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Complejidad y transdisciplinariedad
Este País | José Blanco | 01.02.2012 | 2 Comentarios

Nuestro autor coloca el panorama general de las ciencias bajo el signo de la mecánica cuántica y de la complejidad: cada disciplina evoluciona a partir de sus propias reglas, descubrimientos y nuevas incógnitas. La transdisciplinariedad busca entender el mundo no como una entidad simple, fundada sobre la idea de continuidad, sino como un universo complejo.

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Complejidad y transdisciplinariedad

Durante un tramo significativo de la colosal aventura del desarrollo histórico del conocimiento, el mundo natural y social fue percibido como un cosmos poblado de formas de esencias inmutables; una percepción de raíz platónica. En vista de que lo que creíamos tener frente a nosotros eran esas formas de esencias inconmovibles, podíamos sentirnos dueños de conceptos de virtud que, como escribe Niklas Luhmann, “recomendaban inconmovilidad, robustez, ataraxia en el mantenimiento de lo correcto […]. No se podía dudar de la harmonia mundi”.

Desde el siglo xviii pueden observarse manifestaciones de lo que será en adelante una constante generalizada: la crítica incesante, el debate continuo, todo es controversial, los cambios de paradigmas y las revoluciones científicas —en términos de Thomas Kuhn— son cada vez más frecuentes. Como nos recuerda Luhmann, “Arthur Lovejoy expuso en su famosa monografía [The Great Chain of Being: A Study of the History of an Idea, 1936]: el orden jerárquico de la esencia es derrumbado y temporalizado”.1

Las grandes preguntas de los hombres fueron anteriores al esfuerzo metódico de las ciencias; mientras estas son el resultado histórico de un desarrollo cultural que emergió principalmente en Europa, aquellas preguntas surgen espontáneamente de la condición humana. Los centenares de mitos del mundo muestran esa necesidad imperiosa de la existencia.

Una pregunta fundamental es la referente al origen, pregunta que se abre en abanico: el origen de la religión, de la sociedad, del juego, de la música, de la poesía, del Estado, del hombre, de las especies, de la vida, ¡del universo! ¿Y el origen del lenguaje? Como dice el filósofo venezolano José Manuel Briceño, esa pregunta es, cualitativamente, muy distinta de todas las preguntas aludidas.2

Escribe Briceño:
El lenguaje es el medio que hace posible la formulación de preguntas y respuestas. La estructura del conocimiento es lingüística. La estructura de la conciencia es lingüística. La estructura del razonamiento es lingüística. La estructura del mundo, tal como lo concibe y utiliza el hombre, es lingüística. El lenguaje es el lugar de lo humano, en él vivimos, nos movemos y somos.

Sin lenguaje no puede haber ciencias, o mitos, o culturas; sin lenguaje no hay humanos.

Según el estudio de Briceño, el origen del lenguaje es un enigma aún no despejado: el gran número de estudiosos y de estudios sobre el particular muestra un amplio acervo de hipótesis diversas. Briceño explica por qué con los métodos e instrumentos actuales no ha sido hallada la vía de acceso al misterio de la aparentemente desconcertante tesis de Wilhelm von Humboldt, la hipótesis que posee la mayor carga lógica: “El lenguaje no puede surgir sino de una vez, o para expresarlo más exactamente, tiene que poseer en cada instante de su existencia aquello que hace de él una totalidad. Por ser la expresión inmediata de un ser orgánico en su doble validez sensorial y mental, el lenguaje comparte la naturaleza de todo lo orgánico, pues en él cada elemento es constituido por los demás y el todo por la fuerza unitaria que lo penetra”. Briceño repetirá con amplitud la tesis humboldtiana.

Es claro: no es posible imaginar el surgimiento del lenguaje como una serie de logros sucesivos, de conquistas parciales cuya acumulación dio lugar a la totalidad que hoy garantiza nuestra condición humana. La unidad mínima del habla no es el símbolo fónico aislado, sino la frase; es el sentido general el que define la significación de los elementos que el desmonte gramatical ha separado; los signos lingüísticos constituyen un sistema, se delimitan y sostienen mutuamente de manera que cada uno presupone todos los demás.

Frente a la lógica férrea de Humboldt, Briceño exclama:

El lenguaje es la máxima conquista de la sociedad humana, lograda heroicamente en milenaria epopeya, epopeya en el sentido literal del término, contra la oscuridad pre-racional del instinto. Esta conquista social amplió los límites de la condición biológica del hombre desarrollando las posibilidades en ella latentes y desplazó el eje de la evolución hacia la dimensión de la cultura que tiene en el lenguaje su lugar y sus vehículos.

En cambio, pueden ser estudiadas sus funciones. Entre las diversas propuestas posibles, miremos esta: la primera función dialógica y primaria del lenguaje —podríamos llamarla lírica— libera tensiones afectivas y recurre a la participación del oyente para intensificar su efecto catártico. La segunda —podríamos llamarla dramática— intenta ejercer influencia sobre el interlocutor para dirigir su atención o modificar su conducta. La tercera —podríamos llamarla épica— informa mediante descripción de situaciones, narración de acontecimientos o exposición de pensamientos; y lo importante en ella no es ni el estado de ánimo del hablante, ni el efecto a producir en el oyente, sino la transmisión de contenidos mentales. La tercera función dialógica es el lenguaje de las ciencias.

Como sistema fónico, es estudiado por la fonética, la fonemática y la fonología; como sistema de signos históricamente desarrollado en el ámbito de una cultura (idioma), es estudiado por la lingüística general, la lingüística histórica, la lingüística comparada, la antropología cultural, la sociología y la psicología social; como conjunto de funciones que involucran el uso de órganos periféricos y la participación del sistema nervioso central, es estudiado por la anatomía, la psicobiología, la neurofisiología y la psicopatología; como relación entre signo y significado es estudiado por la semántica general, la semasiología y la semiótica.

Al tiempo que hemos mostrado in nuce un gigantesco paso hacia la puerta de salida desde la oscuridad del instinto pre-rracional mediante la epopeya de la creación del lenguaje, nos aproximamos pari passu a una investigación que demanda de modo inexcusable el pensamiento complejo. De ello da cuenta el uso de los conceptos de totalidad y sistema, sus componentes y relaciones internas; la presencia intensa, tras los estudios enunciados, de la multidisciplinariedad y de la transdisciplinariedad frente a un objeto de la experiencia altamente representativo de la complejidad, como es el surgimiento, el desarrollo y las funciones del lenguaje.

A la par de la Revolución Industrial iniciada a fines del siglo XVIII, creció aceleradamente un “estilo” de hacer ciencia, alejado por completo de las verdades eternas que predominaron en los siglos anteriores. El conocimiento avanzaba, y nacían nuevas ciencias.

De la complejidad de esta historia surgió La estructura de las revoluciones científicas, obra de Thomas Kuhn. Esa misma complejidad se advierte en las sucesivas críticas y debates: en la Física; en el campo de la filosofía de la ciencia de los integrantes del Círculo de Viena respecto al positivismo lógico de Hume y Comte de fines del siglo XIX y principios del XX; en la filosofía de la “tradición analítica”; en la crítica de Popper también al positivismo lógico; en el alejamiento de Paul Feyerabend quien, habiendo trabajado de cerca con Khun, derivó hacia lo que el propio Popper llamó “filosofía anarquista”; en la obra de Imre Lakatos y los que llamó “programas de investigación científica”, los cuales establecen qué patrones deben seguirse (heurística positiva) y cuáles evitar (heurística negativa). Algo similar ocurre con Larry Laudan, epistemólogo inicialmente cercano a Lakatos que formuló las denominadas “tradiciones investigadoras”, punto de vista definitivamente distinto de los programas de investigación de Lakatos. Laudan, crítico de Popper y de Khun, mantiene en El progreso y sus problemas que la ciencia es un proceso evolutivo que va acumulando evidencias validadas y resolviendo anomalías conceptuales al mismo tiempo. Una tesis directa en contra de Khun lo es la de Bastiaan Cornelis van Fraassen, especializado en filosofía de la ciencia y en lógica, quien afirma que no hay razones para creer que son verdaderos los postulados de la ciencia y que no es ese su objetivo: la historia de la ciencia no es más que una sucesión de teorías falsas, y solo puede decirse si una teoría es empíricamente adecuada o no lo es.

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Si nos asomamos a las ciencias sociales, hallaremos un catálogo extenso de problemas no resueltos que provienen de la creciente velocidad de cambio de los procesos sociales, de metodologías diversas y de amplias incomprensiones entre comunidades de investigación. En Economía, por su propia naturaleza, el consenso no existe. A veces, se trata de confusiones entre los propios investigadores.

A fines del siglo xviii y principios del XIX nació, con índole interdisciplinaria, la Economía Política, como la llamaron sus autores. Su más importante representante es Karl Marx. La pregunta principal que este se hizo fue cómo se distribuye el producto social entre las principales clases de la sociedad.

En 1890 se pública Principles of Economics, de Alfred Marshall, cuya pregunta central es cómo se alcanza el equilibrio entre oferentes y demandantes en el mercado de un producto particular. La respuesta fue la teoría de equilibrio parcial. Se fundó así lo que Keynes llamó “escuela neoclásica”, una disciplina que, a secas, fue llamada Economics. Los discípulos de Marshall extendieron la teoría preguntándose por el equilibrio general. La Economía Política y la Economía son dos disciplinas diferentes que usan en gran parte el mismo vocabulario, aunque remiten a conceptos distintos. Se ven a sí mismas como escuelas de pensamiento rivales.

Hay que agregar que en ambas corrientes de pensamiento hay numerosas subescuelas con parciales acuerdos y desacuerdos. Todavía dentro de la Economics es preciso agregar la economía de base marshalliana (la escuela neoclásica) y la economía de base keynesiana.

Dos poderosas razones han perturbado las bases de todas las corrientes, escuelas y subescuelas: la revolución tecnológica basada en la informática y en los nuevos materiales, que están cambiando de raíz la forma de la producción, y la tendencia al desvanecimiento de su marco referencial, el Estado-nación.

Si intentamos imaginar el conjunto del conocimiento —los centenares de disciplinas existentes—, estaremos frente a una historia de complejidad inmensa. Un mundo caótico en que cada disciplina defiende valores propios mientras que en su interior existen rivales de todos los tipos imaginables. Cada una evoluciona bajo sus propias condiciones de cambio, al tiempo que algunas de ellas se combinan de mil maneras buscando resolver problemas que les impone la vida social. La complejidad de esos problemas llevará a la transdisciplinariedad.

La idea de complejidad y transdisciplinariedad proviene de Edgar Morin. Este pensador sui generis propone un modelo construido desde la complejidad, “a la vez biológico, cerebral, espiritual, lógico, lingüístico, cultural, social e histórico”, a efecto de que sea superada la epistemología “tradicional” que asume el conocimiento solo desde el punto de vista cognitivo. Morin, desde el pensamiento complejo, busca un “entendimiento transdisciplinar”, que evite el reduccionismo implicado en la mirada exclusiva de la ciencia que se profesa.

El caos al que he aludido al referirme a la dinámica de la totalidad de las disciplinas no habla sino de la dimensión de la complejidad del mundo, que debe ser abordado desde todas las ciencias y todas las ocurrencias. El caos y los sistemas caóticos no implican necesariamente “desorden” en el sentido literal y popular de la palabra; los sistemas no lineales son sistemas irregulares, altamente impredecibles, que se manifiestan en muchos ámbitos de la vida y la naturaleza, pero que no se puede decir que tengan comportamientos sin ley, dado que existen reglas complejas que explican su comportamiento.

El físico y filósofo de la ciencia Basarab Nicolescu probablemente ha hecho las mayores y más significativas aportaciones al abordaje del conocimiento transdisciplinario. Oigamos o leamos algunas de sus preocupaciones de inicio: dos verdaderas revoluciones han atravesado este siglo, la revolución cuántica y la revolución informática. La primera podría cambiar radical y definitivamente nuestra visión del mundo. A pesar de ello, después del comienzo del siglo xx no pasó nada. La antigua visión permanece dueña del mundo. La revolución informática, que sucede bajo nuestros ojos maravillados, podría conducir a una gran liberación de tiempo, consagrado así a nuestra vida y no, como para la mayor parte de los seres de esta Tierra, a la supervivencia. Podría conducirnos a compartir conocimientos entre todos los seres humanos. Pero allí tampoco ocurre nada.

La ciencia moderna nació de una ruptura profunda con la antigua visión del mundo. Está fundada sobre la idea, sorprendente y revolucionaria para la época, de una separación total entre el sujeto que conoce y la realidad, completamente independiente del sujeto que la observa. Al mismo tiempo, la ciencia moderna se daba tres postulados fundamentales, que prolongaban a un grado supremo, sobre el plano de la razón, la búsqueda de leyes y de orden: (1) la existencia de leyes universales, de carácter matemático; (2) el descubrimiento de esas leyes mediante la experimentación científica, y (3) la reproducibilidad perfecta de los datos experimentales.

Los éxitos extraordinarios de la física clásica, desde Galileo, Kepler y Newton hasta Einstein, confirmaron la exactitud de esos tres postulados. Pero al mismo tiempo contribuyeron a la instauración de un paradigma de la simplicidad que se hizo predominante desde el umbral del siglo XIX.

La simplicidad de la física clásica está fundada sobre la idea de continuidad; no se puede pasar de un punto a otro del espacio y del tiempo sin pasar por todos los puntos intermedios. Además, los físicos ya tenían a su disposición un aparato matemático fundado sobre la continuidad: el cálculo infinitesimal de Leibniz y Newton.

La idea de continuidad está íntimamente ligada a un concepto clave de la física clásica, la causalidad local: dos puntos separados por una distancia, aunque esta sea en el espacio y en el tiempo, están sin embargo unidos por un encadenamiento continuo de causas y efectos. Otro tipo de causalidad no tiene lugar en la física clásica. Las consecuencias culturales y sociales de lo que Nicolescu ve como una amputación, justificada por los éxitos de la física clásica, son incalculables. El concepto de determinismo podía hacer así su entrada triunfante en la historia de las ideas.

Los avances sorprendentes e indiscutibles de la Física irremediablemente dieron lugar a lo que posteriormente los filósofos de la ciencia, entre otros, llamarían ideología cientificista, aparecida como una ideología de vanguardia y que conoció un extraordinario desarrollo en el siglo XIX.

La objetividad fue erigida como criterio supremo de verdad, y ello tuvo una consecuencia inevitable: la transformación del sujeto en objeto. El ser humano deviene objeto. Justo a la entrada del siglo XX sobrevendría una transformación que Nicolescu valora como ninguna otra: Max Planck, confrontado a un problema de física “común”, fue conducido a un descubrimiento que, según su propio testimonio, fue un drama interior intenso. Se convertía en el testigo de la discontinuidad. Plank descubre que la energía tiene una estructura discreta, discontinua. El “quantum” de Planck, que dio su nombre a la mecánica cuántica, iba a revolucionar toda la física y a cambiar radicalmente nuestra visión del mundo. ¿Cómo comprender la “verdadera” discontinuidad, es decir, pensar que entre dos puntos no hay nada, ni objetos, ni átomos, ni moléculas, ni partículas, justamente nada?

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Era evidente, desde el comienzo de la mecánica cuántica, que un nuevo tipo de causalidad debía existir en la escala cuántica, la escala de lo infinitamente pequeño. La lógica formal que ha regido las mentes del mundo cambia ahí drásticamente: A y no-A pueden coexistir gracias a un tercero incluido.

Setenta años después del nacimiento de la mecánica cuántica, la naturaleza de ese nuevo tipo de causalidad fue aclarada gracias al teorema de Bell y a experiencias de una gran precisión. Un nuevo concepto hacía así su entrada en la física: la no separabilidad. En nuestro mundo habitual, macrofísico, si dos objetos interactúan en un momento dado y enseguida se alejan, interactúan cada vez menos. En el mundo cuántico las entidades cuánticas continúan interactuando cualquiera que sea su alejamiento. Ello parece contrario a nuestras leyes macrofísicas. El paradigma de la simplicidad se trocaba en un nuevo paradigma de la complejidad en la Física.

El mayor impacto cultural de la revolución cuántica es ciertamente el cuestionamiento del dogma filosófico contemporáneo de la existencia de un solo nivel de realidad.

La realidad no es solamente una construcción social, el consenso de una colectividad, un acuerdo intersubjetivo. Tiene también una dimensión transubjetiva. Desgraciadamente, en el mundo de los seres humanos, una teoría sociológica, económica o política continúa existiendo a pesar de los múltiples hechos que la contradigan.

De manera simultánea a la emergencia de niveles diferentes de realidad y de nuevas lógicas (entre ellas la lógica del tercero incluido) en el estudio de los sistemas naturales, un tercer factor viene a añadirse para dar el golpe de gracia a la visión clásica del mundo: la complejidad. En el curso del siglo xx, la complejidad se instala en todas partes, horrorosa, aterradora, obscena, fascinante, invasora, como un reto a nuestra propia existencia y a su sentido. El sentido parece fagocitado por la complejidad en todos los dominios del conocimiento.

La complejidad se nutre de la explosión de la investigación disciplinaria y, a la vez, determina la aceleración de la multiplicación de las disciplinas. El universo disciplinario parcelado se encuentra hoy día en plena expansión. De una manera inevitable el campo de cada disciplina se hace cada vez más agudo, punzante, lo cual hace cada vez más difícil, a veces imposible, la comunicación entre las disciplinas. Una realidad compleja multiesquizofrénica parece reemplazar la realidad unidimensional simple del pensamiento clásico. El sujeto es a la vez pulverizado para ser reemplazado por un número cada vez mayor de piezas separadas, estudiadas por las diferentes disciplinas.

La causa fundamental, dice Nicolescu, puede descubrirse fácilmente: el big bang disciplinario corresponde a las necesidades de una tecnociencia sin freno, sin valores, sin otra finalidad que la eficacia por la eficacia. Ese big bang disciplinario, sin embargo, tiene enormes consecuencias positivas porque conduce a la profundización sin precedente de los conocimientos del universo exterior y contribuye así, volens nolens, a la instauración de una nueva visión del mundo.

En la Biología y en las neurociencias, que conocen actualmente un desarrollo rápido, cada día hay mayor complejidad, y así vamos de sorpresa en sorpresa. El desarrollo de la complejidad es particularmente notorio en las artes. Por una interesante coincidencia, el arte abstracto aparece al mismo tiempo que la mecánica cuántica. Pero, después, un desarrollo cada día más caótico parece presidir búsquedas cada vez más formales. Salvo algunas excepciones notables, el sentido se desvanece en beneficio de la forma.

La complejidad social acentúa, hasta el extremo, la complejidad que invade todos los campos del conocimiento. El ideal de la simplicidad de una sociedad justa, fundada sobre una ideología científica, y la creación del “hombre nuevo” se derrumbó bajo el peso de una complejidad multidimensional. Lo que queda, fundado sobre la lógica de la eficacia por la eficacia, no ha propuesto otra cosa sino la sinrazón del “fin de la Historia”. El conflicto entre la vida individual y la vida social se profundiza.

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La necesidad indispensable de nexos entre las diferentes disciplinas se ha visto impulsada por el surgimiento, hacia mediados del siglo xx, de la pluridisciplinariedad y la interdisciplinariedad. A la pluridisciplinariedad concierne el estudio de un objeto de una sola y misma disciplina por varias disciplinas a la vez. La investigación pluridisciplinaria aporta un plus a la disciplina en cuestión pero ese plus se encuentra al servicio exclusivo de esa misma disciplina. Dicho de otra forma, el avance pluridisciplinario desborda las disciplinas pero su finalidad permanece inscrita en el marco de la investigación disciplinaria.

La interdisciplinariedad tiene una ambición diferente a la de la pluridisciplinariedad. Concierne a la transferencia de métodos de una disciplina a otra. Pueden distinguirse tres grados de interdisciplinariedad: (1) un grado de aplicación; por ejemplo, los métodos de la física nuclear transferidos a la medicina conducen a la aparición de nuevos tratamientos del cáncer; (2) un grado epistemológico; por ejemplo, la transferencia de los métodos de la lógica formal al campo del derecho genera análisis interesantes en la epistemología del derecho, y (3) un grado de engendramiento de nuevas disciplinas.

Como la pluridisciplinariedad, la interdisciplinariedad desborda las disciplinas pero su finalidad permanece también inscrita en la investigación disciplinaria. Pero la interdisciplinariedad contribuye al big bang disciplinario. La transdisciplinariedad concierne, como el prefijo trans lo indica, a lo que está a la vez entre las disciplinas, a través de las diferentes disciplinas y más allá de toda disciplina. Su finalidad es la comprensión del mundo presente en el cual uno de los imperativos es la unidad del conocimiento.

Los tres pilares de la transdisciplinariedad —los niveles de realidad, la lógica del tercero incluido y la complejidad— determinan la metodología de la investigación transdisciplinaria.

Nicolescu es extraordinariamente prolífico en sus investigaciones de la complejidad y de la transdisciplinariedad. Incursiona en un gran número de espacios para los que tiene consideraciones particulares. Hemos recogido algunas de sus tesis fundamentales, que apuntan a dos aspectos de la complejidad: la que llama “distintos niveles de realidad”, explícitamente develados por la física cuántica. Pero en el “nivel de realidad” que nos es dado a los sentidos, aun con la vasta multiplicidad de disciplinas científicas que los hombres han producido, quedan grandes vacíos dejados por las miradas disciplinares y que demandan la transdisciplinariedad para ser entendidos, si no en toda su completitud, si de un modo considerablemente mayor y mejor que el conocimiento estrecho proveniente con mucha frecuencia de la mirada disciplinar.

Frente a las cosas, los procesos naturales y sociales, no existen recetas metodológicas à la carte. Todo nuevo conocimiento surge de la actitud y la aptitud dialógica de los investigadores para interpenetrar sus conocimientos y métodos.

1 Niklas Luhmann, Observaciones de la Modernidad, Paidós, Barcelona, 1997, pp. 123 y 124.
2 J. M. Briceño Guerrero, El origen del lenguaje, Universidad de los Andes, Bogotá, 1970.
3 Basarab Nicolescu, La transdisciplinariedad. Manifiesto, Éditions du Rocher, París, 1996. Las citas en las pp. 7/47.

_______________________________________________
JOSÉ BLANCO estudió la licenciatura en Economía y la maestría y el doctorado en Sociología Política en la UNAM. Ha sido Director y Secretario General de la Facultad de Economía de dicha universidad, donde además es profesor. Ha publicado numerosos artículos y libros de economía política, política económica y educación superior.

2 Respuestas para “Complejidad y transdisciplinariedad
  1. Una aclaración, cuando menciono las religiosas e ideológicas como disciplinas, me refiero a las ellas como doctrinas, incluidas las científicas.

  2. Excelente articulo el de José Blanco.

    El abordaje de la transdisciplinariedad exige un reto paradógico entre la explicación de lo que «es» y su análisis. Quisiera hacer sólo una crítica constructiva al texto que nos ofrece Banco.

    La transdisciplinariedad no sólo transciende a las discplinas científicas, sino también a las disciplinas ideológicas y a las religiosas. Por tanto, esas otras dimensiones que se abren como «realidad» deberían permitir la creación de un tercero incluido junto a la realidad objetiva. Es decir, si no nos vemos como seres bio-psico-sociales-espirituales, seguiremos estando tentados a reducir nuestras explicaciones/reflexiones al plano racional positivista, que es en último caso, el talón de aquiles de nuestro devenir judeo cristiano occidental.
    Entiendo que no es fácil reducir lo inexplicable a la dimesión racional sin recurrir a la decimónica «ciencia oculta» o a el esoterismo.
    Sin embargo, científicos como Ervin Laszlo o Rupert Sheldrake han dado pasos importantes y ofrecido experiencias que apuntan a la transdisciplinariedad.

    Saludos desde La Paz, Bolivia.

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