El 15 de mayo del 1935, con 74 años encima, Carlos Díaz Dufoo leyó su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua. El escritor, que gastó buena parte de su talento como periodista y editor, consideró oportuno pasar revista a la generación modernista tal como lo revela el título de su exposición: “De Manuel Gutiérrez Nájera a Luis G. Urbina”. Federico Gamboa le dio respuesta pues era seguramente el académico más autorizado para hacerlo y la llamó “Viaje del Parnaso mexicano durante cuarenta años”.
El autor de Santa advertía que Díaz Dufoo había evocado “toda un época”, la de ambos, y continuaba con la mención de los méritos de quien a partir de ese día se sentaría en la silla VIII, una de las más antiguas de la corporación, que antes había sido ocupada por Joaquín Cardoso (1875-1880), Ramón Isaac Alcaraz (1880-1886), Justo Sierra (1887-1912) y Francisco C. Canale (1915-1934). Tras la muerte de Díaz Dufoo, ocurrida el 5 de septiembre de 1941, la ocuparon José Juan Tablada (1941-1945), José de Jesús Núñez y Domínguez (1946-1959) y Francisco Fernández del Castillo (1961-1983). Desde 1986 la ocupa Ruy Pérez Tamayo.
Gamboa, como la mayor parte de los historiadores de la literatura mexicana, recuerda la relación de Carlos Díaz Dufoo con Manuel Gutiérrez Nájera y su papel como editores de la célebre Revista Azul, que, como bien se sabe, salió a la luz entre 1894 y 1896.
A ciento cincuenta años del nacimiento de Carlos Díaz Dufoo en Veracruz, me parece justo recordar el curioso libro de relatos que publicó en 1901 con el título de Cuentos nerviosos. Lo primero que salta a la vista es el fiel reflejo que estos cuentos muestran del fin del siglo XIX, de aquella emoción identificada con el esplín, hispanización de spleen, consignada en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia (DRAE) como ‘melancolía o tedio de la vida’, y que en el arte condujo la exploración de zonas perturbadoras de la vida y al examen de las conciencias oscuras próximas al suicidio, la prostitución, el alcoholismo, el crimen, el engaño y el desengaño. La obra es resultado de los temores y las angustias que asaltaron a los hombres de la generación azul ante la llegada de la modernidad y que eran expresados como fastidio por la existencia. El pequeño ejemplar de 139 páginas fue dedicado al dueño de El Imparcial y El Mundo Ilustrado, el oaxaqueño Rafael Reyes Spíndola, amigo y patrón de Díaz Dufoo. Los dieciséis cuentos que forman el volumen revelan la influencia del decadentismo presente en la literatura de la última década del siglo XIX.
¿Qué era lo nervioso de aquellos cuentos? Si atendemos al significado de este adjetivo, que hace referencia, según el DRAE, a lo ‘que tiene nervios’, a lo ‘perteneciente o relativo a los nervios’, a lo ‘dicho de una persona, cuyos nervios se excitan fácilmente, o que es inquieta e incapaz de permanecer en reposo’ e incluso a lo que es ‘fuerte y vigoroso’, encontramos que el título anuncia historias de personas que cambian su conducta con facilidad y actúan impulsivamente, es decir, que alteran su comportamiento, y de aquí la proximidad con las expresiones alterar o alterársele los nervios a alguien, crispar o crispársele los nervios a alguien, que en el DRAE remiten a poner o ponérsele a alguien los nervios de punta, o sea ‘poner a alguien muy irritado o exasperado’. Así, perder los nervios es igualmente ‘alterarse, perder la serenidad dando muestras evidentes de ello’, ‘estar agitado, nervioso’ y, por eso, estar alguien de los nervios es ‘padecer algún desequilibrio nervioso’.
Imposible no sufrir un ataque de nervios si uno descubre que asiste a su propio velorio como resultado de cierta catalepsia, ‘accidente nervioso repentino, de índole histérica, que suspende las sensaciones e inmoviliza el cuerpo en cualquier postura en que se le coloque’, como sucede al protagonista del segundo cuento nervioso de Díaz Dufoo:
Entonces, un deseo loco, una ansia desesperada me hizo presa: mi alma quería ver a mi cuerpo, contemplar por última vez a aquella envoltura, darle un adiós postrero, besar aquellos labios sin aliento, revolotear dulcemente sobre aquellos restos, asomarse a sus ojos como el suicida se asoma al fondo del abismo… ¡Era mío aquel cuerpo! Y una inmensa desesperación se apoderó de mi alma, una rabia insensata. ¡Llegué a la imprecación!… ¡Llegué a la blasfemia!…, y los cirios seguían chisporroteando lúgubremente, mientras los hombres ahogaban su aburrimiento en el raudal de su incolora charla.
Un neurótico o neurópata es quien padece enfermedades nerviosas, principalmente y sobre todo neurosis, ‘enfermedad funcional del sistema nervioso caracterizada principalmente por inestabilidad emocional’. Esta definición de neurosis que ofrece el drae, aunque es precisa, omite, evidentemente, aspectos de todo lo que en el ámbito de la medicina y la psicología es considerado un trastorno más complejo, tal como lo propuso, primero, el médico escocés William Cullen y más tarde Sigmund Freud. Es frecuente que un término científico, al ser empleado por los hablantes no especializados, adquiera otras connotaciones de modo que tanto neurosis como neurótico se usan para referirse a la ansiedad, la obsesión, el nerviosismo y el estrés, y a quien los padece, juntos o separados.
La raíz griega νεuρον (neuron), ‘nervio’, utilizada en las palabras anteriores, también ha servido para formar voces como neurología, que es definida en el drae como ‘estudio del sistema nervioso y de sus enfermedades’, sin embargo, encontramos que entre los especialistas la neurología es ‘la especialidad de la medicina que se aplica al diagnóstico y tratamiento de las enfermedades del cerebro, la médula espinal, los nervios periféricos y los músculos’, por lo cual las enfermedades que estudian y tratan los neurólogos son aquellas relacionadas con la circulación en el cerebro, como las trombosis y hemorragias; las migrañas o jaquecas, neuralgias y otros dolores especiales; los tumores cerebrales; las demencias como la enfermedad de Alzheimer y otras; meningitis, encefalitis y otras infecciones del sistema nervioso como epilepsias, enfermedad de Parkinson, temblor, tics y otros trastornos del movimiento. Cabe advertir que los neurólogos no suelen tratar los trastornos de causa psicológica o mental, como la depresión, el insomnio o la ansiedad. Éstos son tratados por los psiquiatras.
Muchas clases de nervios conducen los impulsos de los seres vivos y otros nervios artificiales soportan columnas y adornan las construcciones humanas, y se nos olvida que también nervios fue el nombre de una de las tribus de la Galia, durante el siglo I a.C.
Finalmente lo que nos pone más nerviosos es la muerte y lo desconocido, así levantamos la guardia ante lo que amenaza nuestra tranquilidad y paz, y es natural que nos alteremos si está en riesgo nuestra seguridad y la de quienes amamos y necesitamos, por eso, como lo contaba Carlos Díaz Dufoo, aunque creadora, la neurosis es incómoda vecina. ~
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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la unam. Ha sido profesor tanto de literatura como de español y cultura mexicana para extranjeros. Especialista en siglo xix, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la máxima Casa de Estudios y fue director de la Fundéu México.