reglas y normas unívocas, que releven al que escribe de la responsabilidad de tomar él una decisión. Así se presenta en el nuevo tratado la mayoría de las reglas ortográficas, pues aun en los casos en los que, por no haber evidencia de un uso claramente predominante, la prudencia llevó a las academias a no redactar reglas taxativas, siempre encontrará el lector una recomendación que lo ayude en la toma de decisiones. La justificación de estas recomendaciones es muy sencilla pues consiste en la comprobación de que la opción que se recomienda es la predominante ya sea entre todos los hispanohablantes, ya sea entre los hispanohablantes de determinado país o zona geográfica. En resumen, en la nueva Ortografía se ha logrado que casi todas las reglas sean unívocas y que, en los pocos casos en que ello no es posible, se haga siempre una recomendación determinada y precisa a los lectores con el afán, por una parte, de avanzar en la unidad de la lengua y, por otra, de facilitar al usuario la toma de decisiones.

Las anteriores ortografías académicas se venían presentando como simples prontuarios de un puñado de reglas y se destinaban casi de forma exclusiva a la enseñanza escolar, en sus grados más elementales. Ese conjunto de normas carecía por completo de un marco teórico. En otras palabras no se concebía la ortografía como lo que es realmente: una disciplina científica. Esta nueva Ortografía trata los asuntos con una perspectiva totalmente diferente: se explica como una disciplina, como una ciencia. Hay aquí, por tanto, una serie de conocimientos estructurados que proceden de razonamientos; de este conjunto se deducen los principios y las reglas. No hay razón alguna que nos impida decir que lo que se ofrece en este tratado es la ciencia ortográfica. Ello se ha logrado porque a la especificidad, detalle y precisión de las reglas ortográficas, ya de por sí una novedad importantísima, se añaden amplios capítulos en los que se tratan asuntos teóricos e históricos de enorme trascendencia. Por ejemplo: “De la oralidad a la escritura”, “Tipos básicos de escritura”, “Los orígenes de la escritura alfabética”, “Relaciones entre el código oral y el código escrito”, “Funciones de la ortografía”, “Origen y evolución de los sistemas ortográficos”, etcétera.
Termino con una última reflexión. El capítulo 2.8 trata sobre la importancia social de la ortografía. Las academias de la lengua son conscientes de que a todos los hablantes, de cualquier nivel sociocultural, les interesa seriamente la ortografía, están decididos a escribir correctamente su lengua. Saben que este tipo de conocimientos les resultan indispensables para insertarse cómodamente en el tejido social. Es por tanto enorme la responsabilidad que asumen tanto la Real Academia Española cuanto las demás academias al preparar, discutir y publicar este nuevo tratado. Deben estar satisfechas. Han venido trabajando a lo largo de los últimos ocho años en el texto que recientemente está a la venta en las librerías de todo el mundo. El resultado es un magnífico tratado que les será de gran utilidad a los millones de hispanohablantes y, qué duda cabe, mucho ayudará a fortalecer la unidad de la lengua española. ~

——————————
JOSÉ G. MORENO DE ALBA (Jalisco, 1940) es doctor en Lingüística por la UNAM, además cursó estudios de posgrado en el Centro de Lingüística Hispánica de la misma universidad y en El Colegio de México. Es Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filológicas y ha impartido cursos como profesor invitado en diversas universidades alrededor del mundo. Ingresó como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua en 1978, donde ocupa la silla XV. Desde 1983 es miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas. Sus imprescindibles Minucias del lenguaje, publicadas en estas páginas entre 2005 y 2010, han sido recopiladas sistemáticamente por el FCE.

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