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Una vez que un reino, una nación, un estado o un ejército conquista a otro se impone un nuevo orden. A través de la historia se puede atestiguar que este nuevo orden implica una serie de disposiciones que no son las mismas en todos los casos, en algunos casos la nación, país, reino o cultura sojuzgada tendrá que pagar tributo pero puede, por ejemplo, seguir conservando el culto a sus propios dioses; en otros casos, ser conquistado implicará renunciar a la religión propia pero no necesariamente se exigirá que dejen de hablar su lengua. Me imagino que es posible hacer una tipología del sojuzgamiento, una tipología de todo aquello que implica conquistar al otro y plantear un análisis de cómo estos “requerimientos” van cambiando con el tiempo y cómo cada uno tiene motivaciones que dicen mucho de cada época, cultura y lugar. Según lo he que he leído, a los romanos no les interesaba particularmente imponer sus dioses a los pueblos sojuzgados mientras que para los españoles la imposición de la religión católica era un objetivo angular en las colonias del Nuevo Mundo. En casos más extremos, solo se podía entender por conquista al exterminio total de toda la población vencida. Me pregunto por ejemplo, por qué para ciertas culturas “conquistar” no implica la consigna de prohibir la vestimenta propia o ciertos hábitos alimenticios mientras que para otras culturas lo mismo parece fundamental. Cada cultura elige el conjunto de imposiciones que serán necesarias para decir que efectivamente ha “conquistado” a otra cultura.
Dentro de estas imposiciones, las lingüísticas ocupan un lugar importante aunque no constante. Pese a lo que generalmente se cree, durante la época de la colonia los españoles no evidenciaron una consigna particular para imponer el castellano como una lengua oficial en aras de eliminar las lenguas nativas. Para la corona española, la imposición del catolicismo era mucho más importante que la de su lengua, muy a pesar de que Antonio de Nebrija hubiera escrito en el prólogo de la primera gramática del español (y de una lengua romance en general) que “siempre la lengua fue compañera del imperio”. En aras de lograr la conversión, los frailes produjeron una cantidad impresionante de gramáticas y vocabularios de las lenguas originarias de México, la Real y Pontificia Universidad de México (antecedente de la UNAM) impartía clases de varias de estas lenguas, escribirlas era común y los documentos en lenguas originarias podían ser oficialmente válidos. No es que los españoles no hayan hecho imposiciones, solo es que la imposición lingüística no era consigna mediante la cual se midiera el éxito de su conquista.
Sin embargo, resulta muy sorprendente, por decir lo menos, que una vez declarado el nacimiento de México como un estado independiente, el éxito de la consolidación y la construcción de una sola nación edificada sobre tantas culturas y lenguas diversas se midiera, entre otras cosas, por el éxito en la desaparición de esta diversidad. Es así que el estado mexicano, y no la corona española, ha sido el más interesado en combatir el uso de las lenguas indígenas mediante el establecimiento de políticas de extermino lingüístico que ya conocemos. En la primera mitad del siglo XX, los indígenas eran catalogados preferentemente bajo la etiqueta de ‘poblacion rural’, no existía una red de traductores e intérpretes, la Universidad no impartía clases de lenguas indígenas, lejos quedaban los días en los que las imprentas producían libros en náhuatl, la producción de gramáticas y vocabularios era muy escasa y bajo ninguna circunstancia un documento escrito en zapoteco podía tener validez oficial.
Así que, efectivamente, el español fue la lengua impuesta por el colonialismo, pero por el colonialismo interno que ha ejercido el estado mexicano sobre las distintas naciones y lenguas que la conforman.
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Para saber más: Colección de Lenguas Indígenas de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Archivo Digital