Una de las interpretaciones de la contienda presidencial del 2006 con implicaciones mayores para la de este año fue “Elite Polarization Meets Mass Moderation in Mexico’s 2006 Elections,”, escrito por Kathleen Bruhn and Kenneth Greene. Según el artículo de estos dos académicos estadounidenses, que apareció en la revista PS: Political Science and Politics en enero de 2007, existe una enorme brecha ideológica entre las élites políticas: en un amplio rango de temas, desde el aborto hasta el tamaño ideal del gobierno y el papel que éste desempeña, los políticos entrevistados (todos candidatos del PAN y PRD para curules en el Congreso) se encuentran en polos extremos.
Pero entre los votantes mexicanos que eligen a los legisladores y ejecutivos, las diferencias son mucho más pequeñas. Los votantes más leales a los dos partidos se ubicaron, en casi todos los temas, mucho más hacia el centro del espectro político que los aspirantes al Congreso.
Suponiendo que el análisis del artículo sigue igual de válido hoy en día que hace seis años, el más perjudicado por esta moderación del electorado mexicano será Andrés Manuel López Obrador. Aunque los autores no lo dicen, su análisis también sugiere que el electorado castiga a los políticos más ideológicos e intransigentes, que este año significa López Obrador. Las encuestas sobre AMLO revelan lo mismo: según un reporte reciente de Mitofsky, la percepción del tabasqueño ha sido fuertemente negativo desde 2006, el año clave en su trayectoria reciente por razones obvias.
Ahora que finalmente ganó el apoyo de la coalición izquierdista, López Obrador tiene un dilema bastante delicado: por los últimos cinco años, en los cuales no ha tenido un puesto oficial, se ha mantenido en el ojo mediático gracias a una serie de acciones extremas: la toma del Congreso para mostrar su oposición a la reforma energética, su manipulación de la elección en Iztapalapa que lanzó a la fama a Juanito, y, por supuesto, la toma del Paseo de la Reforma en México.
Como éstos son unos de los momentos más famosos en su historia reciente, López Obrador no los puede esconder. Pero como les son ofensivos a la mayoría del electorado mucho más moderado que él y su cerco, si quiere ganar, tiene que presentar otra imagen a la sociedad.
Por eso hemos visto un discurso notablemente tranquilo hasta el momento. No le ha dicho “chachalaca” a nadie ni ha callado a ni un rival. La palabra “mafia” —anteriormente una de sus etiquetas favoritas para sus adversarios—no ha aparecido en los comunicados de su campaña desde Septiembre. Anunció que tres figuras con reputaciones muy buenas aún afuera de las filas de la izquierda—Rogelio Ramírez de la O, Juan Ramón de la Fuente, y Marcelo Ebrard—tomarían puestos claves en una administración suya.
Y, más curiosamente, el ex gobernador del DF ha hecho hincapié en la importancia del amor en la vida pública. Apostar por el amor como parte clave en una campaña presidencial puede o no resultar una decisión acertada, pero sí es extraña, ya que el amor es probablemente la emoción menos vista en la política.
La jugada, pues, es clara: hacerse el moderado por siete seis meses más, lograr que desvanezcan las memorias de López Obrador mandando las instituciones al diablo, y ofrecer un programa centrista. Esta estrategia demuestra una buena comprensión de los deseos del electorado, y puede tener un efecto en la percepción popular del candidato de la izquierda. Según el mismo reporte de Mitofsky, las opiniones negativas de López Obrador bajaron nueve puntos de febrero a noviembre del año pasado.
Sin embargo, ahora la pregunta más importante no es si tomó la decisión correcta en diseñar su estrategia, sino si será suficiente un simple cambio en su discurso. Es decir, López Obrador está haciendo lo más que puede con las cartas que tiene, pero los obstáculos que le impiden están muy fuertes.
Hasta el momento, el proceso electoral ha seguido un camino favorable para él: sus rivales posibles en el PAN siguen peleando entre ellos, y Enrique Peña Nieto ha tenido que lidiar con una serie de penas menores y mayores, desde los tuits de su hija hasta su ignorancia del precio de tortillas. Pero aun ante esta coyuntura, las votaciones proyectadas no han cambiado mucho, y López Obrador aún está lejos de verdaderamente competir por la victoria. Si bien las percepciones negativas de López Obrador están a la baja, las percepciones positivas no han subido de la misma forma, lo cual sugiere que hay un tope fuerte del apoyo que puede ganar el tabasqueño.
El problema es que por cinco años, López Obrador ha operado bajo una filosofía de confrontación y extremismo, y resulta difícil borrar esos recuerdos. Es que no está lidiando solamente con preferencia de la mayoría por el centrismo, sino la memoria colectiva también. Y ahí está el reto verdadero.