Discreción, geometría, elegancia y calma.
“Café kubista”, Enrique Vila-Matas
Hoy amanecí con una extraña pero genuina convicción de convertirme en un hombre
elegante.
Empezaré potenciando mis cualidades físicas. Acentuaré mi aire melancólico y aprovecharé mi delgadez como prueba categórica de mi diferencia con los demás mexicanos. La diferencia será distinción; la distinción, elegancia sistémica.
Arquearé mi ojo derecho en un gesto que vuelva insondable mi mirada, mezcla salvaje
de sangres de Andalucía y Veracruz. Ajustaré mi abrigo y el cuello de mi camisa cuantas veces sea necesario, con denuedo, en una demostración superflua pero deponente de mi seguridad, de mi maciza y bien cohesionada personalidad, de mi bien proporcionada templanza. Ante cualquier deslumbrante e histérica pregunta de mi mujer, contestaré magnánimo e indulgente no pasa nada querida, lo solucionaremos con toda la gravedad de una escena cinematográfica imaginaria en la que antes del grito action el viejo Clint Eastwood me dice go ahead, make my day.
Seré cordial en el bus y daré un buen día sencillo pero bien modulado al conductor. Sonreiré amablemente frente a la imbecilidad de mi jefe, aunque fraguaré severos escarmientos en su contra. El sábado próximo, en la reunión con mis amigos de toda la vida —poco elegantes, hay que decirlo— diré con pulcro decoro y sistemática dignidad salud después de explicar cómo se fabrica la bebida que degustamos y de que con atávico y sin igual paladeo pronuncie, en sereno francés, el nombre de la ciudad que la patenta. Será tal la música de esa palabra que sólo tendrá parangón con el suave y tímido tintineo de los hielos en mis incisivos.
Ahora mismo me llevo un cigarrillo a la boca con una sensualidad que si bien no inventé yo, soy de los pocos que la transmiten en ondas imperceptibles a través del aire.
Por fin llega Manolito, impuntual y groseramente vestido. ¿Cuál habrá de ser mi saludo? Sin duda una disculpa sincera y un apretón de manos meritorios de mi buen tono.
–Buenos días…
–¡No repares Manolito! No te preocupes, ocupé el tiempo en algunas reflexiones.
–¿Oiga, desde cuándo fuma? Además aquí no puede encender su cigarro.
–Cómo que desde cuándo, Manolito, ¿no recuerdas esas largas caminatas por el bosque de Tlalpan donde, a hurtadillas, encendimos nuestros primeros pitillos, donde hablábamos de poesía e intentábamos imaginar el espantoso cautiverio de Cervantes?
–No me llame Manolito, soy el doctor Mendoza y nunca he dado largas caminatas por el bosque de Tlalpan.
Irritado por toda esta inesperada necedad, por este río de indecencia, abandono a Manolito, con compostura pero cubriéndolo con una mirada que revienta de conmiseración. No deseo que estropee mis proyectos y menos que me contagie algo de su apatía, de su abandono personal.
Luego de anudarme al cuello un bello foulard de seda, opto por dar un paseo, por contemplar con decidida calma la caída ininterrumpida y serena de la nieve, el blanquísimo espectáculo dejado por ella en las calles de la Ciudad de México, puro y blanco como el sendero de la demencia, de la memoria perdida. Opto por contemplar su rúbrica transparente, por contemplar con discreción y con dicha todo su insistente optimismo antes de que la muy casquivana se entregue, apasionada, al negro e imperfecto pavimento de alguna otra ciudad.
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RODOLFO OMAR MONTERO (Ciudad de México, 1978) es narrador y editor.
!Felicidades por tu texto Omar, y bienvenido a la revista!
Hola Omar, me encantó.
Slds¡¡
Gracias a Enrique Orozco que nos compartió este link, tuve la oportunidad de leer estas líneas geniales y generadoras de sonrisas. ¡¡¡ Seguiré más de cerca tus publicaciones, para saber más de la vida de aquel Manolito!!!
Te mando un abrazo
Lucas
Omar: ¡me encantó! como todo lo que me has permitido leer de tus escritos. Ojalá pronto me compartas algo mas.
Hola Omar , es genial, felicidades .
mañana nos vemos.
Luisa
Me agradó el trato que le diste a la parte de la conclusión pero sobre todo la iniciativa de querer ser alguien diferente por lo menos en un día.