En la punta más sureña de la tierra poblada vivían los ona, antes de que llegaran los hombres blancos a Tierra del Fuego a exterminarlos. Antes de que sus orejas cercenadas se intercambiaran por monedas y que gobiernos extraños transformaran sus tierras en pastizales. Antes de eso, los ona, también conocidos como selk’nam, recitaban canciones que para ellos tenían el valor que para nosotros poseen los libros o Internet. Eran su medio fundamental de transmisión de conocimiento.
Posiblemente la última ona que vivió fue una chamana llamada Lola Kiepja, mujer de sonrisa amplia que cantó hasta su muerte en 1966. Las canciones que guardaba en su memoria, y la tradición oral que representaban, han desaparecido ahora, pues Lola fue la última persona en hablar su lenguaje con fluidez. Las palabras de su gente se acercan lentamente a la categoría oficial de “lengua muerta”, pues hoy en día pocos hablan un puñado de palabras en su lengua.
Como muchas otras lenguas indígenas, el ona es un lenguaje que el colonialismo pareció destinar al olvido, sentenciándolas a nunca ser escuchadas más. Éste hubiera sido el caso de las canciones de Lola, si no fuera por la antropóloga Anne Chapman, quien realizó grabaciones de Lola cantando, poco antes de su muerte, que fueron posteriormente publicadas por el Smithsonian Institute a través de su serie Folkways http://www.folkways.si.edu/albumdetails.aspx?itemid=688.
Jamás pensé escuchar una lengua muerta. Parece material de fábula, una cosa absolutamente irrecuperable. Pero en una mañana fría, tras subir las escaleras de la biblioteca necesaria, hasta el archivo de su último piso, y tras entregar mi petición, recibí de manos de un regordete bibliotecario una cinta de cassette. Dentro, atrapado en un formato casi tan muerto como su propio contenido, se encontraba el rastro de las canciones de Lola Kiepja.
Sostuve un rato el cassette entre mis manos antes de colocarme los audífonos. Era algo muy lejano lo que estaba a punto de acercarse a mí. Mientras escuché las canciones muertas traté de aferrarme a la forma de los sonidos, intentando plasmar con adjetivos apresurados las formas básicas que inventamos los humanos para comunicarnos.
Lo que más me sorprendió de la tradición oral ona, de sus canciones, fue enterarme de que éstas eran consideradas propiedad exclusiva del chamán que las cantaba. No cualquiera podía cantar una canción, sino sólo aquel de quien era propiedad. Cuando un chamán le enseñaba una canción a un discípulo, éste pasaba a ser propietario de ella, y sólo entonces adquiría permiso para cantarla.
Solemos pensar que el concepto de propiedad está pegado al mundo de la escritura, que el copyright es invento de la modernidad. Pero el ona no es el único ejemplo de cómo la oralidad también tenía métodos de protección de la propiedad intelectual. Mientras escuchaba a Lola cantar sobre la luna y las ballenas, mientras la escuchaba lamentar a sus hijos muertos, me hizo comprender lo frágil que es la palabra en oposición a la letra escrita, pero lo resistente que es gracias a sus propios métodos, pues una lengua muerta sobrevive, si no en forma, al menos en las ideas que incrusta en su sonoro latido.
aún posees la furia en tus letras, y falta de compromiso para rescatar a la chamana que esta aún dormida en sus letras. Un ritual sería dañino, una ceremonia ni pensarlo, pero una charla muy amena sería lo recomendable y ahi hacerte la invitación que lograra estar dentro de ti con tus letras y una canción con letras vivas.