Hay una creencia entre muchos analistas con simpatías izquierdistas que al haber seleccionado a Marcelo Ebrard como su abanderado, hoy el PRD no estaría planeando protestas cívicas sino preparándose para la transición presidencial. Como dijo el título de una columna de José Antonio Crespo, ¡Era Marcelo!
Claro, la vida no permite counterfactuals (es decir, las versiones alternativas a los hechos), pero hay mucho que sugiere que Ebrard habría podido vencerle a Peña Nieto. Si Andrés Manuel López Obrador, el personaje que genera las opiniones negativas más altas de todos los políticos principales del país, pudo llegar a una distancia de apenas seis puntos, Ebrard, una figura moderada con una persona pública que ofende menos, tenía una muy buena posibilidad de rebasarle al priista. Seguramente, Ebrard hubiera sido un poco más vivo durante los debates, cuando un López Obrador dejó escapar una gran oportunidad de marcar unos tantos contra su adversario más importante. Y la corriente principal de oposición a Peña Nieto, el movimiento #YoSoy132, pudiera haberse unido en apoyo para Ebrard más que hizo para López Obrador.
Ni modo. Perdió la encuesta del noviembre pasado contra Andrés Manuel López Obrador (y rehusó todos los llamados a impugnarla), y éste último perdió la elección. Ahora, para los partidarios de Ebrard, toda la atención cae en 2018. El mismo candidato tiene sus ojos fijados en el siguiente ciclo electoral–hace unas semanas, anunció que su campaña para la presidencia se arrancaría el 6 de diciembre, el día después de su salida de la jefatura del Distrito Federal. Ahora tendrá seis años enteros para refinar su mensaje y tejer alianzas y crecer su perfil para, si todo va según los planes, superar los resultados de este año y sucederle a Enrique Peña Nieto como presidente de México.
Esa capacidad del jefe de gobierno del DF de planear pesaban mucho en el largo y detallado perfil de Ebrard que apareció en la revista Gatopardo hace unas semanas. En varios momentos de dicho perfil, escrito por Guillermo Osorno, Ebrard demuestra una extraordinaria capacidad de planear, de tomar pasos determinados, de hacer cálculos a largo plazo como si su futuro político fuera un juego de ajedrez. Su candidatura para la jefatura del DF en 2000 con el desaparecido Partido de Centro Democrático fue un juego exitoso para ser incluido en el gobierno de López Obrador, para luego convertirse en un candidato verdadero para el mismo puesto. Sus interacciones con López Obrador después de la pérdida de 2006 representan un cálculo para no pintarse con la misma brocha de extremismo pero a la vez mantenerse aceptable para los duros de su partido. Y su decisión de declinar el año pasado para apoyarle a López Obrador fue el producto de una apuesta que sería difícil ganar este ciclo –Peña Nieto parecía invencible en noviembre, y en caso de insistir con su candidatura, lo más probable era una izquierda dividida– pero la mesa ya está puesta para 2018.
El buen juicio demostrado arriba es una buena característica para un político, y también para un gobernante; hay una conexión muy directa entre su pensamiento estratégico y su buena gestión en el DF.
Pero otra característica personal evidente tanto en el referido perfil como en su vida política es más alarmante, aunque también es bastante admirable. Su mentor, Manuel Camacho, le comentó a Osorno que “Marcelo ya demostró que tiene límites en sus ambiciones personales…” El mismo Ebrard ofreció una idea de la filosofía que le guía con el comentario, “El peor enemigo de la política es la vanidad y la soberbia”. Lamentablemente, para los que ven en Marcelo Ebrard una figura que podría ser la vanguardia de una izquierda moderna y exitosa en México, puede que su previsión estimable le falle, y que su falta de ambición personal se convierta en un defecto mortal. (Falta relativa, claro; un egoísmo desmedido es un requisito para una candidatura presidencial.)
El problema es que en 2018, no es asegurado que las circunstancias sean muy distintas. Después de una campaña que superó todas las expectativas, López Obrador tiene más credibilidad como líder de la izquierda ahora que en noviembre de 2011. Ya no es un hombre joven, pero no es una locura imaginarlo como candidato a los 65 años en 2018. En cualquier caso, el político “cansado” de hace unos meses parece haber desaparecido. Y un presidente polémico que seguramente va a impulsar unas reformas controversiales le va a dar a AMLO oportunidades constantes de mantenerse relevante. Seis años es un periodo larguísimo, pero una repetición de la misma dinámica dentro la izquierda que se manifestó este ciclo se ve cada vez más factible.
En tal escenario, no es suficiente siempre tomar decisiones sabias. Es muy posible que para poder triunfar donde no pudo este ciclo, Ebrard va a tener que marginalizarle a AMLO, y arrebatarle su puesto no oficial como el líder de la izquierda. Para este propósito, la ambición personal, la vanidad y la disposición de jugar fuerte, hasta un poco sucio, son atributos esenciales. Es lamentable, pero así es la política.