En Brasil, durante las primeras décadas del siglo pasado, se rompió un modelo cultural rígido y anquilosado para dar lugar al modernismo: un movimiento peculiar que dirigió la vista hacia lo regional y a la vez tuvo alcances universales. Una forma nueva de creación que no pretendió constituirse en escuela ni dictar reglas, que abarcó un amplio abanico de disciplinas desde la literatura hasta las artes plásticas. El autor nos cuenta los inicios de este movimiento y sus particularidades.
El pasado febrero se cumplieron noventa años de la Semana de Arte Moderno de São Paulo celebrada en 1922, que con conferencias, recitales, una exposición de artes plásticas y sesiones públicas fundó el movimiento modernista en Brasil y contribuyó con ello a proponer una actualización de la literatura y el arte en aquel país.
El modernismo brasileño —diferente al movimiento de idéntica denominación que se desarrolló en Hispanoamérica— tiene su punto de partida en los esfuerzos de renovación que se originaron como una actitud de oposición a la literatura conservadora y académica que aún al inicio del siglo xx tenía presencia en Brasil. El deseo de transformación representó además una respuesta antagónica a los movimientos de vanguardia que se habían expresado en Europa.
A pesar de las críticas y los diversos obstáculos que enfrentó la llamada Semana de Arte Moderna (en portugués arte es femenino), inaugurada el 13 de febrero de 1922, consiguió divulgar la existencia de una nueva generación de artistas, escritores e intelectuales como Oswald de Andrade, Mário de Andrade, Menotti del Picchia y Graça Aranha, entre otros, que pugnaban por la renovación del arte brasileño y por la actualización de su cultura.
Para muchos, el modernismo ya había iniciado antes de la fecha histórica con diferentes muestras y debates estéticos; persistiría después en varias direcciones, consolidándose como un fecundo y diverso movimiento cultural que no hubiera podido tener un programa rígido de ideas con reglas estrictas, una proclama única, una cartilla a ser fielmente seguida por los participantes. Los autores modernistas no fundaron propiamente una nueva escuela literaria, por el contrario, se desvincularon de las teorías de las escuelas anteriores y buscaron los hechos de la actualidad vital y la realidad del país para transmitir sus emociones de manera libre.
Aunque se había reconocido antes la necesidad de una renovación, no todos veían con buenos ojos las ideas de revolución artística que comenzaban a circular entre los escritores más jóvenes. Algunos acontecimientos previos a 1922 prepararon la trayectoria del modernismo: en 1912 Oswald de Andrade vuelve de Europa imbuido del futurismo de Marinetti; en 1913 el pintor Lasar Segall hace una exposición rechazando la pintura académica; en 1915 Monteiro Lobato publica en el Estado de São Paulo dos artículos en los que condena el regionalismo sentimental e idealista. Desde mediados de diciembre de 1917 y apenas rebasada la primera semana de enero de 1918, la pintora Anita Malfatti regresa de Europa y de Estados Unidos, y exhibe en la propia ciudad de São Paulo un conjunto de cuadros en los que introduce el cubismo en su pintura. La famosa y polémica exposición coloca por un lado a los que apoyan lo nuevo y por el otro a los conservadores. Según Mário de Andrade: “Fue ella, fueron sus cuadros los que nos dieron una primera conciencia de la revuelta y de la colectividad en lucha por la modernización de las artes brasileiras”. La muestra, consecuentemente, recibió elogios y críticas. Hubo un artículo en el cual Monteiro Lobato cuestionaba las novedades expuestas por la pintora y comparaba el arte moderno con los dibujos “hechos por los locos en los manicomios” y aun agregaba: “la única diferencia reside en que en los manicomios este arte es sincero, producto ilógico de cerebros trastornados por las más extrañas psicosis”. Un poco después, fue el escultor Victor Brecheret, quien se volvió el centro de las atenciones de los artistas jóvenes “deslumbrados ante el vigor de sus obras”, y “ante sus arrojadas concepciones estéticas”. Lo cierto es que el talento del escultor conquistó no solo a los jóvenes, sino incluso a los más tradicionalistas, ahora incluido el mismo Monteiro Lobato. Brecheret ganó un concurso internacional en París y Menotti del Picchia difundió entusiasmado en el Correio Paulistano del 10 de noviembre de 1920 su victoria: “Es la consagración del nuevo grupo. Es la muerte de lo caduco, de lo arcaico, del mal gusto”. En ese mismo año Oswald de Andrade y el mismo Menotti del Picchia iniciaron la campaña de renovación en los periódicos, con la participación del poeta Mário de Andrade. En Río de Janeiro, Manuel Bandeira ya había utilizado el verso libre.
En 1921 Graça Aranha regresa de Europa y publica Estética de la vida, donde condena los patrones de la época. Las nuevas ideas comienzan a ganar su propio espacio y con ello provocan serias disputas. En enero de 1921, en el mismo Correio Paulistano, Menotti del Picchia publica un texto en el que se exponen los principios del nuevo grupo de escritores. Esos principios fueron resumidos por el historiador Mário da Silva Brito como el rompimiento con el pasado, el rechazo a las concepciones románticas, parnasianas y realistas; la independencia mental brasileña, dejando atrás las sugerencias europeas, o incorporando las influencias, especialmente las portuguesas y francesas; una nueva técnica para la representación de la vida en virtud de que los antiguos procesos conocidos ya no aprehenden, ni incorporan o asimilan de la misma manera los problemas contemporáneos; otra expresión verbal para la creación literaria, que ya no es la mera transcripción naturalista sino recreación artística, transcripción de las realidades vitales al plano del arte. Mário de Andrade ofrece al público Paulicéia Desvairada en 1922. Su “prefacio interesantísimo” corresponde a un primer manifiesto estético de las ideas modernistas que ya se habían presentado antes de la Semana de Arte Moderno.
Durante su célebre conferencia, Menotti del Picchia no veía lugar en el Brasil para lo que él llamaba “el futurismo ortodoxo”. Señalaba que “el prestigio de su pasado no tiene el propósito de dificultar la libertad de su forma de ser futura”. Para otro conferencista del evento, Graça Aranha, “la poesía de Brasil es nostálgica e influida por una cierta tristeza.”
Es evidente la cercanía de los poetas modernistas con todas las artes. Heitor Villa-Lobos tuvo una presencia singular durante la famosa Semana. Esta suerte de interdisciplina fue esencial para el grupo. Indudablemente el vital acercamiento con los artistas plásticos de la época representó para ellos una oxigenación susceptible de combatir el deterioro del ambiente creativo. Con la difusión del polémico pensamiento modernista por todo el Brasil, una serie de revistas literarias comenzaron durante esos años una vida propia en las diversas regiones del país, generando con ello otros grupos de vanguardia.
El modernismo literario brasileño suele ser dividido en dos momentos: desde su inicio en 1922 y hasta 1930 se ha denominado periodo de “combate o destrucción”. En esta fase la primera generación modernista procuró difundir las nuevas ideas y no dudó en criticar violentamente la literatura tradicionalista, provocando numerosas y ácidas polémicas. Después de 1930 y hasta 1945 hay un periodo de “construcción”. En esta fase, prácticamente terminan las polémicas y el modernismo se impone. Surge una nueva generación de narradores y poetas que consolida la renovación de la literatura del Brasil.
Después de 1922 surgieron diversos grupos que con diferentes propuestas coincidían en el propósito renovador de la literatura brasileña. Casi todos fueron breves, pero dejaron constancia de las expectativas que marcaron esa etapa histórica de renovación cultural.
Para celebrar este acontecimiento, próximamente aparecerá el libro Todos los ritmos, siete poetas del Brasil, en edición bilingüe, editado por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla y Círculo de Poesía, en el que están incluidos: Manuel Bandeira, Cecilia Meireles, Carlos Drummond de Andrade, Vinicius de Moraes, Lêdo Ivo, Thiago de Melo, y Affonso Romano de Sant’Anna, todos ellos verdaderamente representativos de la poesía brasileña. Los poetas incluidos en la muestra mantienen de diversas maneras, por adopción o por antagonismo, una relación con las distintas fases del importante movimiento que revolucionó el arte en el Brasil.
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EDUARDO LANGAGNE (Ciudad de México, 1952) obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes 1994. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte. Es autor de la letra y la música de numerosas canciones, algunas grabadas por Maru Enríquez, Eugenia León, Cecilia Toussaint, Susana Harp y Betsy Pecannins, entre otros intérpretes. Ha escrito guiones para escena como Aún… el bolero, obra presentada en 2002 en el Palacio de Bellas Artes, con Marco Antonio Muñiz, Olga Guillot, Guadalupe Pineda y Los Tres Ases. En 2005 escribió el guión y los textos poéticos de la cantata Sueños, con el compositor Arturo Márquez. En 2006 publicó la traducción 35 Sonnets, de Fernando Pessoa. En 2009, su cuento en portugués para niños, Meu cavalinho vermelho, fue seleccionado para las escuelas primarias de Brasil. Reposo del Guerrero, de 2011, es su publicación poética más reciente. Actualmente es director general de la Fundación para las Letras Mexicanas.