No obstante que la ortografía española no ha llegado al óptimo de la simplificación (por ejemplo, hay varias grafías para un solo sonido, varios sonidos para una sola grafía; asimismo, se conservan palabras diacentuales y el uso casi parasitario de la hache), puede considerarse como una de las más uniformes en la actualidad: se tienen reglas de acentuación muy claras, con sus excepciones también reguladas a menudo en contra de la regla (verbigratia el cambio de género para evitar anfibologías: el agua). Las diversas reformas ortográficas han permitido una mayor nitidez respecto de acentos y usos de letras; no obstante que no siempre haya una correspondencia entre el uso, la norma y la etimología.
Así, me gustaría hacer el recuento, in extenso, de un asunto sobre el que la Academia se ha pronunciado de manera definitiva en su edición más reciente de la Ortografía de la lengua española (2010), después de mantener una posición ambigua durante varios decenios: la acentuación de los demostrativos este, ese y aquel con sus respectivos femeninos y plurales, así como del adjetivo y el adverbio solo.
En la Gramática de la lengua española de 1931, se dice que “los pronombres esencialmente demostrativos son tres: éste, ésta, esto, éstos, éstas; ése, ésa, eso, éstos, ésas; aquél, aquélla, aquello, aquéllos y aquéllas”; y más adelante: “Tales pronombres pierden el acento que llevan en sus formas masculina y femenina y se convierten en adjetivos determinativos cuando van unidos al nombre”. La postura resulta muy clara: los demostrativos llevan tilde cuando funcionan como pronombres; pero no cuando tienen una función adjetiva.
En esa misma edición de la Gramática, también las palabras solo y sólo se distinguen según la función gramatical que desempeñan: “Por costumbre se acentúa la palabra sólo cuando es adverbio, y no cuando es sustantivo o adjetivo”. ¿Por qué “por costumbre”? Este argumento se acerca más al uso que a la regla y resalta un vacío que los hablantes pueden llenar de acuerdo con “sus costumbres” ortográficas.
Posteriormente, la Real Academia Española, en las Nuevas normas de prosodia y ortografía (1952, si bien de carácter preceptivo), recomienda en la norma 26ª:
El uso del acento ortográfico en este, ese, aquel, con sus femeninos y plurales, cuando tiene carácter de pronombre, podrá extenderse a otros vocablos que, a semejanza de los demostrativos, tengan, a más de función adjetiva, otra pronominal: otro, algunos, pocos, muchos, etc. Será lícito prescindir de la tilde cuando de ello no resulte anfibología.
Luego, en la 28ª recomienda: “se suprimirán las palabras (por costumbre) a fin de que sea preceptivo acentuar gráficamente el adverbio sólo”.
En el primer momento, cuando se alude a los demostrativos, se abre paso al equívoco, porque mientras en la Gramática de 1931 había una postura bien definida respecto de pronombres y adjetivos demostrativos, la expresión “será lícito prescindir de la tilde cuando de ello no resulte anfibología” de las Nuevas normas de 1952 induce la ambigüedad en los usuarios porque:
a) ¿Entonces será lícito prescindir del acento cuando no haya riesgo de anfibología en los demás diacríticos: de/dé, el/él, mas/más y otros que cabría agregar?
b) ¿Por qué no adoptó como criterio decisivo la presencia o la ausencia de la tilde para determinar la función gramatical del demostrativo, ya como adjetivo, ya como pronombre?
Ahora bien, cuando hace extensivo el diacrítico a otras palabras que cumplen la doble función, adjetiva y pronominal (otro, algunos, pocos, muchos, etc.), lo único que se logra es ampliar el problema: va más allá de la acentuación de los demostrativos aceptados hasta ese momento por la Academia. El criterio para ampliar la acentuación diacrítica, como se deduce, responde a la distinción de las diferentes funciones gramaticales de una palabra (adjetivo o pronombre) y no al carácter tónico o átono de los términos mencionados.
Según se aprecia en la 28ª norma, el adverbio sólo debe acentuarse ortográficamente de manera preceptiva. Así se evita la intrascendencia o la vaguedad de la regla. “Por costumbre” (como se dice en la Gramática de 1931) sugiere que no todos están “acostumbrados” a tildar el adverbio sólo; por el contrario, en las Nuevas normas de 1952 el uso de la tilde en dicho adverbio resulta obligatorio.
En 1959, cuando las Nuevas normas de prosodia y ortografía se declaran de aplicación preceptiva y aparecen como anexo de la Gramática del mismo año, la ambigüedad resalta nuevamente: “Los pronombres éste, ése, aquél, con sus femeninos y plurales, llevarán normalmente tilde, pero será lícito prescindir de ella cuando no exista anfibología”.
¿Por qué “llevarán normalmente tilde”? ¿Qué regla es esta que promueve su propia transgresión? La rae debió pronunciarse, con uno u otro argumento, por una posición transparente: ese era el dilema y, en consecuencia, la fuente de la oscuridad normativa.
Y si en torno del adverbio sólo no había mucho que discutir después de la propuesta de 1952, en las Nuevas normas de 1959 se dice: “La palabra solo, en función adverbial, podrá llevar acento ortográfico”. ¿Por qué la Academia no emitió una regla definitiva?
Las Nuevas normas de 1952 eran más atinadas en este caso. Además, un dato curioso es que las Nuevas normas de 1959 no se aplican en la gramática que les da cabida: conserva la redacción original de la Gramática de 1931 que, a su vez, respeta en gran medida el texto de la de 1920.
El Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (1973) se manifiesta de acuerdo con lo estipulado en las Nuevas normas de 1952 y 1959 sobre los demostrativos: acepta el uso potestativo de la tilde en los pronombres y, por lo tanto, que “lleven normalmente tilde”. Se dice en el Esbozo: “los demostrativos éste, ése, aquél, y sus femeninos y plurales, suelen escribirse con tilde, frente a los demostrativos adjetivos este (libro), esa (mujer), etc.”; también asume que “se suele escribir con tilde el adverbio sólo (=solamente), frente al adjetivo solo”. En el Esbozo sí se aplican las Nuevas normas de 1959 y, consecuentemente, acepta los riesgos anfibológicos de las reglas 16ª y 18ª citadas arriba.
En la segunda edición de la Ortografía de 1974 avalada por la rae, el problema de la indecisión resulta intocado, pues calca los criterios de 1959, como se aprecia en los incisos c y d: “La palabra solo, en función adverbial, podrá llevar acento ortográfico si con ello se ha de evitar una anfibología”; “Los pronombres éste, ése, aquél, con sus femeninos y plurales, llevarán normalmente tilde, pero será lícito prescindir de ella cuando no exista riesgo de anfibología”.
Por su parte, en la Gramática de 1994, elaborada por Emilio Alarcos Llorach y respaldada por la rae, se intenta solucionar la ambigüedad con un argumento: el doble papel del demostrativo que ha inducido a distinguir entre adjetivos y pronombres demostrativos no es necesario, pues todos los adjetivos, mediante la sustantivación, son capaces de cumplir la función de sustantivos. Si el demostrativo cumple un doble papel, con excepción de los neutros esto, eso, aquello, ¿no habría sido conveniente distinguir las dos funciones gramaticales de manera tajante? El riesgo: que la regla se extendiera a palabras en las mismas condiciones como en alguno, otro, entre muchos casos más. El freno para este riesgo: que la norma se limite a los pronombres que usualmente se han distinguido con el acento diacrítico.
Respecto del adverbio sólo, en la Gramática de 1994 no se presenta discusión alguna; aparece sin tilde en todos los casos: solo. No se acentúa gráficamente, quizá, porque no hay necesidad de evitar anfibologías: no es necesario “desfacer entuertos”.
Si se quería eliminar ambigüedades ortográficas no había más que ser uniforme. La Gramática de 1920 y la de 1931 se pronuncian en un sentido claro acerca de los demostrativos: llevan tilde cuando funcionan como pronombres y acento prosódico cuando actúan como adjetivos. Mientras que las Nuevas normas de 1952 solucionaban el uso diacrítico del adverbio sólo y, por lo tanto, del adjetivo solo.
Autores como Fernando Corripio se expresaban a favor de la distinción de los demostrativos; en su Diccionario de incorrecciones (1975), pueden consultarse las entradas correspondientes de los pronombres y adjetivos demostrativos, así como de solo y sólo; véase también las Nuevas minucias del lenguaje, de Moreno de Alba (1996).
Asimismo, en el Diccionario del español usual en México, dirigido por Luis Fernando Lara (1996), se establece la distinción sin ambages entre el adverbio y el adjetivo, así como entre los pronombres demostrativos y los adjetivos.
Ahora, con el argumento de que el empleo tradicional de la tilde para distinguir las funciones de solo, este, ese, aquel, con sus femeninos y plurales “no opone en estos casos formas tónicas a otras átonas formalmente idénticas (requisito prosódico que justifica el empleo de la tilde diacrítica)” (Ortografía, 2010), se sitúa el problema en el ámbito de la prosodia y, con ello, se descarta la distinción gramatical que se encuentra en el origen de la acentuación diacrítica.
Como colofón de este sucinto recuento sobre los avatares de la acentuación diacrítica de los demostrativos y del adverbio y el adjetivo solo en los documentos académicos, quizá no quede más que asumir la resolución al parecer irrefutable de la Ortografía en su versión de 2010:
La palabra solo, tanto cuando es adverbio (Solo trabaja de lunes a viernes) como cuando es adjetivo (Está solo en casa todo el día), así como los demostrativos este, ese y aquel, con sus femeninos y plurales, que funcionen como pronombres (Este es tonto; Quiero aquella) o como determinantes (aquellos tipos, la chica esa), son voces que no deben llevar tilde según las reglas generales de acentuación, bien por ser bisílabas llanas terminadas en vocal o en -s […], bien, en el caso de aquel, por ser aguda y acabar en consonante distinta de n o s […].
Y si bien se habla de una poco difundida enmienda al respecto (en defensa de la distinción éste-este, ése-ese y aquél-aquel, femeninos y plurales incluidos, además de sólo-solo), supongo que la norma se impondrá poco a poco en el ámbito hispánico y terminará por dejar en el olvido las objeciones. En este tenor, considero que la Academia Mexicana de la Lengua podría manifestarse ya para continuar con la antigua costumbre de distinguir los diacríticos objeto de mi discusión, ya para ajustarse a los nuevos criterios emanados de la reciente edición de la Ortografía. Me queda, no obstante, comentar que si la rae aminoró el carácter distintivo de la tilde diacrítica en pares de palabras que se pronunciaban y se escribían igual, con función gramatical y significado diferentes, e hizo énfasis en la tonicidad o atonicidad de los monosílabos, considero que en díadas como cuánto/cuanto, con sus femeninos y plurales, o adónde/adonde no rige tanto el acento tónico cuanto la función gramatical que representan: los primeros como pronombres interrogativos y los segundos como relativos. Para mí, una decisión radical habría sido más aceptable: desaparecer el uso diacrítico de la tilde en las palabras que tradicionalmente se había mantenido y no reducirlo a un argumento discrecional de carácter prosódico. Habría sido más atinado que todos los diacríticos se ajustaran a las reglas de acentuación ortográfica, monosílabos o no, pues finalmente en la mayoría de los casos el contexto resolvería tanto la tonicidad de una palabra como su función gramatical: no esta nueva camisa de fuerza que deja algunas cintas sin anudar.
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ANTONIO CAJERO VÁZQUEZ es doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Sus trabajos de investigación se centran en la edición crítica de obras de narrativa y poesía mexicana e hispanoamericana del siglo XX. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran Gilberto Owen en El Tiempo de Bogotá, prosas recuperadas 1933-1935 (UAEM/Porrúa, 2009), Perseo vencido (El Colegio de San Luis, 2010), y Gilberto Owen en Estampa. Textos olvidados y otros testimonios (El Colegio de San Luis, 2011).
Si se eliminó el acento diacrítico en los pronombres demostrativos ya mencionados y en la palabra «solo», debió eliminarse en TODAS las palabras que llevan tilde para diferenciarse de otras palabras de igual pronunciación, pero que, según las leyes ortográficas no deberían ser acentuadas (Como/Cómo, Cuanto/Cuánto) por ser palabras graves que terminan en vocal.
Creo que lo ideal hubiese sido no hacer ninguna eliminación en los demostrativos, al contrario, tenían que diferenciar TODAS las palabras que se escriben igual para evitar ambigüedad (Traje, banco, etc). De esta manera no existiera la anfibología siguiente: «No traje traje casual» «En el banco no hay bancos para sentarse». En conclusión: debieron eliminarse todas las tildes diacríticas, o, añadir tilde diacrítica a todas las palabras con riesgo de ambigüedad.
FALTA LO PRINCIPAL.
Debió decirse, y desde el principio, pero NO se lo dice nunca, si es «correcto» o es «incorrecto» HOY escribir «éste», «ése» y «aquél», y sus femeninos y plurales, en el caso de ser pronombres demostrativos, y «sólo», en el caso de reemplazar a «solamente», es decir, en todos los casos mencionados, con tilde ortográfica.
El sitio de la Real Academia Española informa de la «recomendación» del año 2010 para escribir dichas palabras «sin tilde», pero entonces, ¿qué significa «recomendación» en este caso, «aconseja como preferible» o «determina como lo único correcto»?
La nota de este sitio EstePaís.Com lleva el título siguiente:
«¿No más éste, ése, aquél (a, s) ni sólo?»
NO SE RESPONDE EN NINGÚN PUNTO ESA PREGUNTA.
NO SE RESPONDE EN FORMA INDUBITABLE.
ESO ES MUCHO MÁS ÚTIL QUE TODA LA HISTORIA DEL TEMA.
lo siento pero todo esto de la vuena ortografia es una mierda y dedinquense mas a coger con sus nenas jijijiji………..
lo siento pero no es lo que yo buscaba