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Obra plástica: Pedro Diego Alvarado
Cultura | Obra Plástica | Pedro Diego Alvarado | 01.07.2011 | 0 Comentarios

En la pintura que ilustra nuestra portada, el estado de la luz en un ambiente nocturno puede recordar obras tan distintas como Carnation, Lily, Lily, Rose de John Singer Sargent y el famoso Café du Nuit, Arles, de Vincent van Gogh. En estos cuadros la luz ya no es condición general. Se ha ido a concentrar en unas cuantas fuentes y zumba. No es circunstancia ordinaria. Está preñada de ámbar y palpita. El azul de estas pinturas —el que se asoma entre las flores vivas de Alvarado, el del cielo de Arles, el que sugiere Sargent—se debe a la noche, y sin embargo lo vemos hincarse y sostener esas fuentes pasajeras de luminosidad, lo vemos ser, nocturno, elemento del breve albor.

Destacamos esta vida encarnada porque es constante en los cuadros de Pedro Diego Alvarado. Son cuadros libres de toda complejidad semántica. No hay en ellos contenidos simbólicos, anecdóticos, temáticos o metapictóricos. Hay apenas referencias culturales. Se trata de obras de un realismo sumo.

No sólo parten de las formas de la realidad: el pintor las presenta sin que medie el artificio. Lo que queda entonces es sencillo: frutas grandes, suculentas, ordenadas; cajas que apenas pueden asomarse; flores.

Queda esto, pero en un estado tal de lozanía, de sabrosa disposición, de salud y de sustancia que no puede sino ser forma de vida. Tales son los colores y las texturas, las siluetas. A ello se debe quizá que Pedro Diego Alvarado agrupe sus cuadros de frutas y flores cortadas bajo el nombre de naturaleza quieta, y no, como quisiera la tradición, de naturaleza muerta.

Hicimos mención de ciertas referencias culturales. La pintura de Alvarado se percibe mexicana. Están las variedades de las frutas; su disposición en cajas y canastas y la presentación escalonada de éstas, típica de un mercado; el papel de colores que sirve para envolverlas; los cactus, por supuesto. Pero más allá de estos usos evidentes, en el nivel del estilo —en particular en el efecto que resulta de combinar la atención al detalle con una factura deliberadamente imperfecta—hay bellas reminiscencias de nuestra tradición plástica, de autores no académicos como Hermenegildo Bustos, o de Diego Rivera.

En tiempos difíciles como los que hoy vivimos, no deja de ser esperanzador que Alvarado pueda establecer una correspondencia así entre lo mexicano y la vida en un estado elemental y puro.

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