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Los misterios mexicanos
Cultura | Galaxia Gutenberg | Para No Eruditos | Miguel Ángel Castro | 01.11.2011 | 0 Comentarios

Una de las grandes calzadas que antes de la llegada de los españoles atravesaban el lago de Texcoco, que separaba su agua salada de las aguas dulces provenientes de los cerros en el norte de la ciudad, y comunicaba con el poblado de Tepeayacac, hoy conocido como Tepeyac, al pie del cerro del mismo nombre, es la conocida calzada de los Misterios, que conduce a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. La vía fue transitada por mexicas que veneraban a la diosa Tonantzin y ha servido a los peregrinos de la ciudad novohispana, decimonónica, moderna y vanguardista para caminar y llevar sus oraciones, peticiones y promesas al santuario guadalupano identificado también como La Villa. La calzada debe su nombre a los quince enormes monumentos de piedra o ermitas que, con el fin de fomentar el fervor religioso y la oración del rosario, fueron levantados en el último cuarto del siglo XVII a lo largo de la avenida.

Flickr/CC/MarceRodz

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Estos monumentos dedicados al rosario representan en sus nichos las escenas de los misterios a que hacen referencia. Las transformaciones urbanas, el paso de vías de ferrocarril, el tiempo y la incuria los afectaron y siete fueron destruidos. Sin embargo, el entusiasmo por las visitas papales de Juan Pablo ii contribuyó para que fueran reconstruidos entre 1997 y 1999 y se levantara una gran cruz de más de veinte metros de altura como monumento a los peregrinos. Cabe recordar que a finales del siglo XVIII se abrió la calzada de Guadalupe para ofrecer otra alternativa a los sufridos caminantes. Durante buena parte del siglo XX esta avenida la recorrió el tranvía México-Guadalupe. Ambas calzadas se conectaron con el Paseo de la Reforma por el viejo rumbo de Peralvillo y muy cerca del barrio de Tepito.

Los mexicanos estaban, pues, muy familiarizados con la palabra misterio cuando llegaron los primeros ejemplares de la novela de Eugenio Sue para impulsar el desarrollo del folletín o de la novelas por entregas. Sin embargo, cayeron en la cuenta que había que descubrir los misterios de México como el francés había revelado los de París en 1843. Al año siguiente Manuel Payno confesaba en El Museo Mexicano su admiración por una de las mejores producciones de la “literatura moderna”. Lo cierto es que para entonces el contagio se había extendido fuera de Francia y habían salido a la luz Misterios de Londres, Misterios de Rusia y avanzaba la publicación de los de Madrid. En 1851 aparecieron los mexicanos por partida doble, escritos curiosamente por un español y un francés arraigados en nuestro país: Niceto de Zamacois y Édouard Rivière. Tal vez para evitar la confusión con la obra de Zamacois, Rivière decidió titular su obra como Antonio y Anita o Los nuevos misterios de México.

Francisco de la Maza nos informa que Rivière fue “un excelente artista, fino observador de los valores plásticos del arte novohispano, único que había para 1851…”, tanto así que lo que vale de la obra son sus ilustraciones, convertidas en litografías por Casimiro Castro. Escrita en francés fue traducida por Carlos H. Serán y editada por Navarro y Decaen. Festejamos los ciento cincuenta años de Antonino y Anita desde nuestra humilde esquina en Este País y observamos que Rivière asoció la vieja calzada con las truculencias de su desafortunada novela, al igual que nosotros. Llama la atención el dibujo Cayó en tierra sin sentido, que presenta a Antonino rendido en medio de la avenida con los misterios y una arboleda de fondo en un ambiente tenebroso.

Conviene recordar que los misterios del rosario son tres series de cinco, que refieren a momentos significativos de la vida de Jesús y la Virgen. Los gozosos son: (1) La encarnación del Hijo de Dios; (2) La visita de la Virgen María a Santa Isabel; (3) El nacimiento del Hijo de Dios; (4) La purificación de María Santísima, y (5) El niño perdido y hallado en el templo. Los dolorosos son: (1) La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní; (2) La flagelación del Señor atado a la columna; (3) La coronación de espinas; (4) Jesús con la cruz a cuestas, y (5) Crucifixión y muerte de Jesús. Los gloriosos son: (1) La resurrección del Señor; (2) La ascensión de Jesús al cielo; (3) La venida del Espíritu Santo; (4) La asunción de la Virgen María, y (5) La coronación de Nuestra Señora como reina de todo lo creado. El papa Juan Pablo II introdujo en 2002 una nueva serie de misterios, con el nombre de luminosos: (1) El bautismo de Jesús en el río Jordán; (2) La autorrevelación en las bodas de Caná; (3) El anuncio del Reino de Dios; (4) La transfiguración de Jesús, y (5) La institución de la Eucaristía.

Estos misterios religiosos pretenden dar lugar a la meditación y reflexión sobre lo incomprensible, pues ‘la religión cristiana, es cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe’. La palabra procede del griego μυστ’ηριον, ‘cosa arcana o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar’; es lo ‘arcano o cosa secreta en cualquier religión’ y es también ‘pieza dramática que desarrolla algún paso bíblico de la historia y tradición cristianas’. En algún momento las ‘ceremonias secretas del culto de algunas divinidades’ fueron llamadas misterios, de donde derivó el adjetivo misterioso, ‘que encierra o incluye en sí misterio’ y es lo ‘dicho de una persona que hace misterios y en ocasiones da a entender cosas recónditas donde no las hay’.

Estas voces son vecinas de la palabra mística, que es, de acuerdo con el Diccionario de la lengua española, la ‘parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus’; es asimismo ‘experiencia de lo divino’ y ‘expresión literaria de esta experiencia’. El adjetivo místico se refiere a lo ‘que incluye misterio o razón oculta’; a lo ‘perteneciente o relativo a la mística o al misticismo’; y como sustantivo designa a ‘quien se dedica a la vida espiritual’. Es necesario saber entonces que el misticismo es el ‘estado de la persona que se dedica mucho a Dios o a las cosas espirituales’ o el ‘estado extraordinario de perfección religiosa, que consiste esencialmente en cierta unión inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente de éxtasis y revelaciones’.

Ignoro si antes o después de Sue descendieron los misterios del cielo y cayeron hasta los bajos fondos del mundo, lo cierto es que en los primeros días de noviembre se habrán reunido estudiosos franceses y mexicanos de los institutos de Antropología e Historia y de Investigaciones Históricas Dr. José María Luis Mora y del Tecnológico de Monterrey para intercambiar resultados de investigación sobre los misterios de la ciudades de México y París. Comparten aquella fantasía de poder recorrer pasadizos subterráneos para conocer a los demonios y fantasmas de las profundidades urbanas, y descubrir los secretos de los placeres y saberes ocultos o prohibidos. (Están todos invitados a escucharlos.)

En alguna de estas cosas pudo pensar también el luchador mexicano que optó por saltar al ring o cuadrilátero con el nombre de El Místico, para aplicar complicadas e indescifrables llaves a sus oponentes.

_______________
MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha sido profesor tanto de literatura como de español y cultura mexicana para extranjeros. Especialista en siglo xix, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Máxima Casa de Estudios y fue director de la Fundéu México.

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