Uno de los libros recientes sobre la economía más destacados es The Globalization Paradox, de Dani Rodrik. La mayoría del libro trata temas globales más que meramente mexicanos, pero sí hay unas lecciones importantes para México.
Rodrik, un economista de Harvard que se enfoca principalmente en el comercio mundial, tiene un punto de vista entre los dos extremos del debate sobre la globalización: no cree ni en la dogma anti-liberal –es decir, que la integración económica es el camino de la perdición– ni en el evangelio de la globalización como la solución para todo problema del cual padece el mundo.
Como casi todos los economistas, y más los que estudian el comercio, Rodrik reconoce las ventajas de la globalización, pero argumenta que la gran mayoría de los beneficios de la integración económica ya se han dado, ya que los aranceles para todo tipo de producto son mucho más bajos que en épocas anteriores. Otro punto clave es que los países que más éxito han tenido en la liberalización del comercio en años recientes son los que han ignorado algunas prescripciones de la ortodoxia, a favor de una política de liberalismo a la carta. Como escribe Rodrik:
“Los beneficios de la globalización vienen a los que inviertan en la capacidad social doméstica. Esas inversiones, a su vez, requieren algún grado de apoyo para compañías domésticas–aranceles protectores, subsidios, la moneda nacional subvaluada, fondos baratos, y otros tipos de asistencia del gobierno que incrementan los beneficios por entrar a nuevos ámbitos de negocios sin cerrar la economía al mundo extranjero. Si el resto del mundo no genera trabajos de alta productividad para tus trabajadores, no tienes opción sino crear los trabajos tu mismo.”
Con casi 30 por ciento de la fuerza laboral trabajando en la informalidad, queda claro que el comercio con el resto del mundo no está generando la cantidad necesaria de empleos bien remunerados en México. Si bien el comercio internacional ha impulsado el empleo y crecimiento económico en algunas zonas del país, no ha sido suficiente para que México se convierta en un país desarrollado. Además, con 12 acuerdos de libre comercio con un total de 44 países, México es de los países más globalizados en el mundo, pero según la tesis de Rodrik, la liberalización ya no da para más, y la labor económica que les queda a los líderes mexicanos ya es mayormente doméstica.
Mientras apoya la globalización del comercio con ciertas reservas, Rodrik tiene una opinión abiertamente negativa de los flujos de capital libres, especialmente el llamado “hot money” o “dinero caliente”, que se refiere a la inversión extranjera de cartera. Este tipo de inversión se conoce por su alto nivel de volatilidad, y se asocia con cambios drásticos en el flujo. Es decir, un país que depende del flujo constante puede sufrir un alto repentino de la corriente de este dinero (que puede dificultar el pago de deuda dominada en dólares), o un crecimiento exagerado (que debilita la competitividad internacional); cualquier de los dos puede traer consecuencias graves para la moneda nacional y hasta la economía real.
México bien conoce los peligros del dinero caliente, ya que un alto repentino de éste, cuando los inversionistas perdieron la confianza en la capacidad del gobierno mexicano de pagar sus deudas, provocó la crisis de 1994 y ’95. Ahora que México no tiene un tipo de cambio fijo como en 1994, hay mucho menos riesgo de este tipo de crisis, pero aún así, los caprichos del mercado y el tamaño creciente del dinero caliente puede generar problemas para el peso mexicano.
En el primer trimestre de 2010, más que 15 mil millones de dólares de inversión extranjera de cartera entraron a México, la mayor cantidad en la historia, según los datos de Banxico. A lo largo del 2010, casi 35 mil millones ingresaron, que también es la mayor cifra en la historia. Todo esto ha fortalecido el peso, haciendo que las exportaciones de México sean menos competitivas. Sin embargo, los problemas de EU han debilitado el peso en semanas recientes, y siempre existe el peligro de que el dinero caliente se pueda enfriar de repente.
Pero más allá que el contexto de hoy y los peligros que conlleva, el problema a fondo, según Rodrik, es la volatilidad inherente del mercado de capital internacional, la vulnerabilidad de México ante ella.
La respuesta obvia a este escenario, según Rodrik y muchos más, son controles del flujo de capital. Sin embargo, aunque instituciones como el FMI ya han aceptado que a veces son necesarios, tales controles generalmente no tienen la buena vista del mundo financiero, y tampoco del gobierno federal de México. Además, México tiene restricciones sobre los controles que puede imponer gracias al TLCAN, que fue aprobada en una época en que dominaban opiniones dogmáticas sobre el flujo abierto de capital.
Eso es lamentable. Todo parece indicar que un plazo de volatilidad económica y financiera nos espera, y México está entrando a ello sin una protección importante.