El primer naufragio es un libro, Océano Mar de Alessandro Baricco, un texto donde el lector se hunde tras la primer palabra. El texto se lo traga a uno, y lo moja, como con una esponja, agregando agua suavemente, capa a capa, con cada caricia de lenguaje. Uno cree primero que se trata de una leve humedad, de una leve historia, pero con el paso de la lectura, el agua se hincha y expande, hasta que finalmente le llega a uno hasta la garganta, y por fin, uno comprende. Uno entiende que el desastre del naufragio nunca muere. Es ése el tema del libro: el hecho de que el “después” del naufragio, del desastre, no existe en realidad. Parece que desaparece tras el horizonte del tiempo mientras el hecho se convierte en memoria remota, pero permanece, presente siempre. La sencilla historia que se narra en Océano Mar revela cómo ese desastre sigue vivo, y sigue ahogando a los involucrados, aún cuando el agua ya se terminó de evaporar.
El segundo naufragio es un cuadro, La Balsa de la Medusa de Théodore Géricault. Es un cuadro viejo, de esos que llaman Románticos, terminado en 1819. Pero no por ser viejo habla únicamente del pasado. Al contrario, la escena que muestra se sigue repitiendo día a día, pues retrata la traición, la falta de misericordia, la vileza del ser humano, el desastre dentro del desastre que constituye nuestro destruir a otros para poder sobrevivir nosotros. Si Océano Mar muestra el “después” del desastre, este cuadro encarna el “durante” del desastre.
El cuadro presenta a una balsa de náufragos de la fragata de la marina francesa Méduse, que encalló frente a las costas de Mauritiania en 1816. La balsa fue construida para transportar en varios viajes a la costa, el contenido y las almas que transportaba la Méduse. Sin embargo, una tormenta tomó por sorpresa al naufragio de casi 400 personas, y mientras las almas luchaban por un sitio en los botes salvavidas, se decidió que 147 personas subieran a la precaria balsa, la cual sería jalada a la costa por los botes. Las inadecuadas condiciones de la balsa incrementaron el caos y tensión entre la balsa y los botes salvavidas que la conducían. Finalmente se tomó la decisión de soltar a la balsa y dejar a los 147 náufragos a su suerte. Los pasajeros de los botes se salvaron. La balsa quedó a la deriva por trece días, en los que se convirtió en un infierno dominado por las más amplias crueldades de la naturaleza humana. Sólo 15 personas sobrevivieron al hambre, la traición, el canibalismo y la locura. Como suele suceder en ese tipo de circunstancias, en ese tipo de desastres y naufragios, los que sobrevivieron lo hicieron porque mataron.
El tercer naufragio es el video The Raft (La Balsa) del artista visual Bill Viola, pionero del video como “género de arte”. La pieza muestra el proceso completo del desastre, quizás la parte que más importa aquí de esta obra sea el “antes”. Un grupo de personas de la más diversa etnicidad y estatus socioeconómico espera algo, posiblemente la llegada de un autobús o al semáforo en verde. Lo que no esperan, es un ataque torrencial emitido por lo que podemos imaginar es una manguera gigante. Durante el desastre, las distintas personas reaccionan muy diferente. Algunas huyen, otras cobijan a los más débiles. Hay quien trata de resistir el chorro, mientras otros caen rendidos desde el primer instante. Lo que viene después, una vez que termina la acuosa embestida, es un retrato de otras personas, pareciera que el artista hubiera substituido a los actores. Cuesta trabajo identificar que estén usando la misma ropa, pues el agua les impone nuevos tonos y texturas, ahora irreconocibles. Después del desastre los sobrevivientes recapitulan lo que les ha sucedido, se restablecen, se ponen de nuevo de pie. ¿Pero se darán cuenta que ya son otros?
Es la mirada externa la que revela la transformación. A los tres naufragios, el del antes, durante y el después, los unen múltiples hilos narrativos, conceptuales y temáticos. Tres visiones de los procesos tan complejos que suceden mientras se existe en medio del desastre: quiénes éramos, en qué nos convertimos y de qué manera nos sigue el desastre después de que termina. La transformación entre quién se es después del desastre en comparación al antes se ahonda cuando The Raft (La Balsa) vuelve a comenzar. Al reiniciar, con cruel y cíclica nostalgia, nos regresa al “antes” del desastre, volviendo el cambio en los personajes más patente. Ese proceso, esa tortura que es la visión del “antes” cuando ya se miró el “después”, es otro naufragio en sí mismo, otro desastre.
Compuse unas canciones, a propósito de Océano Mar. Disponibles aquí:
http://tomaspinel.wordpress.com/2014/04/25/elisewin-a-proposito-de-oceano-mar/