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Paz, Reyes y otros tiempos
Entrevista a Ramón Xirau*
Cultura | Mariana Bernárdez | 12.01.2011 | 0 Comentarios

Ramón Xirau recuerda su participación en Diálogos, su relación con Octavio Paz, Alfonso Reyes y su entrada al Colegio Nacional.

mariana bernárdez: Me gus­ta­ría ha­blar so­bre Oc­ta­vio Paz. ¿Có­mo lo co­no­ció? ¿Có­mo fue su re­la­ción con él?

ramón xirau: Pri­me­ro lo co­no­cí sin co­no­cer­lo, yo da­ba con­fe­ren­cias y cur­sos en el Ins­ti­tu­to Francés, el ifal, y anun­cié una so­bre Paz; en aquel mo­men­to yo ten­dría en­tre 24 ó 25 años, y des­de en­ton­ces, pa­ra mí, ya era un gran poe­ta. Aquel día lle­ga­ron dos se­ño­ras úni­ca­men­te, así que de­ci­dí lle­var­las al ca­fé pa­ra char­lar. Oc­ta­vio se en­te­ró, tal vez por el bo­le­tín del ifal, no lo sé, y me es­cri­bió una car­ta di­cién­do­me al­go co­mo: “Dis­tin­gui­do Sr. Xi­rau, ¿po­dría man­dar­me su tex­to?” No lo te­nía, más bien lo que ha­bía he­cho era una se­rie de apun­tes, por lo que me di a la ta­rea de re­dac­tar­lo pa­ra en­viár­se­lo; fue lo pri­me­ro que es­cri­bí so­bre él.

OctavioPaz-Xirau-opt
Foto Rogelio Cuéllar/Archivos Este País

Des­pués nos car­tea­mos, por­que Paz se de­sem­pe­ñó bas­tan­te tiem­po co­mo di­plo­má­ti­co fue­ra de Mé­xi­co, in­clu­so es­tu­vo en Fran­cia al­gu­nos años. El pri­mer en­cuen­tro di­rec­to ocu­rrió a su re­gre­so en 55 ó 58, no sé. Ha­bla­mos por te­lé­fo­no y me ci­tó en la Se­cre­ta­ría de Re­la­cio­nes Ex­te­rio­res que esta­ba en Ave­ni­da Juá­rez. Tu­ve una sen­sa­ción cu­rio­sa y creo que él tam­bién, nos vi­mos y no nos co­no­ci­mos, no era aque­llo de las car­tas ni de los ar­tí­cu­los; em­pe­za­mos a ha­blar, su­pon­go que de li­te­ra­tu­ra, tam­bién de Es­pa­ña y de la gue­rra y co­sas de és­tas. Des­pués lo que pa­só fue que es­cri­bí so­bre él ex­ten­sa­men­te.

¿Qué re­cuer­da co­mo hon­da­men­te es­ti­ma­ble de Paz?, ¿era una per­so­na que se sos­te­nía en la amis­tad?
Se por­tó ma­ra­vi­llo­sa­men­te bien con los más jó­ve­nes, con­mi­go fue es­plén­di­do, fue un apo­yo cons­tan­te, me ayu­dó di­rec­ta­men­te mu­chas ve­ces. Era gen­te de pri­me­ra y era abier­to, nos hi­ci­mos ami­gos por­que nos hi­ci­mos ami­gos fa­mi­liar­men­te.

A pesar de ser muy abierto, Paz era a veces de ideas fijas;
incontables, buenísimas, pero si se le cuestionaba alguna
no la cambiaba. Una discusión directa con él no era tan fácil.

¿Com­par­tían una cos­mo­vi­sión, un po­co la dis­cu­sión en tor­no a la fi­lo­so­fía y la poe­sía?
No creo que Oc­ta­vio hu­bie­ra di­cho fi­lo­so­fía, sí pen­sa­mien­to y poe­sía; fi­lo­so­fía es­tric­ta co­mo Kant, He­gel, no creo que le in­te­re­sa­ran, lo que sí le im­por­ta­ba era el pen­sa­mien­to. Co­no­cía te­mas a pro­fun­di­dad, por un la­do a los grie­gos y por otro a los Con­tem­po­rá­neos; a Hei­deg­ger lo ha­bía estu­dia­do a fon­do, pe­ro des­pués en­tró en con­tac­to con el mun­do de la In­dia, eso fue un cam­bio fuer­te y re­le­van­te, que se re­fle­ja en el li­bro La­de­ra es­te. Nos in­vi­tó a Ana Ma­ría y a mí cuan­do es­ta­ba de em­ba­ja­dor, pe­ro co­mo nos da­ba mie­do vo­lar no fui­mos, es una de es­tas co­sas…, y pu­di­mos ha­ber es­ta­do bien en la In­dia, hu­bie­ra si­do di­ver­ti­do. Aho­ra ya vo­la­mos.

A pe­sar de ser muy abier­to, Paz era a ve­ces de ideas fi­jas; in­con­ta­bles, bue­ní­si­mas, pe­ro si se le cues­tio­na­ba al­gu­na no la cam­bia­ba. Una dis­cu­sión di­rec­ta con él no era tan fá­cil. En una oca­sión, en ca­sa de Ar­chi­bal­do Burns, ca­sa­do en aque­lla épo­ca con Lu­cin­da Urrus­ti, pin­to­ra es­pa­ño­la exi­lia­da, es­ta­ban Por­ti­lla y Uran­ga que eran de fi­lo­so­fía pu­ra, y sos­tu­vie­ron un de­ba­te fe­roz con Oc­ta­vio. Ha­bía que co­no­cer a Por­ti­lla…, po­seía un gran senti­do del hu­mor, es­cri­bió po­co y era de pri­me­ra, bri­llan­te; esa po­lé­mi­ca fue es­pec­ta­cu­lar.

¿Al­go más so­bre Paz? ¿Lo vi­si­tó en su es­tu­dio de la co­lo­nia Cuauh­té­moc?
En un pri­mer mo­men­to vi­vía en un de­par­ta­men­to cer­ca de In­sur­gen­tes, des­pués vi­no pa­ra que­dar­se más tiem­po. La car­ta que es­cri­bió en el 68 renun­cian­do a la Em­ba­ja­da fue un ac­to de gran va­len­tía; hay que re­co­no­cer ese as­pec­to su­yo: era muy va­lien­te, co­sa que no to­dos so­mos.

Creo que de acuer­do con la cir­cuns­tan­cia se es o no se es va­lien­te.
Sí, hay al­gu­nas co­sas que tie­nen que ver con su vi­da, no quie­ro ha­blar tan­to de ello. En la re­la­ción que tu­vo con su pri­me­ra mu­jer, Ele­na Ga­rro, que era una es­cri­to­ra bri­llan­te, hu­bo cho­ques. A la hi­ja la quie­ro mu­cho, era aque­lla mu­cha­cha que en­ton­ces ten­dría quince años. Sé que es­tá escribien­do poe­sía…

La Fun­da­ción…
Quie­ro con­tar­te otra co­sa. Nos in­vi­tó a al­gu­nos cuan­tos, ocho o diez, a acom­pa­ñar­lo a re­ci­bir el Pre­mio No­bel;1 eso sí fue emocionan­te, ob­te­ner­lo fue un gran éxi­to y los ac­tos fue­ron muy bo­ni­tos. Pri­me­ro dio una con­fe­ren­cia en la Fun­da­ción del pre­mio, muy bue­na, redon­da, bien he­cha. Des­pués se ce­le­bró un ac­to en el tea­tro, es­ta­ban a la de­re­cha del pú­bli­co los re­yes y la rei­na ma­dre, a la iz­quier­da los fí­si­cos y quí­mi­cos tam­bién ga­lar­do­na­dos y Oc­ta­vio; ver­lo ca­mi­nar en aquel es­ce­na­rio dán­do­le la ma­no a los re­yes fue muy emo­ti­vo. Des­pués hu­bo una ce­na no tan ofi­cial, éra­mos co­mo dos mil per­so­nas, o mil tal vez, con­ser­vo su ima­gen ba­jan­do por la es­ca­le­ra con su mu­jer. Ha­cia el fi­nal hu­bo un bai­le ex­traor­di­na­rio, y aun­que no era un gran bai­la­rín, fue di­ver­ti­do ver­lo bai­lar es­tan­do tan con­ten­to. To­dos bai­la­mos, aca­bó aque­llo a al­tas ho­ras; ir a un ac­to de és­tos, ver a al­guien que con­si­de­ras cer­ca­no y que ade­más es de la len­gua, es mag­ní­fi­co.

Xirau-Bernardez

Ramón Xirau. Hacia el sentido de la presencia

¿Quié­nes más iban?
Re­cuer­do de mo­men­to a En­ri­que Gon­zá­lez Pe­dre­ro y su es­po­sa Ju­lie­ta Cam­pos; al em­ba­ja­dor de Es­pa­ña, con el cual via­ja­ría­mos pos­te­rior­men­te por­que yo te­nía que ir a Bar­ce­lo­na. Re­gre­san­do a Oc­ta­vio Paz, quie­ro de­cir­lo, él res­pe­ta­ba mu­chí­si­mo a Ele­na Ga­rro co­mo es­cri­to­ra y no­ve­lis­ta, siem­pre lo di­jo, lo re­pi­tió en di­ver­sas oca­sio­nes, in­clu­so lo es­cri­bió al­gu­na vez. El li­bro de Ele­na so­bre el via­je con Oc­ta­vio a Es­pa­ña du­ran­te la Gue­rra Ci­vil en el 37 es im­pre­sio­nan­te, no ten­go pre­sen­te el tí­tu­lo,2 se pu­bli­có ha­rá seis o sie­te años, na­rra to­do, có­mo fue­ron al Con­gre­so An­ti­fas­cis­ta de Va­len­cia, la ex­pe­rien­cia en el Fren­te, el en­cuen­tro con Si­quei­ros, tan­to las co­sas bue­nas co­mo las iró­ni­cas del via­je.

¿El fi­nal, cuan­do Paz se en­te­ró del cán­cer?
Fue du­rí­si­mo, no es que no re­cuer­de, es que no hay… uno se lo ima­gi­na­ba siem­pre vi­tal; sí fue fuer­te, pa­ra él creo que de­bió ser muy fuer­te.

A ve­ces, an­te las en­fer­me­da­des lo que se vi­ve son los dos ex­tre­mos: la gen­te se acer­ca o se dis­tan­cia. ¿En su ca­so hu­bo una cer­ca­nía?

Sí, cla­ro, el pro­ble­ma es que ca­si nun­ca ha­bló de ello. Sin em­bar­go, en el úl­ti­mo año o el pe­núl­ti­mo, su dis­cur­so, cuan­do hi­zo la Fun­da­ción, fue her­mo­so, cuan­do ha­bló im­pro­vi­san­do so­bre las nu­bes en la Ciu­dad de Mé­xi­co, to­da­vía te­nía mo­men­tos bri­llan­tes.

¿Par­ti­ci­pó en la crea­ción de la Fun­da­ción?
No; soy miem­bro, lo que no sé es si con­ti­núa. In­clu­so tra­ba­ja­mos bas­tan­te, pe­ro des­pués de que él mu­rió… hu­bo una se­pa­ra­ción en el gru­po, no sé qué va a pa­sar. Es una pe­na por­que en Mé­xi­co ha ha­bi­do fun­da­cio­nes, pe­ro de es­te ti­po nun­ca, por lo que es im­por­tan­tí­si­mo que se man­ten­ga. Ade­más, ser­vi­ría pa­ra que la gen­te es­tu­dia­ra más la obra de Paz, en fin.

¿La ter­tu­lia en el ca­so de Paz se dio des­de un prin­ci­pio y se acre­cen­tó con los años? En la en­tre­vis­ta pa­sa­da ha­blá­ba­mos de la Ca­sa del La­go. ¿Paz iba?
Que re­cuer­de no, Paz no es­ta­ba en Mé­xi­co. En la Ca­sa del La­go se hi­cie­ron co­sas es­tu­pen­das, se fun­dó lo que se lla­ma­ba “Poe­sía en voz al­ta”, leían poe­sía y por otra par­te ha­cían obras, fue un tea­tro mag­ní­fi­co, qué año se­ría, no sé. Su­pon­go que que­dan co­sas de ésas, y uno siem­pre ol­vi­da un po­co las épo­cas di­fí­ci­les. Jas­pers ha­bla de la si­tua­ción lí­mi­te: si uno la sal­va en­ton­ces se le pue­de dar de nue­vo sen­ti­do a la vi­da. La gen­te del exi­lio es­pa­ñol, co­mo el ca­so de tan­tos, que su­frió la cár­cel, las ame­na­zas de muer­te, las con­di­cio­nes pau­pé­rri­mas…
Sí, ho­rri­ble, Jo­sé Hie­rro, el poe­ta —¿lo co­no­ces?— es­tu­vo años en la cár­cel, a él no le gus­ta ha­blar de eso. Es muy sim­pá­ti­co, pe­ro vol­va­mos a Paz.

Cuan­do Paz fun­da la re­vis­ta Vuel­ta, ¿Diá­lo­gos ha­bía ter­mi­na­do?
No, in­clu­so Paz que­ría que fue­ra co­di­rec­tor con él de Vuel­ta, pe­ro co­mo es­ta­ba en Diá­lo­gos no acep­té, hu­bo un po­co de ex­tra­ñe­za de su par­te, pe­ro no po­día de­jar­la, ade­más du­ró unos tres o cua­tro años más.

Men­cio­na­ba que al prin­ci­pio de Diá­lo­gos, Paz ha­bía co­la­bo­ra­do.
Sí, en un mis­mo nú­me­ro es­cri­bie­ron Paz y Bor­ges, eso fue bo­ni­to, esa épo­ca de la re­vis­ta la re­cuer­do con ca­ri­ño.

¿Có­mo na­ce la re­vis­ta Diá­lo­gos?
¿No te con­té? Te­nía un ami­go me­xi­co-ame­ri­ca­no que era abo­ga­do, no era pre­ci­sa­men­te un in­te­lec­tual. Via­ja­ba con fre­cuen­cia por His­pa­noa­mé­ri­ca y que­ría ha­cer una re­vis­ta; no te­nía­mos una idea cla­ra, pe­ro po­co a po­co fue sur­gien­do has­ta fun­dar­se Diá­lo­gos. Él me apo­ya­ba econó­mi­ca­men­te has­ta que no pu­do más y lle­gué al nú­me­ro tre­ce. Pu­se un sos y en­ton­ces Víc­tor Ur­qui­di, di­rec­tor de El Co­le­gio de Mé­xi­co, la adop­tó.

Sí, Diá­lo­gos tu­vo una in­cli­na­ción ha­cia las cien­cias so­cia­les,
la li­te­ra­tu­ra y la fi­lo­so­fía, y ha­cia asun­tos de El Co­le­gio.

Diá­lo­gos, a pe­sar de ser co­bi­ja­da por El Co­le­gio de Mé­xi­co, ¿si­guió sien­do su­ya?
Sí, Diá­lo­gos tu­vo una in­cli­na­ción ha­cia las cien­cias so­cia­les, la li­te­ra­tu­ra y la fi­lo­so­fía, y ha­cia asun­tos de El Co­le­gio. Mien­tras es­tu­vo Ur­qui­di to­do fue bien por­que res­pe­ta­ba la lí­nea edi­to­rial, la re­vis­ta du­ró veintidós años, lo que son mu­chos años pa­ra una re­vis­ta. ¿Có­mo fue el prin­ci­pio, me pre­gun­ta­bas? Es­te se­ñor se lla­ma­ba Hank Ló­pez, aca­bó de pro­fe­sor de Li­te­ra­tu­ra Chi­ca­na en Har­vard, pe­ro só­lo pu­do aus­pi­ciar has­ta el fa­mo­so nú­me­ro tre­ce.

¿Có­mo fue el fi­nal de Diá­lo­gos?
Aca­bó. Así fue. Te ex­pli­ca­ba que mien­tras es­tu­vo de pre­si­den­te Víc­tor Ur­qui­di, la re­vis­ta fue bien, in­clu­so él ha­bía te­ni­do re­la­ción con la gen­te del exi­lio, y per­te­ne­cía a una ge­ne­ra­ción más jo­ven. Por cier­to, su ma­dre es­cri­bió un li­bro her­mo­so so­bre Ma­drid du­ran­te la Gue­rra Ci­vil, bue­no, ya me fui por otro la­do. Cuan­do ter­mi­nó su ges­tión la re­vis­ta du­ró to­da­vía un po­co.

Lo ex­traor­di­na­rio es que era una pu­bli­ca­ción con la cual El Co­le­gio de Mé­xi­co se iden­ti­fi­ca­ba o es iden­ti­fi­ca­do.
En cier­to mo­men­to, sí; por eso fue ab­sur­do que no la con­ser­va­ran. En eso creo que el mo­de­lo a se­guir son las uni­ver­si­da­des nor­tea­me­ri­ca­nas o las eu­ro­peas, por­que hay con­ti­nui­dad en los pro­yec­tos y en ese sen­ti­do fun­cio­nan muy bien.

¿Des­pués de Diá­lo­gos a dón­de fue? ¿Pro­si­guió con sus cla­ses, acep­tó al­gún pro­yec­to gran­de?
No, de prin­ci­pio na­da, per­ma­ne­cí en mis cla­ses, y eso coin­ci­dió más o me­nos con mi in­gre­so a El Co­le­gio Na­cio­nal, que pa­ra mí fue im­por­tantí­si­mo.

En al­gún ar­tí­cu­lo e incluso en el curriculum vitae men­cio­na que ha si­do uno de los ho­no­res más al­tos que ha te­ni­do en la vi­da.
Eso fue ma­ra­vi­llo­so y eso se lo de­bo a mu­cha gen­te. Va­mos a ver, a un as­tró­no­mo, Gui­ller­mo Ha­ro, que lue­go su­pe que se por­tó muy bien, al doctor Chá­vez, y a Oc­ta­vio, que me apo­yó y quien me re­ci­bió.

¿Qué le sig­ni­fi­có ser miem­bro de El Co­le­gio Na­cio­nal?
Fue fun­da­do en 45 por Re­yes, Die­go Ri­ve­ra, Oroz­co, Vas­con­ce­los. Yo iba a sus con­fe­ren­cias, ha­ce años de es­to, en los cin­cuen­ta. Creo que sig­ni­fi­ca en prin­ci­pio el ni­vel más al­to en li­te­ra­tu­ra, prác­ti­ca­men­te en hu­ma­ni­da­des y en cien­cias. Tal vez aho­ra El Co­le­gio, co­mo Mé­xi­co ha cre­ci­do tan­to, se co­noz­ca un po­co me­nos, pe­ro si­gue te­nien­do una pre­sen­cia bár­ba­ra. Co­mo miem­bro hay obli­ga­cio­nes que cum­plir, hay que dar cur­sos, conferencias, se­mi­na­rios, asis­tir a reu­nio­nes, et­cé­te­ra.

Al­fon­so Re­yes era ami­go de mis sue­gros y de mi pa­dre. Tu­vi­mos una gran cer­ca­nía, los vier­nes so­lía­mos ce­nar en su ca­sa tor­ti­lla y cho­co­la­te, y al fi­nal nos leía al­go y se dis­cu­tía. Re­yes fue el que re­ci­bió a to­dos los re­fu­gia­dos en lo que era La Ca­sa de Es­pa­ña en Mé­xi­co, que se fun­dó pa­ra los es­pa­ño­les, prin­ci­pal­men­te.
En su sa­la hay una fo­to­gra­fía de Re­yes de­di­ca­da a Ana Ma­ría y a us­ted.
Re­yes era una per­so­na sen­ci­lla y aun­que ha­bía una di­fe­ren­cia de edad con­si­de­ra­ble en­tre los dos, exis­tía una re­la­ción es­tre­cha, me caía muy bien y su es­po­sa Ma­nue­la era ex­traor­di­na­ria.

Él es­tu­vo de em­ba­ja­dor en Puer­to Ri­co y en Bra­sil;
un día le co­men­té: “Me di­cen que las bra­si­le­ñas se vis­ten muy bien”,
y él me con­tes­tó: “Ramoncito, có­mo se des­vis­ten”.

¿Al­re­de­dor de Re­yes ha­bía gen­te? ¿Era de di­fí­cil ac­ce­so?
No era de di­fí­cil ac­ce­so, pe­ro si hu­bie­ra re­ci­bi­do a to­do el mun­do, se mo­ría. Era muy co­que­to.
Pa­ra que us­ted, maes­tro, se acuer­de de eso, es por­que de­bía ser co­que­tí­si­mo.
Ma­nue­la te­nía un ál­bum de las ami­gas de Al­fon­so Re­yes. Él es­tu­vo de em­ba­ja­dor en Puer­to Ri­co y en Bra­sil; un día le co­men­té: “Me di­cen que las bra­si­le­ñas se vis­ten muy bien”, y él me con­tes­tó: “Ra­mon­ci­to, có­mo se des­vis­ten”. Tam­po­co era for­zo­so ha­blar siem­pre de li­te­ra­tu­ra, era una relación dis­tin­ta, de mu­cha sim­pa­tía.

¿Tie­ne al­gún in­flu­jo en su for­ma­ción?
Sí, era una pre­sen­cia de gran re­le­van­cia. Su obra tam­bién me ha si­do de pro­fun­da sig­ni­fi­ca­ción, por ejem­plo, Des­lin­de es un li­bro difí­cil, pe­ro no de­ja de ser una obra es­plén­di­da de crí­ti­ca li­te­ra­ria, que qui­zá sea lo que más me gus­te de él junto con al­gu­nos tex­tos de cor­te más per­so­nal.

La im­pre­sión que ten­go es que de­bió ser­le en­tra­ña­ble.
Cla­ro. Re­yes vi­vió en Es­pa­ña co­mo vein­te años. Los sie­te so­bre De­va es un li­bro so­bre su es­tan­cia. Hi­zo mu­chos con­tac­tos y por eso des­pués pu­do traer a tan­tos re­fu­gia­dos a Mé­xi­co.

La la­bor de Re­yes en ese sen­ti­do fue ge­ne­ro­sa.
Fue Co­sío Vi­lle­gas el que ac­tuó de una for­ma prag­má­ti­ca, y Re­yes, di­ga­mos, con pres­te­za e in­me­dia­tez; los dos hi­cie­ron la la­bor. Aque­lla Ca­sa de Es­pa­ña era mag­ní­fi­ca.

Ha­blá­ba­mos de có­mo lo ha­bía in­flui­do.
Tal vez en la ac­ti­tud de ver las co­sas con po­ca so­lem­ni­dad, con cier­ta ale­gría. En la fo­to que ten­go no es que sea un ni­ño, pe­ro Re­yes no es tan viejo, tie­ne 69; al po­co tiem­po fue cuan­do mu­rió. ¿Ha­brá muer­to a esa edad? ¿Se veía ma­yor, no?

Qui­zás obe­de­ce al con­cep­to de vi­da de an­tes: lle­ga­da a de­ter­mi­na­da edad, la gen­te te­nía que ser vie­ja.
Re­yes te­nía el co­ra­zón fas­ti­dia­dí­si­mo. Re­cuer­do una con­fe­ren­cia que im­par­tió en Mo­re­lia, es­ta­ba Ana Ma­ría. Fue mi pa­dre y yo lo acom­pa­ñé. Creo que era un po­co el prin­ci­pio de Des­lin­de y pa­ra dar un ejem­plo se le­van­tó de gol­pe y di­jo: “Tan­to bai­lé con el ama del cu­ra, tan­to bailé que me dio ca­len­tu­ra”. Creo que es el me­jor con­fe­ren­cis­ta que he oí­do. Te­nía esa mez­cla de sen­si­bi­li­dad, vi­ta­li­dad y hu­mor. ¡Qué im­por­tan­te es el sen­ti­do del hu­mor y eso fal­ta tan­to! Es al­go que no hay en el mun­do his­pá­ni­co, en eso los in­gle­ses nos ga­nan.

* Entrevista recogida del libro Ramón Xirau. Hacia el sentido de la presencia, de Mariana Bernárdez (conaculta, México, 2010).

____________
1 “Los actos de Estocolmo fueron vivos y so­lem­nes. Así en el ac­to mis­mo de la en­tre­ga del Pre­mio, en el gran bai­le des­pués de la ce­na y naturalmen­te en el dis­cur­so de Oc­ta­vio, y co­sa cu­rio­sa, la pues­ta en es­ce­na de La hi­ja de Ra­pac­ci­ni, en sue­co.” Ra­món Xi­rau, “Homena­je a Oc­ta­vio Paz al año de su fa­lle­ci­mien­to”, Sa­lu­dos y ho­me­na­jes. Pa­la­bras pa­ra miem­bros de El Co­le­gio Na­cio­nal, El Co­le­gio Na­cio­nal, Mé­xi­co, 1999, p. 24.
2 Se trata del libro Memorias de España 1937, Siglo xxi Editores, México, 1992.

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Homenaje al ipn con motivo de su 75 aniversario, este ensayo es también una...

China – EUA. ¿Nuevo escenario bipolar?
No hace mucho que regresé de viaje del continente asiático, con el propósito...

La sofocracia y la política científica
Con el cambio de Gobierno, se han escuchado voces que proponen la creación...

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Foro de Indicadores
Debates que concluyen antes de iniciarse
El proceso legislativo reciente y sus números

Eduardo Bohórquez y Javier Berain

Factofilia: Programas sociales y pobreza, ¿existe relación?
Eduardo Bohórquez y Paola Palacios

Migración de México a Estados Unidos, ¿un éxodo en reversa?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Donar no es deducir, donar es invertir. Las donaciones en el marco de la reforma fiscal
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Impuestos, gasto público y confianza, ¿una relación improbable?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Los titanes mundiales del petróleo y el gas
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

La pobreza en perspectiva histórica ¿Veinte años no son nada?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

La firme marcha de la desigualdad
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia. 2015: hacia una nueva agenda global de desarrollo
Roberto Castellanos y Eduardo Bohórquez

¿Qué medimos en la lucha contra el hambre?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Bicicletas, autos eléctricos y oficinas-hotel. El verdadero umbral del siglo XXI
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Parquímetros y franeleros: de cómo diez pesitos se convierten en tres mil millones de pesos
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: Una radiografía de la desigualdad en México
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: Más allá de la partícula divina
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: El acento está en las ciudades. Algunos resultados de la base de datos ECCA 2012
Suhayla Bazbaz y Eduardo Bohórquez