En palabras de Bretón “El surrealismo se basa en la creencia de una realidad superior y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos y a sustituirlos por los principales problemas de la vida”. “Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.
No por casualidad Bretón describió como el acto surrealista más simple el bajar a la calle empuñando un revólver y disparar al azar todo lo que se pueda, en dirección a la multitud: “¿Quién no ha sentido al menos una vez, ganas de terminar de esta manera con el pequeño sistema de envilecimiento y cretinización en su lugar marcado en esa multitud?”
La razón se viene abajo. Un acto violento trae consigo el núcleo de la teoría de la relatividad: no existe una verdad sin equívocos y todo depende del lugar donde la razón se encuentre. Así, en 1930 los surrealistas dieron un paso más: “a sus ojos, el crimen individual e impulsivo pasaba a ser simbólicamente el único acto racional posible en un mundo víctima del crimen organizado: desempleo, guerras coloniales, explotación capitalista, dictaduras, violencia burguesa y democrática ”.
En aquellos momentos Francia era un fantástico caldo de cultivo: la gente temía a la guerra, el capital temía al comunismo, este último debía temerse a sí mismo. En 1933 un asesinato sin igual sacudió a la intelectualidad francesa, pero más aún, a su burguesía: las hermanas Papin, dos sirvientas que habían trabajado con un comportamiento inmejorable durante años para la familia Lancelín, asesinaron a madre e hija de esa familia sin premeditación al menos consciente, cuando una de ellas se vio impedida de seguir “planchando” la ropa de sus amas a causa de un inoportuno corte de luz.
La policía encontró a las occisas desnudas, y un reguero de sesos y entrañas por toda la casa… «Los cadáveres de la señora y la señorita Lancelin yacían en el suelo espantosamente mutilados; el cadáver de la señorita estaba boca abajo, con las faldas subidas y las bragas bajadas y tenía grandes heridas en los muslos; el cadáver de la señora yacía boca arriba, con los ojos arrancados, sin boca ni dientes. Las paredes estaban cubiertas de cuajarones de sangre. En el suelo había huesos, dientes arrancados, un ojo, horquillas, botones, un llavero y un paquete deshecho». 1
El ambiente intelectual se vio absorbido por el hecho: las hermanas Papin eran vistas por la izquierda —la participación de Sartre y Simone de Bouvoir fue muy activa— como las víctimas de una sobre-explotación enajenante que las privó de su razón. En ese drama Jean Genet basó su pieza de teatro Las Criadas.
El psicoanalista francés Jaques Lacan, en contracorriente a los surrealistas y comunistas, señaló que no fue por odio de clase, sino por amor homosexual a la imagen ideal de las hermanas muertas. Deseo contradictorio que merecía un castigo en el inmejorable blanco de los “otros yo” de las asesinas… Amor y Odio a la autoridad, a los padres, al amo… temas freudianos trabajados por Lacan a su estilo. ¿De dónde nacía el deseo de las asesinas por sus amas? ¿Cuál era la imagen ideal que tenían de sí mismas proyectada en las “otras”? ¿De qué carecían?
Ahondar en esta carencia fundamental importa porque podría ser el verdadero origen de estos homicidios. Cuando la policía, fiscales y jueces franceses intentaron conocer el motivo de los asesinatos de las hermanas Papin, no fueron capaces de encontrar uno solo. Cuando se le preguntó a una de ellas la razón de desnudar a sus víctimas, esta respondió enseguida: “Buscaba algo cuya posesión me hubiese hecho más fuerte”.
¿Cuál era el deseo de Perry Smith y Dick Hickock al planear estos crímenes sin robo? ¿Qué buscaban encontrar? ¿Cuál carencia deseaban representar? La materia para tal análisis la dejó escrita Truman Capote: la identificación con el héroe de cualquier tragedia, lo saben los dramaturgos, es posible gracias al retrato de esta carencia y Capote no se olvidó de incluirla en su novela. ¿Por qué razón nos sentimos tan identificados con Perry Smith? A diferencia de Dick Hickock, si nos vemos tentados a hermanarnos con ese hombre con sangre india e irlandesa en su sueño de presentarse delante de un público y ser aplaudido una vez concluida su presentación de hombre orquesta, es debido a su historia, esta nos conmueve: mal querido por su madre luego de su intento de escapar para buscar a su padre, habiendo recibido terribles maltratos de unas monjas torturadoras, en búsqueda permanente de sí mismo, Perry imaginaba que de este mundo de gente sin alma un Dios en forma de gran ave amarilla vendría a salvarle.
Al tratar de entender a Perry Smith no puede pensarse sino en la muerte: esa inexistencia irrepresentable que comanda como un hoyo negro la totalidad de nuestras vidas y nos impele ahora a movernos, ahora a tratar de ser felices, ahora a inmovilizarnos, o bien a dirigirnos a esa nada obscura como animales ciegos del alma en busca de una playa en la cual encallar. Para enfrentar la muerte, para hacerla parte de nosotros, para que nos mueva a la vida y no a la destrucción, es necesario ante todo una infancia feliz.
Bataille teorizó sobre la parte maldita de toda sociedad acuñando el término heterología: la ciencia de lo irrecuperable, lo improductivo, los desechos mórbidos. La existencia “otra” expulsada de todas las normas, la locura.
Podríamos ver a Perry Smith y también a Hickock, si bien su caso es mucho menos transparente, como representantes de esta parte irracional de una sociedad que los produjo al dejarlos solos. La criminología ha encontrado hechos parecidos a los vividos por Smith en la mayor parte de los asesinos seriales: abuso repetido por parte de los adultos durante gran parte de la infancia.
Al estudiar personalidades antisociales dicha ciencia ha encontrado constantes entre las cuales se acomoda su justificación: ellos se perciben a sí mismos como víctimas furiosas y creen en su padecimiento como justificación para hacer padecer a otros.
Aunque no puede perdonarse el asesinato de la familia retratada por Capote ni el de ningún ser humano, a medio siglo de cometidos estos crímenes es justo preguntarnos si nuestras sociedades han hecho algo por disminuir la incidencia de los factores que llevan a un individuo al sufrimiento radical, el que sólo puede representarse cometiendo un crimen. El arte y la literatura deben estar especialmente comprometidas con esa tarea pues, finalmente, en la sublimación de la violencia ellas tienen su origen.
1 Extracto del reporte del Dr. Le Guillant, aparecido en El País.