En diciembre pasado, como parte de las actividades de la fil 2010, se presentó el más reciente libro de Agustín Basave, Mexicanidad y esquizofrenia (Océano, México, 2010). Como una forma espléndida de asomarse a los contenidos de este sugerente libro, reproducimos a continuación el texto con el que Ignacio Padilla participó en dicha presentación.
Foto tomada de Flickr/CC/quinnanya
1.
Soy mexicano y, por ende, barroco, bifronte y elíptico. Ésta es, sí, una acusación no pedida a la que añado ahora la siguiente explicación manifiesta. En mi descargo por lo que vaya a ocurrir ahora, cito a un autor, antiguo amigo, pariente ubicuo, regio reyesiano, uno de los pocos pensadores que nos queda en México, un país donde pensar es más necesario que nunca y donde corremos el serio riesgo de que nos mate precisamente el desprestigio del pensar. La cita proviene del libro Mexicanidad y esquizofrenia, de Agustín Basave:
No tenemos capacidad de síntesis. Fluctuamos entre la grandilocuencia y la sosería porque somos incapaces de concebir el punto intermedio de la austeridad elocuente; aprendemos a decir mucho y poco para enredar a nuestro interlocutor y acabamos enredándonos nosotros mismos.
Sirva esto para justificar los dos posibles destinos de mi presentación: el primero, que mis palabras parezcan demasiado breves y producto evidente de un denodado esfuerzo por traicionar mi mexicanidad barroca, traición que es perfectamente coherente con mi ser mexicano; y segundo, que mis palabras parezcan demasiado extensas, lo cual demostraría que soy un mexicano digno del bisturí lúcido del autor y del libro por el que ahora nos reunimos.
2.
El dios Jano, afirma Juan Eduardo Cirlot, era una deidad romana representada con dos rostros unidos por la línea de la oreja a la mandíbula, mirando en direcciones opuestas. Como todo lo orientado a la vez a la derecha y a la izquierda, es un símbolo de totalización, de anhelo de dominación general. Por su dualidad, puede significar todos los pares opuestos, es decir, coincide con el mito de Géminis. Parece ser que los romanos asociaban a Jano esencialmente al destino, el tiempo y la guerra.
Cierto, Jano ha sido invocado en numerosas ocasiones como articulación divinizada de nuestro bifrontismo y de nuestras personalidades escindidas. Este libro de Agustín Basave es ejemplo de ello, y acude a Jano y al diagnóstico de lo esquizoide ya no en un individuo sino en una cultura: la nuestra.
Jano también ha sido invocado cuando se alude a las dualidades monstruosas del ser, es abuelo y bisabuelo mitológico del licántropo, pero también primo del espejo y la sombra. Este libro de Agustín Basave también acude a ese referente, y alude a esa sombría y monstruosa partición del ser mexicano como un constante mirarse de Narciso en el agua, de Dorian Grey en su retrato y del Hombre Lobo en una víctima que se parece demasiado a él.
Por último, Jano es con frecuencia citado cuando arrancamos para hablar de máscaras. ¡Ah, las máscaras! Nos recuerda Octavio Paz que detrás de toda máscara se oculta una metamorfosis vergonzosa. Este libro también habla de esa acepción de Jano. El ensayo de Agustín Basave se suma con extraña dignidad a la parca nómina de reflexiones sobre la máscara mexicana pero, ante todo, sobre la penosa metamorfosis que esta máscara o estas máscaras ocultan y vienen ocultando desde nuestros pininos nacionales. Quitar la máscara y mostrar al monstruo requiere valor e inteligencia, un profundo sentido autocrítico y una humildad a toda prueba, la humildad de quien sabe que es parte del fenómeno que mira. Este libro de Agustín Basave vale, por eso, mucho más del trabajo que cuesta mirarse en el espejo y sostenerle la mirada a nuestro proteico monstruo multiforme.
3.
Para los romanos, los rostros de Jano se dirigían hacia el pasado y el futuro, y determinaban el conocimiento destinal. Pero, como bien señala Guénon, se trata de dos rostros que nos invitan a advertir el verdadero rostro: el del “eterno presente”. A simple vista, diríase que esta obra que ahora nos congrega es fatalista y terrible, que los rostros del mexijano aquí expuestos o desenmascarados resultan poco esperanzadores. No es así: bien visto, este libro es precisamente la resolución de la paradoja jánica: es un mirar al pasado y al presente para encontrar una síntesis hacia un mejor futuro o, si se quiere, un eterno presente, un presente sólido, claridoso, firme. En estas páginas se enuncia al fin ese conocimiento destinal al que aludían los clásicos, que en ocasiones llegaron a representar a Jano con un tercer rostro, lo cual lo hace más parecido a las deidades hindús. Agustín Basave ha convertido, pues, al Jano fatalista en el Jano borgesiano. Para Borges, recordemos, Jano era también el dios de las puertas.
4.
¿Adónde y por dónde conduce esa puerta que Agustín Basave ha abierto en el tercer rostro del mexijano? ¿En qué nuevo laberinto de soledad nos adentra una vez que, en la lectura de esta obra, alguien nos dice “fuera máscaras y cabellera”, mirémonos a calzón quitado? Los senderos del mejijano de Basave son muchos y se bifurcan, pero conducen, llevan a un corazón del laberinto donde nos aguarda, sí, el Minotauro, pero también la posibilidad de matarlo para recuperar a Ariadna merced al hilo umbilical de un razonamiento preciso, experimentado. A medida que he leído cada una de las reflexiones de Agustín Basave sobre los efectos de nuestra secular esquizofrenia en la política, la sociedad, el lenguaje; según he leído sus reflexiones sobre nuestra negación de la mezcla como cualidad y riqueza, he comprendido que, después de todo, somos una nación de profesionales de la supervivencia.
5.
Hará unas semanas, otro presentador y exegéta de Mexicanidad y esquizofrenia —si no me equivoco, fue Diego Valadés—, aseveraba que éste no es un libro, sino un espejo. Coincido plenamente con esta visión, y me atrevo casi a poner ese espejo sobre la puerta a la que aludo. Este libro, cualquier libro, es siempre una puerta y un espejo, o una puerta con espejo. Creo, no obstante, que es necesario matizar: este espejo es un nítido retrato de otro espejo no tan nítido: el espejo de México como un espejo cóncavo y deformante de mal implementados modelos occidentales. Así definía Ramón del Valle-Inclán el esperpento: “Los héroes clásicos se reflejan en los espejos cóncavos. Ahí nace el esperpento”. Si hemos de creer y entender a Agustín Basave, nuestro país y sus habitantes hemos conseguido convertirnos en ese espejo deformante donde la Utopía se muestra con toda la magnitud de la Distopía: La democracia como mayoriteo demagógico, la justicia como ley del talión, el clasicismo como caricatura. Aquí se cuenta al fin cómo resolvimos nuestro ingreso en el concierto de las naciones en una bullanguera y tristemente risueña asunción de que México fue inventado como una quijotada, sueño devorado y vencido por la realidad. En esta realidad tremenda del infierno-mundo no sobreviven los soñadores sino los cínicos: aquí el pícaro es rey.
6.
En este sentido, percibo en qué medida somos una cultura fundada con la misma ingenuidad y la misma fatalidad con la que don Quijote sale de su casa por primera vez: románticos negadores de la realidad, violentadores de un mundo al que no entendemos. Rijosos, volátiles, errátiles, construimos nuestra cultura como un esperpento de otras culturas. Adquirimos un nombre oficial que no es nuestro, elaboramos una constitución a la que quisimos ajustar nuestra realidad y no a la inversa, nos tragamos la píldora de ser la Utopía de Europa y demasiado tarde descubrimos que Europa nos había convertido en el espejo cóncavo que sólo podía reflejar una Ucronía deformada, una utopía esperpéntica. Derrotados como don Quijote, los mejijanos quedamos entre infinidad de extremos: el de la inconsistencia no sólo entre realidad y fantasía, sino entre la verdad y la mentira, la identidad y la apariencia, la solemnidad excesiva y el desmadre radical, la absoluta sujeción a las reglas y la constante subversión de las reglas. Una a una, Agustín Basave desmonta estas paradojas y con ellas nos conduce a la explicación de nuestros males presentes y fluctuantes: los trastabilleos de la democracia, la proliferación de la violencia, la negación a ultranza de nuestra necesidad de elaborar un nuevo modelo constitucional y de entender de una vez por todas que un auténtico modelo democrático con vocación social no va a nacer de la mera aniquilación del monstruo de la revolución institucionalizada, ni del encumbramiento de una derecha o una izquierda radicalizados, mesiánicos, populistas o fanáticos. La solución, nos sugiere Basave, está en mirarse, primero, y en reconocerse: el primer paso para la reunificación de la personalidad escindida radica en reconocer que estamos escindidos y en entender las razones por las cuales lo estamos.
7.
Percibo, pues, bajo el aspecto sombrío del análisis de Agustín Basave, un ánimo esperanzador y festivo. En esta visión del Quijote derrotado, de la utopía esperpéntica, de la personalidad escindida, fluye el vitalismo del pícaro, que es el antiquijote por excelencia. Este mexicano es pícaro, un profesional de la supervivencia, un ser para el cual no hay redención porque sabe que se encuentra ya en el infierno. Ya que no hay más allá, no hay más remedio que dejarnos coronar reyes del carnaval, construir una ética de la supervivencia, una ética carnavalesca, contradictoria, proteica, bifronte, festiva, rocambolesca, barroca, fatalista como una canción de José Alfredo o grotesca como otra de Chava Flores; descompuesta y desesperanzada como nuestro refranero, nuestros corridos y nuestra vida cotidiana. El pícaro es cínico, reconoce que el destino lo ha arrojado en el mundo y que si es un hijo de la chingada no es por su culpa sino por mérito de sus ancestros. Asumido su fatal destino, el pícaro capitaliza su malicia y su indigencia, se somete a un nuevo orden, que casi siempre es el orden y el código de honor de la delincuencia, pero al fin y al cabo es un orden que le permite sobrevivir, irla pasando desde un “ya ni modo” jacarandoso, más malicioso que malvado. El pícaro es muy hombre porque está bien protegido en las faldas de mamá. El pícaro ha resuelto a su modo la amenaza de su esquizofrenia: no se quijotiza, se adapta al mundo del revés y se convierte en reina del carnaval o en rey momo. Cuando leemos Mexicanidad y esquizofrenia nos queda la sensación de que en el carnaval de la mexijanidad sí es posible encontrar un verdadero rostro, un rostro que conoceremos y recordaremos cuando inicie la cuaresma de la transición. Carnaval y cuaresma de la cultura, carnaval y cuaresma de la democracia, descenso a los infiernos de nuestro pasado proteico y de nuestro presente violento podrían ser sólo dos caras más de un peregrinaje a la salida del laberinto, ahí donde nos aguarda Ariadna, en el extremo final de este libro que es hilo, de una suerte mejor, de un futuro más claro, de una puerta, de un tercer rostro de Jano.