Hace unos meses, escribí en este espacio de un artículo del académico noruego Dag Mossige, que se trataba de la izquierda mexicana. Lo que motivó la investigación de Mossige fue la inhabilidad de tal fuerza de decidir si es un partido político o un movimiento social. Lamentablemente, es muy difícil ser las dos cosas a la vez. Por eso vemos posiciones tan incongruentes de la izquierda que parecen emanar de un paciente de personalidad múltiple: una parte del PRD intenta negociar la mejor reforma posible, como cualquier partido de oposición minoritaria debe, mientras sus feligreses toman el congreso para protestar la aprobación del mismo paquete legislativo. Es un poco confuso, para decirlo suave.
El anuncio de Andrés Manuel López Obrador de que se está separando del PRD para formar su propio partido podría ser suficiente para arreglar la confusión. El movimiento social se va por un lado, el partido político por otro, cada quien libre para adoptar la agenda que quiera y practicar la política como prefiera. Una solución limpia, o un divorcio sano, como lo etiquetó León Krauze.
9 de septiembre Asamblea Informativa
Es un primer paso muy importante, uno que por cierto debería festejarse. La falta de congruencia en la izquierda ha servido para limitar los logros del PRD, tanto electorales como legislativos; un distanciamiento con AMLO era necesario para que México tenga una izquierda progresista, moderna, y capaz de ganar la presidencia. Así pues, no extraña que muchos miembros de la izquierda se vean muy contentos. Jesús Ortega, el jefe de los Chuchus y uno de los grandes ganadores, percibe en la salida de AMLO un fin de la “esquizofrenia política que el PRD proyecta con dos visiones diferentes, dos comportamientos, dos posiciones políticas.”
Pero si la separación de AMLO fue necesaria, no es una solución completa a todo lo que limite el PRD, y falta mucho para que la izquierda pueda soñar con convertirse en la primera fuerza política del país. Fue un primer paso, no la pieza final.
El problema esencial es que aún no es un caso de cada quien por su lado. MORENA y el PRD van a seguir compitiendo por el mismo sector de votantes, y no hay suficientes de éstos para que la izquierda gane una elección presidencial mientras cada agrupación postule un candidato distinto. Si la elección pasada hubiera incluido a Ebrard además de AMLO, ambos habrían quedado 10 o 15 puntos atrás. Por lo pronto, no importa que tengan nombre y organización diferente: los dos lados de la izquierda siguen encerrados en el mismo carro, ambos dos intentando arrebatarle al otro el control del volante. Insisto, importa poco que haya una división formal entre los dos grupos. Mientras siga así, la izquierda tiene escasas probabilidades de quedar en Los Pinos.
Finalmente, la barrera fundamental para una izquierda competitiva sigue siendo la misma que ha sido desde hace seis años: AMLO. Con los millones de votantes leales a él personalmente encima de cualquier partido, el tabasqueño es capaz de tronar toda candidatura progresista, porque él puede dividir la izquierda en el momento que quiera. Sin embargo, él no es capaz de ganar la presidencia, así que tiene pocas bases para pedir que todas las corrientes de la izquierda se unan bajo su liderazgo.
Peor aún, la incapacidad de ganar no le importa tanto a AMLO: está en la extraña situación de ver su relevancia crecer después de perder. Por lo tanto, sus intereses son muy diferentes de los de la izquierda de los Chuchos o de Ebrard. Éstos últimos quieren ganar para gobernar. Sin embargo, AMLO quiere mantener su movimiento, cosa que se hace muy fácilmente perdiendo y fulminando contra la supuesta mafia ilegítima que ignora la voluntad del pueblo. Pero si uno de sus supuestos aliados de la izquierda –digamos Ebrard– gana la presidencia, AMLO ya no tiene un papel protagónico en la política mexicana.
Así pues, para arreglar los problemas de fondo de la izquierda, AMLO tiene que renunciar a un papel de protagonista en la política electoral. (Igual que con la separación formal de AMLO, tampoco es el único paso que queda, pero sí es otro muy necesario.) Prometió retirarse a “La Chingada” durante la campaña, pero los éxitos relativos y la indignación provocada por la derrota lo llevaron a reconsiderar.
Y como es un hombre relativamente joven (58 años), le gusta la política, y tiene millones de seguidores, el plazo de reconsideración podría durar mucho tiempo.