Desde hace mucho tiempo, el uso de términos bélicos para hablar del combate contra el narcotráfico es bastante común. La “guerra contra las drogas” ha sido la etiqueta de preferencia en Estados Unidos desde la administración de Richard Nixon. En México, la moda de hablar de “la guerra de Calderón” empezó en los primeros meses de 2007.
La etiqueta de “guerra” para el reto de la inseguridad en México no es un problema en sí. Los humanos siempre buscamos atajos para términos largos y complicados, y la verdad es que da muchísima flojera hablar de “la lucha contra el crimen organizado para imponer la autoridad del estado y establecer la seguridad pública” cada vez que quieres hablar de lo que está pasando en México. “La guerra contra el narco”, y más aún “the war on drugs”, fluye mucho más fácilmente de la boca.
Los problemas empiezan cuando una herramienta de facilidad verbal se convierte en una herramienta de análisis; es decir, cuando la gente empieza a aplicar la lógica de guerra a una situación que no lo es.
Véase, por ejemplo, el movimiento para llevar a Felipe Calderón a juicio como criminal de guerra en La Corte Internacional de Justicia de La Haya. Por más opuesto que uno esté a sus políticas, falta todo sentido de proporción ponerle a Calderón al mismo nivel que figuras como Ratko Mladić o Hermann Göring. Ellos aplicaron la potencia militar de sus países con el fin de exterminar grandes poblaciones de civiles. A Calderón se le puede culpar por muchas cosas, pero no hay ninguna prueba que sugiere que haya buscado exterminar a un mexicano civil, mucho menos poblaciones enteras. Los muertos en México son producto de un caos que resulta de la falta de autoridad, no de la conquista militar de territorio contra una resistencia organizada. Es decir, es una situación fundamentalmente diferente que una guerra.
Otro ejemplo: Javier Sicilia, líder del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, recién dijo a Carmén Aristegui: “No conozco en la historia del mundo que alguien vaya a unas elecciones en un país en guerra. Yo en lo personal voy a ir con mi voto en blanco.” Es una postura incoherente por varias razones: una es que hay bastantes ejemplos de elecciones más o menos exitosas a pesar de la presencia de una guerra, como Irak en 2005, que realizó unas elecciones en enero y diciembre de aquel año mientras el país pasaba por una situación muchísimo más delicada que la de hoy en México. Claro, una guerra complica la realización de una elección exitosa, pero imposible no es.
Aunque Michoacán ofrece un caso reciente, los ejemplos concretos de presiones contra los votantes provenientes del crimen organizado son muy pocos. Hay más casos de los grupos criminales influyendo a los candidatos a través de dinero ilícito o amenazas, pero no son tan omnipresentes para concluir que cualquier voto es inútil. El punto de Sicilia sobre la influencia de las pandillas es válido, pero la respuesta de un ciudadano democrático no es lavarse las manos; es invertir un poco de tiempo en investigar sobre los candidatos, leer las noticias y las columnas de opinión, y tomar una decisión informada que castiga a los candidatos que tengan un presunto nexo con el crimen organizado. No es una solución perfecta, pero es mucho mejor que abandonar el proceso democrático.
Además, cabe considerar a donde nos llevarían las críticas mencionadas arriba. ¿Los problemas de México se solucionarían si se le juzga a Calderón en la Corte Criminal Internacional? ¿México se convertiría en un país seguro si se cancelan los comicios? Por supuesto que no; estos son ingredientes para más caos.
Eso de imponer la lógica de guerra a la inseguridad mexicana no es de ninguna forma un error exclusivo de los adversarios de Calderón. Lamentablemente son muchos los ejemplos de comentaristas, principalmente norteamericanos, que insisten en un punto de vista bélico para la inseguridad en México, con el fin de abogar por una estrategia cada vez más militarizada.
Hace unos meses, el diputado estadounidense Connie Mack exigió la creación de una estrategia de contrainsurgencia para México, como parte de la Iniciativa Mérida. En Octubre, RAND, el prestigioso centro de investigación, publicó un reporte analizando la situación según una serie de factores determinantes en el resultado de una insurgencia. El marco analítico de RAND es un poco complicado, pero según los autores, en México están presentes seis de 15 factores buenos y cuatro de 12 factores malos, lo cual pone a México en el mero medio entre los países que han logrado extinguir una insurgencia y los que han perdido contra ésta misma.
La suposición esencial para este tipo de análisis es que México sufre de una insurgencia, pero eso no es cierto; una insurgencia es una rebelión política en que los insurgentes buscan o conseguir concesiones del gobierno central (típicamente autonomía en sus terrenos) o derrocar el gobierno para reemplazarlo (véase el ejemplo de Cuba y los Castro). La situación en México es diferente, porque a los grupos del crimen organizado no les interesa gobernar, sino tener el espacio necesario para sus operaciones. Los que promueven el análisis militar intentan esquivar este problema semántico con el modificador “narco”, aplicando la etiqueta “narco-insurgencia” en lugar de “insurgencia”. Sin embargo, es un cambio sin sentido, porque con el modificador que quieras, México no tiene los elementos básicos de una insurgencia.
Así pues las conclusiones de RAND serían mucho más preocupantes si México de verdad sufriera de una insurgencia. Ante la coyuntura actual, decir que México está en el lado equivocado de 13 de 27 factores insurgentes es igual que decir que Chivas de Guadalajara está bien puesto para competir con los mejores equipos de básquetbol en el mundo; puede ser un dato interesante, pero como Chivas juega fútbol, es completamente irrelevante a su propósito y agrega muy poco al análisis de su capacidad.
Cualquier análisis de la inseguridad en México que parta del concepto de un país en guerra inevitablemente va a llegar a ser igualmente absurdo. No importa si la metáfora se usa para criticar a Calderón o alabar sus esfuerzos, es una receta para conclusiones erróneas.
Hola Diego,
Gracias por leer y por el comentario.
Excelente análisis, gracias.