El proceso político en la mayoría de los países modernos suele ser lento y deliberado. El cambio a las leyes vigentes y en las instituciones relevantes —y me refiero al cambio de fondo, no a los ajustes superficiales— se da poco a poco, no de una buena vez, en un gran momento.
México es un ejemplo claro de este fenómeno; desde hace 12 años, los analistas han apuntado varios cambios estructurales a su economía política como prioridad urgente. Sin embargo, a pesar de un consenso sobre lo que se necesita en muchos ámbitos, se ha aprobado solamente una serie de medidas a medias. Hubo progreso bajo Fox y Calderón, pero el régimen impositivo aún no recauda suficiente, Pemex sigue sufriendo por una falta de inversión y una deuda sofocante, y el SNTE mantiene su dominio sobre el sistema educativo. Pese a que estas sean barreras obvias para el desarrollo del país desde hace mucho tiempo, no se han podido superar, precisamente por esta lentitud inexorable.
Con todo lo anterior en mente, ¿la legalización de marihuana, aprobada hace unas semanas en los estados de Washington y Colorado, representa un brinco importante hacia un nuevo entorno en el narcotráfico hemisférico? ¿O es más bien un pasito hacia un futuro distinto?
Yo creo que la respuesta se inclina más hacia la segunda opción que a la primera, y que los contornos de la industria ilícita serán dramáticamente diferentes gracias a la legalización. ¿Por qué? Pues, para empezar, aunque es cierto que la legalización no tiene precedente dentro de Estados Unidos (es decir, es una legalización completa, no una despenalización o legalización bajo el pretexto de marihuana medicinal), estamos hablando de apenas dos estados de cincuenta. Los dos suman aproximadamente 12 millones de personas, menos del cuatro por ciento de la población total del país. Para la gran mayoría de los estadounidenses, los referendos del pasado 6 de noviembre no significan nada.
Para México, cabe mencionar que la marihuana consumida en Estados Unidos representa una pequeña fracción de las ganancias de los grupos del crimen organizado. Se reporta con frecuencia que capos como Chapo Guzmán deben sesenta por ciento de sus fortunas al tráfico de la mota, pero los estudios más rigurosos (como este de Rand) ofrecen un cálculo de aproximadamente veinte por ciento. Eso implica que el mercado local de Washington y Colorado no vale más que uno por ciento del valor total del narcotráfico mexicano. Aunque supongamos que los dos estados van a atraer muchos aficionados de la mota, para que tengan una cantidad desproporcionada de los consumidores de tal droga, esto no pondría en peligro el bienestar económico de los narcos mexicanos.
Después de que se dieron a conocer los resultados del referendo de Washington y Colorado, Felipe Calderón comentó que Estados Unidos había perdido su autoridad moral para liderar la lucha antidroga. De ser cierto, también sería un cambio importante, pues según la lógica de Calderón, el gran creyente en la lucha antidroga ya no tendría argumentos para convencerles a los demás países a seguir sus pasos.
Pero esto tampoco me parece correcto, por el simple hecho de que Estados Unidos nunca tuvo la autoridad moral para obligar a México (o a Colombia o a cualquier otro país) a seguir sus pasos. El liderazgo de Estados Unidos en este tema no es una cuestión de autoridad moral, sino de dinero y de poder y de capacidad técnica. Éstos no van a desaparecer, pese a la ola de libertarismo en los dos estados mencionados.
En pocas palabras, los retos a la seguridad pública en México no serán muy diferentes después de la legalización de la marihuana.
Lo que sí le puedo afirmar es que desde hace años el apoyo para la abierta legalización de la marihuana ha ido creciendo. Las votaciones en Colorado y Washington forman una parte clara de este movimientos y, por el momento, representan las reformas más ambiciosas a las leyes actuales. Yo creo que solamente es una cuestión de tiempo para que la gran parte del país adopte leyes comparables que sigan la vanguardia formada por los dos estados.
Pero no será un proceso rápido, nunca lo es.