El rival perenne de México para el liderazgo de América Latina es Brasil, y últimamente la competencia no le va tan bien a este país. Mientras México, debido a sus batallas con el crimen organizado, padece de una lamentable imagen internacional, Brasil se ha convertido en la estrella mundial. Gracias a su actuación en el G20 y su estatus como uno de los famosos BRICS, Brasil ha surgido como uno de los países emergentes con más peso en los foros mundiales. Su desempeño económico desde hace una década, incluso durante la crisis, ha sido envidiable, y gracias a éste y un fuerte programa anti-pobreza, 30 millones de brasileños han entrado a las filas de la clase media. Y como toque final, Brasil es el anfitrión del Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
Sin embargo, un nuevo análisis en Foreign Affairs escrito por Ruchir Sharma, el jefe de mercados emergentes en Morgan Stanley Investment Management, argumenta que las cosas no van bien en Brasil. Al contrario, según el autor, el buen desempeño reciente del gigante se debe principalmente a los altos precios de las materias primas –soya, hierro, café, entre otras– y la demanda de los chinos para éstas mismas. Al caer los precios de estos productos, como inevitablemente harán, el milagro brasileño dejará de existir.
Además, los líderes de Brasil no están utilizando estas ganancias inesperadas e históricas como deberían. En lugar de invertir en infraestructura y dirigir la atención de los políticos hacia los cuellos de botella en el modelo económico, Brasil se ha dedicado a construir un estado de bienestar más fuerte. Se queja también de la Bolsa Familia, un programa reconocido de pagos condicionados al estilo de Oportunidades. Según Sharma, el pecado fundamental del Brasil de Lula y Dilma es optar por regalar su nueva riqueza a los más pobres, en lugar de invertir en el crecimiento futuro del país.
Hay algo de cierto en lo que dice el autor. Cierto, los niveles históricos de las materias primas han sido importantísimos para el auge brasileño. Véase, por ejemplo, el costo de una tonelada de soya, desde hace 30 años:
Como se puede ver, con pocas excepciones, el precio cambiaba entre 175 y 325 dólares por los primeros 25 años evidenciados arriba. Pero en 2007, las tendencias históricas perdieron su relevancia, y el precio se disparó. Desde aquel año, el rango ha sido de 325 a 600 dólares. Es decir, el tope máximo de antaño es el mínimo de hoy. Eso a pesar de la peor crisis económica desde la Gran Depresión en 2008-09, que causó un desplome en el costo de toda materia prima.
Y no es solamente la soya; la situación es parecida para muchas materias primas. La creciente demanda de China e India, donde vive la tercera parte de la humanidad, son los factores claves en esta alza, y como el crecimiento económico de estos gigantes asiáticos se está frenando, es razonable esperar que caigan los precios de soya y las demás materias primas. Es indudable que tal suceso complicaría el entorno económico de Brasil.
Sin embargo, atribuir todo el éxito reciente de Brasil a los precios de las materias primas es un error. Entre sus exportaciones más importantes, hay varios que no son materias primas, como los autos, el equipo de transporte, y el calzado. Embraer se ha convertido en una compañía aeronáutica de nivel mundial, peleando por contratos del Pentágono. Brasil también es un líder en la producción de etanol, una fuente de energía cada vez más importante.
También se equivoca en su análisis de la Bolsa Familia. Sharma escribe como si fuera una simple redistribución de dinero, si por el simple hecho de ser pobres, las familias inscritas reciben su pago financiado con los impuestos de los trabajadores y empresas productivas. Pero la gran mayoría de los padres de familia reciben sus pagos con la condición de que sus hijos sigan en la escuela y de que reciban las vacunas ofrecidas por el gobierno. Es decir, no es un regalo a los pobres por ser pobres, sino una inversión para incrementar el capital humano de los brasileños que menos capital humano tienen. Más allá que sus méritos morales, los que abogan por la Bolsa Familia creen que es un motor importante para el crecimiento a largo plazo. Peor aún, Sharma se queja de los bajos niveles de educación en Brasil, pero ignora que la Bolsa Familia representa un intento de superar precisamente este obstáculo al desarrollo.
Más aún, aceptando su premisa de que la Bolsa Familia reduce el crecimiento a corto y a largo plazo, cabe mencionar que el crecimiento del PIB no lo es todo. Un país que crece rápidamente pero sin provocar reducciones correspondientes en sus niveles de pobreza y desigualdad –véase por ejemplo el Perú de Toledo– no tiene un modelo envidiable. Es decir, suponiendo que dedicar tantos recursos a la Bolsa Familia baja el crecimiento por un punto anual, si esta estrategia implica que docenas de millones de brasileños entran a la clase media, entonces es un sacrificio lógico.
Además, hace apenas 13 años, Brasil pasó por una devaluación catastrófica del real, y dos años después, aguantó el colapso económico total de su vecino más importante. Antes del Plan Real de 1994, algunos analistas pensaron que la hiperinflación brasileña no se podía superar, que era un elemento permanente de la economía. Si bien Brasil no ha superado todas sus deficiencias, es importante recordar donde el país estaba hace muy poco tiempo. Cambiar el camino económico de un país es una labor de generaciones, y el progreso de la última década ha sido asombroso, pese a los retos que quedan. Puede que, a corto plazo, no sea un destino ideal para los inversionistas extranjeros, pero la mejoría en la calidad de vida de sus ciudadanos habla por sí mismo.