En cada país, hay una sección de líderes políticos sensatos e inteligentes por un lado, y un grupo de locos e ignorantes por el otro. Claro, la división es un poco más complicada que eso, ya que dentro de estos grupos hay opiniones, ideologías y prioridades muy dispersas, pero lamentablemente, la política atrae unos cuantos locos ambiciosos. En los países exitosos, los sensatos han sido los que más influyen en las políticas públicas, y los Estados Unidos no es una excepción. Pero la negociación sobre el tope de la deuda estadounidense demuestra que los ignorantes son cada vez más fuertes, y si ganan esta batalla política, las consecuencias podrían ser bastante feas.
Desde 1939, el Congreso ha sido obligado a aprobar cada venta de bonos gubernamentales –es decir, la expansión de deuda– para financiar la operación diaria y pagar las obligaciones del gobierno federal, desde los cheques de seguro social de los cuales los de tercera edad dependen para vivir, hasta los intereses de los bonos de la tesorería americana. Históricamente, el Congreso ha subido el tope de deuda sin problemas mayores –lo ha hecho 89 veces desde que entró en vigencia el sistema actual. La decisión no ha sido sujeta a los mismos debates y discusiones que frecuentemente caracterizan la aprobación de legislación, pues todos reconocían la importancia de pagar lo debido, y el riesgo de no hacerlo.
Pero en años recientes, los legisladores opositores de los dos partidos empezaron a votar en contra cuando les tocaba subir el tope, como manera de protestar las políticas de su adversario en la Casa Blanca. (De hecho Obama lo hizo en 2006, cuando aún era un senador de Illinois, y el presidente era George W. Bush. Supongo que se arrepiente de haberlo hecho ahora.) No pasaba nada, porque siempre eran más los congresistas que sí querían subirlo.
Esta vez la situación es distinta. La tesorería dice que el 2 de agosto se les agotan sus fondos, y sin la venta de más bonos, el gobierno de Estados Unidos se quedaría en default. Pero el partido republicano, que controla la cámara baja y por lo tanto puede frenar cualquier iniciativa, se niega a aprobar el incremento en el tope sin que haya una reducción simultánea en el tamaño del déficit en el presupuesto.
Desde ahí, todo el mundo en Washington está buscando un plan de reducir el déficit, para conseguir los votos republicanos necesarios para subir el tope de deuda. Hasta el momento, unas cuantas propuestas han surgido: un acuerdo para reducir el déficit en 4 billones de dólares en los próximos 10 años, en que la mayoría de los ahorros vienen de una reducción en gastos aunque también incluye unos aumentos de impuestos; un plan que reduce el déficit en unos 2 billones, basado mucho más en la reducción de gasto; y un plan que salió gracias al fracaso de los anteriores, en que el congreso dé toda la autoridad de subir el tope al ejecutivo, pero sin los mecanismos simultáneos para cerrar el déficit.
Obama, por su parte, parece haber entrado en el pleito buscando una manera políticamente viable de conseguir una reducción mayor en el déficit. La jugada para él es llevar a cabo un gran acuerdo que le permita llegar a 2012 como un moderado que guste a los votantes independientes. Por eso está abogando por el plan mayor, el de 4 billones de dólares. A lo mejor pensó que con un asunto tan importante como el riesgo de default, los duros de cada partido cederían un algunas de sus posiciones, haciendo posible un acuerdo mucho más grande que lo que sería viable en tiempos normales.
En eso, el presidente se equivocó, pues ignoró la fuerza creciente del Tea Party, esa corriente derechista de los más duros que busca sobretodo bajar los impuestos y reducir el tamaño del gobierno. Aunque Obama llegue a un acuerdo con los republicanos más moderados, los del Tea Party tienen la fuerza para tronar cualquier plan que les disguste, como el de 4 billones de dólares, que rechazaron porque incluía incrementos en los impuestos. Para ellos, la reducción del déficit se tiene que lograr exclusivamente a través de recortes en gasto público, no importa que las tasas de impuestos en Estados Unidos sean los menores para un país rico.
Parece que muchos del Tea Party, que suman más o menos la cuarta parte de los republicanos en la cámara baja, simplemente no están dispuestos a ceder, que efectivamente significa que no están dispuestos a negociar. Incluso hay un grupo de docenas legisladores que se organizaron en el ‘Hell No’ Caucus, o el Bloque ‘No con Un Demonio’, quienes se oponen a la alza del tope de deuda en cualquier circunstancia.
Tampoco es una postura tomada para sacar adelante un mejor acuerdo. Ellos realmente lo creen, y no han demostrado una comprensión del riesgo de su posición actual. La congresista Michele Bachmann, la reina del Tea Party y la puntera en algunas encuestas presidenciales del lado republicano ante la elección de 2012, dijo “No creemos eso ni por un segundo” que habrá consecuencias mayores de un default. Austin Scott , el líder de la generación más joven de la cámara baja, dijo, “Pienso que claro que verás volatilidad a corto plazo. [Pero] a final de cuentas, el sol volvería a aparecer mañana.”
Nadie sabe exactamente cuales serán las consecuencias de un default –no hay muchos ejemplos relevantes de que la economía más grande con la moneda mundialmente más importante caiga en default por elección propia– pero muchas de las voces más distinguidas de la economía rechazan contundentemente su diagnóstico optimista.
Warren Buffett, inversionista legendario y anteriormente el hombre más rico del mundo, dijo que los republicanos quieren “volar los sesos” del país con su postura acerca de la deuda. Larry Summers, recién salido asesor económico de Obama, dijo que el default podría causar un desastre que “hace que [la quiebra de] Lehman Brothers parezca un evento pequeñísimo.” Hasta John Boehner, líder republicano de la cámara baja y teóricamente aliado con el Tea Party, se atrevió a advertir de la posibilidad de una “catástrofe verdadera.”
Por lo menos, las tasas de interés subirían de inmediato, frenando la recuperación económica tanto en Estados Unidos como en México. Las agencias de evaluación de riesgo ya están hablando de bajar la calificación de los bonos estadounidenses, y en caso de un default, sería inevitable. Entre más tiempo dure el default, más duro será el impacto. Una nueva recesión sería un evento probable, y una huida del dólar que cambiaría el mapa económico del mundo se convertiría en una posibilidad real si sigue el gobierno en default por mucho tiempo.
Por eso, todavía parece impensable que habrá default. Tal evento es algo para evitar a toda costa, y mientras se acerque la fecha limite del 2 de agosto, lo más probable es que los locos se escondan y los de buen juicio retomen control. Pero lo preocupante es que EU haya llegado hasta acá, que haya dejado que los que demuestran ignorancia de los riesgos que corren estén dictando las políticas nacionales.
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