Este 2012 se cumplirán 53 años del asesinato múltiple cometido en ese pequeño pueblo de Kansas, Estados Unidos llamado Holcomb, que al ser investigado y documentado por Truman Capote dio lugar al nacimiento de la denominada non-fiction novel o novela testimonial. Asesinato que inauguró una nueva época de violencia en Estados Unidos y en el mundo.
Aunque el libro no vería la luz sino hasta 1966, recordar sus fuentes no es un homenaje frívolo: Truman Capote buscó al escribirla iluminar las “razones” (si es posible llamarlas de este modo) del hecho, las motivaciones de Perry Smith y Richard Hickock para asesinar a sangre fría a una familia que resultaba la viva representación del ideal americano.
En literatura, la violencia nos interesa por ser en más de un sentido el negativo del arte, la otra cara de la creación artística; y si bien una obra puede resultar violenta, dicha fuerza se encuentra sublimada. Al conocerla en ese mundo ajeno al nuestro descubierto por Freud, la observamos en el origen de la humanidad. Nuestro inconsciente, no se cansó de decir el vienés, mata incluso por pequeñeces y la civilización nos aleja de estas fuerzas primitivas y nos enseña a superarlas en construcciones aceptadas. ¿Cómo abordó Capote los hechos que aún hoy, en estos días en los que el crimen está a nuestra orden, no dejan de sorprendernos? Lo hizo como artista, todo quien lo ha leído lo sabe, pero también como detective y psicoanalista al dejar las pistas necesarias para desentrañar la lógica de la locura criminal.
Al comenzar su relato el autor describe con detalle la pequeña comunidad de Holcomb, revelándola viva y participativa, habitada por ciudadanos solidarios que han logrado un patrimonio común: el ejemplo más notorio lo es la escuela del pueblo. Y así, entre los hombres y mujeres contribuyentes con su esfuerzo a construir instituciones para gozo de sus habitantes, destaca notoriamente Herb Cuttler, ejemplo de austero paterfamilias cuyo trabajo por la comunidad fue la base del respeto y de la admiración de quienes lo conocieron, así como punto de partida para hacerse de una importante hacienda prácticamente de la nada. Y si bien la mujer de este hombre se encuentra reducida a personaje secundario debido a una enfermedad nerviosa, sus cuatro hijos han destacado de una u otra forma: las dos hijas mayores se encuentran casadas mientras los dos menores, Nancy y Kenyon, no solamente han logrado notoriedad por sus éxitos académicos sino por su activa participación en las actividades comunitarias. Nancy, por ejemplo, es líder en su clase, organizadora de la Liga Metodista, premiada anualmente en concursos, amiga excelente y compañera solidaria, miembro del Club del pueblo, así como mujer a cargo de la casa paterna debido a la minusvalía de su madre.
Una vez que en su carácter de personajes de una historia hemos conocido y nos hemos involucrado emocionalmente con los integrantes de la familia, Capote inicia la pausada descripción de quienes de antemano identificamos como antagonistas: la descripción de Perry Smith nos lo acerca de forma inmediata: cualquiera de nosotros ha soñado alguna vez con una vida sin ataduras, llena de viajes y aventuras, al aire libre. El temperamento romántico de este personaje nos lo hace entrañable desde las primeras páginas y uno no puede sino preguntarse ¿en verdad estamos vislumbrando a un asesino?
Por el contrario a Richard Hickock se le retrata como personaje siniestro: la frase “sin testigos” no deja dudas. Él es quien ha planeado el asesinato y sondeado en su compañero de celda la idoneidad para acompañarle en la empresa. Conocemos el final: ambos hombres entrarán al hogar y lo destruirán sin ningún motivo claro: a los ojos de la policía el robo figuró siempre como la última de las líneas de investigación.
Para encontrar la razón de los homicidios adelantamos estas premisas: 1) Aunque la motivación conciente de Richard Hickock era un robo, tal hurto fue el último de sus deseos. Este hombre era inteligente, precavido y astuto (su caso, una vez sentenciado a la pena máxima, fue revisado en varias ocasiones pues supo argumentar muy bien). Pero dicha astucia no lo acompañó al planear el golpe, nunca estuvo seguro de la existencia de una caja fuerte. Nadie se lanza a realizar una acción así “de oídas”, a partir de la sola mención de un compañero de celda, sin asegurar su veracidad, lo cual desconcertó al agente encargado de la investigación: era sabido en todo Holcomb que Herb Clutter no guardaba dinero en su casa y que tenía la costumbre de cubrir los gastos más superfluos mediante cheques. 2) Cuando Hickock no encontró la caja fuerte ni mínimos indicios de su existencia, el motivo del robo había desaparecido, sin embargo persistió en su intento.
Fueron por tanto otros motivos los causantes del crimen ¿Qué deseaba éste hombre? Para responder leamos las palabras recordadas por su cómplice, días después del crimen, cuando ambos se encontraban en la playa: “Y fue allí donde Dick vio a aquel hombre que tendría más o menos su misma edad, veintiocho o treinta. Podía ser un «jugador, un abogado o quizás un gángster de Chicago». Fuera lo que fuese tenía aire de conocer las glorias del dinero y el poder. Una rubia que se parecía a Marilyn Monroe, masajeándole, le untaba aceite solar y la perezosa mano del hombre provista del correspondiente anillo, se alargó hasta un vaso de naranja helada. Todo aquello le correspondía por derecho también a él, a Dick, pero él no lo tendría jamás. ¿Por qué aquel hijo de puta había de tenerlo todo y él nada? ¿Por qué había de tener toda la suerte aquel «puñetero de mierda» y él ninguna? Sólo con un cuchillo en la mano, él, Dick, tenía poder. A los puñeteros de mierda como aquél más les valdría cuidarse, porque él podía «abrirlos en canal para que soltaran un poco de aquella suerte». A Dick le habían estropeado el día. La espléndida rubia que le ponía aceite solar a aquel tipo, se lo había arruinado”.
Más allá de una carencia económica que con el tiempo Dick hubiera podido superar (su habilidad mecánica al decir de sus jefes, lo hubiera llevado con el tiempo a una posición ventajosa) se revela una carencia incolmable, verdadera razón de su odio: aquello escuchado por Dick Hickock a su compañero de celda no fue la grandeza económica de Herb Clutter, sino su reconocimiento social. En palabras de Floyd -el compañero de celda que le habló por vez primera de la familia Clutter-: “ …el señor Clutter…” “…Me trataba muy bien, como trataba a todos los que trabajaban para él. Por ejemplo, si andabas corto un poco antes del día de pago te soltaba siempre cinco o diez dólares. Pagaba buenos salarios, y si te lo merecías te daba una prima. De veras, de todas las personas que he conocido, me quedo con Clutter. Con toda la familia. La señora Clutter y los cuatro hijos. Cuando los conocí, los dos eran pequeños, los que han matado. Nancy y el chaval que llevaba gafas tendrían cinco o seis años. Las otras dos hijas, una se llamaba Beverly y la otra no recuerdo. Iban ya a bachillerato. Buena familia, buena de verdad”.
En pocas palabras, este causante indirecto de la masacre opinaba como la casi totalidad de quienes conocían a la familia Clutter. En consecuencia, la luz despedida por ésta última fue la verdadera razón del asesinato. Una envidia fundamental e irreparable se encuentra en las raíces del crimen. Nuestras sociedades se hallan cada vez más propensas a sufrirla. Para poder explicarla, recordaremos el discurso surrealista en boga en Francia 30 años antes de este suceso y que aún hoy puede orientarnos para entender la naturaleza de la locura criminal, así como observaremos de cerca, en las hermanas y asesinas francesas Papin, las causas por las cuales la razón se viene abajo.