En Noviembre de 2012, cuatro meses después de que México elija su próximo presidente, los votantes en el vecino país norteño harán lo mismo, escogiendo entre la oferta demócrata y la republicana. De la primera, ya sabemos quien será el abanderado: el Presidente Barack Obama, buscando reelegirse. De los republicanos, queda mucho por determinar, pero a unos meses del inicio de las elecciones primarias, dos figuras encabezan las encuestas del partido derechista: Mitt Romney, anteriormente consultor de McKinsey y ex-gobernador de Massachusetts, y Michele Bachmann, congresista de Minnesota.
Cada uno de los dos representa una corriente muy distinta del partido republicano, donde se encuentran, como todo partido de ideología amplia, puntos de vistas muy dispersos. Romney es el candidato de la clase empresarial; su reputación es de un experto empírico, su discurso es moderado, y su pasado político bastante liberal. Bachmann, en cambio, es la figura de la ira conservadora contra Obama. Ella es el ídolo de los activistas del llamado Tea Party, y lanza ataques y acusaciones con mucho vigor, aunque en muchos casos con poco sentido común.
La corriente republicana que salga de 2012 más fuerte tendrá un impacto mayor en el futuro de los 12 millones de inmigrantes ilegales que actualmente viven en Estados Unidos.
Históricamente, en este conflicto perenne entre la élite y la base activista, el primero típicamente ha ganado. Pero después de la derrota en 2008 de John McCain, un candidato que no le agradaba a la base, el balance inclinó hacia el otro lado. Se despertaba la rabia republicana. Por cuatro años, la postura del partido de la minoría fue el rechazo total a casi toda propuesta lanzada por Obama. Y los republicanos insuficientemente fieles a la causa conservadora fueron aplastados por la base en elecciones primarias en estados como Alaska, Nueva York, Delaware, y Nevada.
Es por este cambio que no hubo una reforma migratoria que legalice a los 12 millones de inmigrantes ilegales que actualmente viven en el país en la primera administración de Obama. Cierto, es en parte producto de la falta de interés del mismo presidente; a pesar del apoyo que los latinos le brindaron en la elección de 2008, en la lista de prioridades de Obama, una reforma migratoria quedó por debajo del estímulo económico contracíclico, una reforma al sistema de salud pública, y una reforma a la reglamentación financiera. Estos dejaron poco tiempo para un esfuerzo mayor tan necesario para aprobar la reforma migratoria.
Sin embargo, el obstáculo fundamental ha sido la falta de apoyo por el lado republicano. Como dijo Robert Gibbs, el ex-vocero de Obama, en 2009, simplemente no existían los votos para aprobar una reforma. Y el ambiente empeoró aún más en 2010, cuando los republicanos ganaron la mayoría en la cámara baja.
Las posiciones de Bachmann en el tema de la inmigración son extremas, pero no son fuera de lo común para su partido en este momento: ella se opone al DREAM Act, una propuesta que pondría a los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos siendo menores de edad en el camino para la ciudadanía, siempre y cuando completen una licenciatura o una estancia en las fuerzas armadas; ella apoya el CLEAR Act, que da más libertad a los estados en la formación de política migratoria, con el resultado inevitable de más leyes como la famosa SB 1070 de Arizona; y se opone al derecho automático a la ciudadanía a todos los que nacen en tierra estadounidense, incluso los hijos de inmigrantes ilegales, que ha sido una práctica legal por siglos.
Mientras tales opiniones dominen el partido, no va a haber ninguna reforma.
Pero nada cambia el escenario político más rápidamente que una elección presidencial. Unos cuantos escenarios pueden resultar de esta que viene. Suponiendo que Obama gane la reelección, lo ideal para los pro-inmigrantes será un Tea Party humillado, desacreditado, y silenciado. Tal resultado obligaría un cambio de estrategia política para el partido, y abriría espacio para los moderados. Eso es precisamente lo que resultaría si Bachmann, como candidata, resulta ser el desastre que muchos creen que sería, y si Obama triunfa con el apoyo de los latinos mientras Bachmann los ahuyenta.
En cambio, si Romney gana la nominación pero pierde contra Obama, saldría fortalecida la base conservadora dentro del partido. Como en 2008, la lección que tomarán muchos republicanos no sería que perdieron ante un adversario extremadamente talentoso y carismático, sino que la derrota se debe a la infidelidad del abanderado. En consecuencia, pocos republicanos querrán votar por algo tan mal visto como es la reforma migratoria.
Si pierde Obama, que no se ve probable en este momento pero es una posibilidad muy viable si la economía estadounidense vuelve a caer en recesión, la misma lógica prevalece. Si Romney triunfa, y junto con él la corriente de los empresarios, una reforma migratoria podría convertirse en un área de colaboración con los demócratas, pero si gana Bachmann o alguien parecido, pues, la reforma tendrá que esperar.
A largo plazo, el pragmatismo y la demografía ganarán, a pesar del rencor hacia los inmigrantes que hoy prevalece entre los republicanos. Los latinos representan la población que más rápido está creciendo en el país. Castigarlos de manera habitual es una receta para el fracaso electoral. Es decir, el partido que rechaza a los latinos batallará cada vez más en ganar elecciones presidenciales.
Pero aún no hemos llegado a ese momento. Por lo pronto, no queda nada más que esperar una coyuntura más favorable.
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