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Transformar los sentidos: dos acercamientos a la realidad virtual
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En 1968 un colectivo experimental de artistas y arquitectos austriacos, la Haus-Rucker-Co. creó una serie de artefactos conocidos como “transformadores ambientales”. Utilizados a manera de cascos posicionados sobre la cabeza, su propósito era transformar las percepciones sensoriales del usuario por un tiempo limitado. El objetivo de estos curiosos aparatos era lograr que los sentidos de la vista y el oído se liberaran de la apatía que los domina habitualmente. El método para lograrlo incluía el uso de visores de colores, luces brillantes y audífonos estereofónicos. En teoría, los elementos individuales de cada sentido se descomponían para luego reconfigurarse como nuevas experiencias, logrando una transformación acústica y visual. El colectivo creó tres diferentes “transformadores ambientales”: Flyhead, Viewatomizer, y el Drizzler, todos creados bajo el concepto de aislar al usuario del mundo exterior al establecer una barrera entre el mundo y los sentidos. Significativamente, esta barrera manufacturada era de plástico.
Hasta cierto punto, la Hans-Rucker-Co. intentaba alcanzar con los “transformadores ambientales” las primeras versiones de lo que hoy en día llamamos realidad virtual. El objetivo de sus diseños era desencajar al individuo de la apatía de la vida, una función similar a la que tuvieran las “cajas de empatía” retratadas en la novela de Philip K. Dick “Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, adaptada en 1982 para la película “Blade Runner”. La novela se desarrolla en un futuro diatópico que se ha convertido ya en un clásico de la literatura y el cine, pero cuyos detalles no quisiera arruinar a quien no ha leído la novela. Baste con mencionar, para efectos de este texto, que los habitantes de la sociedad retratada son aficionados a las “cajas de empatía”, aparatos a través de los cuales se conectan a una red virtual donde se funden con los sentimientos de otros devotos a la religión del momento, el Mercerismo. Cada usuario, al estar conectado, siente lo que los demás sienten, empatizando así con sus congéneres y su dios de manera absoluta.
Tanto los “transformadores ambientales” como las “cajas de empatía” responden al deseo humano de deformar los sentidos y manejarlos como substancias maleables sujetas a cambios voluntariamente impuestos. Este impulso por supuesto, es más antiguo que cualquier futuro diatópico o experimento de diseño industrial sesentero. Como impulso primigenio, se remonta al uso de plantas medicinales por chamanes y otros iniciados, actividad que revela ya el deseo de experimentar las complejidades de una realidad alterna.
Esta búsqueda por la deformación de los sentidos se extiende hasta el mundo de Internet, donde páginas especializadas ofrecen al cibernauta archivos audiovisuales construidos con patrones de colores y sonidos, que tras cierto tiempo de ser observados reproducen los efectos de algunas drogas. Pero no es el impulso por experimentar una realidad alterna lo que hace tan similares a las “cajas de empatía” y los “transformadores ambientales”, sino el hecho de que ambos buscan la disección de las percepciones sensoriales y su traducción en sentimientos y emociones. El concepto que creó a los “trasformadores ambientales” fue el deseo de establecer un amortiguador entre el mundo real y los sentidos del individuo para así poder experimentar los efectos sobre esos sentidos en su forma más pura. Las cajas de empatía de Dick seguían el mismo precepto, pero priorizando la experiencia comunal de los sentidos, partiendo del supuesto que la purificación religiosa se derivaría de ello. Irónicamente, a pesar de buscar la expansión y purificación de los sentidos, la frontera con la realidad virtual se encuentra siempre cerca de la normalización de lo extraordinario. No existe mejor ejemplo de esto que la sociedad capitalista actual, donde utilizamos a diario nuestras propias versiones de “cajas de empatía” y “trasformadores ambientales”. A través de la multiplicidad de aparatos electrónicos que nos rodean buscamos expandir nuestros sentidos, embonar con una comunidad virtual, o sencillamente comunicarnos. Por medio de este fenómeno, cada vez más prevalente, nuestros sentidos se desarticulan y se traducen en emociones con una facilidad cada vez mayor, ya sea a través de la aparente inocencia de un emoticon, la capacidad de resolver dudas enciclopédicas en segundos, o la conexión auditiva a aparatos que emiten sin parar la banda sonora personalizada de nuestras vidas.
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