La presidencia de Obama se enfrenta a enormes retos de cara a las próximas elecciones en Estados Unidos. En opinión de nuestro autor, quizás el más grave de todos sea la fractura en apariencia irreconciliable entre los partidos Republicano y Demócrata, que hace imposible alcanzar acuerdos básicos sobre los asuntos más sensibles para el país.
El problema fiscal por el que atraviesa Estados Unidos y las condiciones de enfrentamiento político que registra en su interior son motivo de grave preocupación a nivel mundial por las repercusiones de su desarreglo presupuestal en las economías de todos los países, particularmente en la de México, y por los efectos de esta situación en el liderazgo internacional que tiene ese país.
Por una parte se tiene el desequilibrio presupuestal de la última década, que se ha venido incrementando a niveles peligrosos a partir de 2001 en la administración republicana del Presidente George W. Bush —la que siguió una política fiscal tendiente a reducir los impuestos al segmento más rico de ese país, bajo la tesis de que así se canalizarían los ingresos excedentes de este sector hacia la inversión, y al mismo tiempo elevó exponencialmente los gastos del gobierno como resultado de las intervenciones en Afganistán e Irak, que se suponía tendrían una corta duración. La combinación de estos factores eliminó el superávit presupuestal heredado de la administración del Presidente Clinton.
A lo anterior debemos agregar el impacto negativo en la economía de la crisis financiera que estalló en 2008, que afectó profundamente a los mercados globales, y que como consecuencia ha dejado sin trabajo en Estados Unidos a cerca de 16 millones de personas, elevando la tasa de desempleo actual a 9.4% —lo que ha tenido un impacto directo en los ingresos fiscales a nivel federal y local.
Por otra parte está la cerrada oposición republicana a todas las políticas e iniciativas del presidente Obama, con el propósito de bloquear los posibles logros de la administración demócrata, no importando si en el proceso se afectan los intereses superiores de la nación.
Con ese espíritu, pasaron a regañadientes las leyes encaminadas al rescate financiero de bancos y empresas automotrices bajo el criterio de que eran demasiado grandes para caer, en base a líneas ideológicas de apoyo al capital, pero en cambio hubo una oposición firme a los planes para el rescate de propietarios en riesgo de perder sus casas —como resultado, por cierto, de la crisis hipotecaria que los republicanos mismos crearon al amparo de las políticas aplicadas en la administración del Presidente Bush. No fue así en el caso de la aprobación de la reforma de los sistemas de salud, en la que los republicanos, aliados a los poderosos intereses de las empresas de seguros, de la industria farmacéutica y de las asociaciones médicas presentaron una feroz lucha en contra, que fue superada por la mayoría demócrata en las dos Cámaras.
La misma situación se presentó en las negociaciones tendientes a evitar la suspensión de pagos del gobierno federal a causa del déficit presupuestal. La administración del Presidente Obama propuso el incremento del tope de la deuda, la eliminación de las exenciones fiscales a las clases con mayores ingresos, reducciones selectivas al presupuesto, y la renegociación del tope de la deuda hasta 2013, una vez pasadas las elecciones presidenciales.
En una posición contraria, el partido Republicano planteó: hacer reducciones severas al presupuesto, la no eliminación de las exenciones de impuestos a las clases más pudientes, así como la aprobación de la elevación del tope de la deuda por un solo año, es decir, a renegociar en 2012. Esto último con claros tintes políticos de cara a las elecciones presidenciales del año próximo.
A final de cuentas y a un par de días de que se declarara el gobierno federal en suspensión técnica de pagos, se llegó a un arreglo intermedio que no satisfizo a nadie. En éste se incrementó el tope de la deuda gubernamental, se acordaron recortes al déficit por 2.1 trillones de dólares a lo largo de 10 años, se mantuvieron las exenciones fiscales a las clases más acomodadas, y se creó un comité bipartidista que a partir de noviembre debe decidir sobre las áreas en las que se aplicarán los recortes presupuestales.
Puede parecer a primera vista que estas situaciones son resultado de condiciones políticas internas con efectos únicamente locales, pero en realidad tienen un impacto que afectará necesariamente las relaciones internacionales actuales.
El efecto inmediato del acuerdo del 5 de agosto pasado para resolver el déficit fiscal fue la disminución por Standard&Poor de la calificación de la deuda de los Estados Unidos de aaa a aaplus, lo que conducirá más adelante a la elevación de los intereses tanto para empresas como para el público en general, y representa un duro golpe a la imagen financiera de Estados Unidos y a la confianza de los inversionistas.
Independientemente de lo anterior, existen elementos políticos más sutiles que afectarán el liderazgo mundial de la Unión Americana. Al interior, hay que tener en cuenta los efectos en la percepción de la población estadounidense de la declinación de Estados Unidos como primera potencia mundial. Es innegable que el espectáculo hacia el exterior de un gobierno dividido en posiciones irreconciliables y secuestrado por un sector político guiado por ideologías extremas, no es un gobierno efectivo en la resolución de los graves problemas que lo aquejan, deja la impresión a nivel internacional de un vacío de poder que la historia ha mostrado que puede conducir a reacomodos estructurales que no se dan siempre de manera pacífica.
Un breve análisis de las posiciones del Tea Party, corriente extrema que se ha apoderado del partido Republicano ante la falta de tesis políticas propias que le den dirección al partido, permitirá mostrar el absurdo de estas posiciones en la solución de fondo de los problemas que vive Estados Unidos.
El Tea Party es un movimiento conservador que se pronuncia en general por una limitación de las acciones del gobierno y una disminución de los poderes del Estado. Fiscalmente se opone al aumento de los impuestos y promueve un menor gasto del gobierno. En cuestiones sociales se identifica con los valores tradicionales y la religión cristiana, rechaza la homosexualidad, el matrimonio entre personas del mismo sexo y el aborto, así como la tolerancia a otras religiones. Se opone a la inmigración, a la asimilación de los extranjeros y al multiculturalismo.
Es, por otro lado, un movimiento deshilvanado, sin estructura ni cabeza aparentes, y sus distintos representantes manejan un discurso populista dirigido principalmente a las clases media y media baja, que han sido afectadas con severidad por la crisis económica y el desempleo. Agrupa sectores de la sociedad muy conservadores, no muy ilustrados y que resienten la intervención del gobierno. Sus principales voceros —Sarah Palin, Michele Bachmann, Sharron Angle y Christine O’Donnell— se han caracterizado por cometer errores garrafales en sus declaraciones públicas, mostrando una gran ignorancia en materia geográfica, la Constitución estadounidense y los asuntos internacionales.1
Las tesis fiscales que sostiene el movimiento del Tea Party y su cerrada oposición e intransigencia en el Congreso en la discusión del déficit son especialmente preocupantes, ya que proponen regresar a los niveles de gasto de 2008, que le han hecho un enorme daño a Estados Unidos por la pérdida internacional de la confianza y la imagen de ingobernabilidad mostrada.
La espiral descendente que estas tesis plantean afectará necesariamente el crecimiento económico de Estados Unidos. El equilibrio del gasto público para corregir el déficit tiene que basarse en un crecimiento moderado de los impuestos y una reducción de los gastos superfluos.
Una consideración elemental debe tomar en cuenta el crecimiento de la población, que se reflejará naturalmente en el aumento del gasto y que, en el caso de Estados Unidos, representa un millón de habitantes adicionales por año —lo que tiene un impacto directo en las finanzas públicas.
Tanto en esta materia como en cuestiones de déficit presupuestal nos encontramos por desgracia con posiciones divergentes. El Presidente Obama propone incrementar moderadamente la deuda y canalizar los recursos hacia la creación de empleos mediante la obra pública y los programas gubernamentales, y una vez alcanzados la recuperación económica y el empleo, aumentar impuestos. El ala republicana, en cambio, se opone radicalmente a este aumento y, por el contrario, sostiene que hay que reducir los impuestos para que el sector privado invierta y cree la riqueza necesaria para la recuperación económica. Plantea irónicamente la necesidad de disminuir el gasto gubernamental, cuando el propio partido Republicano fue responsable del incremento de la tercera parte del déficit en la época de Bush y de la eliminación del superávit dejado por el Presidente Clinton.
Pero el problema va más allá. Las obligaciones a futuro derivadas de los fondos financieros del Seguro Social y de Medicare ascienden a $77.9 trillones de dólares para 2021. Las empresas estadounidenses cuentan actualmente con grandes capitales de inversión, pero debido a la globalización de la economía los invierten fuera de Estados Unidos, lo que impacta negativamente en la recuperación económica y en el empleo. La distribución de la riqueza registra mayores desequilibrios cuando el 1% de la población más rica acumula en 2011 el 20% de la riqueza, mientras en 1970 era del 8%. Se observa un aumento de una población empobrecida que ve con enojo la reducción de su nivel de vida. Con tasas de desempleo del orden del 9% hasta 2014. La reducción del consumo, que representa aproximadamente el 60% de la actividad económica de Estados Unidos, creará un círculo vicioso que dificultará la recuperación de la economía.
Una casa dividida no puede progresar.
1 Un ejemplo es la creencia de Sarah Palin de que África es un país, manifestada durante la campaña presidencial en 2008.
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FERNANDO SEPÚLVEDA AMOR es Director del Observatorio de la Migración México-Estados Unidos.