Hace siglo y medio que fue publicada una de las historias más conmovedoras del mundo literario, que ensanchó los límites de la esperanza y la fe en la redención y reivindicación de los oprimidos del mundo. Los miserables de Victor Hugo (1802-1885) reveló el poder del espíritu romántico que permite aceptar la desdicha de las contradicciones humanas en tanto que descubre los misterios del amor y el valor del sacrificio. El prefacio de la novela anuncia su permanencia entre nosotros:
Mientras que como consecuencia de las leyes y las costumbres exista una condenación social, que produzca infiernos de manera artificial, en medio de la actual civilización, y complique con una humana fatalidad el destino, que es divino; mientras que no se resuelvan los tres problemas del siglo: la degradación del hombre por el proletariado, la decadencia de la mujer por el hambre, la atrofia del niño por la oscuridad; mientras que en ciertos lugares exista una asfixia social, en otras palabras y desde un punto de vista mucho más amplio, mientras que haya sobre la tierra ignorancia y miseria, los libros como este no serán inútiles.
Para Federico Reyes Heroles, cuya debilidad por esta obra de Hugo lo llevó a coordinar en 2008 la edición de una serie de trabajos que la diseccionan, estudian, analizan, comentan y hasta estrujan con interés para “invitar al lector del siglo XXI a visitar las páginas de un clásico de la literatura universal que tiene mucho que decirnos”, es muy difícil, inevitable, caer en la apasionante biografía de Victor Hugo porque, además de ser tan estremecedora como sus novelas, es necesario conocerla para comprender el significado de diversos episodios, el comportamiento y el carácter de Los miserables.
Entre la redención y el delirio. Regreso a Los miserables, (UNAM / Miguel Ángel Porrúa) contiene dieciséis artículos de autores convencidos del valor estético, literario e histórico de la novela, es producto de “una asamblea de victorhuguistas”. El proyecto nació hace una década, en un curso que se impartió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM con motivo del bicentenario del nacimiento de Victor Hugo. El libro ofrece un “mapa preciso y moderno […] para navegar con rumbo por una de las obras mayores de la literatura universal”. Romeo Tello Arista, el editor y compilador, aclara que el libro intenta servir como una herramienta para entrar y regresar a Los miserables. En la introducción, Tello ofrece un útil “Panorama general del romanticismo: topografía del abismo”, cuya esencia para él radica en la contradicción:
Titánica y doliente, salvaje y extremadamente sofisticada, íntima e inagotablemente plural: queda manifestada la personalidad ambigua del romanticismo y del artista romántico. Por un lado, busca su identidad en las raíces nacionales, en la pertenencia a una colectividad, pero al mismo tiempo se siente un desterrado en todas partes, un individuo dolorosamente único. Sabe que no hay verdades ni valores absolutos, sabe que todo es relativo y transitorio; sin embargo, ante este vértigo, ante el luto por la muerte de Dios, el romántico se lanza con mayor ímpetu a perseguir una realidad ideal, un mundo de valores sólidos, confiables y eternos.
Victor Hugo escudriñó con ese temple el corazón de hombres abatidos y el alma de mujeres y niños desamparados. Interesado por explicar la corrupción y la depravación, halló, como Balzac, Sue, Dickens y Dostoievski, que el vicio y el crimen pueden ser resultado de la desesperación de “los miserables”. Estos intensos exploradores de los bajos fondos urbanos revelaron en el siglo del liberalismo la maldad incubada por descontrolados impulsos sexuales y loca ansia por el dinero. Entre nosotros, Guillermo Prieto, Manuel Payno e Ignacio Manuel Altamirano guiaron las primeras excursiones a los barrios y casas de los pobres para que los modernistas y los realistas del porfiriato visitaran, más tarde y sin temor, prostíbulos y pocilgas.
La obra de Hugo fue muy bien conocida por sus contemporáneos mexicanos, Manuel Gutiérrez Nájera, por ejemplo, lo leyó, lo tradujo y lo citó frecuentemente. Cuando recuerda la forma en la cual miraba los libreros de su padre, cuenta que a Victor Hugo se lo escondían; que el escritor estaba preso, y que, no obstante, sin saber cómo, oyó misa en Nuestra Señora y en ella hizo su primera comunión con el romanticismo. Para el Duque Job la obra del poeta francés conservaba el espíritu del idealismo en el momento en el cual cundía el materialismo por todas partes, y alcanzaba a la lírica, amenazaba al arte y la libertad creadora. Luis G. Urbina refiere que un cuadro del novelista presidía la biblioteca de su mentor Justo Sierra, lo que revelaba el espíritu romántico del ministro.
Hugo fue y es el manantial de la historia romántica fundamental y así lo demuestra el libro que comentamos en esta ocasión, y del cual nos ocuparemos otro tanto en el número siguiente porque antes interesa revisar las acepciones de la palabra miserable.
El sustantivo miseria es, según el Diccionario de la Real Academia, ‘desgracia, trabajo, infortunio’; ‘estrechez, falta de lo necesario para el sustento o para otra cosa, pobreza extremada’; ‘avaricia, mezquindad y demasiada parsimonia (lentitud y frialdad)’; ‘plaga pedicular [de piojos], producida de ordinario por el sumo desaseo de quien la padece [en desuso]’; y ‘cantidad insignificante’. El adjetivo miserable se aplica a ‘un desdichado, infeliz, desgraciado, infortunado, mísero’; a un ‘abatido, sin valor ni fuerza, maltrecho’; a quien es ‘mezquino (que escatima en el gasto), avaro, tacaño, ruin, roñoso’; al ‘perverso, abyecto, canalla, infame, vil’. Extraña que no se advierta en el lexicón académico que miserable también se aplica a cosas con el sentido de muy pobres. El diccionario de María Moliner registra como sinónimos desarrapado, descamisado, desharrapado, infrahumano, inhumano, piojoso y sórdido.
Es curioso que esta voz sirva para referirse a una persona muy pobre, a un abatido que ha carecido de fortuna y es digno de lástima y piedad, tanto como a quien puede tener riqueza o dinero y no lo gasta, que se comporta con mezquindad, así como a un ser perverso, capaz de ofender y maltratar y perjudicar al prójimo, generalmente por abrigar malos sentimientos y bajas pasiones. Una tarea: ¿A cuál de las acepciones anotadas se refiere Emilio Rabasa cuando describe “la bola”?:
Nosotros conocemos muy bien las revoluciones, y no son escasos los que las estigmatizan y calumnian. A ellas debemos, sin embargo, la rápida trasformación de la sociedad y las instituciones. Pero serían verdaderos bautismos de regeneración y adelantamiento, si entre ellas no creciera la mala hierba de la miserable bola. ¡Miserable bola, sí! La arrastran tantas pasiones como cabecillas y soldados la constituyen; en el uno es la venganza ruin; en el otro una ambición mezquina; en aquel el ansia de figurar; en este la de sobreponerse a un enemigo. Y ni un solo pensamiento común, ni un principio que aliente a las conciencias.
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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha sido profesor tanto de literatura como de español y cultura mexicana para extranjeros. Especialista en siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la máxima Casa de Estudios. Fue director de la Fundéu México y actualmente coordina el servicio de Español Inmediato.