Al doctor José G. Moreno de Alba.
Hace un par de meses estuve en Guadalajara con un grupo de colegas de la Universidad de Cantabria y de la unam interesado en la cultura liberal de México y España; me traje varias y gratas sorpresas, entre ellas el nuevo e imponente edificio de la Biblioteca Pública de Jalisco. Pronto entrará en funciones y será un nuevo resplandor de la Perla tapatía y orgullo de todos los mexicanos. Uno de los amigos cántabros nos preguntó precisamente sobre el origen y significado de la palabra tapatío. Ni mis compañeros ni yo encontramos una explicación debidamente fundada en el momento del disparo. Este artículo presenta los resultados de una primera investigación motivada por esa curiosidad lingüística.
Carlos González Peña leyó en agosto de 1931 su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, “Luis G. Inclán en la novela mexicana”; el historiador de la literatura aprovechaba las indagaciones de José de J. Núñez y Domínguez, publicadas años antes, para culminar la imprescindible restauración del novelista y su obra Astucia. El jefe de los Hermanos de la Hoja o los charros contrabandistas de la Rama, publicada en 1865 en dos tomos, al parecer con gran éxito. Salvador Novo en el prólogo que escribió para la edición que Porrúa sacó a la luz en 1946, y se reprodujo en la de la colección de Sepan Cuántos… de esa casa editorial con motivo del centenario de la novela, reseña la recepción que tuvo en el siglo xix. Recuerda que el primero en mencionarla fue Luis González Obregón, quien sin mayor entusiasmo la juzgó “interesante desde el punto de vista histórico”. Lo siguió Francisco Pimentel, al que le llamó la atención que el novelista reprodujera como narrador el español coloquial, el uso del dialecto mexicano, porque “puede admitirse en todo su desenvolvimiento cuando el autor de una novela supone que en ella figuran mexicanos que usan ese dialecto, pero no cuando habla el escritor mismo, en el cual solo es lícito admitir neologismos por conveniencia o por necesidad”. El dato importante, sin embargo, afirma Novo, es el que permite observar que Astucia era a finales del siglo xix más popular que El Periquillo, y que en ella podía “estudiarse en todo su desarrollo lo que hemos llamado alguna vez dialecto mexicano, es decir, el idioma español según se habla en México, entre la gente mal educada, corrompido, adulterado”. Menos dogmático y más científico, Joaquín García Icazbalceta reconoció la importancia de la novela para el estudio de los mexicanismos, cuya reivindicación comenzaba en su Diccionario. Federico Gamboa le concede espacio a Astucia en su repaso sobre la novela mexicana y opina que “por sus páginas, congestionadas de colorido y de la cruda luz de nuestro sol indígena, palpita la vida nuestra, nuestras cosas y nuestras gentes; el amo y el peón, el pulcro y el bárbaro, el educado y el instintivo; se vislumbra el gran cuadro nacional, el que nos pertenece e idolatramos, el que contemplaron nuestros padres y, Dios mediante, contemplarán nuestros hijos…”. No extraña entonces el interés por la novela para estudiar refranes o dichos y usos del español en la región central del país. Así, nosotros encontramos al personaje del Tapatío, cuya triste e infortunada historia comienza con la explicación de su origen: “ya les he dicho que soy guadalajareño, natural de Pantitlán y por esa causa me dieron el nombre de Tapatío, con que desde chico me distinguían de otros jóvenes que nos reuníamos para viajar en nuestro giro; digo nuestro, porque desde que salí de la escuela, andaba siempre con mi padre de encomendero… ”. Juan Navarro, alias el Tapatío, al igual que sus compañeros de armas y aventuras, tiene suficientes razones para vivir fuera de la justicia, de esas leyes que pretenden establecer y administrar políticos y gobernantes, no de las “verdaderas” en las que reside una moral más elevada, que corresponde a un humanismo de tradición judeocristiana en la cual se predica la armonía con la naturaleza. En síntesis, la historia del Tapatío contiene los principios y valores que rigen la conducta de aquellas gentes de bien del centro del país, tal como son los rancheros mexicanos de esa región.
Es significativo que el adjetivo aparezca cuando Luis G. Urbina pormenorizaba los rasgos de la literatura mexicana al terminar la primera década del siglo XX, y consideraba en el proceso de independencia a la música: “Aquí todo ello se transformó en la ardiente danza costeña, hecha con besos y lágrimas; en las Mañanitas, frescas y alegres como una aurora; en el Jarabe Tapatío, retozón, epigramático y picaresco, como un galanteo ranchero. Esta es otra revelación que nos distingue y nos desata los lazos hereditarios de España; el mexicanismo musical es completo. Canta, dentro de él, la sensibilidad popular”. La cultura incorporaba los resultados del espíritu creador del pueblo. Las costumbres rancheras se asocian y el lenguaje lo asimila.
No es casual que fuera un académico jalisciense quien estudiara y documentara el origen del gentilicio que nos ocupa. José Luis Martínez escribió un artículo que leyó en septiembre de 1988 en el seno de la Academia y se publicó en el tomo XXVI de las Memorias de la corporación. Afirma que el vocablo tapatío designa al natural de Guadalajara desde los primeros años del siglo XIX y que hay varias teorías que pretenden explicar su origen. La que trata de encontrar un origen náhuatl, de la voz tlapatiotl, que en el Vocabulario en lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana (1571) de fray Alonso de Molina, significa “el precio de la compra”, considera José Luis Martínez que es forzada y dudosa. Tampoco lo convencen las eruditas disquisiciones que José Ignacio Dávila Garibi publicó en 1943 sobre la palabra, que recoge las propuestas de Cecilio A. Robelo y Eufemio Mendoza, quienes dan como acepciones primitivas de tapatío el de “monedas de cacao contenidas en tres bolsas, o grupos de tres tortillas”, fundadas en la obra del ya célebre herbolario Francisco Ximénez: Cuatro libros de la naturaleza y virtudes medicinales de las plantas y animales de la Nueva España (1615). Por jaliscienses y más antiguas se inclina el filólogo por las siguientes dos referencias: 1) En el pleito que Hernán Cortés, marqués del Valle, tuvo contra Nuño de Guzmán y los oidores por los pueblos de la provincia de Ávalos, de 1531 a 1532, uno de los testigos, Hernando Ladrón, declaró el 7 de marzo de 1532, que, “entre la ropa que daban como tributo los vecinos de Tamazula cada 60 días, además de mantas, camisas, naguas, mástiles y otras prendas, se contaban ochenta mantillas que llaman tapatíos”.
2) Y en la tasación de tributos de los pueblos de Nueva España que se hizo a mediados del siglo XVI, al señalar la reducción de tributos concedida a Atoyaque [pueblo natal de José Luis Martínez] el 12 de febrero de 1552, se dice que el licenciado Contreras les quitó, de la ropa menuda que daban, “cuatro camisas y cuatro naguas y cuatro tapatíos y cuatro mástiles”.
Así pues, en estas dos referencias, una de 1532 y otra de 1552, y ambas de pueblos de Jalisco, Tamazula y Atoyac, se identifica tapatíos con mantillas. Recordamos que las mantillas suelen llamarse, precisamente en esta región, con un viejo mexicanismo: tápalos. Y que la propensión por los diminutivos debió hacerlos pasar a tapalitos, lo cual está ya a un paso de tapatíos, que pudo ser una deformación indígena y popular de tapalitos. Todo lo cual permite desembocar en la posibilidad de que el nombre de la prenda usada en el siglo xvi por las mujeres de Jalisco, tapatíos, pudiera haber pasado a ser, con el tiempo, el nombre genérico de los nacidos en Guadalajara. ~
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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha sido profesor tanto de literatura como de español y cultura mexicana para extranjeros. Especialista en siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la máxima Casa de Estudios. Fue director de la Fundéu México y actualmente coordina el servicio de Español Inmediato.