¿Cómo deben comportarse los medios ante los crecientes actos de violencia que azotan al país? ¿Vale darles resonancia directa en radio y televisión, a riesgo de amplificarlos? ¿Conviene obviar algunos de sus aspectos, a riesgo de desinformar? Alejandra Lajous se refiere a éstas y otras interrogantes en la columna que Este País dedica mes a mes a la reflexión sobre la dimensión ética del periodismo.
Para todos resulta evidente que la lucha contra el narcotráfico es también una guerra mediática. Por ello, es oportuna la convocatoria de Este País a reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación en el contexto de violencia que existe en México.
“El narcotráfico suele golpear dos veces: en el mundo de los hechos y en el de las noticias, donde rara vez encuentra un discurso oponente. La televisión acrecienta el horror al difundir en close up y cámara lenta crímenes con diseño ‘de autor’”, escribió Juan Villoro en el texto que le valió el Premio Internacional de Periodismo Rey de España.
En esta guerra, los periodistas se aventuraron a informar sin mayor preparación y sin que sus casas editoras comprendieran a cabalidad el riesgo que todos estaban tomando. Se ha venido cubriendo ampliamente la destrucción que causa la lucha contra las drogas, sin terminar de entender que los diferentes bandos están utilizando a la prensa para hacer propaganda de su fuerza y su capacidad de terror.
Los medios de comunicación tuvieron que vivir asesinatos en su gremio para sentirse vulnerables. Y no estamos hablando sólo de reporteros poco conocidos o de medios locales. El temor, la precaución, ya se dejan ver en los medios nacionales. Nadie puede sentirse seguro, pues los criminales sí torturan y matan aparentemente sin límite alguno. No les importa disparar contra elementos del ejército, periodistas, candidatos a puestos de elección popular o civiles. Hacen lo que es útil al cartel, punto.
La realidad está obligando a cuestionar la política que sigue el gobierno y la forma como los medios están difundiendo las imágenes de colgados, los charcos de sangre, los mensajes supuestamente escritos por narcotraficantes. ¿Por qué dar tanta importancia a las declaraciones y no al contexto que nos permita entender lo que está ocurriendo?
Sólo recientemente han aparecido estudios que buscan explicar cómo y por qué surgen las pandillas y cómo son captadas por los carteles, cuáles son las violaciones que comete el ejército, cuántos políticos están corrompidos, qué soluciones sociales y culturales existen.
Los medios y los ciudadanos debemos preguntarnos cómo actuar para no colaborar de manera involuntaria con los enemigos del Estado mexicano. En este sentido, conviene tratar de hacer este debate lo más incluyente posible. No informar es malo, pero hacerlo con morbo o fuera de contexto es desinformar. El ciudadano le da otra victoria involuntaria al terrorismo cuando abandona su casa y sus negocios, cuando les deja la plaza.
Si nos atrevemos a ver más allá de nuestras narices, encontramos que en diferentes momentos y lugares se han establecido códigos de ética y convenciones periodísticas para caminar de manera razonada. Circunstancias como las que estamos viviendo en México deberían llevarnos a cambiar la forma de relacionarnos entre los medios, entre las personas y entre ambos y el Estado.
No es necesario que todos los medios se pongan de acuerdo. Como comentaba Raymundo Riva Palacio en el número de septiembre de 2010 de Este País, basta “la voluntad del responsable editorial del medio para establecer una serie de procedimientos y políticas editoriales en un breve código de prácticas que sea compartido por la plantilla editorial”. En su artículo, Riva Palacio detalla sus sugerencias concretas.
Personalmente veo poco factible que se dé un acuerdo formal entre los medios. No creo que la historia y la forma de operar de los medios en México lo propicien. Lo que sí veo posible es que los medios de comunicación, sobre todo los nacionales, modifiquen la manera y el peso que le dan a la información sobre la violencia en México. De hecho, de alguna manera ya está sucediendo.
Las encuestas demuestran que es cada vez menor el número de los mexicanos que creen que el gobierno va a ganar el combate contra el narcotráfico en la forma en que lo tiene planteado. Otros datos estadísticos han puesto en evidencia que los mexicanos atraviesan por un estado de desánimo general. Esta depresión colectiva hace que a la gente le resulte muy poco atractivo estar viendo escenas crudas, apabullantes, cruentas, y busque acomodarse a una nueva realidad, de la que a ratos necesita olvidarse pues no le ve salida. No cuesta mucho entender el impacto de la violencia en el estado de ánimo de las personas.
Por su parte, los medios quieren exponer menos a su personal en su cobertura de la violencia y arriesgar menos capital político en una lucha que, como está planteada, no se ve que vaya avanzando como el gobierno sugirió que lo haría.
Todos buscamos acomodarnos a la nueva realidad que no tiene un límite definido en el horizonte.
Lo establecido hasta ahora por los diferentes medios es claramente insuficiente. Por ello no hay que soltar el tema. Los medios son un bien público y deben procurar reflejar lo que ocurre en nuestra vida pública. A nosotros —lectores, radioescuchas, televidentes, cibernautas— nos corresponde demandarlo.
Los medios de comunicación deben considerar, como dijo Carlos Soria, autor de La ética de las palabras modestas, que “evitar la exaltación de la violencia es informar desde las víctimas, no desde la perspectiva de los violentos. Y también es informar de aquello que los violentos no quieren que se sepa. Un exceso de informaciones violentas o la intensidad de la información de la violencia pueden insensibilizar a los ciudadanos. La insensibilidad trivializa la violencia, produce hastío social, vuelve indiferentes a las sociedades, enerva los mecanismos de respuesta social”.
Creo que se debe desarrollar, particularmente en los medios masivos, pero no sólo en ellos, sino en todo el sistema educativo, una conciencia cívica de respeto a la legalidad. En ese camino ha trabajado con éxito Sicilia al declarar: “Palermo no es la mafia. La mafia no es Palermo”.
Como bien dijo Federico Reyes Heroles en la revista Etcétera: “La debilidad del Estado mexicano se muestra, entre otras cosas, en que muchos de sus usufructuarios ni siquiera saben que pertenecen al Estado”. Debemos mandar el mensaje de que la ilegalidad no paga y de que nuestro futuro está ligado al de nuestra comunidad y al de nuestro país en su conjunto.
*Ex Directora General de Canal 11, actualmente es productora de contenidos para televisión.
[…] *Extraido de http://estepais.com/site/?p=31693 […]