La violencia y la estrategia de combate a la delincuencia
Este País |
Eduardo J. Gallo y Tello* | 10.01.2011 | 0 Comentarios
Un testimonio puede ser más persuasivo que la más estremecedora de las cifras. Eduardo Gallo reúne aquí dos confesiones terribles: la de un ciudadano anónimo que habla desde un lugar tomado por el narco, y la suya propia: descarnada, intensa, de protesta y, para nuestra desgracia, frecuente en el México de hoy.
Hace unas semanas recibí un correo electrónico, como los que constantemente me llegan, que decía:
La noticia del jueves fue la desaparición del ex presidente [municipal] de Tampico, Fernando Azcárraga.
La semana pasada asesinaron a cinco personas que trabajan en la Estación de Inspección Fitozoosanitaria del pueblo donde vive un tío (Llera).
Llera tiene un mes tomado por los narcos; han llegado unas 40 camionetas con chavos de 18 a 20 años, fuertemente armados.
Todo mundo sabe dónde viven, que tienen tomado el lienzo charro, que tienen varios ranchos de donde sacaron a los dueños y que controlan las salidas hacia Victoria, Mante y Jaumave.
Los judiciales del pueblo recibieron órdenes de no salir a las calles y la joven que hace de ministerial se fue; la policía municipal sabe que están ahí los mañosos pero ni los molestan.
Ayer le avisaron a mi tío que los mañosos habían decretado toque de queda a partir de las 22:00 hrs. ¿La seguridad estatal y los inteligentes militares sabrán qué situación se vive en Llera?
Ayer nos enteramos de que en Victoria le mataron los caballos pura sangre al gobernador, pero nadie dice nada.
Personas que transitan por la Ribereña son asaltadas por el ejército y no pasa nada.
El viernes sacamos a mi tío del pueblo porque la situación se puso muy cabrona. Cuando iba en el autobús para Mante, al pasar por su terreno, la hija del señor que se lo cuida se subió al autobús y le comentó que a su papá lo mandaron a Victoria, porque los malosos rompieron el portón y escondieron dentro dos camionetas con armas. ¿Estás de acuerdo en que si encuentran las camionetas y las armas en el terreno, mi tío estará metido en una bronca de la rechingada?
Perdón por distraerte con estas pendejadas, pero quería compartirlas contigo.
Después de leer esto, escuché al vocero presidencial en materia de seguridad: vivimos en Méxicos diferentes. En el que yo vivo, viven muchos otros mexicanos, los de a pie, los jodidos, los desempleados, los pobres, los desarmados y desamparados, los que ingenuamente creemos en la verdad, en la honestidad y en que un día las autoridades y el gobierno harán justicia por nuestros muertos, asesinados por los mañosos, los mafiosos, los corruptos, unos de uniforme, otros de pantalón tipo cholo, raído, y con tatuajes en el cuerpo, todos armados para salir a cazarse; si nos encuentran en el camino, practican su puntería con nosotros e incrementan su imbecilidad. Esos mexicanos vivimos en un país donde las cosas se arreglan por la ley del más cabrón, matándose unos a otros. No hay otra. En este país creíamos que la violencia había sobrepasado el nivel de toda estupidez, pero encontramos que aún puede haber mucha más, que la violencia sólo está empezando a escalar los primeros peldaños de una gran escalera construida, de un lado, por un gobierno que se niega a aceptar que para combatir a la delincuencia hay opciones que generan menor violencia global, y que se aferra a mantener la misma estrategia que ya ha costado más de 30,000 vidas entre civiles, soldados, policías y delincuentes. Del otro lado, por unas lacras sociales que viven a expensas de todos los mexicanos.
En el segundo de estos mundos, parece existir otro México. El México del gobierno, de los voceros y sus reportes oficiales, de utopías, en el que dicen haber generado más de 700,000 empleos este año, sin aclarar de qué tipo, ni los estados y municipios en los que eso ocurrió. El México de la recuperación económica (seguramente se refieren a diputados o funcionarios) que no ha llegado al bolsillo de los mexicanos. El México en el que la innegable delincuencia organizada sólo opera, según ellos, en 150 municipios, donde han corrompido a la policía municipal para que los apoyen y protejan. El México en el que por decreto debe hablarse bien del país, en el que el Procurador Federal de Justicia asegura siempre que la guerra contra la delincuencia se va ganando y que la violencia es un ejemplo de ello, ya que 28,000 de los 30,000 muertos eran delincuentes que se mataron entre sí. El México en el que los atentados con granadas, explosivos y coches bomba y los ametrallamientos contra civiles sólo son actos de barbarie y no narcoterrorismo.
¿Existirán dos Méxicos? Hay dos percepciones tan diferentes que nos hacen pensar que hay dos Méxicos, pero ¡sólo hay uno! Un México real y dos percepciones opuestas, la del funcionario y la del simple ciudadano de a pie.
¿Será que tanta violencia nos está estupidizando colectivamente?
Salgo a las calles, hablo con muchas personas, abandono la protección de la ciudad capital —hoy una de las menos inseguras del país (quién lo dijera hace 10 años)—, leo revistas y periódicos, veo noticieros, escucho la radio, recibo correos electrónicos o los envío, hablo con quienes han estado hace uno o dos días en estados fronterizos o en otros bajo el control de la delincuencia y confirmo que no estoy equivocado. Que la violencia extrema existe en muchos más de 150 municipios, que hay entidades federativas completas tomadas por la delincuencia como Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, Durango, Zacatecas, Michoacán y grandes extensiones de Sinaloa, Nayarit, Veracruz, Quintana Roo, Morelos, Guerrero y no sé cuántas más, en las que la autoridad gubernamental brilla pero por su ausencia. Que la gente empieza a armarse en preparación a que la situación se ponga peor aun —¿podrá empeorar?
Muchas personas han perdido ya todo lo material a manos de los delincuentes y para colmo de males los malditos huracanes con sus inundaciones —¿no será que los servidores públicos corruptos no hicieron las obras que debían hacerse, las hicieron mal o se embolsaron el dinero?— terminaron de arrebatarles el producto de su trabajo de toda la vida. No obstante, esas personas aún conservan algo que hace que una y otra vez salgan adelante frente a la adversidad: dignidad. Nadie puede estar dispuesto a perder su dignidad sin defenderla con su vida. Se dice fácil: es preferible morir que vivir sin dignidad. Así me lo enseñó mi padre y a él mi abuelo. Así pensamos millones de mexicanos.
¡Se me arrebata el ánimo de sólo pensar que muchos mexicanos puedan morir debido a la violencia que estamos viviendo en gran parte del país, por defender su dignidad!
¿Qué pasó con nuestro querido México, el México que nuestros padres y abuelos nos enseñaron a amar? ¿El México que enseñamos a nuestros hijos a amar?
Dos mundos, una realidad. Dicen que “percepción mata realidad”. En este caso el gobierno parece pensar que negando la realidad cambiará la percepción y, mágicamente, la realidad será como ellos dicen. Construirán la realidad a base de repetir mil veces una falsedad.
Me siento impotente frente a lo que veo y me lleno de rabia. Soy el reflejo de millones de mexicanos que, como yo, quisieran salir a gritar que toda esta locura se pare, que se acabe la violencia de inmediato y que todo vuelva a la normalidad, que nuestros muertos revivan, que reine la paz y el orden. Esta impotencia me enloquece, me duele, sufro, lloro…
Tan sólo la última semana de octubre hubo cuatro masacres a manos de tipos deshumanizados y descerebrados que dispararon sus cuernos de chivo contra jóvenes de 13 y 14 años, matando la esperanza de sus familias; igual lo hicieron contra mujeres —pilares de su casa y sostén de sus hijos— al salir de su trabajo, que contra hombres que sólo querían escapar de las garras de las adicciones y estaban en tratamiento. Todos ellos cometieron el mismo error mortal: estar en el lugar y la hora equivocados. Cuatro masacres que, entre muertos y heridos, sumaron más de 80 personas en Tijuana, Ciudad Juárez y Nayarit, en esta estúpida escalada de violencia brutal que impera en nuestro país y que desgraciadamente vemos que no cambiará ni en el corto ni en el mediano plazos, pues después de cada masacre el Gobierno Federal confirma que continuará con su estrategia y que no se doblegará ante la delincuencia. Demagogia pura y falaz.
Nunca he compartido la estrategia del Gobierno Federal para combatir la delincuencia, ni como guerra contra las drogas ni como lucha por la seguridad. Lo he dicho abiertamente y de frente al titular del Ejecutivo y a sus colaboradores. Cuando critico no lo hago a escondidas, veo a los ojos a mi interlocutor. Asumo los riesgos de ser congruente de pensamiento, palabra y acción.
En ese contexto he dejado claro que tanto la delincuencia organizada como la del fuero común deben combatirse sin tregua y sin concesión alguna. He mencionado ejemplos que evidencian que afectar las estructuras financieras de la delincuencia genera menos violencia y es más efectivo que enfrentarlos con armas. He señalado que una buena inteligencia policial y militar puede dar por resultado la detención de bloques completos de bandas delictivas (capos, jefes de sicarios, operadores financieros, de logística, jefes de bodegas, transporte, distribución, laboratorios de producción, etcétera), lo que es altamente efectivo para desarticularlas, y que eso genera mucha menor violencia que matar o detener a un jefe de organización ya que éste, de inmediato, es sustituido por otros que resultan más violentos. Ante las masacres que mencioné anteriormente, más rechazo la estrategia gubernamental y más insisto en que deben buscarse otras opciones. No soy dueño de la verdad, pero tampoco lo es el gobierno federal y eso se evidencia observando los pobres resultados de los últimos cuatro años de combate al crimen organizado: hoy hay más cárteles operando; varios han ampliado sus operaciones al secuestro, la extorsión, el cobro de derechos de piso, la retención de indocumentados, el tráfico de armas, el robo de gasolinas de Pemex, la exportación de productos robados, la piratería, etcétera. Cada día los cárteles son más sanguinarios; descabezar un cartel no lo desarticula; cada vez son cooptados más gobiernos estatales y municipales y más policías trabajan con y para la delincuencia y, lo que es más grave, sigue habiendo jóvenes dispuestos a ingresar a la delincuencia para, aunque sea por un par de años, gozar de dinero, mujeres y poder de vida y muerte, lo que evidencia la galopante descomposición social que vivimos.
El peor daño que la delincuencia organizada ocasiona a la población es que trastoca sus principios y valores, pudriendo su raíz.
Ese daño es mucho mayor entre los mexicanos que sufren mayor marginación porque al no tener expectativas de vida digna ven en la delincuencia una oportunidad para obtener algo. Todos tenemos la obligación de ayudar a evitar esto y el más obligado es el gobierno federal cambiando la estrategia para combatir a los delincuentes.
*Presidente de México Unido contra la Delincuencia
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