Hace dos años, después del ataque contra Salvador Cabañas, que le costó su carrera futbolística y por poco su vida, Ciro Gómez Leyva escribió:
“Sin pistola de por medio, seguramente Cabañas, o el JJ, estarían recuperándose de una fractura de nariz, saldo de un pleito de cantina, como los de Barcelona, Londres, Miami, la Ciudad de México.”
Palabras sensatas, sin duda. El caso de Trayvon Martin, que ha cautivado los Estados Unidos desde hace meses, me recuerda mucho a ellas. El 26 de febrero, Martin, un adolescente afro-americano de 17 años, murió por un balazo de la pistola de George Zimmerman, un voluntario en un programa de vigilancia comunitaria en Sanford, una pequeña ciudad de Florida.
Poco antes de morir, Martin iba caminando a una tiendita en el fraccionamiento de su madrastra. Al ver a Martin, a Zimmerman le despertaron sospechas. Le reportó a la policía como un malandro posiblemente drogado, y empezó a seguir al joven, por cierto en contra de la orden de la policía. Martin se dio cuenta que le estaba siguiendo, y en algún momento se dio una enfrentamiento. Zimmerman andaba armado con una pistola, la cual usó para ultimar a Martin con un tiro al pecho.
Había mucha evidencia de que la versión de Zimmerman—que sostuvo que Martin se le acercó, le tumbó con un golpe a la cara, y que le golpeó la cabeza contra la banqueta— fue exagerada o hasta inventada. (Cabe mencionar que Zimmerman pesaba casi 50 kilos más que Martin.) Muchos acusaron a Zimmerman, que reportaba jóvenes “sospechosos” a la policía semanalmente, de actuar con un prejuicio racial en contra de Martin, y en la grabación de su llamada a la policía el día de la pelea, parece decirle “coon ass”, una etiqueta vulgar para la raza negra.
A pesar de todo eso, las autoridades de Sanford mostraron más interés en exonerar a Zimmerman que en investigar el caso de fondo, y un proceso penal no se inició. Después de semanas de presión mediática contra las autoridades locales y el interés del gobierno federal, incluso unos comentarios del Presidente Obama sobre el caso y la atención constante de su procuraduría, una fiscal especial nombrada por el gobernador de Florida para investigar el caso, finalmente levantó cargos de homicidio contra Zimmerman la semana pasada.
Hay muchos detalles que aún no han salido a la luz, pero lo que es innegable es que si Zimmerman no hubiera traído pistola, Martin estaría vivo, Zimmerman no estaría enfrentando cadena perpetua, y yo no estaría escribiendo de ellos el día de hoy. Sin el arma, en el peor de los casos, alguien se habría acabado con una conmoción o la nariz rota, o más probable aún, simplemente lleno de coraje. Pero muerto no.
Siempre va a existir el racismo, el odio, y los pleitos idiotas. (Si bien me acuerdo, lo de Cabañas empezó con un reclamo al delantero por no meter más goles con el América; no me puedo imaginar una razón más estúpida para dispararle a alguien.) Como implica el comentario de Gómez Leyva, una sociedad responsable debería enfocarse en alejar las armas mortales de esas facetas lamentables pero inevitables de la existencia humana. Es decir, si se permite que todo el mundo ande con pistolas, la posibilidad de que un arranque de enojo se convierta en un homicidio es mucho mayor.
Lo que es evidente en los casos aislados también se percibe en estudios académicos. Hay un sinfín de investigaciones que demuestran que una mayor presencia de armas implica una tasa elevada de homicidios. Este reporte de Harvard ofrece un resumen de seis investigaciones—y existen más—demostrando la tendencia a través de comparaciones de varios países y de estados distintos de un mismo país.
Un vínculo entre la presencia de pistolas y una mayor tasa de homicidios es la cosa más lógica. Es más, es una observación tan obvia que seguramente unos lectores se están preguntando por qué pierdo esfuerzos en hacer el argumento. Sin embargo, Estados Unidos, un país líder en muchos aspectos, no ha entrado en razón. Gracias a una interpretación dudable de la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, y gracias a un cabildeo sofisticado y despiadado que aboga por el derecho casi ilimitado de poseer armas mortales, el movimiento de limitar el acceso a las armas de fuego va perdiendo influencia, no importa la presencia de una administración demócrata. Por eso, Estados Unidos es mucho más violento que cualquier país con un nivel de desarrollo comparable. Por eso, las sospechas infundadas de George Zimmerman pudieron convertirse en no solamente una confrontación innecesaria, sino una muerte trágica también.
Es una lástima.