La ciencia económica parte de un supuesto muy
importante: los individuos actúan para colocarse
a sí mismos en la mejor situación posible.
Charles Wheelan
Una de las principales críticas que se esgrimen contra el empresario es que hace lo que hace: ofrecer bienes y servicios, no con la intención de satisfacer las necesidades de los consumidores sino con el fin de obtener una ganancia, como si este fin demeritara, sobre todo moralmente, la actividad empresarial.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que, si la intención del empresario es obtener una ganancia, debe primero satisfacer las necesidades de los consumidores, ya que la empresa subsiste hasta que los consumidores quieren, razón por la cual el reto que enfrenta es triple: (1) que el consumidor compre y consuma su mercancía, (2) que la vuelva a comprar y consumir, y (3) que se la recomiende a otros (no hay mejor publicidad que la hecha directamente por el consumidor). La intención del empresario puede ser, y de hecho es, obtener una ganancia, y la única manera que tiene para conseguirlo es sirviendo al consumidor satisfactoriamente.
Habrá quien repruebe, por considerarla una motivación inapropiada, incluso inmoral, la intención del empresario de obtener una ganancia, pero difícilmente se puede reprobar el resultado que, en el intento de hacer realidad esa intención, tiene la acción empresarial: el servicio al consumidor, sin el cual no hay venta de la mercancía ni ingreso ni ganancia.
La conducta humana puede juzgarse desde el punto de vista de la intención del agente o desde la perspectiva de las consecuencias de la acción. Si se juzga desde el punto de vista de las intenciones, y suponiendo que en todos los casos fuera posible conocer la intención del agente, la probabilidad de que se cometan injusticias es considerable ya que —por ejemplo— se castigaría a quien tuviera la intención de cometer un delito, aunque no lo hubiera cometido. Entonces, ¿en función de qué debe juzgarse la conducta? En función de las consecuencias de la acción.
Si la manera correcta de juzgar es en función de las consecuencias de la acción, y si la consecuencia de la acción empresarial es el servicio al consumidor, servicio que se pone de manifiesto desde el momento en el cual el consumidor está dispuesto a pagar por la mercancía que se le ofrece (¿quién está dispuesto a pagar por algo que no valora?), ¿cómo juzgar la actividad empresarial, sobre todo su esencia, que consiste en la producción de bienes y servicios para los consumidores?
Si el empresario tiene como fin obtener una ganancia, el medio para lograrlo es servir al consumidor como éste prefiera. Si el fin puede ser considerado egoísta, el medio, servir al consumidor, y hacerlo como el consumidor quiere, tiene más de benevolente que de egoísta, comenzando por el hecho de que el empresario, para poder servir al consumidor, tiene que pensar en él.
Llegados a este punto se puede argumentar que valiente benevolencia la del empresario para con el consumidor, a quien le vende, sin regalársela, la mercancía, venta que actúa a favor del consumidor, ya que, desde el momento en el cual producir mercancías tiene un costo, si el consumidor desea seguir contando con ellas para satisfacer sus necesidades, gustos, deseos y caprichos, debe estar dispuesto a pagar un precio que, por lo menos, le permita al empresario recuperar el costo de producción, en el cual se incluye su ganancia normal, que es esa cantidad por debajo de la cual ese agente económico no está dispuesto a actuar como empresario.
Queda claro que la intención del empresario, al hacer lo que hace, es obtener una ganancia, tal como es el caso de todo ser humano cuando actúa, algo que no debemos pasar por alto a la hora de juzgar, sobre todo moralmente, a la utilidad como motivo de la acción.
Para fundamentar esa afirmación, pregúntese el lector por qué está leyendo este escrito; cuál es la intención que lo mueve a hacerlo; qué espera de dicha lectura; por qué le dedica tiempo, el más escaso de los recursos, y esfuerzo. ¿Por qué? Por una, y sólo una, razón: porque pretende estar mejor de lo que estaba luego de haberlo leído o, dicho con otras palabras, porque de la lectura pretende obtener una ganancia, no necesariamente pecuniaria pero sí una ganancia al final de cuentas.
Vayamos al otro extremo, ocupado por mí, que soy quien esto escribe, y hagamos la misma pregunta: ¿por qué estoy escribiendo este texto?; ¿cuál es la intención que me motiva a redactarlo?; ¿qué espero de dicha escritura?; ¿por qué le dedico tiempo y esfuerzo? La respuesta vuelve a ser la misma: porque pretendo estar mejor de lo que estaba después de haberlo escrito. Porque pretendo obtener una ganancia, que puede no ser solamente pecuniaria, y ni siquiera pecuniaria, sino de otro tipo, desde el gusto de ver impreso mi texto hasta la satisfacción de saber que alguien más lo está leyendo, como es tu caso, lector.
La utilidad, la ganancia, el lucro son, siempre, el motivo genérico de la acción humana, sobre todo si aceptamos que ese beneficio, ese provecho, ese dividendo, no tiene que ser pecuniario. Y eso, el dividendo, el provecho y el beneficio, el lucro, la ganancia y la utilidad, son los fines que motivan inclusive las acciones altruistas, que son aquellas que, en provecho de otro, y a costa del provecho propio, llevamos a cabo. ¿Por qué? Porque pretendemos estar mejor después de haberlas realizado. Aun en el caso de las acciones altruistas, que suponen un costo para quien las realiza (donar sangre), el agente recibe un beneficio (la satisfacción moral de haber ayudado a otro), beneficio que compensa aquel costo.
¿Y qué supone ese estar mejor después de haber actuado, que he mencionado ya varias veces? Una ganancia que consiste, precisamente, en haber mejorado nuestra situación, que puede ir desde la pecuniaria (haber comprado a un precio y haber vendido a uno mayor) hasta la moral (haber donado sangre).
La utilidad no es la más vil de las motivaciones sino el más universal de los motivos, al grado de poderse afirmar que la conducta resultaría incomprensible al margen de este axioma, que es el primero de la acción humana: cada vez que el ser humano actúa lo hace con la intención de mejorar su situación, la cual abarca desde lo pecuniario hasta lo moral. Es un axioma de la acción humana en general cuya aplicación no se limita, ni remotamente, a la acción empresarial.
Quienes critican al empresario lo hacen señalando que su motivación es la ganancia; consideran que esa motivación es impropia, inmoral, por ser egoísta. A los empresarios los motiva su ganancia. ¿Pero qué sucede en el otro extremo, el de los consumidores? ¿Cuál es su motivación? ¿Qué intenciones los mueven? ¿Por qué hacen lo que hacen? ¿Por qué compran lo que compran? Por la misma razón que motiva a los empresarios: la ganancia, la utilidad, el beneficio, el provecho.
Si yo, en mi calidad de consumidor, compro un libro, lo hago porque espero estar mejor después de haberlo leído, y lo mismo con cualquier otro bien o servicio que adquiera. ¿Y qué supone ese estar mejor después de haber leído el libro? ¿Qué supone esa mejoría? ¿En qué consiste? En una ganancia. Si yo, después de haber leído el libro, estoy mejor que antes —lo cual depende de que el libro haya cumplido con mis expectativas (por eso afirmo que cuando el ser humano actúa lo hace con la intención de mejorar, no con la certeza de que mejorará)—, yo he ganado, he obtenido un beneficio, he logrado una utilidad.
Quienes critican a los empresarios porque siempre actúan con fines de lucro pasan por alto que todos los seres humanos actuamos con el lucro como fin, inclusive quienes critican al lucro como el único fin de la acción humana. ¿Qué pretenden quienes ejercen esa crítica? Lucrar, obtener una utilidad, una ganancia, un beneficio, que podrá no ser pecuniario, pero que no por ello deja de ser eso: beneficio, ganancia, utilidad; en una palabra, lucro.
Por último, a quienes critican, sobre todo en los empresarios, el afán de lucro, reprobándolo por inmoral, hay que preguntarles si, entonces, lo moral es el afán de pérdida. ¿Lo es?