Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos, la nueva obra de Jorge Castañeda, es, antes que nada, un libro ambicioso: pretende resumir todos los desafíos más graves en México, desde el rezago educativo hasta la ausencia del estado de derecho y el pobre crecimiento económico, y ubicarlos dentro de las supuestas idiosincrasias del carácter mexicano. No es poca cosa en menos que 300 páginas.* Así pues los defectos que percibo son un producto de esa propia ambición más que de los errores de análisis o de datos o de comprensión.
Pero primero lo positivo: en muchos aspectos, el libro es un éxito. Castañeda escribe con profundidad sobre muchos temas, y, como uno de los intelectuales más prominentes en el país, sus opiniones siempre ameritan consideración. Y en este libro, las ofrece sobre un amplio rango de asuntos nacionales y políticas públicas, desde la seguridad pública hasta la apertura económica de los años 90. Castañeda habla con elegancia y originalidad sobre, por ejemplo, los cambios en la clase media mexicana, usando un viejo amigo del Distrito Federal como su ejemplo. Su experiencia en la cancillería durante el sexenio foxista sirve para que pueda hablar con mucha precisión sobre la relación con Estados Unidos y la transición democrática.
Los problemas con Mañana o pasado empiezan con su intento a diagnosticar los defectos culturales en México. Castañeda postula que el carácter mexicano está arrastrado por una aversión al conflicto lamentable, lo cual dificulta cualquier acuerdo legislativo y debilita el estado de derecho. También es de la opinión de que los mexicanos, debido a su individualismo inevitable y casi inconquistable, no han aprendido a trabajar en equipo, un problema mayor tanto para la competitividad del país como para la productividad del gobierno. Como prueba, habla del éxito de los deportistas mexicanos en deportes individuales como el boxeo y el tenis, mientras batallan mucho más en los deportes de equipo, principalmente el fútbol.
Un problema con su evidencia deportiva surge de inmediato: si bien los mexicanos se decepcionan cada cuatro años en la Copa Mundial, lo mismo es cierto para casi cada país en el mundo, ya que solamente ocho países han ganado el torneo en toda su historia. Además, si a los mexicanos les es imposible sobresalir en todo deporte de equipo, ¿cómo se explica las victorias recientes de los equipos sub-17 (campeones mundiales en 2005 y 2011) y sub-20 (semifinalista en el mundial de 2011)? Y si bien México es el país que produce más campeones del boxeo, el tenis definitivamente no avanza a la hipótesis de Castañeda: no hay ni un solo mexicano dentro de los mejores 300 jugadores del mundo.
El argumento de que el éxito de los tenistas mexicanos y la falta de los mismo de los futbolistas mexicanos demuestra algo sobre el carácter de México resulta absurdo, pero el problema no es producto de solamente esta interpretación. Desde luego, Castañeda es mucho más que calificado para hablar del alma mexicana que su bloguero, pero finalmente cualquier intento de definir un carácter nacional, independiente de la fuente, está de cierta forma condenado al fracaso. El carácter nacional es una abstracción, no una cosa tangible y real. Por cada ejemplo que uno presenta de un supuesto rasgo nacional, hay otros que lo contradicen. Así pues cualquier descripción se trata de las opiniones del autor, y poco más, y no puede haber conclusiones realmente concretas.
Pero el error verdadero no es describir un carácter colectivo, que es finalmente un ejercicio bastante divertido, por más imperfecto que inevitablemente sea. El error más fundamental es intentar vincular los rasgos del carácter mexicano con los rezagos en el desarrollo económico.
Tanto en el fútbol como en el desarrollo económico, hay muchos factores que determinan el éxito. La cultura o el carácter nacional puede o no ser una de ellas, pero como la cultura es una abstracción, los líderes en cualquiera de los ámbitos tienen que buscar solucionar problemas concretos y verificables. Me imagino que Chepo de la Torre no se la pasa buscando formas de que sus jugadores superen la incapacidad nata de trabajar en equipo; la labor del técnico del Tri es de encontrar unos cuántos defensas centrales jóvenes –con Héctor Moreno ya tiene uno– y cosas así. Si lo hace bien, el Tri gana; si no, entonces no. En cualquier caso, el carácter de sus jugadores como mexicanos no es una variable clave.
De la misma manera, México no necesita superar su supuesta aversión al conflicto para que el Congreso apruebe reformas profundas; necesita que un partido o una coalición de partidos tenga una mayoría en el Congreso junto con el control de la presidencia. Una respuesta parecida se puede dar a casi todos los supuestos resultados del carácter lamentable de los mexicanos. Todos los obstáculos tienen causas identificables y soluciones que poco tienen que ver con el carácter nacional.
Lo que más extraña de este libro es que, cuando resume todos los retos más allá que la cultura, Castañeda sí le da en el tino. Y sí reconoce que al cambiar los incentivos que han llevado al país por un rumbo equivocado, el carácter nacional, cosa maleable que es, también cambiaría. Entonces, si de todas formas el reto principal es superar los nudos reales y no los de un carácter indefinible, ¿por qué nos preocupamos por estas cuestiones de carácter? ¿Y por qué este autor, ya teniendo un resumen bastante comprensivo y conciso (esa combinación siendo tan admirable e inusual) sobre los desafíos del país en la época actual quiso complicarlo con una crítica cultural muy discutible?
*Leí la versión en inglés, bajo el título Mañana Forever, que tiene algunas diferencias con la versión en español, pero que es temáticamente igual.